XXV
Los pandavas llegaron a Varanavata, la ciudad que se había hecho inmortal porque Harischandra, que pertenecía a la raza solar, había vivido allí durante sus días de tribulaciones. La ciudad estaba engalanada y las gentes les dieron la bienvenida con gran alegría y entusiasmo. Los jefes de la ciudad ofrecieron su hospitalidad a los príncipes, albergándolos en sus mansiones. Dos días más tarde, Purochana se dirigió a Yudishthira y le pidió con gran humildad que se alojase en el palacio recién construido. Le explicó que la casa había sido construida para ellos por orden de Dhritarashtra con la intención de albergarles con todo el confort necesario durante su estancia en Varanavata. Y los pandavas se fueron a vivir a dicha mansión, lo cual puso muy contento a Purochana. Alrededor de todo el palacio había una zanja profunda, Purochana les explicó que la habían hecho para protegerles de posibles intrusos. En realidad la intención era que los pandavas no pudieran escapar una vez que la casa estuviera en llamas.
Una vez que se quedaron solos, Yudishthira llamó a Bhima y le dijo:
—Bhima ¿Has notado este extraño olor penetrante que hay por toda la casa?, huele como a cera. Esta casa ardería como una pira si se prendiese fuego. Nos la han construido nuestros queridos parientes que tanto nos aprecian: Los kurus han debido haber planeado que esta casa arda con nosotros dentro. Este es el peligro del que Vidura quería prevenirme cuando me dijo que estuviese alerta, me dijo que el fuego era un arma más terrible que la espada e incluso que la flecha. El ya debía saber que existía este complot. Bhima estaba muy enfadado, le dijo:
—Si esta casa va a arder, vámonos de aquí inmediatamente. Alojémonos en la mansión del gobernante donde vivíamos hasta ahora. Si permanecemos aquí quedaremos atrapados como ratas. Estoy seguro que Purochana le prenderá fuego a esta casa inmediatamente.
Yudishthira le sonrió y le dijo:
—No nos precipitemos, tengo el presentimiento de que eso no va a suceder hasta más adelante porque si no sería muy evidente que los kurus serían los responsables del incendio, antes de hacerlo dejarán pasar un tiempo. Pero yo tengo total confianza en nuestro tío Vidura, él ya habrá pensado la forma de salvarnos. Vamos a jugar también nuestra parte, esperemos en esta casa y veamos qué es lo que sucede.
Pero Bhima insistía:
—Hermano, no olvides que nuestros primos nos odian a muerte y no van a reparar en lo que opinen los demás. No quiero permanecer inactivo, si me lo permites les mataré con mis propias manos, no necesito armas.
Yudishthira pacificó a su hermano diciéndole:
—Mi querido Bhima, hay muchos factores que considerar. Nadie se atreverá a acusar al rey ni a su hijo Duryodhana. Si acusamos a los kurus públicamente nadie nos haría caso, sería como un pichón tratando de luchar contra un enorme águila. No tenemos a nadie que nos apoye. Bishma ignora la profundidad del odio que anida en el corazón del rey y su hijo.
Siento que lo mejor que podemos hacer es esperar que nuestro tío Vidura nos ayude a salir de aquí.
Estas sensatas palabras de Yudishthira convencieron a Bhima de que lo más práctico era permanecer allí. Y los pandavas continuaron viviendo en aquella casa como si no sospechasen nada, pero por dentro estaban todos alerta a la espera del peligro que les acechaba. Eran los momentos más terribles de su vida.