IV
"Hubo una vez un poderoso rey llamado Brihadratha que gobernaba el reino de Magadha. Le había sido concedido todo lo que un kshatrya podía desear. Tenía su ciudad principal a los pies de la colina llamada Girivraja. Era un hombre muy justo, y su fama se extendió por todo el mundo como los rayos del sol envuelven a la Tierra. Se desposó con las princesas de Kasi que eran gemelas. La única desgracia en la vida del rey era que no había tenido un hijo para continuar su descendencia. Esto le hizo perder todo interés por la vida, así que se retiró al bosque con sus esposas. En aquel bosque vivía un rishi llamado Chandakausika, a quien el rey adoró con mucha reverencia. Complacido con su devoción, el rishi le preguntó el motivo por el que había renunciado al mundo a una edad tan temprana. El rey le contó todo y el rishi se apiadó de él. De repente cayó sobre sus rodillas un mango, el fruto provenía del árbol bajo el cual estaban sentados. Y, tomando la fruta en su mano, Chandakausika dijo:
"-Cuando tu esposa coma esta fruta, te dará un hijo. No te quedes aquí en el bosque, regresa a tu reino y gobiérnalo bien.
"El rey cortó la fruta en dos y dio una mitad a cada una de sus mujeres. Pasado un tiempo, dieron a luz la mitad de un niño cada una. Todo el palacio se sentía horrorizado por las monstruosidades que habían nacido, y la comadrona envolvió los trozos separados del niño y los arrojó afuera de las puertas de la ciudad. Aquella noche, estaba buscando comida un rakshasa cuyo nombre era Jara, el cual se encontró los dos pedazos del niño. Estaba muy contento pensando que iba a comerse aquella tierna carne humana que había encontrado.
Mientras se llevaba las dos mitades, ocurrió que ambas se juntaron. Sucedió un auténtico milagro, el cuerpo, ahora íntegro, había tomado vida. Se quedó atónito al contemplarlo. Le daba pena matar al bebé, así que lo llevó al rey y le dijo:
"-Aquí tienes a tu hijo —y le contó todo lo que había ocurrido.
"El rey estaba tan feliz y complacido con él, que le puso al niño el nombre de Jarasandha, ya que fue unido por Jara. Más tarde, el sabio Chandakausika visitó al rey y le dijo que su hijo estaba dotado de poderes divinos y que no podría ser aniquilado por una persona normal, pues Jarasandha sería el devoto favorito del señor Sankara.
Krishna continuó:
"Se cuenta que Jarasandha ha visto en persona a Sankara, el señor de los señores. ¿Quién puede desafiar a un hombre tan agraciado? —Yudishthira permanecía en silencio.
Krishna continuó:— Ya te hablé de la maza que él lanzó a nuestra ciudad desde la cima del Girivraja. Debo también decirte que esta maza era la base de su fuerza. intentó en vano arrancarla del suelo y ahora, sin la maza, Jarasandha es vulnerable. Ya no es invencible como lo era antes. Ahora es posible combatir contra él.
Yudishthira no estaba dispuesto a luchar contra él, pero Bhima y Arjuna estaban muy decididos a hacerlo. Krishna dijo:
—Es imposible derrotar a su ejército. Ni siquiera Indra, con sus huestes celestiales, podría lograrlo; pero tengo el sentimiento de que Bhima podría matarle en un combate singular.
Envíanos a los tres. Como dijo Bhima, combinaremos nuestros recursos y confeccionaremos un plan. Deja que tus hermanos vengan conmigo, yo cuidaré de ellos. Estamos seguros que regresaremos victoriosos.
Por fin Yudishthira quedó convencido y aprobó el plan. Krishna, Bhima y Arjuna salieron en dirección al gran reino de Magadha. Cruzaron el río Sarayu y luego otro llamado Gandaki. Después cuntinuaron hacia Mithira y tras cruzar la frontera de la ciudad, prosiguieron en dirección a Magadha. Llegaron a las orillas del Ganges y, al cruzarlo, divisaron en la lontananza la colina de Girivraja. Enseguida llegaron a la ciudad principal.
Vieron un templo inmenso dedicado a Sankara, donde adoraron al Señor. Se vistieron como snatakas, así se llamaba a los que habían acabado el período de educación, ya no eran bhramacharines, pero todavía no eran grihasthas. Tan pronto como entraron en la ciudad, aparecieron signos de malos augurios, que aseguraban calamidades para el rey. Krishna y Arjuna, vestidos con alegres atuendos, entraron en la ciudad. En sus cuellos llevaban guirnaldas de flores y sus cuerpos estaban perfumados con pasta de sándalo. Los extranjeros llamaban la atención por sus ropajes y apariencia poco comunes. Vestían como bramanes pero tenían aspecto de kshatryas. Las gentes de la ciudad estaban perplejas ante estos extraños que caminaban como leones.
Entraron en el palacio del rey saltando por encima del muro; no entraron por la puerta.
Jarasandha estaba ocupado en sus adoraciones por lo que les envió leche y miel y les pidió que esperaran hasta media noche. Entonces Jarasandha se les acercó y les rindió honores.
Luego les dijo:
—Parecéis snatakas, pero vuestro aspecto contradice tal apariencia. Usáis flores y perfumes que no se le permite usar a un snataka. Habéis entrado en mi palacio de una manera muy peculiar; los amigos acostumbran a entrar por la puerta, únicamente los enemigos entran de esta forma. Además, me han dicho que no habéis aceptado la leche y la miel que os envié.
Quienquiera que seáis, sois bienvenidos a mi ciudad. Pero ahora, al menos tenéis que aceptar la veneración de la que debe ser objeto un bramán. Si sois o no bramanes, aún está por ver, yo creo que sois kshatryas. Vuestros hombros están marcados igual que los hombros de un arquero. Siento que por, alguna razón que desconozco os habéis disfrazado. Por favor, decidme la verdad. ¿Quiénes sois y qué queréis de mí?
Krishna dijo:
—Jarasandha, estás en lo cierto al suponer eso. Estamos aquí como enemigos tuyos.
Entramos en tu casa saltando por encima del muro porque hemos venido a desafiarte. No aceptamos tu hospitalidad ya que no estamos en disposición amistosa hacia ti. Los kshatryas son famosos por sus proezas, y no por sus dulces palabras. Hemos venido con la intención de luchar contra ti.
Jarasandha estaba intrigado y dijo:
—Ni siquiera os conozco, ¿cómo podéis decir que sois mis enemigos? Yo tengo muchos enemigos, eso es cierto, pero les conozco a todos. Si vosotros sois enemigos míos, sed tan amables de comunicarme el motivo de vuestra enemistad y quiénes sois.
Krishna dijo:
—El motivo de nuestra enemistad, es tu forma tan injusta de hacer prisioneros a los reyes para sacrificarlos a Rudra, no podemos tolerar tu crueldad. Estamos aquí para restablecer los derechos de estos reyes indefensos. ¿Cómo esperas alcanzar el cielo asesinando a tu prójimo? ¿Cómo puedes complacer al señor del Dharma cometiendo acciones tan pecaminosas como aniquilar a tus compañeros kshatryas? En cuanto a tu ignorancia sobre nuestra identidad, pronto quedará esclarecida. No pretendemos ocultarte nuestra identidad. Este es Arjuna, el tercer pandava. Este es Bhima, el hermano que le sigue a Yudishthira y yo soy Krishna, tu antiguo rival. Hemos venido a desafiarte en combate singular. Puedes elegir a cualquiera de nosotros tres para luchar.
Jarasandha se rió a carcajadas durante largo tiempo y mirando a los ojos de Krishna con jactancia le dijo:
—Así que tú, que has huido de mí dieciocho veces y que ahora te escondes detrás de la colina Raivataka tienes ahora el coraje de desafiarme en mi propia casa. Me causa risa tan sólo el pensar que te hayas atrevido a presentarte delante de mí. Hablas como las nubes de otoño que truenan sin soltar ni una gota de lluvia. Recuerda que yo no soy Kamsa, a quien mataste de forma tan traicionera. Yo soy Jarasandha, el agraciado de los dioses. No temo a nadie. Si has venido aquí deseando luchar, con toda certeza voy a complacerte. Pero no lucharé contra ti, Krishna, tú eres un cobarde. Está por debajo de mi dignidad el luchar con un inferior. En cuanto a Arjuna, todavía es un niño. No es correcto combatir con alguien que es más débil. Sin embargo, este joven llamado Bhima, parece tener buena talla. Parece ser merecedor de combatir conmigo. Lucharé contra él.
Jarasandha estaba seguro de su victoria, pero debido a que los malos augurios aseguraban desgracias, realizó antes la coronación de su hijo Sahadeva, y luego comenzó a luchar con Bhima.
El combate continuaba. Ambos estaban igualados en fuerzas. No podía decirse que uno fuera mejor luchador que el otro. Lucharon sin cesar durante catorce días y catorce noches.
Krishna y Arjuna permanecían de pie, junto a muchos otros, observando el combate. Ninguno de los dos se aventajaba. Parecía que ninguno podía ser abatido. Pero poco a poco, Bhima comenzó a dominar la situación. Krishna le arengaba diciendo:
—Bhima, recuerda quién eres, recuerda a tu padre. Eres el hijo de Vayu, piensa en él y adquirirás una fuerza con la que podrás mover montañas. Tú eres el más fuerte y poderoso de todos los kshatryas. Puedes romperle en pedazos si quieres.
Al oír esto, Bhima rogó a su padre que le diera fuerza y continuó luchando con renovado vigor. Lanzó por los aires a Jarasandha y cogiendo con cada brazo una de sus piernas mientras caía, le desgarró en dos pedazos. Sintió que por fin ya lo había logrado. Se volvió hacia Krishna y Arjuna y al ver sus rostros atónitos se giró y observó lo que ellos estaban viendo. Las dos mitades del cuerpo del rey se aproximaban la una a la otra y poco después el rey se levantaba íntegro del suelo como si nada hubiera ocurrido. Aquella escena sembró el terror en los corazones de Bhima y Arjuna, pues Jarasandha, después de aquello, parecía ya invencible.
El combate se reanudó. Krishna miró a Bhima sonriéndole y en un momento propicio atrajo su mirada. Krishna tenía una pequeña hoja de una planta en su mano y la partió en dos pedazos, luego le dio la vuelta a uno de los trozos y tiró uno a cada lado. Bhima captó lo que Krishna intentaba decirle. De nuevo arrojó a Jarasandha por los aires y cogiendo al rey por las piernas según caía lo desgarró en dos pedazos y arrojó las dos partes a diferentes extremos del salón, de tal forma que una pierna se correspondía con media cabeza. De este modo las dos mitades ya no podían volver a unirse. Jarasandha, el favorito de Sankara, estaba ahora muerto.
En el palacio cundió el pánico, nadie sabía qué hacer. Los tres héroes tranquilizaron a todos diciéndoles que no iban a hacerles daño. Subieron al carro de Jarasandha y se dirigieron a la cima de la colina Girivraja, donde encontraron muchas celdas en las que los reyes estaban prisioneros y les liberaron a todos. Los reyes estaban mudos de gozo. Krishna les dijo:
—No queremos nada a cambio de esto. El gran Yudishthira, rey de Indraprastha, va a realizar el Rajasuya. Quiero que estéis presentes allí como amigos y aliados del rey. Esto es lo que queremos de vosotros.
Todos estaban muy contentos de poder acceder a sus peticiones.
Krishna, Arjuna y Bhima regresaron al palacio de Jarasandha, dónde se encontraba Sahadeva, el hijo de Jarasandha. Krishna se dirigió a él, y tomando su mano derecha con la suya le dijo:
—No temas, tu padre era un gran hombre, pero utilizó su grandeza de forma equivocada y por eso tuvo que ser aniquilado. Ahora tú ya has sido designado como rey. Debes combinar el valor de tu padre con tu bondad y gobernar tu reino con justicia.
Le habló al joven príncipe del Rajasuya y le pidió que asistiera. Sahadeva escuchó atenta y respetuosamente las palabras de Krishna, y acordó asistir al Rajasuya. Bhima había logrado lo imposible. Y emprendieron su viaje de regreso a Indraprastha. Grande fue el gozo de Yudishthira al verles vivos y salió a recibirles con los brazos abiertos. Les abrazó uno por uno, con lágrimas en los ojos. Krishna dijo:
—Yudishthira, la única espina que había en tu camino hacia el éxito ha sido eliminada por Bhima. Ahora el camino está libre. Ya puedes realizar el Rajasuya sin ningún impedimento.
Yudishthira quería que le contasen todos los detalles del combate, así que se lo relataron. Bhima le contó el milagro de que Jarasandha volviera a la vida a pesar de haber sido desgarrado en dos pedazos. Era una narración espeluznante, y Yudishthira vivió el horror y la victoria que obtuvieron los tres durante aquellos terribles días.
Krishna se disponía a marcharse a Dwaraka cuando dijo: —Me complace saber que mi viaje a Indraprastha no ha sido en vano. Volveré pronto. Mientras tanto envía a cada uno de tus cuatro hermanos a los cuatro puntos cardinales y que regresen después de haber hecho sus conquistas. Regresaré con todo el clan de los Vrishnis, pero ahora debo irme. Los pandavas tuvieron que acceder.
A Krishna le agradaba pensar que los Vrishnis ya no necesitaban temer más a Jarasandha. El quería contarles todo personalmente. Aquel era en parte el motivo de regresar a Dwaraka. Se apresuró por llegar a la ciudad, su corazón estaba rebosante por la fortuna que les había sobrevenido. Krishna estaba muy feliz.