XI
Los pandavas llegaron muy pronto a Hastinapura y los kurus les dieron la bienvenida muy cordialmente, haciendo excelentes arreglos para su estancia. Sus aposentos estaban lujosamente amueblados y había muchos sirvientes para atenderles. Después de haber saludado a los mayores y a sus primos, los pandavas se dirigieron a sus aposentos pasando allí una noche muy agradable y feliz. Estaban gratamente sorprendidos de ver el esmero con que los kurus habían hecho los arreglos para que pasaran una estancia agradable en Hastinapura.
Parecía como si por una vez el rey fuera sincero en su deseo de tenerlos consigo durante unos días.
El día amaneció: era el día que se iba a quedar grabado en sus memorias como el día más terrible de sus vidas. Se levantaron temprano. Después de bañarse en agua perfumada y vestirse con bellos atuendos, los pandavas abandonaron sus aposentos. Duryodhana y los demás llevaron a los pandavas a Jayantapura, para enseñarles el nuevo sabha, que había servido de excusa para traer a los pandavas a Hastinapura. Caminaron durante un rato por los muchos salones y corredores, haciendo comentarios elogiosos por cortesía. Los kurus tampoco estaban entusiasmados de oír aquellas palabras halagadoras; les era indiferente.
Todos sus pensamientos estaban centrados en el juego de dados. Ya habían acabado de ver el edificio y todos volvieron a Hastinapura. Sakuni sugirió que deberían sentarse y jugar a los dados. Yudishthira dijo que no jugaría, ya que ese juego era frecuentemente causa de muchas cosas desagradables y que destruía la amistad; que era veneno. Sakuni dijo:
—Yudishthira, hablas de cosas poco probables. Después de todo, lo que estoy sugiriendo es un juego y no nos estamos jugando todas nuestras posesiones. Este juego es tan bueno como cualquier otro para pasar el rato.
Yudishthira dijo:
—No entiendes lo que te digo; no me parece justo ganar riquezas mediante artimañas y, a pesar de todo lo que se diga o se haga, este juego es una artimaña. El sabio se convierte en tonto cuando pone sus manos sobre los dados; le roba al hombre su capacidad de discernimiento, es como el vino, que destruye las buenas cualidades del hombre. Una vez que le coge la fiebre, nada puede curarle. Este juego es algo que debe evitarse como si fuera una horrible enfermedad. Dejamos a un lado este juego de dados.
Sakuni se burló de él diciéndole:
—El pobre Yudishthira acaba de adquirir riquezas de su gran Rajasuya y no quiere desprenderse de ellas. Después de todo para él eso es algo nuevo, dejemos que las conserve;
Yudishthira, no tienes porqué jugar si tienes miedo de aceptar el desafío.
A Yudishthira le molestó el tono de la voz de Sakuni y le contestó:
—No tengo miedo ni quiero riquezas como tú; sabes demasiado bien que no puedo rechazar jugar una vez que se me desafía, tendré que jugar. Sé que el destino es más poderoso que toda la sabiduría de un hombre, quiero saber quién va a ser mi oponente y cuál va a ser la apuesta.
Duryodhana dijo:
—Apuesto todas las piedras preciosas y riquezas que tú apuestes, mi tío Sakuni jugará por mí.
Yudishthira dijo:
—Esa no es la regla en absoluto, nunca he oído que se pueda. jugar por otro en este juego, tú debes jugar y hacer la apuesta.
Sakuni dijo:
—Yo no veo nada de malo en este arreglo. Es evidente que quieres evitar jugar poniendo una excusa u otra, si no quieres jugar dínoslo francamente.
Yudishthira no pudo añadir palabra alguna. La sala se llenó lentamente: Bishma, Drona, Kripa, Vidura, todos estaban allí, el rey también estaba. Y el juego comenzó. Los dados fueron arrojados y Yudishthira anunció su apuesta: sus joyas, sus piedras preciosas y su riqueza. El príncipe Duryodhana dijo:
—Pongo mi riqueza en contra de la suya, aquí está.
Sakuni cogió los dados en sus manos, los sacudió hábilmente y los arrojó al suelo. —¡Gano! —dijo Sakuni.
Yudishthira dio centenares de monedas de oro y collares hechos con piedras preciosas, el príncipe hizo la misma apuesta. Los dados se arrojaron una vez más y de nuevo toda la gente de la sala pudo escuchar la voz de Sakuni proclamando: " ¡Gano!" El silencio se apoderó de la sala. El juego siguió, la fiebre ya había entrado en la sangre del pobre Yudishthira, el cual siguió perdiendo juego tras juego.
El "gano" de Sakuni era la única palabra que de forma monótona y repetitiva rompía el silencio de la sala, ya ni siquiera era una exclamación de júbilo.
Yudishthira siguió perdiendo una y otra vez. Perdió sus joyas, sus carros, su oro, sus caballos, su riqueza, sus elefantes, su ejército, sus esclavos, su tesoro, su granero, sus vasijas: el demonio de Sakuni se lo estaba tragando todo sentado allí con su persistente voz provocativa, proclamando: "gano." Vidura pensó que era el momento de que alguien interviniera. Le dijo al rey:
—Mi señor, tienes que hacer caso a mis palabras incluso aunque no sean de tu agrado. Al hombre enfermo no le gusta la medicina que le prescribe el médico, pero debe tomarla si tiene deseo de curarse. Debes recordar el momento en que nació este querido hijo tuyo, entonces aparecieron terribles presagios de malos augurios, tú me preguntaste por qué y yo te dije que tu hijo sería la causa de la destrucción del mundo, yo te sugería que le mataras para salvar al mundo y no me escuchaste. Ahora, al menos, créeme cuando te digo que ha llegado el momento en que los hechos prueban que la profecía es cierta, el mundo se enfrentará a una gran destrucción si el juego sigue adelante. La injusticia que se les está haciendo a los pandavas no quedará sin castigo. Sufrirás grandes dolores en tu vejez por la muerte de tus hijos; sí, de todos tus hijos. No trates mal a estos grandes héroes. La avaricia es una cosa terrible y tú estás siendo afectado por esa terrible enfermedad, y también tu hijo la ha heredado de ti. Tu hijo no tiene las agallas de enfrentarse a los pandavas a campo abierto en una guerra de hombres. Les está estafando con la ayuda de ese príncipe entre los embaucadores. Por favor no permitas esto, con toda seguridad acarreará terribles resultados.
Te suplico qué detengas esto.
Vidura no obtuvo del rey ni una sola palabra en respuesta. Después de esto se produjo un profundo silencio, la única música que sonaba era el ruido que hacían los dados al rodar por el suelo y el "gano" de Sakuni. Nadie hablaba. Duryodhana volvió su rostro hacia Vidura, se le acercó y le dijo:
—Mi querido tío, eres grande haciendo alabanzas de las virtudes de otros en nuestra presencia. Desde mi niñez he podido apreciar que sientes predilección por los pandavas, y que yo nunca te he gustado; siempre has tratado de dañarme. Eres muy desagradecido con la mano que te alimenta y estás tratando de matar el afecto natural que me tiene mi padre. Dices que eres nuestro benefactor, pero yo no creo que sea verdad, de hecho creo que no es verdad. No tienes por qué preocuparte por nosotros, todos estamos muy bien, laméntate sólo por tus sobrinos favoritos, que se convertirán en mendigos en cuestión de momentos gracias a mi verdadero benefactor: mi tío Sakuni. En cuanto a tus advertencias sobre el futuro, no hay nadie que pueda cambiar lo que el Creador ha escrito, quien me envió a este extraño viaje lleno de acontecimientos llamado vida. Todas las malas o buenas cualidades que yo tenga o cualquier acción que haga ahora o en el futuro ya han sido ordenadas por él, por el que me ha puesto en este viaje. Por favor no te halagues a ti mismo, pensando que las palabras que le digas a mi padre o a mí, pueden cambiar el curso del destino; déjanos solos y por favor no vuelvas a hablar así a mi padre. —Duryodhana se dio la vuelta y se dirigió hacia la plataforma donde se estaba jugando el fatídico juego de dados.
El juego seguía y Sakuni con su sonrisa siniestra dijo: —Creo que has perdido todas tus pertenencias terrenales, Yudishthira, ya no tienes nada. Pero si crees tener algo más que te pertenezca, puedes apostarlo. Me jugaré todo lo que ha ganado el rey hasta ahora: si ganas, puedes pedir que se te devuelva.
La locura del juego había hecho que Yudishthira perdiera la razón, permaneció en silencio por un momento y, de repente, se acordó de algo y dijo:
—Todavía tengo algo que apostar. Este joven oscuro y hermoso: mi hermano Nakula será mi apuesta.
"Gano", dijo Sakuni. Yudishthira dijo:
—El sabio Sahadeva es mi próxima apuesta, no hay nadie como él en este mundo, no me gusta pensar en tener que usarlo como apuesta, pero tengo que hacerlo.
"Gano", repitió la voz de Sakuni. Luego Sakuni dijo: —Has perdido a los hijos de Madri, pero aún tienes dos hermanos más. Evidentemente no crees que sean suficientemente valiosos para usarlos como apuesta y creo que tienes razón. Nakula y Sahadeva te son queridos, por eso les apostaste, y a pesar de que no considerábamos que las apuestas fueran equiparables hemos sido condescendientes y te hemos permitido que los usaras como tu riqueza en contra de la del rey. Pero dejémoslo así, ya que hemos ganado. Considerando a los hermanos que te quedan creo que es justo que pienses que no valen lo suficiente como para considerarlos como apuesta, yo también pienso igual. Pero debes hacer algo si ha de continuar el juego. O tal vez piensas que valen mucho más que los hijos de Madri; quizás esa sea la razón de tu duda. —Sakuni se calló esperando que hablara Yudishthira. Yudishthira estaba extremadamente enfadado con Sakuni por sus hirientes palabras, que le quemaban como fuego en sus entrañas, y le dijo:
—Por favor no digas tales cosas, tu intención es crear enemistad entre nosotros, pero nunca podrás hacerlo. Aquí está Arjuna que no tiene igual en el mundo; él es mi apuesta.
Arrojó los dados y... "gano", dijo Sakuni.
—Aquí está Bhima —dijo Yudishthira—: él es el comandante de mi ejército; Bhima, cuya fuerza es mayor que la de todos vosotros, Bhima es mi siguiente apuesta. ¡Gano! —exclamó Sakuni.
—Yo soy ahora la apuesta —dijo Yudishthira. —¡Gano! —repitió Sakuni.
En ese momento se produjo un silencio sepulcral y en medio de ese silencio, como gotas de fuego líquido, sonaron nuevamente las palabras de Sakuni escurriéndose de sus labios como veneno:
—Todavía tienes a Draypadi, todavía no la has perdido a ella.
Bhima agarró su maza firmemente para arrojársela a la cabeza a Sakuni, pero Arjuna le detuvo con una mirada. Yudishthira, ya completamente fuera de control, dijo:
—Draypadi, la reina de los cinco pandavas, es mi apuesta ahora.
Los dados fueron arrojados por última vez y por última vez resonó la sala con el triunfante "Gano" de Sakuni. Todo se había perdido.