CAPÍTULO VII.
Comienza el bombardeo.—El enemigo toma por asalto el fuerte de San José, y ataca el reducto del Pilar.
Amaneció el día 10 húmedo y nebuloso; y a las seis y media de su mañana comenzaron por la segunda vez los habitantes de Zaragoza a sufrir los horrores del bombardeo. El enemigo desarrolló de un golpe todos los recursos del arte: morteros, obuses y cañones obraban alternativamente. Las ocho baterías destinadas contra el fuerte de San José y reducto del Pilar despedían sobre aquellos puntos bombas, granadas, y bala rasa, que rápidamente desmoronaba las cortinas de frente del edificio y del fortín; y las del reducto; algunas caían sobre la ciudad. Aquel estrépito continuado, que anunciaba la salida del globo destructor, y el cruel momento de su explosión, unido al cadencioso de la artillería de batir, formaba un terrible contraste, y se suscitaba la imagen lúgubre de la mas horrenda desolación. En ambos caían un sin número de granadas que imposibilitaba maniobrar a los defensores, quienes, con un trabajo ímprobo, correspondían con su artillería y fusilería, ejecutando extraordinarias proezas. Los Guardias españolas se colocaron a la derecha en un parapeto hecho a prevención; y una porción de paisanos concurrió por la noche a los trabajos, que realizaron con la mayor penuria: a la izquierda lo ejecutó en igual forma una parte del regimiento de suizos de Aragón, y en el centro, del reducto, se situó el regimiento de cazadores de Valencia, cuya; fusilería sostuvo a los apostados en una zanja que figuraba un semicírculo, a distancia de unas quince toesas. Las bombas las dirigían por las inmediaciones de la puerta Quemada, del Carmen y Santa Engracia, a fin de substraer a los habitantes y aniquilar la tropa, prueba de que aspiraban a ocupar aquellos puntos, y que no, tardarían en atacarlos.
A las doce tenían abierta brecha en el fortín de San José, y derribado todo el frente de la izquierda, en el que había colocadas tres piezas, que continuaron haciendo fuego, a pesar de verse los artilleros a cada paso envueltos en ruinas. Desde la cortina de la derecha apenas dejaban obrar a las baterías enemigas; y nuestros acertados tiros les desmontaron las piezas, y casi arruinaron la mas inmediata, a distancia de treinta toesas. A la una y media descubrió el enemigo la batería número 10, a nuestra derecha, y a, cubierto. de ta que teníamos junto al molino, de aceite, con la que batieron el frente hasta las cuatro de la tarde; y así arruinadas las tres, caras,, continuó; obrando nuestra artillería, a cuerpo descubierto, lo que ocasionó pérdidas, de mucha consideración. Entonces dio orden Renovales para retirarla, esperando recomponer por la noche, sus baterías. A las cinco fue relevada la tropa situada en la derecha por el batallón de voluntarios, de Huesca, la de la izquierda por el primero, de voluntarios de Aragón y parte de los Guardias walonas y suizos, y la del centro por el segundo de voluntarios de Valencia y milicias de Soria. Habiendo cesado el fuego a. las, siete, comenzaron a recomponer, bajo la dirección del capitán de ingenieros, don Manuel Pérez, las baterías; pero a las once y media de la noche comparecieron delante del foso en disposición de asaltar el fuerte. Ya no era más que una montaña de escombros; sin embargo, la heroica guarnición apreció sobre las ruinas; y cuando observó de cerca sus movimientos, dos descargas de fusilería fueron bastantes para contener su primer ímpetu.
No contentos nuestros valientes con haber escarmentado al enemigo, salieron del camino cubierto por la izquierda de San José, y fueron con el mayor arrojo a atacar en medio del silencio nocturno la batería número 1; pero, conocido el movimiento por los franceses, comenzaron a obrar con oportunidad dos piezas de a cuatro situadas a la derecha de la segunda paralela para flanquear la columna; y la metralla que arrojaba les hizo retroceder con menoscabo conocido. El enemigo, sin duda observando que toda la cortina quedaba derruida, y que la guarnición se defendía a pecho descubierto, presumió que ésta, prevalida de la oscuridad, abandonaría el fuerte, o que por lo menos la sorprenderían; pero no bien nuestras descargas esparcieron algunos cadáveres sobre el camino, cuando desistieron, juzgando que era menester emplear mas tropas, y acabar de reducir a polvo y ceniza los restos de aquel edificio. Conociendo imposible la recomposición intentada, retiraron siete piezas de a cuatro y un mortero, dejando tan solo un obús, y dos cañones de dicho calibre.
Las tropas que salieron por el arrabal de la izquierda en la tarde del día 10 sostuvieron algunos encuentros con las guerrillas: se habían dispuesto también dos lanchas o barcos para unos veinte hombres de diez y ocho remos con un violento y dos obuses en cada una, a fin de molestar los trabajos de los sitiadores en su batería nº 14, destinada a impedir el paso por el puente de piedra, y una de ellas salió por la orilla izquierda del río a las órdenes de don Domingo Murcia y Ojeto protegida por los voluntarios de Aragón. Esta escena atrajo muchos espectadores: ya parte veloz y pasa por delante del convento de San Lázaro. Sus intrépidos conductores procuran agacharse para que los franceses se figuren que es algún barco que camina a merced de las aguas. Los habitantes comienzan a interesarse por la suerte de sus compatriotas, El impulso de la corriente la inclina mal su grado hacia la orilla derecha, en donde el enemigo ocupaba una pequeña casa de campo. El comandante Ojeto se propone desalojarlo, y de improviso rompe el fuego y se anuncia como si fuera un buque. Descarga sus piezas a diestra y siniestra, y mientras los franceses salen de la sorpresa, redobla sus tiros. El empeño, aunque arduo, era batir con el cañón la casa; pero una bala de fusil hirió a Ojeto pasándole los muslos. Esta desgracia, su mala posición y el tener que remontar el Ebro, les hizo desistir y retirarse aunque con trabajo, dando una prueba del arrojo y entusiasmo de que nuestros defensores se hallaban poseídos.
Sin cesar el fúnebre bombardeo, desplegaron los franceses al amanecer del 11 todos los furores bélicos contra el fuerte de San José y reducto del Pilar. Las ocho baterías rompieron el fuego de cañones y morteros con una furia inconcebible. ¡Cómo describir la situación de los defensores de ambos puntos! La brecha del 1º estaba practicable; el parapeto o tapia de un frente, arruinado; el convento convertido en escombros. Antes de referir cómo se verificó el asalto, es menester tener presente que el fuerte de San José formaba la figura de un rectángulo, de unas sesenta toesas de longitud por la parte de frente a la campiña, que no estaba flanqueada; las otras caras, de cuarenta toesas cada una, lo eran por el cerco de la ciudad. La garganta estaba defendida por una empalizada, y por el duro repecho del terreno. El foso, abierto a pico por ser la tierra muy cascajosa, tenía diez y ocho pies de profundidad: la contra-escarpa, o declive de la muralla de dentro del foso, estaba rodeada de un camino cubierto, que se prolongaba mas allá de los flancos del fuerte, a lo largo de la hondura que hay a la ribera del río Huerva. El extremo de la explanada estaba erizado con estacas agudas. No sólo teníamos guarnecido este punto con doce piezas de artillería, sino con tropa selecta, porque protegía uno de los mas débiles de la ciudad. El comandante principal era don Mariano de Renovales, y sus segundos el barón de Erruz y don Alberto de Sagastibelza: del ramo de artillería lo era don José Ruiz de Alcalá.
A las dos de la tarde comenzaron los franceses a dirigir contra San José el fuego de las ocho baterías: llovían las bombas y granadas en términos que no había sitio donde poder colocar un centinela. Viendo Renovales que era imposible subsistir, mandó retirar trescientas balas, bombas y granadas que no habían reventado, y hasta las rejas. A las cuatro, hora designada para el ataque, situó el enemigo dos piezas de artillería de campaña a medio tiro de metralla, sostenidas por cuatro compañías de infantería, bajo las órdenes del jefe de batallón Haxo, comandante de ingenieros del ataque de la derecha, para enfilar el ramal izquierdo del camino cubierto, que se extendía a lo largo de la hondura. No pudiendo resistir semejante fuego. Renovales hizo cubrir los parapetos de lo interior del reducto por aquella parte, ya para sostener la retirada de dicha izquierda, ya para cubrir aquel flanco, cuando, abrumados y hostigados los de la derecha con tanta explosión y mortandad, comenzaron su retirada, y luego hicieron lo mismo los del centro. En este instante, el jefe de batallón Stahl, al frente de varias compañías de cazadores, se arrojó desde la segunda paralela sobre el fuerte para dar el asalto; pero su columna quedó varada, por un declive de la muralla de diez y ocho pies: y entre tanto arrimaban escalas para llegar a la brecha, el capitán de ingenieros Daguenet, seguido de algunos minadores y zapadores, y también varías compañías, dio la vuelta al fuerte por la garganta, y divisó un puente de madera que servía de comunicación por debajo del foso para pasar del flanco del fuerte al camino cubierto de la derecha, el cual se omitió cortar al tiempo de la retirada. Lánzase el enemigo sobre él, y entra en el fuerte; ocupa tres piezas, y hace algunos prisioneros: entre tanto, el segundo de Valencia y el primero de Huesca se retiraron como pudieron por el hondo de la Huerva, introduciéndose a duras penas por las tapias de la huerta de Camporreal, y otra porción lo ejecutó por un puente provisional, por haber volado el día anterior una de las dos arcadas del de la Huerva o San José, dirigiéndose al camino cubierto que había desde la torre de Aguilar, y venía a parar a un vago inmediato al molino del aceite. El parte oficial de lo ocurrido en este punto decía así:
«Excelentísimo señor: Tengo el honor de dar a V. E parte de la defensa del reducto de San José, confiarlo a mi mando, que añade nuevos timbres a los muchos que se ha adquirido la nación española, y que manifiesta el heroico entusiasmo con el que defiende su patria y soberano, que con el dolo e infamia ha pretendido esclavizar el tirano de Europa.—Señor: El 9 del corriente manifestaron ya los enemigos tres baterías, una a la izquierda del reducto, a distancia de unas doscientas toesas; y dos al frente, una a distancia de unas treinta, y otra a la de doscientas treinta. Desde luego me persuadí que trataban de batirme en brecha, de lo que di aquel mismo día parte a V. E. En efecto, al amanecer del 10 lo verificaron con un vivísimo fuego de sus tres baterías, montadas con artillería de batir, obuses y morteros. La nuestra les correspondió con el mas acertado fuego, y la fusilería que tenía apostada, una parte compuesta del batallón de reales Guardias españolas, a la derecha, en un parapeto que había mandado hacer con toda precaución; otra parte, compuesta del regimiento de suizos de Aragón, a la izquierda, colocados en los mismos términos; el regimiento de cazadores de Valencia, que formaba el centro del reducto, la que sostenía con el mayor valor, y resistía a la suya, que tenían apostada en una zanja en forma de un semicírculo, a distancia de unas quince toesas.
»A las doce consiguieron el abrirme la brecha, o derribarme del todo el frente de la izquierda, en el que tenía colocadas tres piezas: sin embargo, a pesar de cubrirse a cada paso con las ruinas, seguí haciendo con ellas un fuego tan vivo como acertado: mi frente de la derecha apenas dejaba maniobrar las del frente enemigas, a las que con sus acertados tiros desmontó dos piezas, y medio arruinó la primera, distante treinta toesas; con lo que suspendieron por aquella parte un tanto sus fuegos; y siguieron batiendo toda la cortina izquierda, donde solo el valor de nuestros valientes; artilleros podía maniobrar; a la una y media la tenían ya casi en los mismos términos que la del frente: y colocaron una batería a la derecha, a cubierto de los fuegos de la batería del molino del. aceite, con la que batieron el frente derecho hasta las cuatro de la tardé, a cuya hora estaba ya batido por cuatro baterías, y reducidas a ruinas las mías; con todo, seguía mi artillería sus fuegos a pecho descubierto, con mucha pérdida de gente; por lo que juzgué oportuno mandar retirar hasta poder recomponer con la oscuridad de la noche mi batería; y a las cinco se efectuó, reduciéndome a la fusilería, que fue relevada, la de la derecha por el batallón de voluntarios de Huesca, la de la izquierda, por el primer batallón de voluntarios de Aragón y parte de los reales Guardias walonas. y suizos, y el centro por el segundo regimiento de voluntarios de Valencia y milicias de Soria, cuyos cuerpos con su acostumbrado ardor seguían manifestando al enemigo que eran superiores a los conquistadores de la Italia &c., y que mi guarnición despreciaba sus balas, bombas y granadas, y sabia conservar unas ruinas que la cubrían de gloria.
»A las siete paró el fuego y mandé al señor don Manuel Pérez capitán de ingenieros que con su acreditada pericia recompusiese las baterías, lo que iba verificando, pero a las once y media de la noche se presentó el enemigo en número considerable formado en batalla a unos veinte pasos del foso, que sin duda venía a tomar posesión de las ruinas de San José; mas fueron recibidos con dos descargas de fusilería que los desordenaron, y siguió un vivo fuego graneado hasta las dos de la mañana del día siguiente 11, que vergonzosamente volvieron a cubrirse en sus trincheras. Conociendo ya que era imposible recomponer mis baterías, mandé retirar siete piezas del calibre de a cuatro y un mortero, quedándome con un obús y dos cañones del mismo calibre: al amanecer del 11 rompieron de nuevo el fuego que correspondí con la artillería que me quedaba y fusilería, siguieron derribando las composiciones que con sacos a tierra se habían hecho, y reducido a polvo lo que restaba del edificio sin que quedara un pie de aquel terreno que no estuviera sembrado de balas tanto de fusil como de cañón de todos calibres, y cascos de bombas y granadas. A las dos de la tarde no solo las cuatro baterías destinarlas a batir aquel reducto, sino las que tenían colocadas por la parte de Santa Engracia dirigieron allí sus bombas y granadas, de suerte que no tenía donde colocar un soldado que no estuviera cada minuto rodeado de ellas: en este estado mandé retirar cuantos efectos tenía hasta las rejas que habían venido todas abajo, retiré igualmente unas trescientas balas, bombas y granadas que no habían reventado, sacándolas de entre las ruinas.
»El voraz fuego del enemigo seguía aumentándose, y a las cuatro se presentó una columna de caballería formada en batalla hacia los olivares de la izquierda por la parte de Huerva, y situaron dos cañones a medio tiro de metralla de mi izquierda, la que no pudiendo resistir mas su fuego, se vio precisada a retirarse : mandé entonces cubrir los parapetos de lo interior del reducto por aquella parte, ya por sostener la retirada de dicha izquierda, y ya por cubrir este flanco de dicho reducto: mientras me ocupaba en esta operación me avisaron se notaba algún desorden por mi derecha; acudí allí inmediatamente, y encontré que se retiraban, pues no podía, sin ser del toda sacrificada, resistir por mas tiempo el incesante fuego del enemigo, en cuyo estado mandé que mi centro, que ocupaba el reducto, se retirara con el mayor orden posible, por las bombas, granadas y balas rasas del enemigo, que no permitían, sin perder aquella valiente tropa, sostener mas este punto: con mi retirada dejé al enemigo los escombros del reducto de san José empapados en sangre, esparcidos en ellos brazos, piernas y pedazos de cuerpos; escombros que lo cubren de ignominia; y a sus defensores, a V. E. y a esta invicta ciudad y ejército de gloria. Recomiendo a V. E. a don Diego Pedrosa, comandante del muro de Puerta Quemada, y a don Policarpo Romea, quienes con su celo, actividad y patriotismo me facilitaban a todas horas caldo, presa, hilas, vendas y demás socorro necesarios para los heridos y enfermos que incesantemente conducía de mi punto a los suyos a todas horas; y asimismo lo dispuesto y prevenido que se hallaban para contribuir en defensa de dicho mi punto a cualquiera sorpresa que el enemigo hubiera intentado contra él. También recomiendo los incesantes trabajos, celo y actividad de los aparejadores o sobrestantes don Antonio del Royo, don Miguel Ugalde y don Francisco Ricarte, y los paisanos de la parroquia Joaquín Urcenque, Pascual Serrano, Alberto Borraz, cabo, Mariano Borraz. La pérdida del enemigo en esta acción ha sido de mucha consideración, y me atrevo a asegurar a V.E. que no baja de mil quinientos hombres entre muertos y heridos, siendo la de nuestra parte conforme la relación que ya tengo dada a V. E.
»Aunque no sabemos cómo dignamente ponderar el valor y bizarría con que han lucido en la defensa del reducto de san José todos los cuerpos, jefes, oficiales y subalternos que han sido destinados a tan honrosa y bien correspondida confianza; nos ha parecido digna de glorioso reparo la conducta de su comandante don Mariano de Renovales, el cual, después de haberse granjeado las mas crecidas alabanzas y honras particulares en la anterior defensa de esta ciudad, ha cumplido con los impulsos de su natural esfuerzo, aun mas allá de lo que se debe esperar de cuantos obran excitados del honor militar a vista de los mayores peligros.»
El reducto del Pilar, cabeza de puente, fue en este día objeto de los sitiadores, pues les convenía ocuparlo para adelantar su línea. Esta obra se componía de cuatro lados, y el perpendicular al camino del monte Torrero no estaba flanqueado; su ámbito era de unas cincuenta toesas, y la cortina de la izquierda apoyada en un caserío estaba aspillerada, e igualmente parte de la derecha que daba al terreno elevado por donde discurre el río Huerva. El foso excavado tenía diez pies de profundidad y lo coronaban varias piezas de artillería. Las cuatro baterías que lo enfilaban y batían por todos sus costados no distaban sino cuarenta toesas, y fácil es conocer lo arduo y arriesgado que era el sostenerlo. El primer comandante de este punto era el coronel don Domingo Larripa, y el segundo e1 teniente coronel don Federico Dolz y Espejo: lo guarnecían el segundo batallón de Voluntarios, el de Calatayud, los dependientes del resguardo, y muchos paisanos que concurrieron armados a defenderlo con un entusiasmo inconcebible. Don Marcos Siraonó hacia de jefe ingeniero, y de comandante de la batería don Francisco Betbezé.
El enemigo comenzó a hacer fuego contra este punto a la hora indicada de las seis y media con dos baterías de frente y una por cada costado; para comunicarse entre los dos puntos del ataque formó un puente, y continuó, sin cesar, derramando todo género de proyectiles. Viendo que la batería de brecha por su distancia no producía todo el efecto, entrado el día ( pues de las diez y ocho toesas que abrieron apenas seis eran practicables) difirió el asalto, y dispuso que al tiempo de verificarse el del convento, llamasen por aquella parte nuestra atención. Efectivamente, a las cuatro y media comenzaron un fuego terrible de fusilería, que por el pronto consternó a los defensores, a quienes procuraron rehacer los jefes, conociendo no iban a asaltarlo. A pesar de esto la turbación continuaba, y observando el comandante del puente de santa Engracia don Bartolomé Antonio Amorós que algunos abandonaban el reducto, y lo mismo el comandante de Canfranc don Fernando de Marín, auxiliado de una guardia de respeto que había reunido, con sable en mano les hicieron volver a ocupar sus puestos. El brigadier don Antonio Torres, que desde la línea de la puerta del Carmen conoció el desorden, acudió con refuerzo, y lo mismo hicieron el teniente coronel don Fernando Zapino, comandante y sargento mayor del batallón del Carmen, y el coronel don Joaquín García, con lo que consiguieron restablecer el orden, y que no se apoderasen los franceses de aquel punto. Nuestra pérdida en este día fue de treinta muertos y ochenta heridos. Por la izquierda continuó el enemigo sus trabajos ensanchando sus trincheras y dando más elevación a sus reductos. El comandante del punto dio cuenta de este acontecimiento en esta forma:
«Excelentísimo señor:=Este día once del corriente mes y año deberá hacer época en los fastos de Zaragoza. El enemigo empezó como ayer el fuego de sus cuatro baterías, dos por el frente y otras dos por derecha e izquierda, a las siete de la mañana, y fue contrarrestado por solo la fusilería. Sin embargo del fuego de artillería y fusilería, y tener diez y ocho toesas de brecha abierta o practicables, con todo no pudo nada el enemigo, a pesar de su empeño. Las cosas se hallaban en este estado hasta las cuatro y media de la tarde, cuando, habiéndose multiplicado los enemigos en su línea, principió un fuego espantoso de fusilería, el cual introdujo en los nuestros alguna confusión, propia de aquel apurado lance, pero se restableció prontamente el buen orden, mediante el valor y acertadas providencias de don Domingo Larripa, del ingeniero don Marcos Simonó, del comandante de la batería don Francisco Betbezé, don Quintín Velasco, capitán del Real Cuerpo de Zapadores; don Mariano Galindo, capitán del segundo batallón de Voluntarios de Aragón, y los del mismo cuerpo don Mariano Marques, y otro con el subteniente del Real Cuerpo de artillería don José Arnedo, y el capitán del batallón de Calatayud don Vicente Serrano, con unos treinta soldados del segundo de Voluntarios de Aragón, cuya lista he pedido para noticia de V. E. Habiendo consultado el caso Larripa con Simonó, fueron de dictamen de que se defendiese a todo trance, respecto que en solo media hora de defensa estribaba conservar la batería, como así sucedió.
»Hallándome en aquel momento en el centro de la línea, observé que las tropas abandonaban el reducto, y me dirigí a ellas a tiempo que el comandante de Canfranc don Fernando Marín con sable en mano las hacía retroceder a aquel punto, y con una guardia de respeto que éste había ya formado, pudo reunir las que habían abandonado su puesto, después de mil trabajos; las que volvieron a su destino prosiguiendo la defensa con la mayor actividad hasta bien entrada la noche en que los enemigos callaron su fuego. Las bocas con que los enemigos lo arrojaron a la cabeza del puente consisten en cuatro obuses, dos de a nueve pulgadas, y otros dos de a siete, colocados a distancia de cuarenta toesas, dos cañones de a veinte y cuatro, dos de a diez y ocho, tres de a ocho, y cuatro de a cuatro, enfilando la cabeza del puente en todas sus direcciones; sin embargo se ha resistido con solo el cuidado de Larripa en que el fuego se distribuyese con uniformidad sobre todas las caras de dicha cabeza del puente, y Simonó en tapar los boquetes presentándose el primero sobre la brecha con su saquete al hombro, acompañado del capitán don Mariano Galindo del segundo de voluntarios de Aragón, cuyos oficiales recomiendo a V. E. con particularidad por su serenidad, y bizarría con que se han portado, desde que el enemigo rompió el fuego.
»En este día hemos tenido como unos treinta muertos, y sobre ochenta heridos, contándose entre los primeros don José Roque de Francia, teniente del batallón ligero del Carmen, y otro que se ignora del segundo de voluntarios de Aragón, y entre los segundos el coronel don Fermín Romeo, teniente coronel del mismo, cuya bizarría es bien notoria. Con el refuerzo que llegó al reducto se presentaron el coronel don Joaquín García y el teniente coronel don Fernando Zappino, comandante y sargento mayor del batallón del Carmen, los que contribuyeron también al buen orden de la tropa, animándola a cumplir con su obligación. No podemos ni debemos pasaren silencio la defensa y actividad del comandante de artillería de este punto, que desmontó por tres veces la batería enemiga, y enfilando los trabajos de los franceses; como tampoco los méritos del comandante don Bartolomé Antonio Amorós y de don Domingo Larripa, que acreditaron nuevamente su valor y pericia militar; los de don Fernando Marín, que así en esta ocasión como en la comandancia militar de Canfranc, ha dado repetidas pruebas de brío, celo y bizarría. Contribuyó también a esta gloriosa acción el brigadier don Antonio de Torres, que, añadiendo nuevos afanes, sostuvo el honorífico renombre y buen lugar que adquirió en el asedio precedente; y por fin don Marcos Simonó, a quien tanto debe esta ciudad por sus esforzadas hazañas en la tarde del 4 de agosto»
Debieron quedar absortos los franceses luego que entraron en San José al contemplar aquel hacinamiento de ruinas sembradas de cascos de bombas tintas en sangre, y esparcidos acá y acullá miembros mutilados; pero apenas tuvieron lugar para detenerse en observar estos objetos, pues la batería de Palafox empezó a obrar con la mayor energía, y desde el jardín botánico les dirigieron granadas y bombas, que acabaron de derribar las pocas paredes que subsistían. Las columnas caminaron a derecha e izquierda con el objeto de ocupar un caserío inmediato al reducto de las tenerías, y ver si podían posesionarse de la huerta de Campo-real para flanquear las baterías del jardín botánico, la de los Mártires, e internarse de consiguiente por aquel punto. Observados estos movimientos, creyeron que el enemigo, prevaliéndose de la agitación que era consiguiente a la ocupación del fortín, iba a emprender un choque tal que decidiese la suerte de Zaragoza. El toque de cajas resonaba por las calles, a seguida la campana de la torre nueva excitó la alarma del paisanaje; todos vuelan a los sitios amenazados; el fuego de fusilería figuraba un trueno continuado; la bala rasa discurría de un extremo de la ciudad a otro; las tropas, los ciudadanos no sabían qué podía significar tanta premura. En los primeros momentos creímos estaban los franceses a las puertas de la ciudad, pero viendo que la alarma había sido general desistieron, contentándose con ocupar un momento aquellas admirables ruinas.
Loor y gloria a los defensores de Zaragoza en el día 11 de enero. ¡Que no me sea dado saber los nombres de todos los que permanecieron haciendo frente al espantoso fuego de ocho baterías! ¡Cuán dignos fueron de que el mármol los transmitiera a la posteridad para asombro de las generaciones venideras! Los franceses padecieron mucho, pero nuestra pérdida fue considerable, y entre otros valientes pereció el teniente coronel del segundo de voluntarios don Pedro Gasca: en el reducto fue extraordinario el valor de Simonó: él era el primero a tomar los saquetes para cubrir la brecha, imitándole el capitán del segundo de voluntarios de Aragón don Mariano Galindo.
Después de tan extraordinario y terrible fuego, parecía muy moderado el que hacían los morteros el día 12, sin embargo de ser las explosiones continuas, y presentarse mas horrorosas en medio del silencio nocturno. La manía de tirotear los paisanos y tropa que ocupaba los puntos no podía refrenarse, pero lo que conmovió al pueblo fue la explosión de varias granadas que se cebaron al tiempo de cargarlas en la plazuela de San Juan de los Panetes donde estaba el depósito de la pólvora, y demás pertrechos y municiones de guerra. El estrépito que esto produjo unido a la muerte que ocasionó a cuatro artilleros de los que cargaban los carros, y haberse prendido fuego en un edificio, hizo temer otra escena como la del 27 de julio, y las gentes de aquellas inmediaciones todas azoradas salieron a la plaza del mercado que está inmediata, y como ya empezaban a aumentarse extraordinariamente los enfermos, tanto por razón de la escasez, como por el abatimiento de espíritu consiguiente a la falta de medios para subsistir; de improviso se vio que infinitos arrastrando su lecho se colocaron a lo largo de los portales que hay en uno y otro lado del mercado.
Temiendo que estas agitaciones trascendiesen, para comprimirlas pusieron la horca con seis dogales, y todos creyeron que iba a hacerse alguna terrible ejecución en los traidores, que según el pueblo eran la causa de tales sucesos; pero este pensamiento fue obra del alcaide de la cárcel Romero, quien dio luego parte a Palafox; y observando que la curiosidad había reunido un inmenso concurso, hizo quitar la horca y publicó un bando para que todos concurriesen a los puntos que estaban en parte abandonados y podían ser invadidos. Palafox salió a contener aquel desasosiego, pues no podía merecer otro nombre: vio que el fuego estaba extinguido y recorrió todo el muro desde la puerta del Portillo hasta el reducto del Pilar. Hizo que los artilleros maniobrasen, especialmente a los de la puerta del Carmen, contra los parapetos que armaban para establecer al frente una batería; y satisfecho de su pericia recompensó a uno con el escudo y una gratificación de diez reales vellón mensuales, distribuyendo entre los demás seiscientos cuarenta reales vellón y elogió la conducta del comandante capitán don Miguel Forcallo.
En este día tuvimos también la desgracia de perder al coronel comandante de ingenieros don Antonio Sangenis, que hallándose en la batería de Palafox reconociendo las obras que hacía el enemigo para formar su alojamiento en la gola del fuerte de San José y la comunicación de la segunda paralela con la tercera que se había hecho a su derecha e izquierda coronando el escarpe de la Huerva, una bala le dejó exánime en el sitio, de modo que este benemérito jefe, que con tanto tesón y acierto había dirigido todas las obras de fortificación, perdió en una de ellas su interesante vida.
Previéndose que el reducto del Pilar iba a ser enteramente destruido, comenzaron con el mayor tesón a formar una tenaza a la parte de acá del puente y colocaron hornillos para volar éste al tiempo de ejecutar la retirada. Durante esta operación no cesaban de dirigir granadas y bala rasa al reducto: y muchas quedaban sin reventar. En medio de un fuego tan general y continuado, y a pesar del estrago que este causaba, sacrificando a sangre fría muchos valientes que no podían substraerse ni con los espaldones, ni por otro medio, los defensores subsistían impávidos, sin oírse otras voces que las de viva la Virgen del Pilar, viva Fernando VII. Tal era el espíritu que animaba a aquella entusiasmada y brillante juventud.