Prólogo
Los finales felices existen. Al menos eso es lo que queremos creer cuando nos embarcamos en lecturas como ésta. Porque la vida ya es de por sí demasiado difícil y dura como para andar soportando también los problemas de las vidas ficticias de los personajes de los libros. Y este libro no es la excepción, éste es un libro con final feliz, muy feliz en realidad, y lo es para la verdadera protagonista de esta historia.
Quizá algunos pensaban que era Beth y su historia con Daniel, el centro de estas páginas, de esta historia que no tiene moraleja, pero no. Su historia no es relevante, porque estaba abocada al fracaso desde el comienzo, o al menos así es como yo lo vislumbré en mi mente. Y aunque han sido muchas las veces que las musas intentaban hacerme cambiar de opinión, al final ha prevalecido la idea original, muy a pesar de las tentaciones.
Cada uno de nosotros somos los protagonistas de nuestra propia vida, pero en este libro la verdadera protagonista, como ya habréis adivinado, es Sandy. Porque ella y/o su personaje, está basado en las personas reales que nos rodean, que aunque no son nuestro centro de atención, o en ocasiones parezca que sólo nos acompañan a lo largo de la vida, en realidad son los pilares que sustentan nuestra existencia. Esas personas que nos ayudan y que nos levantan, que nos dan collejas cuando nos hace falta y que sacan las uñas para defendernos como leonas cuando uno mismo no es capaz de hacerlo.
Y yo tengo la enorme suerte de tener una Sandy en mi vida, que es más divertida, más cabezona, más cariñosa y más mandona que la verdadera protagonista de este libro. Y eres tú, hermana. Por que eres la mejor amiga, la mejor madre, la mejor tía, la mejor hija, la mejor enfermera… nunca olvidaré esos días que estuve ingresada en el hospital y esa elegante bronca que le echaste sin ningún tipo de pudor a la “eminencia” de doctor que vino a dárselas de listo en mi momento más bajo.
Así que, aquí lo tienes preciosa, este libro es para tí.
Te quiero con toda el alma, loquita mía.