XXVI

ARDE LA CASA DE LOS PANDAVAS

Vidura conocía un minero muy amigo suyo y le mandó llamar. Después de hablar con él le envió con una misión a la ciudad de Varanavata. Una vez allí se dirigió a la casa de los pandavas, y al encontrarse con Yudishthira le dijo:

—Soy un minero y he sido enviado por Vidura para ayudarte.

A continuación le repitió las frases que Vidura le dijo a Yudishthira en dialecto Mleccha Bhasha al abandonar Hastinapura. Esta era la contraseña por la cual Yudishthira podía reconocer quién era un verdadero enviado de Vidura en quien podía depositar su confianza, pues tal y como estaba la situación tenía que andarse con mucho cuidado. Yudishthira le dijo: —¿Qué es lo que mi tío me ordena que haga? El minero respondió:

—Tu tío me ha contado todo lo que sucede en esta casa, y me ha enviado para construir un túnel subterráneo desde la casa hasta la orilla del río Ganges.

Al oír esto la cara de Yudishthira reflejó inmediato alivio y le dijo:

—Fantástico, creo que es una excelente idea. Empieza ya. El minero comenzó a construir el túnel, pero no era una tarea fácil, porque Purochana estaba siempre en la casa. Parecía que estuviese esperando alguna visita, pero en realidad lo que hacía era vigilar a los pandavas para impedir que se escaparán. Los pandavas se daban cuenta de esto y trataban de hacerle salir de la casa con alguna excusa. Así pues, pasaban la mayor parte del tiempo paseando por los bosques que rodeaban la mansión, querían familiarizarse con el paisaje para poder encontrar fácilmente el camino de fuga en la noche que tuvieran que escaparse. Simulaban estar interesados en la caza para obligar a Purochana a alejarse de la casa junto con ellos.

Por fin el túnel estuvo terminado. Era muy largo, y la boca de entrada estaba en el salón principal de la casa. Estaba tapada con una trampilla y cubierta con una alfombra costosísima.

Ya casi hacía un año que los pandavas residían en Varanavata. Purochana pensó que era ya el momento apropiado para el atentado, pues creía que se había ganado la confianza de ellos. El minero le dijo a Yudishthira que Purochana había planeado prender fuego a la casa en la noche del día catorceavo, coincidiendo con la luna nueva; cuando la oscuridad lo envuelve todo. Yudishthira le dijo a Bhima:

—Bhima, Purochana ha decidido incendiar la casa dentro de unos días. Ha llegado el momento de preparar nuestra huida. Tenemos que hacer que seis personas ocupen nuestro lugar en esa noche, para que parezca que el atentado ha tenido éxito. Purochana también arderá, porque seremos nosotros quienes prenderemos fuego a la casa para luego escapar a través del túnel.

Al día siguiente, Kunti convocó una fiesta para dar de comer a todos los pobres de la ciudad. Había una mujer perteneciente a la estirpe nishada, que solía venir a tener relaciones con Purochana y Kunti lo sabía. Esta mujer vino también a la fiesta y Kunti se mostró muy complaciente con ella, por lo que ella pensó que había conseguido ganarse la amistad de la reina. Esta mujer tenía cinco hijos que también habían venido con ella. Todos ellos junto con la madre bebieron hasta emborracharse completamente. Estaban tan borrachos que la mujer y sus cinco hijos se quedaron a dormir en el palacio aquella noche, ocupando las camas de los príncipes y de la reina. Purochana también estaba totalmente borracho. Así pues, había siete personas durmiendo aquella noche en la mansión.

Ya más adentrada la noche, los pandavas decidieron emprender la huida y rápidamente hicieron los preparativos en completo silencio. Kunti y cuatro de los pandavas entraron primero en el túnel, mientras que Bhima, con una antorcha encendida en su mano, fue de un lado a otro de la casa prendiendo fuego a las cortinas y demás materiales inflamables colocados en lugares estratégicos; él sabía dónde habían colocado las jarras conteniendo aceite y mantequilla. Se dirigió luego a la habitación donde estaba durmiendo Purochana sumido en el estupor de la borrachera y prendió fuego allí también. La casa ya había comenzado a arder por lo cual se apresuró a entrar en el túnel. Levantó la trampilla de entrada y ni siquiera se preocupó de cerrarla, pues sabía que los escombros cubrirían luego la entrada y parte del túnel, impidiendo así que la gente supiese que los pandavas habían podido escapar a través de él.

La ciudad entera se despertó con el crujiente ruido de la casa en llamas. Luego, cuando la casa se derrumbó, se produjo un terrible estruendo, pero nadie podía acercarse para intentar rescatar a los príncipes, pues la zanja que rodeaba la mansión resultaba infranqueable. Todos estaban allí de pie observando cómo la casa ardía sin poder hacer nada. No hacía falta mucha inteligencia para adivinar que Dhritarashtra y su hijo eran los responsables de aquella tragedia en la que los pandavas supuestamente habían perdido la vida. La gente de Varanavata maldijo a los kurus y lloraron por la muerte de los príncipes y su madre, asesinados de una forma tan mezquina. Todos permanecieron de pie durante toda la noche viendo cómo el palacio era consumido por las llamas reduciéndose a cenizas.

Mientras, los pandavas avanzaban en su fuga a través del túnel, Bhima oyó el terrible estruendo que se produjo al derrumbarse el edificio y animaba a sus hermanos y a su madre a que se diesen prisa. Kunti y sus hermanos estaban cansados y soñolientos lo cual les impedía avanzar rápidamente, así pues, Bhima puso a su madre en sus espaldas, a los dos mellizos en sus caderas y a sus otros dos hermanos uno en cada brazo y cargando con todos ellos avanzó veloz a través del túnel hasta que por fin llegó a la orilla del río Ganges. Desde la distancia podían ver el cielo rojo, iluminado por las llamas del incendio, pero el río fluía plácidamente reconfortándoles con su sereno fluir. Las aguas bajaban completamente calmas sin la más mínima ondulación, era como un ejemplo vivo diciéndoles: "No permitáis que estas cosas os perturben; todo pasará."

Ahora estaban al sur de Varanavata. Allí se encontraron con un hombre que había sido enviado por el inteligente Vidura, y que estaba como montando guardia. Les dijo:

—Gracias a Dios habéis venido. Veía la casa arder y estaba preocupado por vosotros. He estado aquí todas las noches desde hace varios días, pues no sabía cuándo se produciría vuestra huida de la casa. Vidura os ha proporcionado también una barca para que podáis pasar al otro lado del río; ya está preparada. Vidura ordenó que después de que lleguéis a la otra orilla del río os dirijáis hacia el sur. El sendero estará claro e iluminado por las estrellas. Os pide que mantengáis en secreto vuestro paradero y que nadie sepa de vuestra existencia durante unos cuantos meses.

Naturalmente, este mensajero de Vidura recibió a los pandavas con las mismas palabras que Vidura le había dicho a Yudishthira en dialecto Mleccha Bhasha, pues era la contraseña que les permitía reconocer a los pandavas quién era un auténtico amigo, pues estaban rodeados de espías y enemigos por todas partes. Ya no era fácil para ellos diferenciar entre un amigo y un enemigo.

El barquero se acercó y, después de decir la contraseña, añadió:

—Vidura me ha pagado una enorme cantidad de dinero para que viniese aquí cada noche a esperaros. Ahora tengo la enorme fortuna de llevar en mi barca a los mejores nacidos entre los hombres.

Luego cruzaron al otro lado del río y se adentraron en el tétrico bosque. La noche era oscura y tenebrosa, pero los príncipes tenían que alejarse de aquel lugar tan aprisa como pudieran para encontrar un refugio seguro lejos de sus enemigos. Tenían que alejarse de Varanavata tanto como les fuera posible.

El Mahabharata - Tomo I
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