XXXIX
En el gran salón del palacio se preparó una recepción oficial a los pandavas y todos ellos, acompañados por Krishna, se dirigieron allí. Dhritarashtra, después de los preliminares, dijo:
—Yudishthira, escucha lo que te voy a decir. Este reino mío debe su existencia a tu querido e ilustre padre, y esto te da derecho a que tú también lo gobiernes. Por lo tanto, sugiero que el reino sea dividido entre mi hijo Duryodhana y tú. He decidido hacerte señor de Khandavaprastha. Ahora me gustaría saber tus opiniones y también las de Krishna.
Krishna esbozó una sarcástica sonrisa. Yudishthira se dio cuenta, pero no dijo nada.
Fue a donde el rey estaba sentado y saludándole dijo:
—Obedeceré cualquier cosa que digas.
Krishna seguía sonriendo sin decir nada. En los labios del sabio Vidura, también se dibujaba una expresión de picardía. Dhritarashtra llamó a Vidura a su lado y le dijo:
—Debes apresurarte con los preparativos para la coronación. Decoremos la ciudad con los mejores ornamentos para celebrar este gran acontecimiento. Estoy enormemente complacido con el curso que están tomando los acontecimientos. Siento que me he quitado un gran peso de encima. Veré al hijo de mi hermano convertido en el señor de la tierra.
Bishma, Drona y Kripa estaban contentos por las afectuosas palabras del rey. Por fin Krishna habló y dijo:
—Entiendo el ansia del rey por celebrar la coronación. Es correcto que los preparativos se hagan inmediatamente. Todos estamos ansiosos de ver a Yudishthira coronado rey.
En ese momento entró Vyasa. Todos los reunidos en el salón se levantaron como si fueran uno, y le rindieron honores. El estaba allí para presidir la ceremonia. Los preparativos eran ciertamente exuberantes. Parecía como si el rey estuviera celebrando la coronación de su propio hijo, así de cálido y entusiasta era todo el ambiente.
En el día propicio sugerido por Vyasa, se celebró formalmente la coronación. Kripa, Bishma, Drona, Dhaumya, Vyasa y Krishna bendijeron a Yudishthira con estas palabras:
" ¡Que conquistes el mundo entero! ¡Que realices el gran Rajasuya y el yaga Aswamedha! ¡Que vivas por largos años y gobiernes el mundo como lo hicieron tus antepasados! ¡Que tu fama se propague por los cuatro vientos al igual que la brisa se lleva el perfume de las flores!"
Los corazones de todos los asistentes estaban llenos de gozo, todos menos el de Duryodhana, naturalmente. El rey sabía el dolor que estaba consumiendo a su hijo y estaba intentando encontrar algún medio para tranquilizarle. Duryodhana significaba para él su propia vida. El rey en presencia de todos los cortesanos y de Krishna, dijo a Yudishthira:
—Ahora eres el señor de Khandavaprastha. Es lo propio que vayas a tu reino y comiences a gobernarlo tan pronto como puedas. Fue en Khandavaprastha donde gobernaron nuestros antepasados pauravas, Nahusha y Yayati y fue la capital del reino de los kurus durante mucho tiempo. Espero que disfrutes de una vida feliz allí.
Yudishthira recibió su encomienda con la humildad que le caracterizaba. Se despidió de toda la familia real y de la gente de la ciudad, y acompañado por Krishna se dirigió hacia su reino.
El país llamado Khandavaprastha en su día fue la capital de los kurus, pero fue devastado tiempo después por la maldición de los rishis, quienes lo castigaron debido a la mala conducta del hijo de Budha. La capita tuvo que ser abandonada y ahora era un lugar estéril y árido; nadie podía vivir allí. No crecía nada, ni siquiera los animales podían sobrevivir en aquel lugar. Así de inaprovechable era la tierra que se le había adjudicado a Yudishthira como su parte de la tierra de los kurus.
Literalmente, el rey dijo la verdad cuando declaró que la mitad del reino sería gobernada por Yudishthira, ya que, en extensión, Khandavaprastha era la mitad del reino. Yudishthira, al igual que Krishna, conocía muy bien la naturaleza de la tierra de la que había sido nombrado rey, siendo tan pomposamente coronado por su tío. Pero ya estaba cansado de las constantes peleas con sus primos. El era amante de la paz, y si a Duryodhana le molestaba su presencia en Hastinapura, Yudishthira también compartía recíprocamente este sentimiento. No podía concebir la idea de vivir para siempre en la corte de Dhritarashtra.
El quería paz, así que no se opuso y aceptó aquella injusticia. No porque no pudiera luchar sino porque no quería hacerlo; odiaba la guerra. Tenía el cuerpo de un kshatrya y la mente de un sanyasin. Su otro nombre era Ajatasatru. Este nombre iba acorde con él, pues no quería ser enemigo de nadie.
Llegaron a Khandavaprastha y al contemplar el desolado paisaje que se extendía ante ellos Krishna dijo: —Yudishthira, mira qué país tan hermoso te ha concedido tu encantador tío. Aquel que mirando al relámpago piensa en lo bello que es, se suele olvidar del trueno que con toda seguridad estallará tras él. Al rey le sucede lo mismo. El hecho de que esta injusticia haya sido impuesta por el anciano Bishma significa ya que todos ellos van a enfrentarse con su destino. Cada uno de ellos cosechará el fruto de sus acciones, pero todo esto sucederá en el futuro. Ahora, veamos qué podemos hacer para sorprender al rey ciego. —Krishna hizo venir a Indra y le dijo:— Indra, Dhritarashtra, el monarca de los kurus, ha sido muy bondadoso al ofrecer este pedazo de tierra a los pandavas. Ahora dejo en tus manos la tarea de cambiar su aspecto. Se le llamaba Khandavaprastha, pero a partir de ahora se llamará Indraprastha, pues tú serás quien le dé nueva vida. Por favor haz lo que sea necesario para embellecer este lugar. Que sea tan exuberante y fértil que únicamente pueda ser comparable en su esplendor con Indraloka, tu mundo."
Indra dijo:
—Visvakarma, el arquitecto divino, se encargará de esto. Se convertirá en el lugar más maravilloso del mundo entero. Y en un día propicio, se comenzó la reconstrucción del lugar. Vyasa estaba allí para recitar las sagradas fórmulas mágicas. La magia de Visvakarma entró en acción, y, en poco tiempo, el lugar se transformó completamente. La ciudad enseguida quedó lista para la entrada de los pandavas. Y Yudishthira entró a la ciudad en medio del júbilo de todos. La fama de Indraprastha se propagó a lo largo y lo ancho del territorio y desde países lejanos venían gentes para verlo, y los que llegaban ya no querían regresar a sus países. Una vez terminado su trabajo en la ciudad, Visvakarma se marchó. Yudishthira se sentía muy feliz junto a Krishna y sus hermanos.
Así transcurrieron unos días. Y Krishna le dijo a Yudishthira:
—Mi Señor, tengo algo que pedirte.
Yudishthira le miraba con ojos asustados. Krishna le dijo que tenía que regresar a Dwaraka pues ya hacía mucho tiempo que estaba fuera de su ciudad. Yudishthira se puso muy triste a pesar de que Krishna le aseguraba una y otra vez que él siempre estaba pensando en los pandavas y en su bienestar.
—Siempre que me llames, vendré a ti —dijo Krishna—, cuando quiera que pienses en mí, vendré más veloz que el pensamiento. Pero ahora déjame que me vaya.
Una vez dicho esto se despidió de todos y emprendió la marcha hacia Dwaraka. Su carroza se alejaba velozmente, pero había dejado su corazón al cuidado de aquellos hombres que eran como dioses en la tierra...