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EL HIJO DEL SOL

El rey Sura era uno de los Vrishnis. Tenía un hijo llamado Vasudeva y una hija llamada Pritha. Este rey tenía un primo llamado Kuntibhoja que no tenía descendencia, Sura le amaba mucho por lo cual le entregó a su hija Pritha, para que la educase y la criase como si fuese su hija. Era una niña hermosa de dulces modales, por lo que se convirtió en el ser más querido de su padrastro, el cual le puso el nombre de Kunti.

Una vez, el sabio Durvasa fue a la capital de Kuntibhoja. Era famoso en todo el mundo por la severidad de sus austeridades y su fuerte genio. Quería pasar unos días en la corte del rey, el cual encargó a Kunti que cuidase de que el sabio tuviera una estancia cómoda. A pesar de la dificultad de tal tarea, Kunti se desenvolvió admirablemente, por lo que el sabio se sintió muy complacido y quiso otorgarle un don. Durvasa la llamó a su presencia y le reveló un mantra mágico con el cual podía conseguir que viniese a por ella cualquier Deva en el que pensase mientras recitaba el mantra. Ella recibió el regalo con humildad y Durvasa se marchó.

La niña, que apenas empezaba a ser mujer, no entendió bien el significado profundo de lo que le había dicho el sabio. Estaba muy contenta con su regalo, como un niño al recibir un juguete nuevo. Era de madrugada, y a través de las ventanas que daban al oriente podía ver el sol elevándose sobre la aurora. El cielo tenía el color del oro líquido y las aguas del río golpeaban plácidamente las murallas del palacio. Las aguas brillaban con tonos rojos y dorados refrescando los rayos de la alborada. La escena conmovió el corazón de la niña, la cual estaba absorta ante tanta belleza. Y por un momento pensó lo maravilloso que sería que el sol estuviera allí a su lado. En ese momento se acordó del mantra que le había dado el gran Durvasa. Y la niña, como jugando en su ingenua ignorancia, unió sus manos con las palmas hacia arriba como una flor de loto, e invocó al sol recitando el mantra que había aprendido.

Cuando abrió los ojos contempló ante ella un milagro. Los rayos del sol crearon un sendero de luz a lo largo de la superficie del río cegando a la jovencita con su brillo, y el sol mismo apareció junto a ella. Allí estaba mirándola con una sonrisa juguetona. Kunti estaba muy complacida con el éxito de su invocación y sonrió muy feliz dando palmadas de alegría.

El sol, aún sonriente le dijo:

—Es evidente que no has comprendido el verdadero significado de las palabras del sabio cuando te enseñó el mantra. Te dijo que "cualquier dios al que invocases vendría a por ti." Eso significa que el dios vendría para tomarte y darte un hijo tan bello como él mismo.

Kunti se quedó confusa sin saber qué decir:

—Yo no pensé que fuera así; por favor, perdona mi ingenuidad y vete para salvar mi reputación.

—Eso es imposible —añadió el dios—, una vez que me has invocado no puedo regresar sin tomarte, debes aceptarme pues no puede romperse el poder mágico del mantra que tan indolentemente has usado.

Kunti estaba muy asustada:

—Soy tan solo una jovencita y estoy soltera, ¿qué pensará el mundo de mí? ¿qué dirá mi padre? Le romperá el corazón saber que ya no soy virgen.

El sol estaba encantado con la ternura de aquella niña que apenas era una mujer. Le sonrió infundiéndole seguridad y le habló con palabras dulces:

—No temas, después de que nazca el niño serás virgen de nuevo, nadie sabrá nada de este incidente.

Y la jovencita se sintió atraída por sus palabras y su belleza, aceptándole sin ningún miedo a las consecuencias. Cuando el sol ya estaba a punto de irse le dijo:

—Tu hijo nacerá con un kavacha y unos kundalas. Será un fiel reflejo de mí, un gran arquero, bondadoso de corazón como ningún otro. Será famoso en todo el mundo por su generosidad y servicialidad: jamás le negará nada a nadie, incluso cuando le pidan que no dé.

Será un hombre orgulloso y sensible cuya fama perdurará en el mundo mientras que el sol y la luna permanezcan en sus órbitas.

Tras estas palabras el sol se desvaneció ante su vista.

Con el tiempo Kunti tuvo un hijo. No sabía qué hacer con él, pues estaba muy preocupada por su reputación. A través de la ventana veía fluir plácidamente las aguas del río mientras que en su corazón se debatía una tormenta. Por fin se decidió y envolviendo al niño en una tela de seda lo depositó en una caja de madera y lo llevó a la orilla del río. Allí dejó la caja flotando sobre las aguas y regresó a su habitación. A través de la ventana vio cómo la caja se alejaba arrastrada por las aguas separándose más y más de ella. En su corazón sentía una gran tristeza y un gran amor por aquella vida que había abandonado en el corazón del río, para verla perderse en la distancia. De sus ojos fluyeron lágrimas y levantando en súplica sus manos hacia el sol dijo entre sollozos:

—Por favor mi señor, protégele y no dejes que nada malo le pase.

Y luego pensando en su hijo rezó en su corazón: "Te deseo suerte en tu camino. Que el señor de las aguas te proteja y vele por tu vida. Que todos los dioses de los altos cielos te amparen. Volveré a encontrarte un día en el futuro, te reconoceré por tu kavacha y tus kundalas. Afortunada será la mujer que te encuentre y te críe como a su propio hijo; viéndote crecer, verá igualmente crecer su felicidad. Mas yo seré la más desdichada de todas las mujeres porque jamás te tendré como mi hijo. Dios te bendiga, hijo mío, mi primogénito."

Y aquella niña se hizo mujer, y lejos quedaron ya aquellos días de inconciente juventud.

Pero tanto andando como durmiendo sólo pensaba en una cosa: en una caja de madera, guardando envuelto en sedas un niño con su kavacha y sus kundalas, reluciente como la luz del sol de la mañana.

El Mahabharata - Tomo I
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