EXPOSICIÓN PRELIMINAR
Apenas principió a desplegarse el entusiasmo aragonés, preví que iban a ocurrir sucesos de gran nombradía. Formé, pues, el plan de acopiar materiales, y me dediqué a inquirir y anotar para ir bosquejando el cuadro que tengo la satisfacción de presentar a mis compatriotas.
Hubo ocasiones, especialmente cuando la epidemia arrebataba a centenares las víctimas, en que creí ver frustrado mi proyecto, y destruidos los cimientos sobre que debería alzarse este grande edificio; pero el Cielo me preservó felizmente en medio de los mayores peligros; y luego que sucumbió Zaragoza, tuve que sepultar mis apuntes, y cuantos documentos había reunido.
No era fácil calcular el término que tendría la invasión; pero se sostenía la esperanza viendo ya empeñada en la lucha a casi toda la Europa. Con este presentimiento, dedicaba muchas noches a este trabajo, extrayendo los papeles de un sitio muy reservado en que los custodiaba, por evitar un compromiso.
Llegó por fin el dichoso día en que, deshecho el poder colosal de Bonaparte, vimos rayar la aurora de la libertad en nuestro horizonte, y entonces continué mis tareas con más desahogo y asiduidad. Adquirí nuevos escritos y documentos; noticias circunstanciadas de personas de carácter, que estaban orientadas de muchos pormenores; rectifiqué algunos hechos; consulté diferentes pasajes; y acumulé tantos datos, que tuve que variar el plan, y comencé a escribir de nuevo.
Esta obra podía haber salido a luz hace algunos años; y aunque desde un principio me propuse hablar con la debida circunspección, y evitar extremos, sin embargo, conociendo cuan mal se aúna la imparcialidad con as pasiones, y que sólo el tiempo desvanece los prestigios y fija las ideas, adopté el precepto de Horacio. Así es que he vuelto a examinarla una y dos veces, para darle la última mano; y aun así creo que no carece de defectos.
Sé muy bien que si hubiera podido publicarse cuando la admiración estaba en su auge, hubiese tenido mejor acogida; pero si se reflexiona en que una historia de esta clase no sólo debe escribirse para satisfacer los deseos de los contemporáneos, sino para los siglos venideros, y que sirva de modelo y estímulo a todas las naciones que quieran conservar su independencia, se conocerá que para formarla con delicadeza y exactitud debía invertirse mucho tiempo.
Los sitios de Zaragoza formarán época por su singularidad y resultados; y hasta ahora sólo se han publicado producciones que, aunque apreciables, distan mucho del completo que se necesita para formar una idea cual corresponde de tamaños acontecimientos.
Esta historia abraza en sus dos partes cuanto puede apetecerse, pues se ha tenido presente todo lo que se impreso dentro y fuera de España, diferentes memorias inéditas, y más de veinte relaciones de militares y personas que presenciaron los sucesos.
La primera parte comprende lo ocurrido en la capital y pueblos de Aragón desde el 24 de mayo hasta el 31 de agosto de 1808. La segunda, lo que sucedió desde 1 de septiembre hasta 21 de febrero de 1809. En ellas se describe con la debida separación la parte militar de la política; se incluyen en sus respectivos sitios algunos manifiestos, proclamas y noticias oficiales, suprimiendo en aquellos lo reglamentario; y se ha preferido esto a ponerlos por notas, como se ha ejecutado con otros, porque contribuyen a hacer más interesante y variada la lectura. Efectivamente, algunas proclamas y manifiestos están escritos con elegancia y valentía. El de 31 de mayo llamó tanto la atención del invasor, que envió mediadores para que contuviesen aquel torrente, que conoció podía comprometerle. Otras son de distinto género, dirigidas a sostener la exaltación, a conciliar la divergencia de opiniones entre militares y paisanos, a excitar la generosidad en los grandes apuros, y también para sostener las esperanzas y contener los desórdenes.
Penetrado de que el historiador debe ceñirse a referir los hechos con decoro y verdad, sólo doy aquellos toques indispensables para que el conocedor pueda hacer sus observaciones. Designo a los jefes de los puntos, y que dirigieron los ataques; y de entre las diferentes acciones particulares que ocurrieron, refiero aquellas más distinguidas y generalizadas.
Para la indispensable inteligencia de la narración, se ha grabado en cobre, y en medio pliego de marca mayor, un plano comprensivo de la ciudad, sus arrabales, cercanías, obras ofensivas y defensivas, puntos de minas y asaltos, y del terreno que iban conquistando los sitiadores después de haber entrado en la población; y otro particular de las brechas abiertas en el segundo sitio, y del terreno en que se hizo la más obstinada defensa.
Al fin del segundo tomo he puesto un resumen de la resistencia que en los siglos XVI, XVII y XVIII hicieron varias plazas fuertes, comparando aquellos acontecimientos con los de ambos sitios, y además un parangón entre el primero y segundo, en el que se hallan noticias muy útiles y curiosas para los que se dedican al arte de la guerra.
El suplemento contendrá varias adiciones y documentos apreciables, estados de los militares de graduación que ha podido averiguarse contribuyeron a la defensa, de algunos de entre los muchos que perecieron en la jornada de Alagón, de las compañías que capitaneó el presbítero don Santiago Sas, de los que agració Palafox con el escudo de distinción, de los que desempeñaron el pesado cargo de alcalde de barrio, y de los donativos que se hicieron para sostener la empresa. En fin, nada se ha omitido para hacerla amena e instructiva; y me lisonjeo se percibirá el ímprobo trabajo que me he tomado para reunir y coordinar tantas noticias.
No teniendo todavía la historia general de la guerra peninsular, que tanta falta hace, suplirá la de uno de los sucesos más notables de aquella época; y a lo menos no se criticará tanto nuestra apatía, temiendo dé lugar «a que se pierdan en el olvido mil proezas, y mil distinguidos nombres que figurarían con mucho honor en la historia moderna, y serían otros tantos modelos de imitación en lo porvenir a nuestros hijos y descendientes.»1 También podrá servir para que algunos escritores extranjeros nos hagan justicia, y no traten de rebajarnos el mérito contraído.
Es muy difícil arribar a la perfección en esta materia; sin embargo, el informe oficial que ha dado al Rey nuestro señor la real academia de la Historia, manifestando estaba escrita con exactitud, juicio e imparcialidad, y que debía promoverse su publicación, por lo recomendable del objeto y su singular mérito, tranquiliza mi desconfianza, y me hace esperanzar se dispensarán las faltas en que haya incurrido. A pesar de ellas, confío en que por lo sublime del asunto, la posteridad, justa y reconocida, acaso se complacerá en tributar a este monumento su admiración y respeto.