EL REY DE DACIA

Moesia, al sur del Danubio

Frontera norte del Imperio romano, hora quarta

Decébalo era, formalmente, rey de Dacia, y por un tratado firmado hacía pocos años, súbdito del emperador de Roma; sin embargo, a lomos de su caballo negro, comandando un escuadrón de su caballería sármata y dacia, tras atacar una pequeña ciudad en Moesia, provincia romana al sur del Danubio, no parecía un bárbaro demasiado sometido al poder de Domiciano.

El rey detuvo su montura y su guardia le imitó. Decébalo desmontó y lo mismo hicieron sus hombres. Era una escena que se repetía con frecuencia. Decébalo sabía que estas incursiones en las provincias romanas al sur del Danubio daban moral a sus soldados. Los pagos de Roma por mantenerse tranquilo, al norte del río, sin atacar ciudades o fortificaciones del Imperio, llegaban dos veces al año. Eran una importante fuente de ingresos para las arcas reales, pero insuficiente si lo distribuía entre sus nobles. A éstos y a todos sus jinetes y soldados les ilusionaba más realizar incursiones al sur del Danubio y, mediante el pillaje, hacerse con dinero, joyas, animales, víveres y hasta esclavos. Estos ataques estaban prohibidos por el acuerdo de paz firmado con Roma años atrás, pero Decébalo sabía que el emperador Domiciano era débil y, que tras las derrotas sufridas en Dacia, toleraría centenares de incursiones —como las que acababan de realizar en Moesia durante los últimos días— antes de decidirse a atacarle de nuevo al norte del Danubio. Además, si el emperador de Roma se lanzaba contra ellos, si se atrevía a cruzar el gran río una vez más, en esa ocasión los encontraría mucho más fuertes y mejor pertrechados que antaño, y es que Decébalo invertía gran parte del dinero que Domiciano le enviaba para que no atacara en mejorar su propio ejército, pertrecharlo con más y mejores armas y reforzar todas las defensas de las ciudades dacias.

El rey, orgulloso, se paseó frente a sus soldados, quienes, unos cubiertos de pesadas cotas de malla y otros con el pecho descubierto, exhibían sus largas espadas curvas aún con sangre brillante de los ingenuos habitantes de Moesia. Estos, por un tiempo, habían pensado que su emperador les protegería del poder incontestable de los dacios en las amplias llanuras del Danubio.

Serum! [5] —exclamó Decébalo ante todos ellos. El millar de jinetes que le acompañaban en aquella incursión alzaron sus escudos largos y ovalados en señal de júbilo—. Serum! —repitió el rey dacio señalando la pequeña ciudad de Moesia Superior que acababan de arrasar, pero ya era suficiente.

Decébalo estaba persuadido de que aquellas incursiones eran necesarias para que el emperador no se olvidara de la tremenda capacidad destructiva de sus hombres, y así siguiera pagando el tributo pactado para evitar que la violencia desencadenara una nueva guerra que afectaría a Moesia Inferior, Moesia Superior, Panonia Inferior y Panonia Superior. De la misma forma, era consciente de que no podía entretenerse. Alguna de las legiones apostadas en la región pronto se encaminaría hacia aquel punto para evitar que los ataques se prolongaran. El rey de la Dacia se encaramó de un salto a su caballo y ordenó que la caballería dacia y sármata se dirigiera de nuevo hacia el norte, de regreso a Sarmizegetusa, la capital de su reino. Decébalo no podía evitar cabalgar luciendo una amplia sonrisa en el rostro. Aquello era tan fácil, tan sumamente fácil… Los romanos, por temor a los dacios, sólo se desplazaban con una legión entera, sin atreverse a separar la caballería de la infantería, y eso ralentizaba enormemente sus desplazamientos, lo que daba todo el tiempo del mundo a sus hombres, con su caballería ligera, para realizar incursiones como aquélla y luego retirarse con tiempo suficiente para refugiarse al norte del Danubio. Unos años más así, unos cuantos pagos más de oro romano y pronto, muy pronto, sería él mismo, el gran Decébalo, el que se lanzaría al sur para construir su propio imperio, un inmenso reino que abarcaría desde las costas del mar Negro hasta el mar Adriático, quedando bajo su control todas las llanuras del Danubio, con la Dacia en el corazón del mismo, junto con las provincias de Moesia Inferior y Superior, Panonia inferior y superior, Tracia e Iliria. Eso para empezar. Para cuando el emperador Domiciano quisiera reaccionar, un buen pedazo del Imperio romano ya estaría bajo su control, y si conseguía coordinar su gran ataque con los germanos y los partos, éste se desmembraría, se desharía en mil pedazos como una fruta demasiado madura, pasada, podrida en sus mismísimas entrañas.

Los asesinos del emperador
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