XXX
Después de atravesar muchos riachuelos y paisajes hermosos, los pandavas llegaron por fin a Ekachakra. Se alojaron en la casa de un bramán que les había acogido y se ganaban el alimento mendigando por la calle. La gente de la ciudad estaba intrigada con aquellos silenciosos bramanes que no parecían mendigos.
Los pandavas nunca dejaban a su madre sola por mucho tiempo; recolectaban sus limosnas y luego regresaban a la casa del bramán para depositar lo recogido a los pies de su madre. Kunti dividía los alimentos dando la mitad a Bhima y distribuyendo el resto entre los demás hermanos. Bhima siempre tenía hambre, pues por su fuerte complexión necesitaba mucha comida para quedarse satisfecho. Había un alfarero en las cercanías al que Bhima comenzó a ayudar trayendo a sus espaldas enormes cantidades de arcilla. El alfarero estaba muy satisfecho y sorprendido con la fortaleza de aquel joven y le hizo un enorme cuenco para él. A Bhima le gustó mucho y al próximo día se lo llevó con él a la ciudad para mendigar por las calles. La gente le sonreía indulgentemente al ver el enorme cuenco y se lo llenaban con sabrosos alimentos que habían preparado en sus casas.
Un día, Bhima estaba en casa del bramán a solas con su madre. Sus demás hermanos se habían ido a mendigar. Ambos estaban hablando, cuando de repente oyeron cómo alguien lloraba dentro de la casa. Agudizaron el oído para escuchar qué pasaba y se dieron cuenta de que el bramán que les había acogido en su casa estaba hablando con su esposa y ambos lloraban apenados. Kunti dijo:
—Han sido muy buenos con nosotros; nos ayudaron cuando no teníamos hogar ofreciéndonos su casa. Si fuera posible, deberíamos ayudarles en la forma que podamos.
Bhima, quédate aquí, yo iré a averiguar cuál es la causa de su tristeza.
El bramán tenía un hijo y una hija. El hijo apenas era un niño. Hablaban entre ellos y decían: "Yo iré", y el otro insistía: "No, iré yo." Kunti no pudo entender de qué hablaban, así que se acercó a la esposa del bramán y le dijo: —No he podido evitar oír vuestros lamentos y me he acercado para saber cuál es la causa de vuestra tristeza, porque si pudiéramos ayudaros nos gustaría mucho hacerlo. El bramán la miró y le dijo:
—En verdad eres muy amable. Tu corazón está lleno de compasión por aquellos que sufren, pero me temo que no hay ningún ser humano que pueda ayudarnos. No obstante, te contaré la razón de nuestra tristeza. En la montaña cercana a la ciudad hay una cueva en la que vive un cruel rakshasa llamado Baka. Ha estado sembrando el terror en nuestra ciudad en los últimos trece años. Al principio descendía de la montaña cuando le apetecía e irrumpía en la ciudad matando a quien le parecía, para comérselo. Los habitantes de la ciudad temían que el rakshasa viniese y les matase indiscriminadamente, por lo que finalmente los ciudadanos se reunieron para buscar una solución al problema, de lo cual surgió una propuesta para hacerle al rakshasa. Una delegación fue a verle y le dijo: "Baka, los habitantes de la ciudad están aterrados con tus ataques por sorpresa. Viven en el constante miedo de ser devorados por ti en cualquier momento. Pero si quieres escucharnos tenemos una sugerencia que hacerte. Cada semana se te proporcionará una carreta llena de excelentes alimentos y junto con ella se te ofrecerá también un ser humano. Entre nosotros organizaremos turnos para poder alimentarte como tú deseas. Pero por favor, ya no irrumpas más en nuestra ciudad matándonos por sorpresa. De esta forma viviremos con más tranquilidad y tú podrás recibir tu alimento con regularidad". Al rakshasa le pareció bien y consolidó el pacto. Y cumpliendo con lo pactado se ha estado siguiendo esa norma durante los últimos años, de modo que en turno giratorio, de cada casa se escoge una persona para ofrecerla como víctima al rakshasa, junto con una carreta llena de alimentos. Y mañana me tocará ir a mí. Es por eso que estamos llorando, porque si yo muero no habrá nadie que pueda cuidar de mi esposa y mis hijos, y si es mi esposa la que muere, mis hijos quedarán huérfanos porque yo ya no podré vivir sin ella.
Así que hemos decidido que mañana iremos todos para ofrecernos como víctimas al rakshasa.
Kunti estaba muy apenada por la desdicha del bramán. Le dijo:
—No te preocupes. Nadie tendrá que morir, tú tan sólo prepara la comida y yo me ocuparé del resto; tengo cinco hijos y enviaré a uno de ellos con la comida. Quiero agradecerte tu amabilidad al ofrecernos tu casa durante estos días. El bramán indignado le dijo:
—De ninguna manera, vosotros sóis mis invitados, ¿acaso crees que soy tan egoísta que voy a permitir que sacrifiques a uno de tus hijos por salvar mi vida?, vosotros sóis tan buenos, que antes preferiría morir que cometer el pecado de dejar morir a otro bramán. Por favor, no quiero que vuelvas a mencionarlo.
Kunti le sonrió y le dijo:
—Te aseguro que mis hijos no son ordinarios mortales, son los favoritos de los dioses.
Tengo un hijo muy fuerte que será capaz de matar al malvado Baka. Por favor, ten fe en mí, permíteme enviar a uno de mis hijos con la carreta llena de comida. Tan sólo te pido una cosa: no quiero que le digas a nadie lo que te he dicho.
El bramán y su esposa no sabían qué añadir después de aquello. Kunti les había hablado con tal seguridad que no pudieron más que aceptar su oferta.
Kunti se reunió de nuevo con Bhima y después de contarle todo, le hizo la proposición.
Bhima se puso contentísimo, gritaba: —¡Madre, imagínate! ¡una carreta llena de comida! Mataré al rakshasa, pero asegúrate de que haya suficiente comida y de que sea sabrosa.
Kunti se rió y le dijo:
—La esposa del bramán es una buena cocinera y además es muy generosa. Vamos a consolarla. Se reunieron con el bramán y su familia y les aseguraron de que a la mañana siguiente Bhima iría a la montaña con la carreta llena de comida.
Al rato llegaron los cuatro hermanos después de la recogida de limosnas. Bhima estaba sentado en una esquina y en cuanto Yudishthira le miró notó que en su rostro había una expresión de alegría que hacía ya mucho tiempo que no veía y dirigiéndose a su madre le dijo:
—Madre, ¿qué sucede? parece como si mi hermano estuviera tramando alguna jugarreta.
Kunti le dijo:
—No, no está planeando nada, he sido yo quien le he pedido que se ofreciese para hacerle un favor al bramán que tan amablemente nos ha acogido en su casa, ayudando al mismo tiempo a la gente de esta ciudad. —A continuación le contó a Yudishthira los detalles de lo que había sucedido durante su ausencia.
Yudishthira después de oír lo que le había contado su madre, por primera vez en su vida se enfadó con ella, y con voz fuerte le dijo:
—Madre, ¿Por qué lo has hecho? tú sabes lo que Bhima significa para todos nosotros. Y el papel vital que ha jugado en nuestra protección física, y, sin embargo, ahora se lo ofreces como una víctima a un monstruo detestable, ¿crees que Bhima ha nacido para morir como una ofrenda a este rakshasa llamado Baka? Creo que en tu gratitud a este bramán has perdido el sentido de la proporción, de otra forma no hubieras actuado de un modo tan impulsivo.
Kunti no se inmutó por las palabras de su hijo y en un tono calmo le dijo:
—No creas que soy tan tonta como para actuar de un modo tan inconciente. Es sólo debido a que conozco la fuerza que tiene Bhima que me he atrevido a sugerirle semejante plan. Ya viste con qué energía anduvo cargando con nosotros durante horas, y recuerda también cómo mató al rakshasa Hidimba. Cuando tan sólo era un niño y vivíamos en el valle de Satasringa, un día estando yo sentada en el jardín con Bhima en mi regazo, apareció un tigre; al verlo me aterroricé y me levanté para salir corriendo sin reparar, poseída del terror como estaba, en que tenía un niño en mi regazo. Al oír mis gritos Pandu apareció y con una flecha atravesó el cuerpo del tigre matándole instantáneamente. En ese momento me dí cuenta de que el niño se había caído rodando por la colina hacia abajo. Tu padre y yo corrimos hacia el pie de la colina asustados, pues nos imaginábamos que algo terrible habría sucedido. Pero para nuestro asombro nos encontramos a Bhima durmiendo apaciblemente y la roca que le había detenido en su descenso, estaba hecha añicos. Así es la fuerza de Bhima. Estoy segura de que matará a ese malvado Baka, para Bhima será una tarea fácil. ¿Acaso no sabes que cuando un kshatrya ayuda a un bramán su vida en esta tierra es bendecida por los moradores de los altos cielos? De esta forma agradeceremos la amabilidad que nos han mostrado el bramán y su familia al tiempo que beneficiaremos a la gente de esta ciudad que nos han estado proveyendo de alimentos durante todos estos días. Así que no te preocupes más por ello.
Yudishthira se sintió avergonzado por las duras palabras que le había dirigido a su madre, le pidió perdón y se dirigió luego al bramán para decirle:
—Mi madre me ha contado la difícil situación en la que te encuentras. Estoy feliz de saber que podemos ayudarte, no te preocupes por mi hermano, es muy fuerte y con toda seguridad aniquilará a este vil rakshasa.
Al día siguiente, por la mañana temprano, la esposa del bramán ya había acabado de cocinar todos los alimentos para la ofrenda y llamó a Bhima para darle de comer. La carreta estaba repleta de comida. Bhima se despidió de todos y se fue hacia la cueva de la montaña tirando él mismo de la carreta. Muy pronto llegó a la cima de la montaña y ya se disponía a llamar al rakshasa, cuando se detuvo y recapacitó así:
—Un momento, esta comida se supone que es para el rakshasa, pero si lo voy a matar de qué le va a servir. Mejor me la como antes de matarle porque luego con las manos sucias no podré comérmela, lo cual será trágico.
Así pues, detuvo la carreta debajo de la sombra de un árbol y se dispuso a comer. Estaba saboreando el suculento banquete convenciéndose de que su madre tenía razón al decirle que la esposa del bramán era una excelente cocinera. Cuando ya estaba acabando de comer llamó al rakshasa con un grito. Baka le oyó y se apresuró rápidamente al lugar de donde provenía el grito. Y para su asombro vio que el joven bramán se había comido toda la comida que le pertenecía a él; entonces, acercándose, le dijo: —¿Quién eres tú? ¿cómo te atreves a comerte la comida que me pertenece?
Bhima le sonreía como si no le hubiera oído y seguía comiendo lo poco que quedaba.
Para Baka esto ya fue demasiado. De un tirón arrancó el tronco de un árbol y se lo arrojó a Bhima. Este ni se inmutó; con su mano izquierda desvió la trayectoria del tronco mientras que con la derecha seguía comiendo y limpiándose la boca con el antebrazo. Luego miró a Baka y le dijo:
—Has estado viviendo en esta ciudad durante demasiado tiempo, tu cuerpo ha engordado mucho y creo que ya es tiempo de que abandones este mundo. Te ayudaré a alcanzar la morada de Yama. Quiero liberar a esta ciudad de ti y de tu despótica crueldad. Venga, prepárate a luchar conmigo.
Y ambos se enzarzaron en una lucha que duró mucho tiempo. Baka era muy fuerte pero no lo suficiente para derrotar a Bhima. Finalmente Bhima cogió a Baka entre sus brazos y apoyándolo en sus rodillas lo rompió en dos como un elefante rompe a una caña de azúcar. Con un terrible grito de dolor el rakshasa cayó al suelo muerto. Viendo a Baka muerto, sus aterrados compinches se acercaron a Bhima pidiéndole clemencia. El les dijo:
—Si prometéis no molestar más a la gente de la ciudad os dejaré ir, si no sufriréis la misma suerte que vuestro amigo. Aquellos rakshasas se alejaron de la ciudad para no volver jamás. Bhima se llevó el cuerpo de Baka arrastrándolo por las piernas hasta las puertas de la ciudad donde lo dejó para que toda la gente supiese que el rakshasa había muerto:
Después se dirigió a la casa del bramán para devolverle la carreta vacía y le pidió que no le contase a nadie quién había sido el que les había liberado de Baka. Luego se dio un baño y se echó a dormir; había comido demasiado.
Al día siguiente, por la mañana, los habitantes de la ciudad se quedaron sorprendidos al ver el cadáver de Baka. No se explicaban cómo había sucedido. Y como sabían que aquel día le tocaba el turno al bramán se acercaron a su casa y le preguntaron qué había sucedido. El bramán, respetando lo que Bhima le había pedido, respondió:
—Un ser celestial viéndome llorar se compadeció de mí y me dijo que él llevaría la comida al monstruo y le mataría. Hice lo que me pidió y él se fue. Desde entonces no le he vuelto a ver.