XIII
Draypadi ya había vertido todas sus lágrimas, sus ojos estaban inyectados de ira. Con una voz palpitante de furia e indignación, gritó:
—Veo que en esta gran asamblea hay grandes personajes, ancianos e esta antigua casa de los kurus, conocidos todos ellos desde tiempo inmemorial por el Dharma que residía en ellos.
Todos estáis aquí presentes, sin embargo, la injusticia ha anidad en vuestras mentes. ¿Puede ser esto posible? He aquí un hombre que, embriagado por el poder, pide a su cruel hermanó que traiga a rastras a la corte a una indefensa mujer. Y todos vosotros os quedáis mirando impasibles. Aquí está i marido, el cual es la imagen misma del Dharma. Todos vosotros sois harto conocidos como estrictos observadores del Dharma. Es verdad que la justicia ha desaparecido de esta corte, donde se permiten tamañas atrocidades.
"La ecuanimidad que distinguía a la casa de los kurus se ha escapado saltando sus murallas y ahora mora lejos de este lugar. Ancianos de la corte, en vuestra presencia pregunté a mi marido que me aclarara una duda de todo este juego, pues quería saber a quién perdió primero: si a mí o a él mismo. Y no solamente no se me dio una respuesta, sino que además este hombre ha tenido el atrevimiento de traerme aquí a rastras. Cuando personas como Bishma y Drona permiten esto, es que no existe en esta corte nada que podamos denominar Dharma. Os lo preguntaré otra vez, mi pregunta es muy simple: ¿Debo considerarme esclava de este hombre, o soy libre?
Draypadi miró a sus maridos, hirviendo de ira; les miraba con rabia, tratando de avivar la ira que había en ellos hasta convertirla en una llamarada. Yudishthira hubiera deseado encontrar la muerte en aquel mismo momento. No le importaba mucho el haber perdido sus riquezas, ni su reino, ni todo lo que un día fue suyo, pero los ojos encolerizados de Draypadi quemándole con el fuego de su ira, era peor para él que mil flechas traicioneras disparadas por un enemigo. Y sin poder resistirlo, bajó la cabeza.
Luego Draypadi miró a Bishma y le dijo:
—Tú eres asiento de toda ciencia y sabiduría. Se dice que no hay nadie más sabio que tú.
Abuelo mío, ¿puedes tú decirme si soy o no, una esclava?
A lo cual contestó Bishma:
—La verdad no estoy muy seguro de poder darte la contestación adecuada a tu pregunta, pues las sutiles sombras del Dharma son difíciles de comprender. Por un lado no le es posible a un hombre apostar algo después de que él mismo ha perdido todo derecho sobre su persona, por haber apostado y perdido su propia vida. Según eso, Yudishthira no tenía derecho a apostarte. Pero hay otro aspecto que tenemos que considerar y es que un hombre tiene derecho sobre su mujer, sea él libre o no. Puede decirse que es de su propiedad incluso después de haber perdido su derecho sobre su misma persona. Y según esto, no me atrevería a asegurar que tú eres libre. Yudishthira sabía que Sakuni es un maestro consumado en el arte de tirar los dados, sin embargo aceptó gustoso jugar con él, y a pesar de que estaba siendo derrotado, continuaba jugando una y otra vez, hasta que llegó a utilizarte a ti como objeto de apuesta. No puedo contestar a tu pregunta.
Draypadi estaba furiosa y le dijo:
—Hablas como si mi esposo hubiera aceptado de buena gana jugar este juego. Fue tu querido nieto Duryodhana y su tío quienes le desafiaron a jugar, Yudishthira no quería y ya se lo había dicho repetidas veces a su tío Vidura en Indraprastha. Sin embargo fue forzado a participar en este juego fraudulento. Sakuni, sabiendo que él no era un jugador hábil, le obligó a jugar con él, que es un reputado experto en el arte de tirar los dados. Mi esposo no tenía ninguna posibilidad en absoluto de ganar. Y vosotros, sabiéndolo, continuábais mirando. ¿Acaso no veíais esta injusticia? ¿No sabíais que era un juego sucio? Teníais que haberlo detenido. Tú eres el tío del rey, mas ni uno sólo de vosotros hizo nada para pararlo, ni tampoco reprendiste a este pecador de Duryodhana por lo que estaba haciendo. ¡Decidme ahora que mi esposo accedió a jugar de buena gana y que gustosamente me utilizó como objeto de apuesta! Cuando él perdió su vida y me anunció a mí como su próxima apuesta, ¿acaso no le podíais haber interrumpido y proclamado que eso no era correcto? Ruego que escuchéis mis palabras. Requiero una respuesta de esta corte.
Donde no hay ancianos preceptores no hay corte. Pero sólo se pueden considerar como tales aquellos que manifiestan la verdad, y donde no hay verdad no hay justicia, y no puede haber verdad donde se da cobijo a la obstinación.
Dussasana, riéndose a carcajadas miró a Draypadi, de cuyos ojos brotaban lágrimas y cuyas palabras parecían fuego, y le dijo:
—Eres la esclava de Duryodhana, ¿por qué te preocupas por las sutilezas del Dharma?
Eres una esclava, tu Dharma es complacer a tu nuevo dueño y señor, Duryodhana, el monarca de los kurus.
Al oír esto, ella le miró como si quisiera quemarle con su mirada, pero no pronunció palabra alguna. Bhima, que temblaba de indignación, como si fuera una hoja al viento, se dirigió a su hermano Yudishthira con encendidas palabras, diciendo:
—Mira el resultado de tu locura. Toda la riqueza que poseíamos, se ha ido. Has apostado todo, absolutamente todo lo que poseíamos, y yo no dije nada, ni siquiera me importó. Luego nos apostaste a nosotros e incluso eso lo aguanté pacientemente, porque tú eres mi guru, mi hermano mayor y somos tuyos para siempre. Pero, mi señor ¡mira cómo este animal ha traído a rastras a Draypadi hasta el salón! ¿Crees que puedo soportar esto? Ya no lo aguanto más.
Sahadeva, tráeme fuego, tengo que quemar las manos de mi hermano.
Arjuna se sentía apenado contemplando la ira de Bhima al igual que por su querido hermano mayor que estaba de pie ante él con la cabeza gacha. Hasta ayer era rey y hoy se había convertido en esclavo de los kurus. Arjuna dijo a Bhima: —¿A qué se debe esta reacción tuya? ¿qué es lo que te ocurre? Nunca antes fuiste tan severo con tu hermano. Siempre le trataste con el respeto que se debe a un padre.
A lo que Bhima contestó:
—Cierto, antes le respetaba pues era diferente. Mas ahora merece que quememos sus manos por lo que ha hecho, y le echemos de aquí. Observa esta escena, ¿no te hierve la sangre? ¿puedes soportarlo?
Arjuna le tranquilizó, diciendo:
—Por supuesto, yo también estoy enfadado, pero ¿no ves acaso que Yudishthira está también muy apenado? Está ardiendo encolerizado consigo mismo; él mismo se quemaría las manos si pudiera. Está totalmente destrozado. No aumentes su desgracia lanzando tu rabia contra él. Los kurus siempre han querido vernos pelear; mas hasta ahora siempre hemos permanecido unidos como si fuéramos uno solo. Si te rebelas contra nuestro querido hermano, sus deseos se verán cumplidos. Creo que ya están suficientemente contentos con lo sucedido.
No aumentes más su dicha, peleando contra tu hermano.
Las palabras de Arjuna no pudieron apaciguar la ira de Bhima, pero consiguieron que se controlara. Era un espectáculo tremendo ver a Bhima conteniéndose por no lanzar su maza contra las cabezas de Duryodhana y Dussasana. Jadeaba reprimiendo su furia, pero tenía que conservar la serenidad.