IX

ARJUNA EN EL CIELO DE INDRA

Arjuna s purificó en las aguas del Ganges, el cual tenía allí su origen. Invocó al espíritu de la montaña y dijo: —¡Oh! gran Mandara, yo te saludo, tú eres el hogar de los rishis que han ido más allá del alcance de los sentidos. Tú eres el lugar ' de descanso de aquellos que aspiran al cielo, por tu gracia, la gente alcanza sus ambiciones en el mundo espiritual. ¡Oh! rey de las montañas, ahora te dejo, pero he pasado días muy felices bajo tu protección. He dado placer a mis ojos, contemplando tus ríos, tus pendientes y tus densos bosques, tú me has alimentado con los frutos de tus árboles, me has aliviado con la brisa perfumada de las flores de tus bosques, he encontrado la paz en los arroyos que manan de tu corazó n. Como un niño durmiendo pacíficamente en el regazo e su madre, he encontrado alivio en el cuidado amoroso y protector de tus praderas. Recordaré estos días felices e tus colinas con gran afecto y gratitud. Ahora me postro ate ti y te dejo, por favor bendíceme.

Una brisa estremeció las ramas de los árboles, parecía como si la montaña hubiera escuchado sus palabras. Con lágrimas en sus ojos, Arjuna se despidió de la gran montaña Indrakil, que le había revelado a Sankara; subió al carro que su padre había enviado para él y, junto con Malati, emprendieron el viaje.

Cuan do llegaron a Amaravati, la ciudad de Indra, Arjuna contempló todos los árboles celestiales de los que ya había oído halar y pasando por caminos anchos y hermosos, llegó al hogar de su padre. Arjuna descendió del carro ayudado por Matali, quien le condujo a la corte de Indra. Indra descendió de su trono y cogiendo a Arjuna de la mano le acompañó, haciéndole sentarse junto a él. Parecía que había dos Indras en lugar de uno. Indra tocaba muy a menudo a Arjuna con sus manos y acariciaba amorosamente su cabeza, sonriéndole una y otra vez. Los dos juntos sentados en el trono parecían el sol y la luna. Ambos se sentían felices de estar juntos, como padre e hijo.

Había música y baile. Arjuna podía ver a todas las apsaras de la corte de su padre:

Menaka, Rambha, Urvasi y Tilottama. Las observaba fijamente mientras las veía bailar y las oía cantar. Arjuna se sentía muy feliz de ver que se encontraba en la corte de Indra.

Mientras Arjuna observaba sus bailes y oía sus canciones, Urvasi, la apsara favorita de Indra, se enamoró locamente del hermoso Arjuna. Aquel joven de piel morena, aquel hijo de Indra parecía otro Manmatha. Urvasi perdió su corazón por él y no pudo descansar durante la noche pensando continuamente en Arjuna. Pensaba en él como en un amante, imaginándolo a su lado, sonriéndole con sus ojos llenos de amor. Arjuna le llegó a causar insomnio, por lo que decidió que tenía que conseguirle.

La luna brillaba tan intensamente que parecía de día. Su amor era insoportable, así pues, de repente, se levantó de su cama y se dirigió hacia las mansiones de Arjuna. Llevaba el pelo suelto danzando alrededor de sus hombros, como nubes juguetonas flirteando con la luna.

Llevaba flores sobre sus brazos y en el cuello. Su cuerpo era perfecto. Urvasi estaba hecha para el amor. Su hermosa piel, reluciente como oro fundido, brillaba humedecida por el sudor, sus pechos estaban formados perfectamente. Caminaba hacia la mansión de Arjuna, balanceando graciosamente sus caderas amplias y hermosas. Llevaba una túnica muy fina del color de las nubes, tentando incluso a los rishis con la belleza de su forma. Urvasi llegó a su destino. Se dirigió al portal del palacio y entró, anunciándose a sí misma ante Arjuna, el cual estaba en su cama. Arjuna se levantó medio aturdido y la recibió con respeto. Ella se quedó de pie, mirándole con sus ojos llenos de deseo. Arjuna estaba en un apuro, inclinó su mirada hacia el suelo, porque no podía resistir la pasión de sus ojos. Cayó a sus pies y le dijo:

—Eres bienvenida, no sé qué puedo hacer para complacerte, pues pareces tener mucha prisa. ¿Puedes decirme el motivo de tu visita?

Urvasi le sonrió y le dijo:

—Hoy en la corte dé Indra vi que me mirabas, y jamás he visto a nadie como tú. Te quiero, y no puedo dormir pensando en ti. Debes tomarme y acabar con mis sufrimientos. El fuego del amor que siento por ti abrasa mis entrañas.

Arjuna se sentía tímido y nervioso, sobresaltado por la confesión abierta de su amor, y llevándose las manos a los oídos dijo:

—No quiero oír esas palabras; tienes razón, te observé en la corte de mi padre, pero esto fue porque sabía que fuiste 'la amada del gran Pururavas, nuestro antepasado. Había oído sobre el gran romance de su vida, cómo se enamoró de ti y cómo tú le devolviste ese amor. Así pues, te miraba cómo hubiera mirado a una madre que no hubiera visto antes. Eres más hermosa de lo que yo había imaginado: Esa es la razón por la que te miraba tan insistentemente. No debes pensar mal de mí, tú eres como una madre para mí y no debes hablar de esta forma. Dé hecho creo que es tu amor maternal lo que hace que me gustes tanto.

Por favor no me pidas que piense de otra manera.

Urvasi le sonrió de nuevo y le dijo:

Parece que no comprendes; las apsaras no tenemos edad, somos siempre jóvenes. Las leyes que atan a la gente ordinaria no nos atan ni nos afectan a nosotras. Somos bailarinas en la corte de tu padre y pertenecemos a todo el mundo. No tienes que pensar que faltas a algún código moral tomándome, sólo soy una bailarina y no cometerás ningún pecado aceptando mi amor. Te amo. No debes decepcionarme. Parece que sabes mucho acerca del Dharma. Pero, ¿no sabes que el Dharma de un hombre es complacer a la mujer que llega a él pidiéndole que satisfaga su deseo? Debes aceptarme.

Arjuna estaba profundamente afectado por aquella situación que no le gustaba en absoluto. Su alma se encogía avergonzada sólo de pensar en ello y le contestó:

—Por favor, escúchame; tú eres muy hermosa y eres infeliz por mi culpa, me doy cuenta de ello. Pero, para mí eres una madre, tal como Kunti, Madri o Sachi-Devi, la reina de Indra.

Tú eres la madre de nuestra raza: nos sentimos orgullosos de ser pauravas. Me postro ante tí, tú eres mi madre. Por favor, no me turbes con esta súplica. No puedo pensar en tí de otra forma, lo siento pero no puedo, por favor perdóname.

Urvasi estaba loca de ira y frustración. Jamás le había ocurrido esto, y se puso furiosa con Arjuna. Sus labios temblaban de ira y mirando a Arjuna con sus ojos llenos de furia le dijo:

—Pensé que eras un hombre y que serías suficientemente caballeroso para apreciar la intensidad de mi deseo, pero veo que no lo eres. Me has insultado; dado que no has aceptado mi amor, recibe a cambio mi maldición. Ya que te sientes tan engreído con tu hombría, yo te digo que la perderás y te volverás un eunuco. Pasarás tu vida entre mujeres, bailando para divertirlas.

Con su cuerpo todavía palpitando de ira y brotándole de sus ojos lágrimas y fuego al mismo tiempo, Urvasi se marchó. Arjuna quedó solo, con la horrible maldición pesando sobre él. Estaba aturdido por la calamidad que le había sobrevenido. Pasó una mala noche, y por la mañana fue a ver a su amigo Chitrasena y le contó todo lo que había ocurrido durante la visita nocturna de Urvasi. Chitrasena fue a ver a Indra y le contó la maldición de Urvasi. Indra mandó buscar a Arjuna y le consoló diciendo:

—Hoy has logrado lo que ni los rishis han conseguido hasta ahora. Nadie, ni siquiera yo, he podido resistirme al atractivo de la hermosa Urvasi, y en cuanto a su maldición, le pediré que la reduzca a un año. Deberás sufrir su maldición durante el treceavo año de vuestro exilio, en el que tendréis que vivir disfrazados, de este modo la maldición de Urvasi os será útil.

Arjuna se sentía feliz con la maldición, porque con ella resolvería un gran problema.

Así, pasó una época muy feliz en Amravati con su padre y con su amigo Chitrasena. Indra le dio todos los divinos astras que tenía y Chitrasena el gandharva le enseñó a cantar y bailar, convirtiéndose Arjuna en un consumado maestro de las bellas artes y aprendiendo a tocar todos los instrumentos musicales de los que era un adepto.

Un día vino a ver a Indra el sabio Lomasa y viendo a Arjuna sentado en el mismo trono de Indra, pensó para sí: "Este es un kshatrya de la tierra. ¿Qué yaga especial ha realizado? ¿Qué ha hecho para merecer este honor?"

Adivinando sus pensamientos, Indra le dijo:

—Mi señor, me imagino los pensamientos que hay en vuestro corazón. Este no es ningún kshatrya. Es Arjuna, mi hijo, nacido de Kunti. Vino para que yo le enseñara los astras divinos.

Le reconocerás si te refresco la memoria. Tú conoces a los grandes rishis Nara y Narayana, ambos han nacido en la tierra para realizar un propósito divino. La tierra se quejó ante el señor Vishnu de que la carga de pecados que estaba soportando iba más allá de su paciencia.

El señor dijo que él mismo descendería a la tierra para aliviar su carga. Narayana ha nacido como Krishna en la casa de los Vrishnis y Nara es mi hijo Arjuna. Muy pronto habrá un gran derramamiento de sangre en la tierra, que la curará del veneno que ha acumulado. Y la razón de la venida de Arjuna es porque quiero entrenarle para que mate a mis enemigos los Nivatakavachas. Cuando mi hijo haya realizado este trabajo, volverá a la tierra. Y ahora quiero pedirte un favor: ve a la tierra; en el bosque de Kamyaka viven Yudishthira y Draypadi con los otros tres pandavas, que echan de menos a Arjuna. Debes consolar a Yudishthira y decirle que Arjuna se ha convertido en maestro de todos los divinos astras, que es el discípulo de Chitrasena y un consumado maestro en las bellas artes, que no hay nadie que le iguale en el baile, ni la música, ni como arquero y que está aquí conmigo para ayudarme a ganar una guerra en los cielos. Debes hacerles olvidar la infelicidad que les ha causado alejarse de Arjuna. Por favor, convénceles de que inicien un Tirthayatra. Quiero que me hagas ese favor.

—Lo haré —dijo Lomasa, y tras bendecir a Indra y a Arjuna se dirigió hacia la Tierra, al bosque de Kamyaka.

El Mahabharata - Tomo I
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