CAPÍTULO XIV.
Sucesos ocurridos en el recinto de santa Engracia.—Continúan sus trabajos los minadores por este punto y el de la plaza de la Magdalena.—Los sitiados contraminan pero con mal éxito.
No habemos hablado con individualidad de lo ocurrido en el ataque del centro desde el cuatro hasta el nueve, en que acabamos de referir los sucesos del de la derecha, y arrabales de la otra parte del Ebro. El enemigo en estos días corrió en galería algunas de las bodegas del hospital con el fin de volar un trozo del convento de san Francisco para ocuparlo. Los defensores, que observaron sus trabajos, les contraminaron y persiguieron tenazmente con granadas de mano, cuyas explosiones no sólo les hacían un daño espantoso, sino que el humo apagaba las luces y les impedía continuar las obras, a cuya vista tuviecon que variar de plan y dirigiéndose por más arriba contra unos edificios pequeños aislados llamados la Casa Santa, que volaron el 6 dando fuego a los hornillos que al efecto tenían prevenidos. Esta gestión tuvo el efecto de salvar por debajo de tierra la cortadura y parapeto existente en el Paso de las Cabras, en donde había colocado un cañón que les incomodaba sobremanera. Viendo, aunque tarde, lo perjudicial de esta ventaja, los patriotas saliendo por el referido Paso acometieron a los que asomaron sobre las ruinas, y comenzó un choque denodado aunque parcial, por lo que continuó bastante rato el tiroteo. Los presbíteros Sas y Lacasa al frente de sus escopeteros y con algunos militares fueron los que, bajo la anuencia y dirección del comandante Renovales, tuvieron el arrojo de salir al encuentro a los que sólo hacían progresos por medio de la guerra subterránea. Como la Casa Santa existía a la izquierda del enemigo, y nuestros defensores ocupaban todavía la del canal que estaba en la misma dirección y al fin de la calle trasversal que iba hacia san Diego, conociendo era un obstáculo para alojarse en aquel sitio, que estaba al descubierto. y dominado por aquella manzana, les fue preciso atacarla seriamente; y por último volar la del canal, en donde perecieron algunos valientes. Renovales había inspirado tal entusiasmo a todos los que guarnecían aquella línea, y tomaba sus disposiciones con tal acierto, que daba mucha grima a los franceses. Esto, unido al empeño con que los defensores del jardín botánico no les permitían explayarse a su derecha, los desesperaba extraordinariamente.
Volvamos al día en que el furioso bombardeo, unido a los continuos encuentros suscitados en los ataques de derecha y centro, tenía convertida la ciudad en una morada infernal, pues no ofrecía donde quiera sino escenas horrorosas y sangrientas. Por el lado de San Agustín habían avanzado bastante, aunque con mucho trabajo, y por el otro de la Puerta Quemada en la noche del 8 al 9 adelantaron hasta la extremidad de la plazuela de San Miguel, en donde colocaron un cañón de a doce. En el mismo día 9 tomaron después de una gran resistencia cuatro casas entre la calle del Coso y la de la Quemada, y con iguales dificultades y perdiendo bastante gente se situaron en la calle de Barrio verde, la cual presentaba con el fuego que habían dado a varios edificios un aspecto terrible.
Dueño el enemigo de la porción de casas paralela al edificio de la ciudad, comenzó el trabajo de minas para volarlo, y en el ataque del centro aplicó el minador por debajo de la calle de Santa Engracia para formar un hornillo que derruyese el edificio extenso de San Francisco. Principió también dos galerías para ocupar el hospital, no obstante de que no era ya sino una montaña de escombros; y observando que nuestros minadores llevaban la misma dirección e inquietaban sus trabajos, se apresuró a cargar los hornillos con mil quinientas libras de pólvora cada uno, que cebaron inmediatamente. No asaltaron por entonces el convento porque la brecha no era practicable, pero habiendo producido su efecto las dos dirigidas contra el hospital, se apoderaron de las dos terceras partes de aquel edificio. El 10 cargaron con tres mil libras de pólvora el hornillo, y con ochocientas cada uno de los dos que habían puesto en una casa inmediata al convento; luego aparentaron un ataque para atraer a los defensores, y comenzó el tiroteo. A las tres de la tarde ocurrió la horrorosa explosión de una gran parte del convento de San Francisco por la entrada de la portería y claustro bajo, y fueron sepultados entre aquellas ruinas muchos padres de familia, a quienes los alcaldes de barrio presentaron para hacer las guardias y defender aquel punto. ¡Víctimas heroicas, recibid el homenaje debido a vuestro acendrado patriotismo! Apenas calmó el sacudimiento, cuando los franceses pasaron al abrigo de una traversa no destruida, y cayeron sobre el convento, en el que se atacaron y persiguieron a la vez sitiados y sitiadores sin más plan que el de desfogar su coraje obrando casual y arbitrariamente. Por el pronto el cañón que había en el Arco de Cineja no dejó de incomodar algún tanto al enemigo, pero este internado discurría por el convento, y como seguía la lucha crecieron los temores, y creyendo iban a extenderse al toque de generala, formó la caballería en el Coso y plaza del Mercado, únicos sitios en donde podía maniobrar, y al anochecer regresaron a sus cuarteles. Estos sucesos los refiere el general Rogniat con la mayor viveza.
«En el ataque del centro, dice, se batieron con encarnizamiento. Disputábamos con el enemigo las barracas que había a la derecha de las ruinas del hospital. Dos veces volamos una gran casa blanca que se extendía hasta el Coso; dos veces la atacamos sin suceso, y sólo en el tercer asalto fue cuando nos apoderamos de sus escombros. Se peleaba en medio de las llamas y de una lluvia de metralla que vomitaban las piezas colocadas en las desembocaduras de las calles que están a la otra parte del Coso. Se arrojaban granadas de mano, se hacían rodar granadas y bombas, y se disputaban al mismo tiempo todos los pisos con igual furor. La exaltada resistencia que se experimentaba en este género de guerra, dependía mucho del extraordinario entusiasmo del oficial enemigo que estaba a la cabeza, Era indispensable muchas veces matar a estos obstinados para vencerlos.
»Mientras tanto el minador aprovechándose de los sótanos del hospital para atravesar la calle de Santa Engracia, había encontrado por último el medio de conducir una galería hasta cerca de San Francisco: ya pasaba al minador enemigo, que venía a su reencuentro para descubrir su trabajo, cuando el mayor Breville, que dirigió constantemente las minas con mucho acierto, mandó cargar con prontitud el hornillo con tres mil libras de pólvora. Se dio fuego después de atraer muchos españoles a la esfera de la actividad del hornillo con señales de atacar a viva fuerza. La explosión fue terrible, y levantó una parte del edificio. Los zapadores, dirigidos por Valazéi jefe del batallón de ingenieros, y el regimiento 115 conducido por su valiente coronel Dupéroux, salieron repentinamente del hospital, pasaron la calle de Santa Engracia protegidos de una traversa que había abandonado el enemiga; entraron en este inmenso convento, persiguieron vivamente a los españoles a la bayoneta, y se apoderaron luego de todo el edificio. Volvieron por la noche los enemigos a quitarnos esta interesante conquista; se apoderaron del campanario de la iglesia, e hicieron agujeros en la bóveda, por los que nos arrojaban granadas que nos obligaron a abandonar la iglesia; pero la ocupamos al día siguiente. Esta operación nos costó cincuenta hombres: las inmediaciones de la explosión estaban espantosas; se hallaban sembradas de miembros despedazados. Supimos después que había sido volada una compañía entera del regimiento de Valencia. Tuvimos que sentir la pérdida de los capitanes de ingenieros Viervaux y Jencesse, oficiales de mocho mérito.»
Efectivamente la escena que presentaban las ruinas y todo aquel distrito era formidable: cuerpos mutilados, miembros esparcidos acá y acullá, rastros de sangre, pertrechos militares, balas, cascos de bombas, sacas y tablones, fuego, humo, clamores, tiroteo, alarmas, y en fin do quiera todos los objetos de la mas funesta y tremenda desolación. No habiendo podido apoderarse el enemigo de una casa inmediata al convento, preparó una mina para volarla, y entabló por la espalda todas sus comunicaciones. El conflicto de cada día era mayor, y a pesar de la constancia sin igual que mostraban todos los habitantes y defensores, comenzamos a conocer que nuestra situación era muy crítica. Para reanimar los ánimos, publicó el general en jefe la proclama siguiente:
«La patria os llama, hijos de Zaragoza: no irritemos el auxilio divino de nuestra santísima patrona y madre, su santo templo peligra, vuestras vidas apreciables, vuestros hogares, mujeres e hijos penden de vuestro valor y esfuerzo, ¿cuál es nuestra obligación? ¿cuáles nuestros deberes? ¿dejarnos arrancar de nuestras manos lo más precioso de nuestra existencia por escuchar la más disimulada intriga que nos incita a la cobardía, o resolvernos a defender nuestras propiedades? Reflexionad, Zaragozanos, volved en vosotros mismos, no consultéis con nadie sino con vuestro mismo corazón y obligaciones. Si queréis, no necesitáis auxilio alguno para vencer a tan poquísimos enemigos como nos sitian, subid a las torres, tended la vista con .vuestros anteojos, mirad que es vergüenza estemos oprimidos por tan pocos, conoced el engaño, sed verdaderos hijos del Pilar. Si creéis que en mí no hay energía para sostener el alto encargo que habéis fiado a mi cuidado, desechad ese error; sabed que soy benigno con vosotros porque os amo, y creed que en mí hay constancia, y que sólo el ser hijo de Zaragoza anima y enciende mi valor hasta el extremo de que os juro que jamás seré esclavo, y que no serviré a otro rey que a mi legítimo Fernando VII y a mi patria. Con este conocimiento vosotros me arrancasteis de mi retiro para defender la ciudad y el reino; acepté muy gustoso tan pesada carga confiado en vuestro valor; si ahora me dejáis en la ocasión más crítica, os ha de abominar el mundo, que sabe que nada he omitido, ni omitiré para conservar la libertad de la ciudad, y de vuestras familias, dignas de mejor suerte que la que os prepara la seducción con la timidez y cobardía; y estad seguros que el valor se necesita para que se aproximen nuestros socorros, cuando estos lleguen: debemos ayudarnos, debemos hacer un esfuerzo vigoroso para auxiliarles, pues si nos ven quietos, la intriga del enemigo podrá hacerles creer vuestra timidez, y de este modo burlar vuestro buen celo, y perdernos. El que sea patricio, el que sea buen español preséntese con su arma, el soldado a sus puntos, el paisano a los puestos señalados, como lo acreditasteis en el sitio pasado; y pues sois valientes, en un momento, en pocos instantes serán confundidos los enemigos, destruida su intriga, acreditado vuestro valor, cumplido el voto del aragonés al santo templo del Pilar (voto que no debe profanarse con la timidez), y libre la ciudad de la esclavitud vergonzosa en que la ponen algunos enemigos domésticos, que Dios mismo descubrirá para su castigo, como ha hecho ya con otros. Bien sé, trabajarán aun con vosotros, y que oiréis voces de timidez, las mismas que os hacen abandonar a cada instante escandalosamente vuestros puestos; pero el que no se presente a: la defensa de la patria será indigno de ella, y con razón merecerá todo menosprecio, no le miraré como a hijo de Zaragoza, y estoy seguro que María Santísima del Pilar no amparará ni le hará acreedor o los beneficios que nos preparan nuestros hermanos les Americanos era las cuantiosas sumas que ofrecen para reparar las pérdidas públicas y particulares de esta ciudad (objeto de la universal atención ), y que llevará en su frente el distintivo de ser despreciable a los ojos de. Dios y de los hombres. Cuartel general de Zaragoza 10 de febrero de 1809.=Palafox.»
El anuncio de los socorros era el único medio capaz de sostener un vigor agobiado a más no poder con el peso de tan enormes desgracias.
No fueron tan felices en el ataque que dieron el día 10 al jardín botánico, pues los defensores de este punto auxiliados del coronel don Manuel de Leyva y don José del Rey con la tropa y paisanos de su mando consiguieron rechazarlos como en los anteriores. Posesionados los franceses de los conventos de San Francisco, San Diego y de las casas de Sástago y Fuentes, que ocupan un terreno muy dilatado, se entrometieron y difundieron hasta enlazarse con los que dominaban el convento de Santa Rosa y todo aquel distrito. El coronel don Manuel de Leyva y de Eguiarreta, a quien el día 5 se encargaron las baterías sitas a las inmediaciones del convento de San Francisco, fue nombrado el 11 comandante de la primera línea del Coso que corría desde la Morería cerrada inmediata a San Francisco hasta el convento de religiosas de Santa Fe, El 15 había abierta una brecha en el indicado punto,y a seguida abrió el enemigo otra en el noviciado de San Francisco, y dos más en el jardín y casa de Sástago que se tenían que defender a la bayoneta, y subsistieron hasta la rendición de la plaza, sin que lograsen internarse por ellas, ni menos tomar la batería puesta a la esquina de la calle subida del Trenque, y las que para en el caso de ser asaltada se habían construido en la segunda línea a la entrada de la calle de la Albardería y la plazuela de las Estrévedes.
Después de muchos debates, los patriotas consideraron no podían sostenerse por más tiempo en la casa de la esquina de la bajada de Olleta que habían defendido con un empeño extraordinario, y la abandonaron incendiándola, operación que ejecutaban con algunas, pero que no producía efecto por no abundar de maderas. La casualidad de haber dejado en la confusión y azoramiento una puerta sin tabicar, proporcionó al enemigo el apoderarse de la última manzana de casas inmediata a la Puerta del Sol. Con esta ventaja creyendo estaban en disposición de jugar los hornillos preparados para volar el edificio de la Universidad, los cargaron con quinientas libras de pólvora cada uno, y dispusieron dos columnas para asaltar luego que ocurriese la explosión. Ésta quedó sin efecto, porque hicieron cortos los ramales, y sólo conmovieron un trozo de la calle; pero como a seguida salió la tropa a atacar, creyendo abierta brecha, comenzó un gran fuego, que dejó yertos más de ochenta polacos de las compañías que obcecadas avanzaron por su izquierda; y a no contenerse los restantes, su pérdida hubiese sido mucho mayor.
Seguían las voladuras y choques en el centro, y a costa de algunas pérdidas ganaron dos capillas que había en el fondo de la iglesia a su izquierda debajo del coro, con lo que lograron internarse en las casas contiguas. También se apoderaron de la de San Diego allí inmediata, y consiguieron por fin establecerse con seguridad en la de San Francisco y en la torre, que era como una atalaya, desde la cual enfilaban repetidos tiros sobre la población. El parte que dio el coronel del primer batallón de voluntarios tiradores de Murcia, comandante de aquel punto, decía lo siguiente:
«Línea de San Francisco a Santa Fe— El comandante de la misma da parte al excelentísimo señor capitán general de haberle entregado ayer los expresados puntos el coronel don Benito Piedrafita, consiguiente a la superior orden de V. E. Anoche a cosa de las nueve volaron los enemigos una porción del edificio de la capilla de la Sangre de Cristo21 y palacio del Conde de Sástago, contigua a la que habían volado a las tres de la misma tarde, en la que no resultó desgracia alguna. Igualmente media hora después se notó otra pequeña explosión en el mismo sitio sin que hubiese resultado daño. Como este punto, que se halla en la actualidad con cuatro brechas abiertas, por la parte del patio, caballeriza y segundo rellano de la escalera, se hace indispensable se refuerce a lo menos con cincuenta hombres, pues de ser forzado quedaría cortada la avanzada de la huerta de San Diego que poseen los enemigos desde San Francisco, sin otro obstáculo que un tabique y dos puertas tapiadas que en la noche pasada han intentado forzar cuatro veces. Habiéndose notado que los enemigos minan hacia el rellano de la escalera y caballeriza del citado Palacio, llamé al señor ingeniero del punto para que se cerciorase, a quien no ha quedado la menor duda de ello. Cuartel general de Zaragoza 12 de febrero de 1809. Excelentísimo señor.=B. L. M. de V. E.=Manuel de Leyva.»
Alojados los franceses en las casas conquistadas, y viendo frustrada su primer tentativa contra la Universidad, atacaron con el mayor empeño la última casa de la calle de las Arcadas, inmediata a la Puerta del Sol, que era el punto que sostenía la estrada cubierta de los defensores. Al ver la resistencia tan tenaz que les oponían, la volaron, pero en tales términos que vino todo el edificio a tierras, y no teniendo punto de apoyo, no se atrevieron a tomar la estrada a cuerpo descubierto.
Igual o mayor oposición hallaron en este día (y era ya el 12 de febrero) en los ataques que dieron después de estar posesionados de las casas propias del hospital de huérfanos para avanzar a su derecha, por lo que no hicieron sino reparar las comunicaciones y tomar algunas casas a su izquierda. Al mismo tiempo que dispusieron dos ataques de minas contra la Universidad, levantaron un espaldón, llegada la noche, en la calle de Alcover para colocar un cañón de a doce que batiese en brecha el lienzo del Liceo. La resistencia que en este día opusieron los patriotas al enemigo, excitó a Palafox a dar un nuevo testimonio de lo mucho que hacían los paisanos; y para animarlos más, y que no decayese su entusiasmo publicó la proclama siguiente.
«Mis queridos paisanos: ayer llenasteis los deberes de verdaderos hijos de Zaragoza: los que os hallasteis en la Puerta del Sol y plaza de la Magdalena habéis cumplido con las obligaciones de buenos ciudadanos, y os habéis hecho acreedores a mi estimación, y a recibir el premio de vuestro valor y patriotismo. Justo es pues, que os señale a todos el escudo de distinción, y que tengáis abierta la puerta para pedirme las gracias que necesitéis para el alivio de vuestras mujeres, hijos y familias: esta nueva prueba que os doy de lo apreciable que me son vuestros sudores, debe servir para animar a vuestros conciudadanos, y hacer dispertar a aquellos a quienes la traición y la perfidia han sumergido en un profundo sueño. Ved ahora el momento más feliz para salir del estado de opresión en que os halláis: habéis visto el movimiento que ha hecho hoy el enemigo: sin duda noticioso de nuestros refuerzos corre presuroso a su encuentro: ¡cuán debido es ayudar a nuestros hermanos, y cuan fácil nos es, habiendo dejado tan pocas fuerzas sobre su línea, apoderarnos de su artillería, deshacer sus obras, y salir del estado de apatía en que nos hallamos! Al toque de campana nos reuniremos, aprovechando los mejores momentos del día para conseguir nuestra empresa, y estad confiados que si os reunís muchos, la Virgen del Pilar nuestra patrona nos dará toda buena suerte y felicidad. Cuartel general de Zaragoza 13 de febrero de 1809.=Palafox.»
Consiguiente al anuncio, amanecieron el día 14 en la Torre Nueva unos telégrafos con los que hicieron varias operaciones indicando había alguna inteligencia; y aunque los paisanos habían visto que la primera vez quedaron desvanecidas sus esperanzas, a pesar de esto, los vivos deseos de sacudir un peso tan enorme les hizo concurrir armados, para practicar la salida. Esparcidos por los arrabales, permanecieron todo el día esperando la señal, y por último tuvieron que retirarse para reproducir al inmediato esta misma escena. Aunque el modo de dar estas disposiciones inducía a presumir que el principal objeto era sostener la ilusión, sin embargo había motivos de creer que el marqués de Lazán y su hermano don Francisco, que no sosegaban para proporcionar auxilios, tenían algunas tropas por las inmediaciones de Pina, distante unas seis horas de Zaragoza: pero sin duda no las consideraron suficientes para precisar a los franceses, que ocupaban una porción de la ciudad, a que abandonasen el sitio.
Interesando sobremanera al enemigo tomar por la espalda la estrada cubierta de nuestros defensores apoyada en el Coso, abrió por la noche una mina para llegar a la calle de las Arcadas, y establecerse en la acera de la puerta del Sol. Perfeccionada la obra, el catorce al medio día cebaron los hornillos, y abierta brecha atacaron denodadamente. La calle no es ancha, y les hicieron un fuego tan vivo y sostenido desde el camino cubierto mientras el asalto, que quedaron muchos cadáveres por todo aquel distrito. A vista de esto, tuvieron que formar otro camino con sacos a tierra para libertarse, y tener expedita la comunicación de una acera a la otra. Internados quisieron penetrar hacia la puerta del Sol, pero la resistencia que hallaron les hizo variar de plan, y extenderse por algunas casas de la acera que va hacia el convento de San Agustín. Los defensores, cerciorados de estos progresos, y conociendo podían procurarse una salida a la calle de las Tenerías, formaron varias cuadrillas, y a las cuatro de la tarde comenzaron un vigoroso ataque que esparció el desorden y la consternación; pues fatigados los franceses después de tres o cuatro horas de fuego, se vieron perseguidos con la bayoneta al pecho, y tuvieron que abandonar su conquista. En estos encuentros se distinguió el comandante del punto de la Universidad don Manuel Viana, capitán del regimiento de caballería de Numancia. Lo sensible era que los patriotas no procuraban conservar tales ventajas. Por esta razón llegada la noche volvieron los franceses a recobrar las casas que habían perdido: bien que no pudieron lograr lo que principalmente deseaban, que era posesionarse del edificio interesante del ángulo izquierdo de la calle de las Arcadas, para ocupar la entrada que les imposibilitaba atacar a su tiempo el edificio de la Universidad.
En el ataque del centro consiguieron tomar algunas casas de las manzanas que terminaban hacia la calle del Coso, aunque muchas no eran sino montones de escombros, porque los defensores las defendían hasta el último apuro, y sólo las abandonaban después de darlas fuego. Sin embargo, llegaron hasta la casa o palacio del conde de Aranda que tenía dos torreones y que por su extensión servía a los sitiados como de ciudadela. Los patriotas seguían contraminando y haciendo más de lo que podía y debía esperarse de su pericia en esta especie de trabajo. Lo cierto es que los minadores franceses intentaron muchas veces cruzar la calle que los separaba de la casa de Aranda para abrir brecha, y siempre les destruyeron su proyecto. Observando el enemigo que estaban próximos a descubrir una de las dos galerías que atravesaban el Coso, cargó los hornillos precipitadamente, y habiéndoles dado fuego, la explosión derribó una casa de la acera opuesta, que era la de Goicoechea inmediata a la de Tarazona, y sepultó en sus escombros a algunos defensores: la otra la descubrieron nuestros minadores, y después de batirse en la galería, la desbarataron los franceses. Alojados estos en las casas arruinadas que había delante del convento de San Francisco, destruyeron con las minas las contiguas a la izquierda del convento con el fin de aislarse para no tener que temer las vueltas ofensivas con que los molestábamos, por cuanto tenían poca tropa disponible para la conservación y ataque de ellas, y resolvieron no extenderse mas por la izquierda.