20.

Cuando el Cristo se volvió, Ambrosio pudo comprobar que el brazo derecho además de roto estaba suelto.

El esfuerzo que el Cristo hizo para sentarse era mucho más costoso que el que hacía Valdesamario para ponerse de pie. Con la mano izquierda el Cristo cogió el brazo derecho, y cuando Ambrosio vio que lo llevaba al hombro sintió la angustia de imaginarlo con la disposición de un máuser.

Valdesamario siempre se ponía de pie y saludaba militarmente. El Rufián Glauco le afeaba aquella manía castrense. El Cristo se rascaba la espalda. Guiaba el brazo con mucho cuidado, arrastrando los dedos de la mano por la piel.

—Era lo último que podía imaginar —dijo Ambrosio—. Si a Dios le pica la espalda, no es sólo la humanidad quien la tiene escocida.

—Le pica tanto como a mí —afirmó Valdesamario—. La providencia no resuelve las precariedades de la depauperación y la roña. Ese pobre leño que tiene mi cara, y los mismos tiros en la barriga, está tan escocido como irredento, quiero decir que el Padre lo desautorizó cuando decidió alistarse y, además, para mayor inri, en el bando equivocado.

—Uno y Trino aprendimos en la escuela. El Espíritu Santo no era una paloma mensajera, y con san José y la Virgen nos hicimos un lío. La paternidad no estaba en entredicho, ya que Dios andaba por el medio. Pero otra cosa es ver al Señor escocido. Tirado en el suelo y rascándose como si tuviera urticaria, ¿o es el propio Rufián quien lo muerde?…

—A mí me dejáis en paz —dijo el Rufián Glauco—. No es la madera el medio de los anopluros en ningún caso. Nos gustan los pelos y los tejidos y a ese pobre madero lo raparon y le esculpieron un taparrabos indecoroso, por mucho que lo llamen el paño de castidad. Los piojos no compaginamos la divinidad con la comezón, nada sabemos de rascar y rezar.

El Cristo volvió a la posición yacente, ahora tendido completamente de espaldas. El brazo roto lo mantuvo sobre el pecho.

—Es un Cristo condolido —dijo Valdesamario—. Al dolor de su profesión se añade el de la orfandad. El Padre lo tiene desautorizado, el Hijo se hizo brigadista. No hay razones ni sentimientos ni ideologías que justifiquen la caridad y la misericordia de su militancia. Todo lo echó a perder durante el Desprendimiento. Fue entonces cuando se les escapó de las manos a quienes lo bajaban y cayó al suelo, igual que los mortales caemos al mundo.

—No me hago a la idea —dijo Ambrosio conturbado.

—Calla y escucha, Capirote —dijo el piojo—. El huésped Valdesamario sabe algo más que las tres reglas y las faltas de ortografía. Escucha al propio Cristo, que es quien habla por su boca. ¿No te diste cuenta de que tienen la misma cara y son primos hermanos?…

—Hay tantos cristos —dijo Valdesamario, que acababa de quitarse la gorra y se rascaba la cabeza— que ya no existen cruces suficientes para colgarlos.

La soledad de los perdidos
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