II
Ahora ya sólo les quedaba decidir dónde iban a dejar escondidas sus armas durante el año que tenían que pasar escondidos. Yudishthira dijo:
—Si entramos en la ciudad con nuestras armas, llamará la atención de todos en las calles; tenemos que pasar desapercibidos. El mundo está lleno de espías enviados por Duryodhana. —Todos estaban de acuerdo en ese punto y Yudishthira continuó:— Este arco gandiva es demasiado conocido, nadie debe verlo; nadie debe vernos con nuestras armas, porque la noticia llegaría inmediatamente a Hastinapura. Así que lo mejor que podemos hacer es envolverlas todas cuidadosamente y dejarlas en algún lugar a salvo. Después de que haya pasado este año regresaremos a por ellas.
Arjuna dijo:
—Este es el lugar donde se incineran los cadáveres de la ciudad, estamos en las afueras. ¡Mira, mi señor, allí hay un enorme árbol Sami, su follaje es muy denso y sus ramas son fuertes. Es gigantesco y tiene un aspecto aterrador, no creo que mucha gente se atreva a acercarse a él. Envolvamos nuestras armas en una buena pieza de cuero y hagamos con ellas una forma que parezca un cadáver. La colgaremos de una de las ramas más altas del árbol. No creo que nadie tenga el coraje de trepar para inspeccionarlo; luego, tranquilamente, nos podremos ir a la ciudad. Así que hagámoslo y pasemos aquí la noche, porque Draypadi está muy cansada. Mañana por la mañana entraremos en la ciudad.
Yudishthira aprobó la idea. Reunió todas las armas de sus hermanos, lo cual suponía una penosa separación para todos ellos. sus arcos, sus flechas, sus espadas y todas sus armas habían sido hasta entonces sus únicos compañeros. Muy tiernamente Arjuna envolvió su arco gandiva después de haber aflojado su cuerda, pero justo antes de soltarla Arjuna la hizo sonar una vez más como una dulce despedida diciéndole: "Hasta que volvamos a encontrarnos." Fue amargo para los pandavas tener que desprenderse de sus armas, pero por fin se hizo el lío en el que muy cuidadosamente estaban guardadas todas las armas, envueltas con mucho cariño. Entonces Yudishthira invocó a los dioses de los cielos diciendo:
—Yo os invoco a todos para que estéis presentes aquí, ahora, para oír lo que voy a decir:
Le pido a Brahma, a Indra, a Kubera, a Rudra, a Yama, a Vishnu y a Chandra, al cielo, a la tierra, a Agni y a los Maruts, os pido a todos que guardéis estas armas que son nuestras más queridas posesiones. Os pido que las guardéis como rellenes. Al finalizar el año de nuestro Ajuatavasa, os pido que nos devolváis estas armas, o bien a mí o bien a Arjuna.
Pero jamás se las entreguéis a Bhima, incluso aunque os las reclame. El tiene un temperamento muy alterable y siempre está enfadado con los hijos de Dhritarashtra. En un momento de enajenación quizá pueda pediros estas armas sin mi consentimiento y, en su furia contra sus primos, quizá las use antes de que haya transcurrido este año. Así pues, oh dioses, debéis tenerlas a buen recaudo. También os ruego a todos que nos bendigáis antes de enviarnos hacia lo desconocido, debéis protegernos, impidiendo que seamos descubiertos. No queremos ser exiliados por otros doce años. Queremos luchar contra estos hijos de Dhritarashtra. Ese es el fin hacia el que se encamina nuestro viaje. Por favor, bendecidnos.
Yudishthira trepó por el árbol hasta llegar a la copa, y allí, en una rama fuerte, ató el lío que contenía las armas, dejándolo suspendido como si fuera un cadáver. Cuando descendió del árbol se dio cuenta de que Bhima tenía lágrimas en sus ojos y, abrazándole, procuró consolarle mientras su hermano sollozaba sin control. Yudishthira trató de calmarle con dulces palabras, palmeándole a la vez con cariño.
Los pandavas estaban va preparados para emprender el camino, cuando comprobaron que algunos campesinos les habían estado observando mientras realizaban el ritual de subir al árbol y dejar atado allí el lío, y también les habían oído recitar algunos mantras mágicos. Los campesinos se les acercaron tratando de consolarles. Aprovechando la escena, los pandavas les dijeron que se trataba del cuerpo de su madre y que de acuerdo a su tradición no debían realizarse los ritos funerarios de incineración sino que el cuerpo tenía que ser colgado de un árbol dejándolo allí durante años y que si alguien se atrevía a tocar el cuerpo, la muerte le sobrevendría inmediatamente. Los campesinos se creyeron la historia sin dudarlo ni un solo momento y ya ni se atrevían a acercarse a los pandavas, y en cuanto encontraron el momento oportuno, salieron corriendo de aquel lugar. Yudishthira se reía al ver la credulidad de aquellos campesinos. Luego vio que por allí había una vaca muerta y acercándose le dijo a Sahadeva:
—Mira, allí hay una vaca muerta. Apartemos los huesos resecos y aprovechemos su piel para cubrir el fardo que contiene nuestras armas. Así evitaremos que el sol y la lluvia puedan dañarlas.
Los pandavas abandonaron aquel lugar volviendo una y otra vez la cabeza para contemplar aquel cadáver que dejaban colgado en el árbol como algo muy querido para ellos.
Pero ahora ya tenían que pensar en los tiempos que se les acercaban, porque quizá no habría posibilidad de que pudieran encontrarse entre ellos. Hasta entonces, aunque estaban en el exilio, siempre habían estado juntos, pero estos doce próximos meses tenían que estar separados, más aún: tendrían que comportarse como extraños unos con otros, eso era para ellos la parte más dolorosa de aquel asunto. Así que se asignaron nombres entre ellos para usarlos como códigos en caso de que surgiese alguna emergencia. Los nombres eran: Jaya, Jayesa, Vijaya, Jayatsena y Jayatbala. Luego, los pandavas entraron en la ciudad de Vrrata.
Amaneció el nuevo día y todos fueron a bañarse al río. Yudishthira se puso su disfraz y se despidió de sus hermanos y también de Draypadi, y comenzó a andar en dirección al palacio del rey.
Enseguida llegó al palacio, el rey tenía un aspecto muy noble. Yudishthira permaneció de pie delante suyo, parecía como si fuese un rey visitando a otro rey. El rey de los Matsyas lo miraba diciéndose a sí mismo: "¿Quién será esta persona? No se ha acercado a saludarme, pero, sin embargo, no me siento ofendido por ello, de hecho, casi siento que debería ser yo quien debiera rendirle honores a él: quizá se ofenda si no le saludo. Viene vestido como un brahmán pero camina con el estilo de un kshatrya. Parece un tigre andando. Parece que hubiera nacido para gobernar el mundo. No sé quién es, pero me encanta su noble aspecto. Debo tratar de complacerle en todo lo que pueda."
Mientras estos pensamientos nacían en la mente del rey, Yudishthira se había acercado al trono. El rey se puso en pie, se dirigió hacia el lugar donde se había detenido Yudishthira, le tomó de la mano y le dijo:
—Es un honor para mí gozar de la presencia de un brahmán como tú. Me complacería mucho hacer cualquier cosa que me pidas que haga.
Yudishthira se expresó en términos muy simples y escuetos. No podía decir ninguna mentira, pero tenía que ocultar la verdad, así que le dijo:
—Yo era un gran amigo del rey Yudishthira, el señor de Indraprastha. Tú debes haber oído hablar de él, seguro que sabes que tuvo que irse a vivir al bosque, junto con sus herma nos y su reina como consecuencia de un juego de dados. Puedes considerarme como el alma de Yudishthira, así de queridos éramos el uno para el otro. Mi nombre es Kanka, y solía pasar todo el tiempo junto a Yudishthira. Soy muy aficionado al juego de los dados, igual que lo era él, pero ahora aún soy más experto que en aquel tiempo en el que jugó y perdió todo lo que tenía. Mientras vivía con él era su consejero y él nunca tomaba ninguna decisión sin consultarme. Pero Yudishthira ahora está en el exilio y me apena la fatalidad que le ha sobrevenido a él y a sus hermanos. Así pues, he venido a ti en busca de ayuda, porque me han dicho que eres como rey tan noble como Yudishthira, es por eso que he venido a ti. Ahora no tengo a nadie: no tengo padre, ni madre, ni nadie que dependa de mí, ni tampoco tengo pertenencias. Hoy por hoy, la felicidad y la tristeza tienen para mí el mismo valor. El placer y el sufrimiento, son para mí lo mismo. Yo estoy libre de todo deseo, y he venido a ti en busca de paz. ¿Puedo obtenerla?
Virata quedó impresionado por la forma tan digna en la que se expresaba Yudishthira. Sus ojos expresaban reverencia hacia él y le dijo:
—Has honrado nuestra ciudad con tu presencia. Me complace tenerte conmigo. Yo también soy muy aficionado a los dados y me complace poder contar con un jugador que pueda enseñarme a jugar tal y como se debe. Puedes usar mi reino y mis riquezas como si fueran tuyas.
Yudishthira dijo:
—Oh rey, yo no tengo necesidad de riquezas, tan sólo hay un don que quiero pedirte. No comeré alimentos que hayan sido tocados por alguien, y sólo comeré una vez por la noche.
He hecho el voto de respetar esta regla durante un año. Espero que no te sientas ofendido por mi extraño comportamiento.
El rey aceptó la condición y de este modo concluyó el primer encuentro entre los dos reyes.