IX

KICHAKA ULTRAJA A SAIRANDHRI

Sudeshna esperó durante un día o dos; para entonces, oyó que su hermano estaba casi enfermo y que se hallaba en la cama. Estaba sufriendo por su amor no correspondido. La reina mandó a buscar a Sairandhri y le dijo:

—He oído que mi hermano Kichaka ha traído algunos vinos especiales, me siento sedienta, por favor, ve a su palacio inmediatamente y tráeme algún vino de mi hermano.

Draypadi estaba atónita, ella no hubiera soñado que también la reina se volviera partidaria de los planes de Kichaka. Se le escapó un cálido suspiro, y le dijo:

—Mi reina, por favor, no me mandes allí. Tu hermano tiene malas intenciones hacia mí, ya me ha molestado con sus acosos, no quiero ir a su casa. Vine a ti pidiéndote ayuda y tú me has protegido durante los últimos meses, no es correcto que lo eches todo a perder haciéndome ir al palacio de tu hermano. El me forzará a que le obedezca, no iré allí, no tengo a nadie que me ayude excepto tú; por favor, sé buena conmigo, tú eres una mujer. Sé amable conmigo, soy una doncella desamparada. Por favor, envía a otra persona al palacio de tu hermano, pídeme que haga cualquier otra cosa, lo haré con agrado, pero no me hagas ir a las estancias de Kichaka; me insultará.

Sudeshna se puso furiosa con ella y le dijo:

—Quiero que vayas tú, no me gusta la forma en la que hablas de mi hermano, él no es el tipo de persona que molesta a las mujeres, sólo estás poniendo excusas para evitar hacer lo que te estoy pidiendo. El no te molestará, él sabe que se debe tratar bien a mis doncellas, ve rápidamente y tráeme algo de vino, estoy sedienta.

Sairandhri tuvo que obedecer, cogió la vasija de oro que le dio la reina en la mano y caminó hacia el palacio de Kichaka. El había estado esperando su llegada y viéndola acercarse a sus aposentos salió para recibirla. Le habló en un tono de voz lleno de amor y le dijo:

—Así que al fin has venido. Te he estado esperando desde hace mucho tiempo. Ven, amada mía, no es correcto que estés de pie; mira, he preparado una cama para ti, ven conmigo y descansa ahí, tómame por tu amante, bebamos y disfrutemos nuestro encuentro.

Draypadi le dijo:

—Mi señor, no vine aquí para quedarme contigo, fui enviada por mi reina para llevarle algo de vino de tu palacio, por favor, apresúrate y llena esta vasija de oro.

Kichaka se rió a carcajadas y le dijo: —¿Cómo piensas que ahora, que has venido a mí, mi querida dama, voy a dejarte ir tan pronto? Mandaré el vino con alguna otra persona; tú quédate, compláceme y luego te podrás ir.

Kichaka se le acercó y trató de agarrarla de la mano. Draypadi le empujó y le tiró al suelo impulsada por el frenesí nacido del miedo, tras lo cual trató de alejarse corriendo de allí; corrió en dirección a la corte de Virata.

Allí estaba Yudishthira y quería su protección. Arrojando el cuenco de oro al suelo, corrió tan deprisa como pudo. Kichaka corrió tras ella, la agarró por el pelo y la tiró al suelo pisándola con su pie. Draypadi estaba desesperada, con el pelo flotando tras ella como una nube, corrió hacia la corte de Virata.

El rey la miró y Yudishthira también, pero nadie dijo una palabra. Bhima acababa de llegar allí por casualidad; presenció la escena y sus ojos ardieron en llamas. Respiraba fuego y hubiera matado a Kichaka en aquel mismo lugar. Comenzó a arrancar un árbol que estaba a mano, pero Yudishthira le detuvo con una mirada y le dijo:

—Si deseas fuego para tu horno, no rompas las ramas de este árbol, la madera estará demasiado verde, no arderá; no tiene sentido que gastes tus energías en el árbol. Cuando el árbol esté lo suficientemente seco, puedes destruir al árbol ofensor; no es el momento adecuado.

Bhima entendió lo que quería decir, no debían estropear su futuro actuando precipitadamente, debía esperar.

Bhima miraba al suelo y permanecía callado. Draypadi vio todo aquello y estaba furiosa con Yudishthira.

Miró al rey y le dijo:

—Mi señor, ¿cómo puedes permitir que ocurra esto en tu reino? He venido a ti pidiéndote protección, debes protegerme de este hombre que me está maltratando, tengo cinco maridos pero no pueden castigar a este hombre, permanecen callados; tú eres el rey, no tengo otro refugio que tú, debes salvarme de la ruina, apelo a ti.

El rey estaba callado, no podía hacer nada. El poderoso Kichaka era el jefe de su ejército y no podía atreverse a enfrentarse con él. No se atrevía a dirigirle palabras de reproche. Nadie podía hacer nada excepto observar el proceso de aquel incidente. El rey le dijo a Draypadi:

—No puedo juzgar algo que no ocurrió en mi presencia, sólo vi el final, hasta que no sepa que toda la culpa es de Kichaka no puedo hacer nada. ¿Cómo sé qué provocó el que te golpeara? Quizás estaba justificado, no lo sé; por favor, vete de aquí.

Yudishthira estaba furioso con el rey por la forma tan indecorosa en que trató de evitar el asunto. Su frente estaba húmeda de sudor, pero tuvo que controlar su ira, se dirigió a su querida esposa y le dijo:

—Creo que sería mejor que te fueras a los aposentos de la reina, tus maridos saben todo lo que ha ocurrido hasta ahora y sin duda estarán enfadados. No han salido a tu rescate porque quizá piensen que el momento no es oportuno. No está bien que te enfades con ellos, porque no se apresuraron a ayudarte. Tus maridos creen que no es el momento de enfadarse, por favor, sé paciente. Llegará el momento en que se acaben todas tus preocupaciones. No han intervenido porque no quieren interrumpir las largas penitencias que han estado realizando en los últimos años, en cuyo caso resultarían inútiles; no quieren hacerlas de nuevo. Esperan que cooperes con ellos y soportes esta situación durante quince días más. Luego, podrás abandonar está ciudad y dirigirte a tus maridos, para entonces ellos estarán libres de hacer lo que te plazca. Tú sabes que están sometidos por una maldición. La maldición acabará dentro de una quincena.

Draypadi no pudo moverse de allí. Yudishthira, de nuevo, le dijo:

—El rey Virata es un hombre justo, no es correcto que le consideres injusto, lloras demasiado en la presencia de los hombres, eso no es modestia; ve a los aposentos del palacio.

Tu comportamiento es tan exagerado como el de una actriz, no deberías quedarte aquí demasiado tiempo.

Draypadi se sintió profundamente herida por la palabra "actriz". Miró a Yudishthira con los ojos ardiendo y le dijo: —Tienes razón, hombre sabio, me llamas actriz y tienes toda la razón para decirlo; pero deja que te diga algo: por ser mi primer marido un adicto al juego de dados, mis otros maridos tienen que ser unos cobardes por su culpa.

Draypadi echó su pelo hacia atrás quitándoselo de su rostro y se puso bien sus vestiduras. Luego, se alejó de la corte con una expresión enfurecida, después de lanzar una mirada de fuego a todos en general y en particular a Yudishthira. Los pandavas, que estaban listos a entregar su vida por su causa, tuvieron que permanecer en silencio y mantener ocultas su bravura y su ira, ya que tenían que evitar que fueran descubiertas sus identidades.

El Mahabharata - Tomo I
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