CAPÍTULO III.

De lo tratado y resuelto en la primera junta de los diputados de voto en cortes.—Llegan las compañías de Tauste.—Los paisanos aseguran la existencia de los franceses domiciliados.— Derrota de las tropas que venían contra Zaragoza en el Bruc.—El marqués de Lazán parte con una división a Tudela.—Los españoles reunidos en Bayona dirigen un exhorto a los zaragozanos.—Los franceses ocupan a Tudela.

 

Según la circular debían abrirse las sesiones el 9 de junio. Se destinó a este objeto la sala consistorial, en la que estaba colocado el retrato de Fernando VII; y llegado el día, el general Palafox, precedido de algunos dragones y tropa, se dirigió al sitio con una lucida y ostentosa comitiva. La plaza de la Seo estaba colmada de espectadores. Entró a las diez de la mañana en la sala, donde le recibieron los diputados de las ciudades de voto en cortes y de los cuatro brazos del reino, a saber: por el estado eclesiástico el ilustrísimo señor Obispo de Huesca, doctor don Juan Franco arcipreste de Tarazona, señor don Antonio Romero deán de Zaragoza, señor Arcipreste de santa María, señor Arcipreste de santa Cristina, señor Abad de Monte Aragón, señor Abad de santa Fe, señor Abad de Beruela, y el señor Prior del sepulcro de Calatayud. Por el estado de nobles el excelentísimo señor Conde de Sástago, señor Marqués de santa Coloma, señor Marqués de Fuente-Olivar, señor Marqués de Zafra, señor Marqués de Ariño, señor Conde de Sobradiel, y señor Conde de Torresecas. Estado de hijosdalgo: por el partido de Huesca, señor Barón de Alcalá, y señor don Joaquín María Palacios; por el partido de Barbastro, el señor Don Antonio Soldevilla, y señor don Francisco Borneo; por el partido de Alcañiz, el señor de Canduero, y señor Conde de Samitier; por el de Albarracín, don Juan Navarro; por el de Daroca, don Tomás Castillón, y don Pedro Oseñalde. Ciudades de voto en cortes: por Zaragoza, don Vicente Lisa; por Tarazona, don Bartolomé La-Iglesia; por Jaca, don Francisco Pequera; por Calatayud, don Joaquín Arias Ciria; por Borja, don José Cuartero; por Teruel, el Conde de la Florida; por Fraga, don Domingo Azcuer; y por Cinco Villas, don Juan Pérez. El general Palafox ocupó en derechura el lugar de la presidencia, y mandó llamar al intendente don Lorenzo Calvo para que ejerciese las funciones de secretario. Entró éste inmediatamente, y después de algunos debates, el general Palafox le entregó un escrito concebido en los siguientes términos:

«Excelentísimo Señor:=Consta ya a V. E. que por el voto unánime de los habitantes de esta capital fui nombrado y reconocido de todas las autoridades establecidas como gobernador y capitán general del reino, y que cualquiera excusa hubiera producido infinitos males a nuestra amada patria, y sido demasiado funesta para mí. Mi corazón, agitado ya largo tiempo, combatido de penas y amarguras, lloraba la pérdida de la patria, sin columbrar aquel fuego sagrado que la vivifica; lloraba la pérdida de nuestro adorado Rey Fernando VII, esclavizado por la tiranía, y conducido a Francia con engaños y perfidias; lloraba los ultrajes de nuestra santa Religión, atacada por el ateísmo; sus templos violentados sacrílegamente por los traidores el día dos de mayo, y manchados con sangre de los inocentes españoles; lloraba la existencia precaria que amenazaba a toda la nación si admitía el yugo de un extranjero orgulloso, cuya insaciable codicia excede a su perversidad; y por fin, la pérdida de nuestras posesiones en América, y el desconsuelo de muchas familias, unas porque verían convertida la deuda nacional en un crédito nulo, otras porque se verían despojadas de sus empleos y dignidades, y reducidas a la indigencia o la mendicidad; otras que gemirían en la soledad la ausencia o el exterminio de sus hijos y hermanos, conducidos al Norte para sacrificarse, no por su honor, por su religión, por su rey, ni por la patria, sino por un verdugo, nacido para azote de la humanidad, cuyo nombre tan sólo dejará a la posteridad el triste ejemplo de los horrores, engaños y perfidias que ha cometido, y de la sangre inocente que su proterva ambición ha hecho derramar.

»Llegó el día 24 de mayo, día de gloria para toda España; y los habitantes de Aragón, siempre leales, esforzados y virtuosos, rompieron los grillos que les preparaba el artificio, y juraron morir o vencer. En tal estado, lleno mi corazón de aquel noble ardor que a todos nos alienta, renace y se enajena de pensar que puedo participar con mis conciudadanos de la gloria de salvar nuestra patria. Las ciudades de Tortosa y Lérida, invitadas por mí como puntos muy esenciales, se han unido a Aragón: he nombrado un gobernador en Lérida a petición de su ilustre ayuntamiento; les he auxiliado con algunas armas y gente; y puedo esperar que aquellas ciudades se sostendrán, y no serán ocupadas por nuestros enemigos. La ciudad de Tortosa quiere participar de nuestros triunfos; ha conferenciado de mi orden con los ingleses: les ha comunicado el manifiesto del día 31 de mayo para que lo circulen en toda Europa, y trata de hacer venir nuestras tropas de Mallorca y de Menorca, siguiendo mis instrucciones; ha enviado un diputado para conferenciar conmigo, y yo he nombrado otro, que partió antes de ayer con instrucciones secretas dirigidas al mismo fin, y al de entablar correspondencia con el Austria. La merindad de Tudela, y la ciudad de Logroño me han pedido un jefe y auxilios: quieren defenderse e impedir la entrada en Aragón a nuestros enemigos.

»He nombrado con toda la plenitud de poderes por mi teniente, y por general del ejército destinado a este objeto al excelentísimo señor marqués de Lazán y Cañizar, mariscal de campo de los reales ejércitos, que marchó el día 6 a las doce de la noche con algunas tropas y las competentes armas y municiones. No puedo dudar de su actividad, patriotismo y celo, ni dudará V. E. Otros muchos pueblos de Navarra han enviado sus representantes, y la ciudad y provincia de Soria sus diputados. He dispuesto comunicaciones con Santander, establecido postas en el camino de Valencia, y pedido armas y artilleros, dirigiendo por aquella vía todos los manifiestos y órdenes publicadas, con encargo de que se circulen a la Andalucía, Mancha, Extremadura, Galicia y Asturias, invitándolos a proceder de acuerdo. He enviado al coronel barón de Warsage, y al teniente coronel y gobernador que ha sido en América don Andrés Boggiero, a organizar y mandar la vanguardia del ejército destinado hacia las fronteras de la Alcarria y Castilla la nueva.

»Para dirigir el ramo de hacienda con la rectitud, energía y acierto que exige tan digna causa, y velar sobre las rentas y fondos públicos, he nombrado por intendente a don Lorenzo Calvo de Rozas, cuyos conocimientos en este ramo, y cuya probidad incorruptible me son notorias, y me hacen esperar los mas felices resultados. La casualidad de haber enviado aquí a principios de mayo su familia para librarla del peligro, y el temor de permanecer él mismo en Madrid en circunstancias tan críticas, lo trajo a Zaragoza el día 28 del pasado; lo hice detener, y lo he precisado a admitir este cargo, a pesar de que sus negocios y la conservación de su patrimonio reclamaban imperiosamente su vuelta a Madrid. Fiado este importante ramo a un sujeto de sus circunstancias, presentaré a su tiempo a la nación el estado de rentas, su procedencia e inversión, y en ellas un testimonio público de la pureza con que se manejarán.

»Resta, pues, el sacrificio que es más grato a nuestros corazones, que reunamos nuestras voluntades y aspiremos al fin que nos hemos propuesto. Salvemos la patria aunque fuera a costa de nuestras vidas, y velemos por su conservación. Para ello propongo a V. E. los puntos siguientes.

»1. Que los diputados de las cortes queden aquí en junta permanente, o nombren otra que se reunirá todos los días para proponerme y deliberar todo lo conveniente al bien de la patria y del Rey.

»2. Que V. E. nombre entre sus ilustres individuos un secretario para extender y uniformar las resoluciones, en las cuales debe haber una reserva inviolable, extendiendo por hoy el acuerdo uno de los que se hallan presentes como tales, o el intendente.

»3. Que cada diputado corresponda con su provincia, le comunique las disposiciones ya generales ya particulares que tomaré como jefe militar y político del reino, y las que acordaremos para mayor bien de la España.

»4. Que la junta medite y me proponga sucesivamente los medios de hacer compatible con la energía y rapidez que requiere la organización del ejército, el cuidado de la recolección de granos que se aproxima, y no debe desatenderse.

»5. Que medite y me proponga la adopción de medios de sostener el ejército, que presentará el intendente de él y del reino don Lorenzo Calvo.

»6. Que me proponga todas las disposiciones que crea convenientes tomar para conservar la policía, el buen orden y la fuerza militar en cada departamento del reino.

»7. Que cuide de mantener las relaciones con los demás reinos y provincias de España, que deben formar con nosotros una misma y sola familia.

»8. Que se encargue y cuide de firmar y circular en todo el reino, impresas o manuscritas, las órdenes emanadas de mí, o de las que con mi acuerdo expidiese la junta de diputados del reino.

»9. Que acuerde desde luego si deben o no concurrir los diputados que vinieron de las provincias y merindades de fuera del reino de Aragón, mediante que la reunión de sus luces puede ser interesante a la defensa de la causa pública.

»10. Que decida desde luego la proclamación de nuestro rey Fernando VII, determinando el día en que haya de verificarse.

»11. Que resuelva igualmente acerca de si deben reunirse en un solo punto las diputaciones de las demás provincias y reinos de España, conforme a lo anunciado en el manifiesto del día 31 de mayo último.

»12. Que declare desde luego la urgencia del día, y que la primera atención debe ser la defensa de la patria.

»Zaragoza 9 de junio de 1808.=José de Palafox y Melci.»

La multitud de objetos que se presentan a mi imaginación no me permiten analizar, como sin duda lo hicieron algunos diputados, el modo y forma con que se presentaron estas disposiciones; sin embargo, es preciso indicar qué puntos quedaron acordados, según la acta que se publicó, y de que muy pocos tienen noticia.

«Resolvió la asamblea por aclamación que se proclamase a nuestro soberano Fernando VII, dejando al arbitrio de S. E. señalar el día en que hubiese de verificarse, que sería cuando las circunstancias lo permitiesen. La misma asamblea de diputados de las cortes, enterada de la exposición antecedente, después de manifestar al excelentísimo señor capitán general su satisfacción y gratitud por todo cuanto había ejecutado, y aprobándolo unánimemente, le reconoció por aclamación como capitán general y gobernador político y militar del reino de Aragón, y lo mismo al intendente. El señor don José Antonio Franquet, regidor de la ciudad de Tortosa, que hallándose comisionado en esta capital concurrió a la asamblea, hizo lo mismo a nombre de aquella ciudad, a quien ofreció daría parte de ello. Acto continuo se leyeron los avisos que se habían pasado a todos los individuos que debían concurrir a la asamblea o junta de cortes, para saber si todos ellos habían sido citados o se hallaban presentes, y resultó que se había convocado a todos, y que sólo habían dejado de concurrir el señor marqués de Tosos, que avisó no podía por estar enfermo, y el señor conde de Torresecas, que igualmente manifestó su imposibilidad de concurrir. Se tomó en consideración el primer punto indicado en el manifiesto de S. E. que antecede, relativo a si debía quedar permanente la junta de diputados, o nombrar otra presidida por S. E. con toda la plenitud de facultades; y después de un serio y detenido examen, acordó unánimemente nombrar una junta suprema compuesta de solos seis individuos, y de S. E. como presidente, con todas las facultades. Se nombró en seguida una comisión compuesta de doce de los señores vocales, tomados de los cuatro brazos del reino, para que propusiesen a la asamblea doce candidatos, entre los cuales pudiese elegir los seis representantes que con S. E. habían de formar la junta suprema; y habiéndose reunido en una pieza separada, los doce señores proponentes volvieron a entrar en la sala consistorial, e hicieron la propuesta; lo cual verificado, se procedió a la votación por escrutinio, de la que resultaron electos a pluralidad de votos para individuos de la suprema junta de gobierno los señores don Antonio Cornel, obispo de Huesca; Regente de la real audiencia; conde de Sástago; don Pedro María Ric, y el marqués de Fuente Olivar; resolviéndose que si alguno de los electos, por muerte u otra causa legítima no pudiese ejercer sus funciones, entrarían a suplir, según la mayoría de votos, de los seis restantes que completaban el número de la propuesta. Se trató del nombramiento de un secretario para la junta suprema de gobierno, y toda la asamblea manifestó al excelentísimo señor capitán general sus deseos de que S. E. indicase una o dos personas para este destino. S. E. lo rehusó, declarando a los señores vocales que nombrasen a quien tuviesen por más conveniente y a propósito para el buen desempeño; mas al fin, condescendiendo con las reiteradas insinuaciones y deseo de la junta, propuso para primer secretario de dicha suprema junta de gobierno a don Vicente Lisa, y para segundo al barón de Castiel, que quedaron electos en consecuencia. Habiendo meditado la junta sobre las proposiciones 3ª, 4ª, 5ª, 6ª, 7ª, 8ª, 9ª, 11ª y 12ª, las estimó y tuvo por muy atendibles, y acordó tomarlas en consideración, para lo cual se reunirían de nuevo todos los vocales proponentes y presentes el próximo martes 14 del corriente mes de junio a las diez de su mañana, y que por el secretario se enviase una copia de dichas proposiciones a cada individuo, y se avisaría a los señores marqués de Tosos y conde de Torresecas, que no habían concurrido, por si podían hacerlo; con lo cual se concluyó la sesión, quedando todos los señores advertidos en volver sin más aviso el siguiente martes a la nueva junta, y se rubricó el acuerdo en borrador por el excelentísimo señor capitán general, el ilustrísimo obispo de Huesca y el excelentísimo señor conde de Sástago; de que certifico y firmo en la ciudad de Zaragoza a 9 días del mes de junio de 1808.=Lorenzo Calvo de Rozas, secretario.=Visto bueno. Palafox.»

Por último, se halla en el mismo impreso inserta la nota siguiente:

«Todos los señores vocales de la junta manifestaron enseguida su voluntad de nombrar al excelentísimo señor don José Rebolledo de Palafox, su presidente, por capitán general efectivo del ejército; mas S. E. dio gracias a la junta, y lo resistió absolutamente, pidiendo que no constase la indicacion, y expresando que era brigadier de los reales ejércitos nombrado por S. M., y que no admitiría, ni deseaba otros grados, ni otra satisfacción ni ascenso que el ser útil a la patria y sacrificarse en su obsequio y en el de su Rey. La junta, en consecuencia, no insistió en su empeño vista la delicadeza de S. E, y se reservó llevar a efecto su voluntad de nombrarle capitán general efectivo de los reales ejércitos en una de las primeras sesiones a que no asistiese S. E. por considerarlo así de justicia: de todo lo que certifico ut supra.=Calvo.»

Terminada la sesión se retiraron los vocales. El pueblo seguía de cada vez mas entusiasmado. El ayuntamiento propuso (que) estaba pronto a realizar la proclamación acordada, y suspendió la visita domiciliaria dispuesta para recoger las armas; lo uno porque no podían dar salida a las infinitas que depositaban, y lo otro porque extrañaba el vecindario les quitasen las armas que tenían para su defensa. A pesar de esto, los habitantes obedecían las órdenes por más severas que fuesen. Los labradores en el término de tres días presentaron seiscientos noventa y ocho caballos, de los que desecharon por inútiles cuatrocientos cuarenta y ocho, quedando destinados para la formación de un cuerpo de caballería doscientos ochenta. Sin embargo de que el 1 de junio, según relación del comisario Gianini, no había en los almacenes sino dos mil seiscientas ochenta y una fanegas castellanas de trigo, seiscientas cuarenta y una de cebada, cuarenta y dos mil setecientas sesenta arrobas de paja, la generosidad de los aragoneses ocurrió a los inmensos gastos que ocasionaba el sostener la intrépida juventud que venía a unir su voto con el de los zaragozanos. Era una complacencia ver cómo en cuatro días se había transformado la capital. Las compañías de los de Tauste, que entraron con su bandera encarnada y tambor batiente, y a las que en seguida distribuyeron cananas y armas: la multitud de esforzados que vinieron de los pueblos del bajo Aragón y de los ángulos de la provincia: las muchas personas de distinción, y los jefes, oficiales y soldados que de todas partes concurrían; presentaba un aspecto interesante, que no dejó de causar grandes sinsabores al conquistador.

La vigilancia de los paisanos se redoblaba cada vez más, y entre las diferentes medidas acertadas que tomaron, una fue la de ir por las casas de los franceses domiciliados, y para que no atentasen contra sus vidas, reunirlos y trasladarlos a las cárceles de corte y al castillo. Arreglado el plan, lo ejecutaron con la mayor armonía, y en la noche del 9 se afianzó la suerte de mil y treinta, que sin esta precaución tal vez hubiesen perecido. Palafox publicó después un bando reducido a que, habiendo los franceses que tenían en la cárcel contribuido como los vecinos a las urgencias del Gobierno, y que aquella gestión se había ejecutado sin su orden, mandaba se restituyesen a sus casas prestando juramento de fidelidad; pero comenzaron a agitarse los ánimos y fue preciso suspenderlo, y que don Francisco Palafox saliese con sus edecanes a apaciguar a los paisanos que había reunidos en masa en la plaza del Mercado.

Al paso que de Orihuela avisaban haberse publicado un bando en Cuenca para que aprontasen lo necesario para ocho mil infantes y dos mil caballos franceses, y que la Junta militar y de Gobierno de Tudela decía, que la mañana del 7 se habían tiroteado las avanzadas de la otra parte del Ebro retirándose, y que temían ser atacados aquella noche sin esperanza de lograr ninguna ventaja, pues aunque no faltaba gente, era indisciplinada y carecía de armamento, y que además sabían que Calahorra y Logroño estaban ocupadas por el enemigo; de la parte de Cataluña se recibieron las noticias más lisonjeras.

Salió de Barcelona un destacamento de cuatro mil franceses a incorporarse con los seiscientos que había en Tárrega, y todos reunidos con dirección hacia Lérida para sitiarla. No bien caminaron nueve horas, cuando alarmado el somatén, y saliéndoles al encuentro toda clase de personas, los derrotaron en el Bruch y Esparraguera, apoderándose de los cañones. La reunión de paisanos de los pueblos de alrededor fue extraordinaria, los que sostuvieron trece horas de fuego. Viendo el buen éxito de esta primera lucha, que hace el mayor honor a los catalanes, los de Igualada enviaron a pedir refuerzo a la Junta de Cervera; y a pesar de que la ciudad no tenía gobernador por haberse ausentado, enviaron mil hombres entre vecinos y forasteros armados, pues aunque había muchos más que estaban impacientes por auxiliar a sus hermanos, carecían de fusiles y municiones. Al mismo tiempo la Junta de Gobierno de Vinaroz dio cuenta del feliz resultado que había tenido la comisión de don Enrique Galve, que pasó en diligencia a Mallorca para entregar a la escuadra británica las proclamas de Zaragoza, algunas de Valencia, y la primera se publicó en aquella ciudad. No bien llegó a Palma en donde acababa de publicarse la paz con Inglaterra, cuando al momento el capitán general le presentó al cónsul inglés, donde halló al comandante de la fragata Hiud, quien enterado de tan prodigiosos sucesos, hizo salir sus buques en busca del almirante, y no tardó éste un punto en divulgar las nuevas por toda la Europa.

Con igual fecha nuestro comisionado escribió desde Tortosa había calmado la agitación que ocasionó la muerte del gobernador y regidor Rebull, y que con la elección de teniente de rey en don Antonio Partearroyo se tomaban las más vigorosas medidas. Desde luego dispuso que la tropa y paisanos ocupasen el Coll de Balaguer, y pidió armas y municiones a los ingleses, pues los mismos valencianos que llegaron a las órdenes del mariscal del campo don Francisco Salvias, estaban la mayor parte faltos de ellas. Dio cuenta de que los franceses que el 6 de junio habían entrado amistosamente en Tarragona, y de cuya plaza si no ocurre la muerte de su gobernador Guzmán y Villoria, se hubiesen apoderado: con este incidente, y la derrota del Bruch habían tenido que abandonarla con tal precipitación, que se les persiguió en su desastrosa retirada. Noticioso Palafox de que venía una porción de tropa del regimiento de Extremadura, expidió oficios a las justicias de Bujaraloz, Peñalba, Villafranca, Fraga, Candasnos y Osera, para que los auxiliasen y activasen su marcha, pues de cada día era mas necesaria.

El ejército francés introducido en la península era de cien mil hombres dividido en cinco cuerpos casi de igual número, a saber: el de Junot en Lisboa, que se podía considerar como aislado por lo largo y difícil de las comunicaciones; el de Duhesme en Cataluña que sólo la podía tener segura con Francia; el de Dupont destinado a ocupar las Andalucías, dejando tras sí una línea tan larga como débil; el situado en la corte a las órdenes de Murat; y el quinto que servía para sostener la comunicación desde Madrid a Bayona. De éste salió para Aragón, establecido a la izquierda de la línea, el que debía ocupar a Zaragoza, y la topografía indicaba bien el punto único de ataque. El río Ebro atraviesa de N. O. a S. E. el reino de Aragón. Lo más elevado de los montes Pirineos lo terminan al N., y vienen degradándose y vertiendo sus aguas con mucha rapidez y en corta extensión hasta el expresado río: por lo que éste baña el pie de los montes, sin que entre ellos ni sus aguas queden valles espaciosos hasta llegar a Juslibol, lugar media legua al N. O. de Zaragoza. Al O. de Aragón están las sierras que lo separan de Castilla, y vierten sus aguas en el Ebro, a cuyas margenes dejan valles y llanuras que corren desde Tudela, en donde tienen dos leguas de extensión, estrechándose hacia Gallur, y dilatándose hasta Zaragoza. La división francesa mandada por el general Lefebvre destinada contra Aragón, era de cuatro mil hombres entre infantería y caballería, siendo la última proporcionalmente más numerosa y armada de lanzas. También traían alguna artillería, y toda la infantería era de línea, o sabía maniobrar como tal. Este ejército, cuyo objeto era entrar pronto en la capital, y al que sólo podía oponérsele una infantería ligera formada ocho días antes, no podía dudar en escoger para teatro de la guerra la margen derecha del Ebro. Esta línea de operaciones era la más corta para llegar a Zaragoza; les proporcionaba caminos cómodos, un canal navegable, abundancia de subsistencias, llevar el flanco izquierdo cubierto, y sobre todo unas llanuras en las que su ejército, por la clase de tropas que lo formaban, adquiría sobre el nuestro una superioridad conocida.

El marqués de Lazán, luego que recibió por los barcos cuatro cañones, mil fusiles, y una porción de cartuchos, trató de pasar a Tudela, y comenzó a tomar sus medidas. Como no tenía datos fijos del terreno que ocupaban los franceses, pues unos aseguraban estar en Milagro, otros sostenían no habían entrado en Logroño, estaba irresoluto, y más viéndose al frente de una fuerza insubordinada, que no cesaba de disparar tiros, y conmoverse a la menor alarma. En el Bocal detuvieron a un correo de gabinete que venía de Bayona con pliegos que dirigía Napoleón, el cual para comprometer la opinión de las personas más autorizadas, estrechó a los reunidos en Bayona para que excitasen a las autoridades y habitantes a desistir de su empeño. Con este fin dirigió un impreso, que aunque llegó por otros conductos a varias personas, no circuló porque conocieron era muy triste recurso para amortiguar el entusiasmo y espíritu público.

«A LOS HABITANTES DE LA CIUDAD DE ZARAGOZA, Y A TODOS LOS DEMÁS DEL REINO DE ARAGÓN. Los grandes de España, los ministros de varios consejos, y demás personas que se hallan ya en Bayona con destino casi todos a componer la Junta de Notables, que ha de tenerse el 15 del corriente, reunidos en el palacio llamado del Gobierno de la misma ciudad, en virtud de orden de S. M. I. y R. el Emperador de los franceses y Rey de Italia: les manifiestan que con mucho dolor suyo han llegado a entender que algunos moradores de la mencionada ciudad de Zaragoza, mal aconsejados, y desconociendo su propio bien, han sacudido el yugo de la sumisión a las autoridades constituidas, han arrestado al capitán general, quieren formar compañías de soldados, y se han puesto en estado de insurrección, sin que hayan explicado en un edicto que se ha visto publicado por ellos, cual sea el objeto que se proponen a favor de su patria, justamente en el mismo punto en que va a tratarse, bajo la ilustrada y poderosa protección del Emperador, de establecer sólidas bases para la felicidad de toda la España. Saben que el Lugarteniente general del reino ha determinado se nombre otro capitán general para el de Aragón, y hace marchar a él algunas tropas, y que el Emperador de los franceses ha dispuesto se junten otros varios cuerpos en puntos convenientes, y en donde estén prontos a dirigirse a Zaragoza con el fin de disipar las gentes reunidas, y obrar contra ellas si insistiesen en la insubordinación. En estas circunstancias, movidos del amor patriótico que les estimula, y hace desear sobre todo lo que hay en el mundo la paz, la independencia, el bien y la prosperidad de la nación entera, y animados de los mismos sentimientos de humanidad y beneficencia de S. M. el Emperador, se creen obligados a exponer a los habitantes de Aragón que, si persisten en la conducta que han abrazado de separarse del partido que se ve adoptan las demás provincias, y todas las autoridades constituidas, acarrean a su país y a todo el reino de España males incalculables, sin esperanza de efectos favorables; y no pueden menos de exhortarles a que, abandonando los proyectos que han formado, vuelvan a entrar en sus deberes, recobren su tranquilidad, se sometan a las legitimas autoridades, y contribuyan a la regeneración de la España, cumpliendo con la orden que les está comunicada de enviar como las demás provincias a la asamblea de Bayona diputados, que con conocimiento de sus males y necesidades, procuren el remedio de ellas, aprovechando la oportunidad que les presentan las benéficas intenciones y sabias miras del gran Napoleón. En Bayona a 4 de junio de 1808.= Siguen las firmas de los veinte y siete que se habían reunido en Bayona.»

En este estado, suponiendo podía ocurrir alguna sorpresa, estrechaba el marqués a su hermano le remitiese otros cuatro cañones para la tropa que pensaba destacar hacia Tarazona, más fusiles y cartuchos, expresando concurrían a unírsele de todos los pueblos pidiendo armas, las que faltaban, a pesar de haber distribuido los mil y quinientos fusiles que recibió para dirigir a Logroño, y que esperaba por momentos la llegada de los fusileros y de las tropas de don José Obispo. A lo que se disponía el marqués a pasar a Tudela, llegó un diputado de la Junta avisándole que los franceses en número de unos quinientos estaban apostados a una legua en el camino de Pamplona, y que una descubierta de treinta y cinco hombres se había aproximado bastante, a pesar del fuego que les habían hecho algunos paisanos emboscados; que por el camino de Alfaro venía otra división de infantería y caballería francesa con ocho piezas de artillería; que los alistados de los pueblos habían acudido a Tudela, pero que en aquella ciudad no había sino mil y quinientos fusiles, y muy pocas municiones.

El día 8 llegó al Bocal don José Obispo con trescientos hombres, y el 10 por la tarde reunidos los dos tercios, partieron al punto de Pinseque, distante media legua del Bocal; pero una alarma falsa promovió el desorden en términos, que el marqués tuvo que publicar un bando para contenerlos. Cortado el puente de Tudela, los franceses tuvieron que hacer un pequeño rodeo. Luego que llegó don José Obispo con sus compañías y la gente que le agregó el marqués, aunque desarmada, las formó en la plaza de toros, y observó que el comandante don Francisco Milagro hacía ya fuego a los enemigos desde el castillo, y que algunos pocos guardias ejecutaban lo mismo desde el convento de Capuchinos. La diputación estaba reunida conferenciando sobre el pliego que le había dirigido el general francés. En semejante premura el marqués de Lazán y el marqués de Ugarte que acababan de entrar en Tudela tuvieron que retirarse: y para ganar algún tiempo, Obispo con algunos soldados ocupó un cerrillo llamado de santa Bárbara, al oriente de la ciudad, donde con la pólvora y balines que algunos vecinos le proporcionaron (pues ora fuese por la premura, ora por otro incidente, no se pudieron surtir de pólvora ni de fusiles, a pesar de que se les habían remitido más de tres mil, y cuarenta mil cartuchos) sostuvo el fuego por más de una hora contra una descubierta de caballería, en la que perdió cinco hombres, y quedó herido Francisco Obón, que se abalanzó a lidiar con el enemigo, y logró ocuparle una banderola, que presentó en Zaragoza al general Palafox. Los españoles dispararon algunos cañonazos a que contestaron los franceses; pero como estaban aislados y escasos de municiones, clavaron la artillería que tenían, y se retiraron los que pudieron. Puesta bandera blanca capituló la ciudad, y desarmaron a la tropa y paisanos. En seguida fue un comisionado de los franceses a Mallén, mandando tuviesen víveres para ocho mil hombres, y forraje para dos mil y doscientos caballos. Con esta noticia fijó el marqués su cuartel general en Alagón, y trató de coordinar su gente, que se aumentó con los dispersos del batallón de voluntarios de Tarragona que iban desapareciendo de Pamplona. La única tropa con que podía contarse eran los fusileros, compañías de Obispo y dragones.

Historia de los dos sitios de Zaragoza
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