XLIV
Ya había llegado el verano, y el calor era insoportable. Una mañana de madrugada, antes de que saliera el sol, Arjuna se dirigió a Krishna y le dijo:
—Krishna, este calor es insoportable. Vayámonos a las orillas del río Yamuna; está muy cerca de aquí. Podemos pasar el día allí y regresar por la noche.
Krishna acogió con entusiasmo la sugerencia. Pidieron permiso a Yudishthira y se pusieron en marcha hacia las orillas del río donde había un bosque inmenso, llamado Khandava. Era tan denso el follaje de los árboles y la vegetación, que los rayos del sol no penetraban al interior del bosque. Estaba habitado por animales salvajes y era la guarida de Takshaka, el rey de las serpientes. La apariencia del bosque era aterradora, pero los dos amigos se sentían atraídos hacia él como por una extraña fascinación.
Acamparon en las orillas del río. El tiempo era fresco y muy agradable, invitándoles a pasear por la orilla del Yamuna. Krishna tenía un cariño especial por aquel río, pues fue el paisaje que le vio crecer durante los días de su adolescencia. Recordó la casa de Nanda, el rey de los rebaños. Pensó en su madre Yasoda que estaba en Gokula y lo mucho que ella le amaba. Se acordó de Radha y del lugar donde solían reunirse; era en un remanso cubierto de enredaderas y dé jazmines. Krishna suspiró y a continuación le relató a Arjuna los muchos incidentes que le acontecieron en aquellos días y se preguntaba qué podía ser lo que estaría haciendo Radha en aquel momento. Recordó afligido el día en que Akrura vino a Gokula para llevarle a Mathura junto con su hermano Balarama. Todavía estaba fresco en su memoria el recuerdo de la agonía que sintió al tener que despedirse de su amada.
Habían pasado los años. Ahora tenía a Rukmini y Satyabhama, a las que amaba. Pero Radha había sido la única mujer que había robado completamente su corazón. Había ocurrido hacía muchos años; pero el tiempo no había logrado dispersar la estela del dolor que dejó atrás aquella partida. El amor de Krishna por Radha seguía tan vivo como siempre. Radha era la estrella del norte alrededor de la cual giraban los pensamientos de Krishna, igual que el mándala de los siete rishis gira en torno a Dhruva. El amor que Radha sentía por él era constante como la estrella del norte. Krishna sabía que nunca se encontraría con ella, sino en el mundo del más allá. Pero eso no era un futuro cercano.
Tenían que suceder muchas cosas en el mundo antes de que pudiera reunirse con Radha.
Al igual que el alma anhela encontrarse con su Dios, así de angustioso era su deseo de sentir sobre su frente el tacto de las manos de Radha. Con un suspiro, Krishna sacó de su cabeza esos recuerdos del pasado que rasgaban las cuerdas de su corazón.
El sol ya había alcanzado su cenit. Ya era casi el mediodía. Habían terminado de comer y el resto del grupo, Draypadi, Subhadra y Satyabhama estaban en las tiendas.
Krishna y Arjuna se dirigieron de nuevo hacia la orilla del río. Aquel bosque les tenía fascinados. Ahora se le podía ver claramente. Se sentaron en el tronco de un árbol, en un recodo del bosque. Y cuando ya estaban cómodamente sentados, se presentó ante ellos un bramán. Su silueta era resplandeciente como oro fundido y su barba era roja al igual que sus ojos. Todo él estaba cubierto de un halo rojo, como el sol al amanecer. Krishna y Arjuna se levantaron y rindieron honores al bramán, el cual les dijo:
—Estoy hambriento, muy hambriento. Tenéis que satisfacer mi hambre.
A lo que ellos respondieron:
—Dinos lo que deseas y con toda seguridad dispondremos lo necesario para preparártelo. ¿Qué tipo de comida prefieres? El bramán sonrió y dijo:
—La comida corriente no puede satisfacerme. Yo soy Agni. He estado esperando vuestra venida durante mucho tiempo. He oído hablar de vosotros y sé que sois las únicas personas que pueden hacer realidad mi sueño. He estado intentando una y otra vez devorar este enorme bosque de Khandava, pero nunca lo he logrado. El Señor Indra tiene un amigo llamado Takshaka, que es el rey de las serpientes y este bosque es su morada. Así que, siempre que intento quemarlo, Indra hace caer una densa lluvia y me impide llevar a cabo mi propósito. Vosotros dos sois diestros en el uso del arco y estáis familiarizados con los astras divinos. Si podéis resguardar el bosque de la lluvia mediante vuestras flechas, podré quemarlo todo a mi antojo. Os ruego que me concedáis esta gracia.
Krishna y Arjuna estaban sorprendidos por esta petición tan poco usual, pero aceptaron gustosos la aventura. Arjuna le dijo:
—En una cosa tienes razón, yo tengo poder sobre los divinos astras e igualmente Krishna, por lo que podemos fácilmente contener la lluvia enviada por Indra, pero no tengo un arco suficientemente poderoso para lanzar astras. Necesito un arco fuerte, dotado de cualidades sobrehumanas, para facilitar nuestra tarea. También necesito una aljaba de la que se puedan sacar flechas incesantemente sin vaciarse. Mi carroza tampoco es suficientemente rápida ni resistente para acometer esta empresa. Necesitaré los caballos más veloces del mundo si he de salir con éxito de la defensa de este bosque contra el rey de los cielos. Te aseguro que puedo ayudarte si me suministras los medios que te he mencionado. En cuanto a Krishna, él es más poderoso que todas las armas de los cielos juntas.
Agni recibió con agrado la sugerencia, tras lo cual invocó a Varuna, el señor de los océanos, y le dijo:
—Varuna, tú posees un arco divino que te entregó Soma; también posees dos aljabas que nunca se vacían; por favor, dáselos a Arjuna. Dale también una carroza tirada por caballos veloces. Hoy Arjuna, con la ayuda de Krishna, va a realizar una gran hazaña, te ruego que le proporciones estos medios.
A lo que Varuna respondió: —Suyos son.
Fue y trajo un hermoso arco, que en el pasado se hizo famoso en este mundo y en los otros, con el nombre de Gandiva. Tenía poderes mágicos. Ningún guerrero de los que lo poseyeron conoció jamás la derrota, era muy hermoso. Luego Varuna le trajo también dos aljabas de las que surgían flechas incesantemente sin agotarse jamás. Asimismo, le trajo una carroza equipada con cuatro caballos blancos, y que tenía un mono como emblema.
Los caballos corrían más rápidos que el viento, e incluso que el pensamiento. Esta fue la carroza que ayudó a los devas a ganar la batalla contra los asuras. Brillaba como una nube refulgente atravesada por la luz del sol. El ruido que hacía la carroza estremeció el corazón de Arjuna.
Arjuna se sentía profundamente agradecido y feliz, humillándose por eso ante los dioses que le habían favorecido. Hizo una pradakshina a la carroza y después de inclinarse ante el arco, cogió el majestuoso Gandiva con sus manos, se colgó las dos aljabas en los hombros y se postró ante Agni. Luego tensó el arco; el sonido de la cuerda era terrible, estremeció a Arjuna como nada le había estremecido hasta entonces. Agni le entregó el chakra a Krishna y le dijo:
—Con este chakra, podrás derrotar a cualquiera. Ningún deva se atreverá a desafiarte.
Este chakra tiene por nombre Sudarsana; de hecho, es tuyo. Esta fue el arma con la que antaño conquistaste a los daityas. Ahora vuelve a tus manos después de mucho tiempo.
Varuna también le entregó a Krishna una maza llamada Kavmodaki. Arjuna y Krishna estaban inmensamente complacidos con estos dones. Arjuna subió al carro y le dijo a Agni:
—Ahora que estamos completamente equipados con todas las armas que necesitábamos, podemos enfrentarnos a cualquiera. ¿Por qué deberíamos temer a Indra, entonces?.
Agni, que estaba inmensamente complacido, tomó forma de llamas y comenzó la destrucción del gran bosque Khandava. El fuego envolvió el bosque por todas partes.