IV
Salya supo que los pandavas habían terminado su exilio y estaba planeando ir a verles.
Justo cuando lo estaba considerando, los mensajeros de Yudishthira llegaron a su reino.
Yudishthira le había pedido que se pusiera de su lado durante la guerra que parecía inevitable.
Salya estaba muy contento de poder ayudar a su sobrino y partió de la ciudad con un ejército de un akshauhini, dirigiéndose hacia Upaplavya. Le acompañaban sus poderosos hijos.
Duryodhana oyó que Salya había iniciado su marcha hacia Upaplavya y decidió granjearse la amistad de aquel gran guerrero. Organizó los preparativos, planeando que el ejército de Salya descansara por el camino en varios sitios. Erigió campamentos dotándoles de toda la comodidad necesaria para suministrarles avituallamientos y entretenimientos que con toda seguridad agradarían al rey de Madra. Duryodhana tomó especial cuidado de las comodidades de Salya a quien se le atendió como si fuera Indra. Salya estaba muy complacido y halagado. Pensaba que todos estos preparativos habían sido organizados por Yudishthira.
Mandó buscar a los sirvientes que habían hecho los arreglos y les preguntó: —¿Dónde están los agentes de mi sobrino Yudishthira que se han tomado tantas molestias? Me gustaría reunirme con ellos y recompensarles por esto. Por favor, pedidles que vengan ante mí para poder mostrarles mi gran aprecio.
Los sirvientes no sabían qué decir a esto. Así que fueron a Duryodhana y le contaron todo. El monarca kuru se dio cuenta que Salya estaba tan agradecido que incluso daría su vida como muestra de su aprecio. Duryodhana pensó que había llegado el momento de presentarse ante Salya.
Duryodhana fue al campamento de Salya y se hizo anunciar. Fue una gran sorpresa para Salya cuando vio que era Duryodhana el responsable de todo aquello. Estaba muy complacido con él. Le abrazó y le dijo:
—Dije que recompensaría a la persona que ha tomado tantos cuidados conmigo. Mi palabra queda en pie. ¿Qué puedo hacer para mostrarte mi agradecimiento?
Duryodhana le dijo:
—Sólo una cosa puede agradarme, mi señor. Estoy a tus pies rogándote un don: por favor, ponte de mi lado y ayúdame en esta guerra.
El pobre Salya no sabía qué decir. Había dado su palabra y tenía que mantenerla. Le dijo:
—Mis sobrinos Nakula y Sahadeva junto con el noble Yudishthira, me han mandado llamar, voy con mi ejército a ayudarles. Pero tú te has ganado mi corazón con el amor que me has mostrado. Te complaceré. Me pondré de tu lado y pelearé contra mis sobrinos. Pero primero debo ir ante Yudishthira y explicarle todo. Quiero verle y darle mis bendiciones. Ha pasado por muchas dificultades. Debo ir y saludarle.
Al rey Duryodhana no le era posible evitar aquello, y le dijo:
—Ciertamente es justo que vayas; pero, por favor, vuelve pronto y no olvides tu promesa.
Salya dijo:
—No la olvidaré. Puedes volver a tu ciudad. Veré a mis queridos sobrinos y volveré junto a ti.
Salya se puso en marcha hacia Upaplavya, donde se encontró con los pandavas.
Yudishthira se le acercó y se postró ante él, luego vinieron los otros hermanos. Salya les abrazó a todos y les dijo:
—Me alegra encontraron a todos sanos y salvos después de estos terribles trece años.
Estoy contento de ver a la orgullosa Draypadi sana y salva.
Se sentaron juntos y hablaron sobre los recientes acontecimientos. Salya con mucha delicadeza les hizo saber la promesa que le había hecho a Duryodhana. Yudishthira estaba muy disgustado. Pero él era muy justo. Le dijo:
—Comprendo que le concedieras ese don a Duryodhana por la grandeza de tu corazón.
Eso honra a un hombre noble como tú; puedes volver al campamento de los kurus. Es una desgracia que tengamos que combatir contra nuestro tío por culpa de esta guerra.
Los ojos de Yudishthira se llenaron de lágrimas. Salya se sentía muy infeliz por aquella precipitada promesa que ahora le obligaría a luchar contra los hijos de su difunta hermana. Su corazón estaba apesadumbrado. Le dijo:
—Me gustaría que esto no hubiera sucedido. Sabéis cuánto os quiero a todos, pero ahora me siento obligado a hacer algo que va en contra de mis sentimientos.
Yudishthira le dijo:
—Hay algo que puedes hacer para ayudarnos. No tienes que dejar a Duryodhana y venirte con nosotros, no es eso lo que tengo en mente. Yo también voy a pedirte un favor y como tío mío debes concedérmelo.
Salya le dijo:
—Ciertamente intentaré compensarte por este desafortunado incidente.
Yudishthira le dijo:
—Cuando pienso en la guerra, no me preocupa nadie excepto Radheya. El ha sido siempre el rival de Arjuna. Cuando la pelea entre Arjuna y Radheya tenga lugar, se te pedirá que seas su conductor. Tu habilidad es equiparable a la de Krishna en el arte de conducir un carro en el campo de batalla. Cuando tenga lugar este duelo predestinado entre Radheya y Arjuna, debes proteger la vida de mi Arjuna. Si realmente nos aprecias debes desalentar a Radheya. Eso condicionará mucho su estado de ánimo. Debes compararle con Arjuna convenciéndole de que Arjuna es mejor guerrero que él. Sé que es impropio pedirte esto, pero debes hacerlo, tengo miedo de Radheya.
Salya le dijo:
—Yudishthira, te prometo hacer lo que pueda para ayudar a Arjuna en el duelo entre los dos rivales. Ridiculizaré a Radheya y le haré perder su confianza. Puedes estar seguro que te prestaré esa ayuda. Los sufrimientos de Draypadi y de los hijos de Pandu no quedarán sin venganza. Tus días de sufrimiento pronto acabarán. Gobernarás la tierra, yo te bendigo de todo corazón. Ganarás esta guerra. —Salya dejó a los pandavas y fue a Hastinapura. Su corazón estaba apesadumbrado. Apreciaba a los pandavas y no le agradaba pelear contra ellos.
Los aliados habían comenzado a llegar a ambas partes. Muchos fueron a Upaplavya. El primero en llegar fue Satyaki con un akshauhini. El siguiente fue Dhrishtaketu, el rey de los chedis, con un akshauhini. La siguiente llegada fue la de Jayatsena, el hijo de Jarasandha, con otro akshauhini. Los siguientes fueron los cinco hermanos Kekaya con un akshauhini.
Drupada vino después trayendo también un akshauhini, le acompañaban sus hijos, Sikhandi, Dhrishtadyumna y los hijos de Draypadi. Virata vino con otro akshauhini, con él venían sus hijos y hermanos. El rey de Pandya y Nila, y el rey de Mahishmati, vinieron con sus ejércitos, que sumándolos todos formaban otro akshauhini. Así pues, sumando todos los ejércitos sumaban siete akshauhinis. Su ejército cubría la tierra. Parecía como si el mar hubiera olvidado los límites que le fueron impuestos y hubiera penetrado en la tierra.
Hastinapura, por otra parte, se estaba llenando también con los ejércitos de los aliados de Duryodhana. Bhagadatta, con un akshauhini, fue el primero en llegar. Luego llegó Salya con otro akshauhini. Bhurisravas, Kritavarma, Jayadratha, Sudakshina el rey de Kambhoja, Vinda y Anuvinda y los hermanos Avanti, trajeron cada uno de ellos un akshauhini. También habían llegado muchos otros, cuyos ejércitos totalizaban juntos tres akshauhinis.
Contando todas las tropas que habían llegado a Hastinapura, Duryodhana disponía de once akshauhinis para hacerle frente a los siete de los pandavas.
Las ciudades de Hastinapura y Virata habían sido invadidas por aquellos poderosos ejércitos. El ejército de los kurus había acampado a lo largo de las orillas del río Ganges.