EL CRUCE DEL DANUBIO

Puertas de Hierro, frontera norte de Moesia, 85. d. C.

El ejército romano se detuvo junto al gran río. Eran seis legiones, unos cincuenta mil hombres entre legionarios y tropas auxiliares, más cinco cohortes de la guardia pretoriana bajo el mando del jefe del pretorio Cornelio Fusco. El Danubio, caudaloso, ancho y eterno, se erigía como la gran frontera del Imperio al norte de las provincias de Moesia y Panonia. Cruzarlo, como vadear el Rin más al noroeste, era algo imposible.

Los legionarios tenían miedo, con excepción quizá de los muy especiales soldados de la legión V Alaudae, la que Julio César creara personalmente para poder triunfar en su épica conquista de las Galias. Estos eran diferentes: habían combatido bajo el estandarte de esa legión en el pasado glorioso de Roma y habían vencido en numerosas batallas hasta llegar a ser piezas clave en la victoria de Julio César contra Pompeyo en África, en la famosa batalla de Tapso, donde los pompeyanos, como Aníbal hiciera en el pasado, atacaron a las legiones de Julio César con elefantes. La legión V se mostró especialmente eficaz y valerosa ante aquella embestida brutal y, al igual que las legiones V y VI de Escipión contra Aníbal, salieron victoriosas de aquel descomunal combate contra los elefantes. Por eso, Julio César cambió su estandarte y desde entonces la legión V exhibía orgullosa sus insignias rematadas en un poderoso elefante, en recuerdo de la increíble victoria de Tapso. Pero quitando a esos legionarios, el resto de los soldados del ejército romano que iban a adentrarse en la Dacia temían lo que pudiera ocurrir al otro lado del Danubio. Habían pasado casi setenta años desde el desastre de Teutoburgo, en Germania, donde el querusco Arminio masacró a tres legiones completas enviadas por Augusto bajo el mando de Varo, y aquella derrota permanecía grabada en la mente de todos los legionarios de Roma de forma indeleble con un mensaje imborrable: las legiones no debían cruzar ni el Rin ni el Danubio. Era cierto que luego el propio Augusto envió a cincuenta mil hombres más bajo el mando de su sobrino Julio César Germánico y que éste derrotó a Arminio y recuperó los estandartes de las legiones perdidas, pero nunca pudo consolidarse el dominio romano más allá de los dos grandes ríos del norte, y en el ánimo de la mayoría de los legionarios combatir más allá del Rin o del Danubio era una empresa suicida.

Sin embargo, pese a aquel terrible precedente, Cornelio Fusco, jefe de la guardia pretoriana del emperador Domiciano, mientras ordenaba que se organizara adecuadamente el paso del río con la flota fluvial que se había construido para esa campaña contra los dacios, se mostraba seguro de sí mismo. Había un dato más que muchos olvidaban, pero que él, como jefe del pretorio, acariciaba como si de la mano de la más hermosa de las mujeres se tratara: con las seis legiones imperiales cruzarían también el Danubio cinco cohortes de la guardia pretoriana, dos mil quinientos de los mejores hombres de Roma, un cuerpo de élite indestructible, incluso más allá de las fronteras tradicionales del Imperio. Los pretorianos habían salido victoriosos siempre que habían entrado en campaña militar y eso era un prestigio indiscutible. Habían derrotado a los salassi en los Alpes, y luego a los cántabros en Hispania, y vencido en las conquistas de Raetia, Noricum y Panonia bajo el emperador Augusto. Nuevamente triunfaron bajo el mando del propio Germánico más allá del Rin, pues el sobrino de Augusto, cuando lo cruzó para recuperar las águilas perdidas en Teutoburgo, decidió hacerlo apoyado por un buen contingente de pretorianos como refuerzo. Y salió bien. Posteriormente la guardia pretoriana escoltó con éxito a Calígula en sus campañas de Germania y al divino Claudio en su conquista de Britania. Nerón no empleó a su guardia pretoriana en campaña, pero es que Nerón no hizo campaña alguna de mérito. En conclusión: la guardia pretoriana nunca había sido derrotada por los bárbaros. Así, Fusco, con el pecho henchido de orgullo y confianza a partes iguales, observaba cómo iban embarcando los hombres de la legión V Alaudae, inconfundibles con sus cascos con alas, al uso de los galos que conquistaron en el pasado y que daban el nombre a la legión; ellos serían los primeros en cruzar el río y establecer un campamento al otro lado para asegurar la posición mientras el resto de tropas seguía embarcando en los barcos que no dejaban de ir y venir de una orilla a otra.

Entre tanto, Fusco seguía repasando en su mente el glorioso pasado de la guardia pretoriana en campaña: pasada la guerra civil y el año de los cuatro emperadores, Vespasiano había reconstruido la guardia pretoriana cuidando al máximo la selección de sus hombres, por eso había puesto a su propio hijo mayor, Tito, al mando. Fusco se aclaró la garganta; hacía frío y humedad aquella mañana junto al Danubio. Escupió en el suelo. Tito fue un gran legatus augusti y un buen emperador. Fusco no se sentía orgulloso de su implicación personal en la muerte de Tito, pero esa colaboración le había valido ser ahora él mismo el jefe del pretorio y estar al mando de un ejército de más de cuarenta mil hombres en una campaña que era imposible perder con aquella fuerza tan descomunal concentrada junto al gran río. En cualquier caso, Tito, se repetía él una y mil veces desde aquella aciaga noche, habría muerto aunque hubieran venido los médicos. Eso se decía. Había borrado ya de su mente la orden de Domiciano de «ayudar» a morir a Tito en caso de que éste sobreviviera a la enfermedad. Lo había borrado. Lo importante para Fusco ahora era ese pasado invicto de los pretorianos, un pasado en el que, sin duda, habría pensado Domiciano para elegirle como general supremo en esta nueva campaña de castigo, además de para premiarle por su colaboración. Pero, para Fusco, la guerra que se avecinaba no era sólo una acción de castigo por los constantes ataques de los dacios sobre Moesia o Panonia. No, aquella guerra era su gran oportunidad para algo mucho más importante: el hijo del emperador Domiciano había muerto de niño. Nadie sabía muy bien por qué; los niños morían con frecuencia. Lo esencial es que no había un heredero claro en la dinastía Flavia. El emperador detestaba al resto de sus familiares. Fusco estaba convencido que una buena campaña en Dacia podía abrirle el camino al consulado y, por qué no, a ser nombrado sucesor de Domiciano. El emperador no podría mantener ese puesto vacante eternamente sin intranquilizar a todos, empezando por los propios pretorianos. Fusco miraba al Danubio con la ambición descontrolada de los sueños inabarcables.

—No va a dar tiempo a que crucen todas las tropas antes del anochecer. —Era la voz de Tetio Juliano. Fusco no le miró y mantuvo sus ojos sobre el Danubio.

El jefe del pretorio sabía que Tetio Juliano era el legatus de más experiencia en la región y que era a él a quien le habría correspondido el mando de aquella expedición de no ser por el deseo expreso del emperador de que la guardia pretoriana comandara todo el ejército encabezada por Cornelio Fusco. El pretoriano respondió al fin pero sin dignarse a mirar a Tetio.

—La V está construyendo un campamento y en él se guarecerá el primer contingente de tropas. Mañana terminaremos la operación.

Tetio asintió. Poco más podía hacer. Estaba furioso. Se alejó caminando del puesto de Fusco. Cuando llegó junto a Nigrino, un experimentado tribuno de origen hispano, descargó su rabia.

—El muy imbécil ni siquiera se ha preocupado. Vamos a tener el ejército dividido en dos durante un día entero, con el río por medio, y él ni se inmuta. Pero ¿quién se cree que es? ¿Un dios?

—Se sabe un pretoriano, y éstos comen aparte —dijo Nigrino mientras se sentaba en una sella frente a la tienda en la que iba a pasar la noche en el centro del campamento.

Había un fuego encendido y algunos otros oficiales que, como Tetio, compartían su desconfianza sobre el hecho de estar comandados por un pretoriano inexperto, sin importarles que en el pasado la guardia pretoriana siempre hubiera triunfado más allá de las fronteras del Imperio. Para ellos aquellas victorias se debían más a las legiones que participaron en ellas que a los propios pretorianos, pero era difícil saber cuál era la realidad.

—Venga, Tetio; no podemos hacer nada. Siéntate y descansa.

Tetio se sentó en otra sella y aceptó una copa de vino que Nigrino le ofrecía.

—Deberíamos haber esperado a tener suficientes transportes para cruzar el río de una sola vez.

Nigrino asintió despacio.

—Supongo que estás en lo cierto. Eso, sin duda, habría sido lo más sensato, pero, por todos los dioses, la V Alaudae es la que está acampada al otro lado del río. Ellos defenderán la posición si los dacios se atreven a hacer alguna tontería.

La V Alaudae. Tetio Juliano asintió un par de veces.

—¡Por la V Alaudae, porque permanezcan con los ojos bien abiertos esta noche!

—Por la V legión —dijo Nigrino y los dos vaciaron sus copas de un largo trago.

Tetio Juliano se fue a dormir al poco rato y lo mismo hizo el resto de oficiales. Nigrino se permitió un paseo por el campamento hasta ascender a una empalizada desde la que se observaba el río y la fortificación que la V legión había levantado al norte del Danubio. Nigrino había hecho uso de su excelente hoja de servicios en Britania, Germania, Aquitania y Moesia para conseguir que su joven sobrino entrara precisamente en esa V legión. Ahora, tras escuchar a Tetio, no tenía claro que aquel éxito de sus maniobras políticas fuera algo tan inteligente. Era obvio que Fusco iba a utilizar la V legión para encabezar la marcha en todo momento por territorio enemigo. Nigrino suspiró. Su sobrino era fuerte. Y los hombres de la V, los mejores. El muchacho tendría que valerse por sí mismo. Tendría que hacerlo.

La luna, silenciosa, nadaba inmaculada sobre la superficie de un Danubio en calma que navegaba hacia un mar ajeno a las pasiones de los hombres. Era un río indomeñable que había visto el advenimiento y el derrumbe de civilizaciones enteras e, indómito, seguía allí. Ni siquiera los hombres habían sido capaces de trazar un puente sobre sus aguas. Ni siquiera eso. Nunca lo permitiría.

Al otro lado del río, un joven legionario también llamado Nigrino, de apenas veinte años, sobrino del veterano tribuno que acababa de conversar con Tetio Juliano, hacía guardia en la porta principalis sinistra del campamento que se había levantado al norte del Danubio. Junto a él, otro joven centinela, pero de rango superior al haber sido recientemente nombrado decurión de la caballería de la legión V, de nombre Lucio Quieto, escudriñaba el bosque vecino, oscuro y espeso en busca de cualquier movimiento sospechoso. La luz de la luna proyectaba grandes sombras por todas partes y hacía frío, mucho frío.

—¿Crees que atacarán esta noche? —preguntó el joven Nigrino a Lucio Quieto, que seguía con su mirada fija en las profundidades de aquel bosque cercano.

—No creo —dijo al fin Quieto—. Esta es la V Alaudae, una legión conocida incluso por los bárbaros al norte del río. No, no creo que nos ataquen mientras tengamos una posición fortificada como ésta.

Lucio Quieto era también muy joven, de veintiún años, pero Nigrino le admiraba porque ya había combatido contra los dacios en Moesia y se había distinguido por hacerlo con valor, incluso había recibido una torquis por su bravura en el combate de manos del propio Tetio Juliano. Nigrino quería imitarle y que así su tío se sintiera orgulloso de él, pero no sabía si estaría a la altura. Allí, en la frontera, todo parecía muy distinto. Lucio Quieto seguía hablando.

—No me gustan los bosques como ése. Demasiado espesos. Seguramente nos atacarán ahí: en uno de sus bosques.

Nigrino tomó nota de las palabras de Quieto. Había una leyenda sobre aquel decurión y no sabía cuánto de cierto o de mentira había en ella: se decía que era hijo de un viejo príncipe de Mauritania, el cual había ayudado a los romanos en la conquista de Mauritania Tingitana [31] y que eso le había valido la concesión de la ciudadanía romana. En consecuencia, Lucio Quieto había nacido ya como ciudadano romano y se había distinguido, junto con otros jinetes norteafricanos que le acompañaban, como un gran líder con la caballería. Por eso Tetio Juliano lo había puesto al mando de una turma de la legión V Alaudae. El joven Nigrino aún recordaba las palabras de su tío un par de semanas atrás.

—Permanece siempre que puedas al lado de tu decurión. He recibido informes que confirman que es un experto oficial, pese a su juventud; dicen que tiene ese instinto que sólo tienen los grandes legati. —Su tío le miró fijamente a los ojos—. ¿Lo harás, muchacho?

—Sí, tío.

Por eso el joven Nigrino miraba ahora el bosque que Quieto calificaba de peligroso con la frente arrugada, intentando descubrir en las sombras a los enemigos ocultos que debían de estar al acecho.

Los asesinos del emperador
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
dedicatoria.xhtml
52_split_000.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
index_split_006.xhtml
index_split_007.xhtml
index_split_033.xhtml
index_split_034.xhtml
index_split_035.xhtml
index_split_036.xhtml
index_split_037.xhtml
index_split_038.xhtml
index_split_039.xhtml
index_split_040.xhtml
index_split_041.xhtml
index_split_042.xhtml
index_split_043.xhtml
index_split_044.xhtml
index_split_045.xhtml
index_split_046.xhtml
index_split_047.xhtml
index_split_049.xhtml
index_split_050.xhtml
index_split_051.xhtml
index_split_052.xhtml
index_split_053.xhtml
index_split_054.xhtml
index_split_055.xhtml
index_split_056.xhtml
index_split_057.xhtml
index_split_058.xhtml
index_split_059.xhtml
index_split_060.xhtml
index_split_061.xhtml
index_split_062.xhtml
index_split_063.xhtml
index_split_064.xhtml
index_split_065.xhtml
index_split_066.xhtml
index_split_067.xhtml
index_split_068.xhtml
index_split_069.xhtml
index_split_071.xhtml
index_split_072.xhtml
index_split_073.xhtml
index_split_074.xhtml
index_split_075.xhtml
index_split_076.xhtml
index_split_077.xhtml
index_split_078.xhtml
index_split_079.xhtml
index_split_080.xhtml
index_split_081.xhtml
index_split_082.xhtml
index_split_083.xhtml
index_split_084.xhtml
index_split_086.xhtml
index_split_087.xhtml
index_split_088.xhtml
index_split_089.xhtml
index_split_090.xhtml
index_split_091.xhtml
index_split_092.xhtml
index_split_093.xhtml
index_split_094.xhtml
index_split_095.xhtml
index_split_096.xhtml
index_split_097.xhtml
index_split_099.xhtml
index_split_100.xhtml
index_split_101.xhtml
index_split_102.xhtml
index_split_103.xhtml
index_split_104.xhtml
index_split_105.xhtml
index_split_106.xhtml
index_split_107.xhtml
index_split_108.xhtml
index_split_109.xhtml
index_split_110.xhtml
index_split_111.xhtml
index_split_112.xhtml
index_split_113.xhtml
index_split_114.xhtml
index_split_115.xhtml
index_split_116.xhtml
index_split_118.xhtml
index_split_119.xhtml
index_split_120.xhtml
index_split_121.xhtml
index_split_122.xhtml
index_split_123.xhtml
index_split_124.xhtml
index_split_125.xhtml
index_split_126.xhtml
index_split_127.xhtml
index_split_128.xhtml
index_split_129.xhtml
index_split_130.xhtml
index_split_131.xhtml
index_split_132.xhtml
index_split_133.xhtml
index_split_134.xhtml
index_split_135.xhtml
index_split_136.xhtml
index_split_137.xhtml
index_split_138.xhtml
index_split_139.xhtml
index_split_009.xhtml
index_split_010.xhtml
index_split_011.xhtml
index_split_012.xhtml
index_split_013.xhtml
index_split_014.xhtml
index_split_140.xhtml
index_split_015.xhtml
index_split_141.xhtml
index_split_016.xhtml
index_split_017.xhtml
index_split_018.xhtml
index_split_027.xhtml
index_split_019.xhtml
index_split_020.xhtml
index_split_021.xhtml
index_split_022.xhtml
index_split_023.xhtml
index_split_024.xhtml
index_split_025.xhtml
index_split_026.xhtml
index_split_142.xhtml
index_split_143.xhtml
index_split_144.xhtml
index_split_145.xhtml
index_split_146.xhtml
index_split_028.xhtml
index_split_029.xhtml
index_split_147.xhtml
index_split_031.xhtml
index_split_149.xhtml
index_split_150.xhtml
index_split_151.xhtml
index_split_152.xhtml
index_split_153.xhtml
index_split_154.xhtml
index_split_155.xhtml
index_split_156.xhtml
index_split_157.xhtml
index_split_158.xhtml
index_split_159.xhtml
index_split_160.xhtml
index_split_161.xhtml
index_split_162.xhtml
index_split_163.xhtml
index_split_164.xhtml
index_split_165.xhtml
index_split_166.xhtml
index_split_167.xhtml
index_split_168.xhtml
index_split_169.xhtml
index_split_170.xhtml
index_split_171.xhtml
index_split_172.xhtml
index_split_173.xhtml
index_split_174.xhtml
Section0013.xhtml
index_split_175.xhtml
index_split_178.xhtml
Contraportada.xhtml