Vamos de fiesta

 

 

 

Una vez más y como ya era una costumbre para sus nervios, Beth intentaba sin éxito vomitar el contenido de su vacío estómago, acuclillada delante del inodoro. No había podido comer nada en todo el día del encogimiento interior que tenía. ¿Por qué demonios había aceptado ir a ese estúpido nombramiento? Gracias a los argumentos que tan eficientemente Jackson le había expuesto, le había parecido buena idea.

Pero llegado el día y viendo el vestido que Sandy había traído esa misma mañana para que se pusiera, pensó que estaba loca si no se encerraba en el baño, echaba la llave y se quedaba allí metida un mes entero.

— ¡¡BEEEEEETH!! —vociferó Sandy entrando como una exhalación en la habitación.

— Oh, mierda… —su pesadilla había llegado—  ¡Estoy en el baño!

— Pero, pero. ¿¡Aún estás así!? —Estaba sentada junto al inodoro— Levanta del suelo leñe.

— ¡Joder, Sandy! —Observó a la mujer con verdadera admiración— ¡Estás guapísima!

— ¿Qué te parece? —Dio una vuelta sobre sí misma luciendo un vestido de Alta Costura auténtico—  ¿A que me queda que te mueres?

— Estás magnifica, impresionante —reconoció sinceramente—.  ¿De dónde has sacado el modelazo?

— Del mismo sitio de donde ha salido el tuyo, bombón —sonrió traviesa.

— ¿Le has hecho a Kellan comprar los dos trajes? —preguntó sentándose dócilmente en el taburete que Sandy había puesto frente al espejo.

— De eso nada, los he comprado y pagado yo —informó muy dignamente mientras le peinaba el cabello—. Eso sí, los fondos han salido de la Fundación de Ayuda al Terapeuta Dolorido.

— ¡Jajajajajajaa! Debes estar sacándole hasta el alma en esos masajes.

— Nada que su cuerpo o su bolsillo no puedan soportar, créeme. Oye —se quedó mirando el cepillo que había quedado atascado entre mechones de pelo—.  ¿Se puede saber qué narices es ésto?

— ¿El qué? —la miró a través del espejo con cara de no saber de qué hablaba.

— ¡Esto! —Alzó el enredo que encontró del tamaño de un nido de paloma— ¿Cómo te haces estos nudos?

— Anoche no dormí muy bien y… bueno, creo que di más vueltas en la cama de las de costumbre.

— Beth, son las cinco de la tarde. ¿Es que no te has peinado en todo el día?

— No —reconoció—, pero te aseguro que el enredo hubiera sido el doble de grande si llego a meter yo el cepillo ahí.

— Madre mía, ésto me va a llevar un buen rato —resopló armándose de paciencia—. Al menos estarás depilada —Beth asintió sumisamente—. Y exfoliada… —volvió a asentir— ¿Hidratada también? —esperó con escepticismo la respuesta.

— Sí, también me he untado esa pringosa crema por todo el cuerpo —hizo un mohín de disgusto—.  ¿No tenías una que fuera algo menos aceitosa?

— Esa “pringosa” y “aceitosa” crema de la que hablas cuesta la friolera de doscientos dólares, bonita.

— Joder, será una broma, ¿no?

— No es ninguna broma y jode que no veas soltar la pasta que cuesta —reprendió sin interrumpir los tirones en su pelo—, pero también hará que tu piel luzca tan sedosa, reluciente y olorosa como si fueras una diosa y hubieras descendido a la tierra desde el mismísimo Olimpo.

— ¿También salió de los fondos de “La Fundación”?

— Por supuesto —terminó de deshacer el enredo—. Pásame esas horquillas de ahí.

— ¿No puedo llevarlo suelto? —le pasó las diminutas horquillas adornadas con piedritas negras que relucían con cada destello de luz que captaban.

— Sólo sujetaré estos mechones delanteros que siempre tienden a taparte la cara, ¿ves? —dejó el resto de su larga cabellera cayendo en sedosas y desenredadas ondas sobre su espalda— Bueno, y ahora a ponerte el vestido.

— ¿¡Ya!? —Se quejó lastimosamente— Si aún es pronto joder, hasta dentro de una hora no vendrá el chófer de mi familia a buscarnos.

— Hay que vestirte, maquillarte, elegirte los complementos, perfumarte, calzarte… y aún necesitarás unos minutos para fumarte un cigarrillo antes de irnos, ¿no es así?

— Eso sería todo un detalle… —reconoció.

— Pues entonces ya vamos tarde. Venga, en marcha —la apremió con las manos—. Vamos, mueve ese culo.

Menos de una hora después, ambas bajaron por la escalera hasta la recepción del centro. Al ser un viernes los pasillos estaban bastante tranquilos a esa hora de la tarde, pero las pocas chicas que estaban por allí no dejaban de pararse a mirar a las dos mujeres que esperaban de pie junto al mostrador.

— Creo que esperaré fuera, si no te importa —Beth se sentía aplastada por las miradas de sus compañeras—. Necesito algo de aire.

— Vete, vete —concedió Sandy—. Procura no quemarte el vestido ni nada de eso, ¿ok?

— Descuida, tendré extremo cuidado.

Cuando Beth salió y se quedó con la enfermera de guardia en la rotonda preguntó:

— ¿Sabes si Daniel ha dejado algún recado para mí?

— No, no ha dejado nada.

— ¿En serio? —Preguntó algo escéptica—  ¿Nada de nada? ¿Ninguna orden o premisa o advertencia?

— No. Pero Jackson sí que ha dejado algunas indicaciones para ti.

— Ya decía yo. A ver… —cogió el papel doblado que la enfermera le tendió— En caso de emergencia… bla, bla, bla. Procura que… tal, tal, tal. Llama a este número sí…  más de lo mismo. Vale —suspiró devolviendo el papel a la enfermera—. Todo en orden, entonces.

— ¿Dónde le has dejado? —preguntó la enfermera dando algo de conversación a Sandy.

— Ni idea de dónde anda. La última vez que le vi iba echando espumarajos por la boca porque no podía venir con nosotras —se carcajeó recordando los pucheros que recibió de su novio unas horas antes de ir a arreglarse—. Estará encerrado en su estudio, rezando para que me lo pase fatal y vuelva totalmente decepcionada, por no haberme podido quedar con él en vez de ir a esa aburridísima fiesta.

— ¿Y crees que es eso lo que va a pasar?

— Ni de coña nena, pienso pasármelo genial, beber y bailar hasta que no pueda más y alternar con gente importante para variar.

— Pero trabajarás algo entre una cosa y otra, ¿no? Ya sabes… —señaló con la cabeza la puerta por la que Beth había salido—  Vigilar a la fiera y esas cosas.

— Oh, naturalmente —desplegó una gran sonrisa—, pero nadie dice que no se puedan hacer las dos cosas a la vez, ¿verdad?

— Que miedo me das… Mira, creo que ya llega vuestro coche —señaló la pantalla de videovigilancia que enfocaba las puertas de la verja exterior—. Vaya, vaya… con limusina y todo.

— Voy fuera con Beth —se despidió de la enfermera—. ¡Que tengas buena guardia!

— Y tú pásatelo lo mejor posible —salía ya por la puerta—.  ¡Y volved lo más tarde que podáis!

 

… . …

 

— No llegan, tío...

— Aún es pronto Kellan, relájate.

Daniel estaba sentado en el alto taburete, de espaldas a la gran sala donde tendría lugar el nombramiento del nuevo director general del Ministerio, y daba vueltas al vaso de whisky de forma distraída mientras Kellan, bastante más nervioso que su jefe, echaba continuas miradas a la puerta y tamborileaba sus dedos sobre la madera oscurecida de la barra del bar.

— Casi es la hora.

— Falta un rato.

— ¿Y si han pinchado?

— No es muy probable.

— ¿Estarán echando gasolina?

— No lo creo.

— Tardan demasiado.

— Y tú hablas demasiado.

— Es lo que hacen los acompañantes, ¿no? Dar conversación…

— No. Los acompañantes acompañan, no hablan.

Daniel intentaba encontrar en el fondo de su vaso los motivos por los que se había dejado convencer para asistir al acto. Pero no los encontró. Odiaba tener que mostrarse cordial y simpático con esa gente, y no le hacía ninguna gracia alternar con semejante cantidad de pelotas y trepas que nada tenían que ver con su verdadero trabajo.

— ¿Y si llamamos a ver por dónde van?

— Ya llegarán, por dios. Deja de darme la tabarra con eso.

— ¿Crees que se sorprenderán de vernos aquí?

— Lo que creo es que necesito otro whisky

— ¿Y si les ha pasado algo?

— No les ha pasado nada.

— No llegan.

— Llegarán, Kellan. Tranquilo.

Nada más descubrir que Daniel había recibido invitación y que era para dos personas, Kellan había insistido día sí y día también para convencerle de que él sería la mejor compañía, dadas las circunstancias. Aunque tenía claro que el verdadero motivo de su empleado para querer acompañarle, era no perder de vista a Sandy durante esa fiesta.

— ¿Podemos esperar en la puerta?

— No.

— ¿Se puede saber qué coño te pasa?

— No.

— Cualquiera diría que has venido por obligación…

— Mmmm…

— ¿Eso es un sí?

— Tú qué crees.

— Que hubieras preferido quedarte en el centro.

— Pues eso.

La sala estaba completamente abarrotada y Kellan vio con preocupación cómo la gente iba tomando sus respectivos asientos, sin que las chicas hubieran hecho acto de presencia todavía. Miró a Daniel y la cara de su jefe no reflejaba preocupación alguna, ni síntoma de estar pasándolo bien, ni de que le interesase algo fuera de los hielos de su whisky.

— ¿Piensas estar con esa cara toda la noche?

— Ajá.

— ¿Toda la noche o solo hasta que llegue Beth?

— Que te jodan.

— Vale. Punto en boca.

— Gracias.

Las luces de la sala bajaron de intensidad anunciando que el comienzo del acto era inminente. Daniel se giró en su taburete para situarse frente a la sala y ver cómo los últimos rezagados ocupaban sus asientos y poco a poco se hacía el silencio.

— Están a punto de empezar —susurró Kellan.

— Sip.

— No han llegado.

— Nop.

— Mierda, las luces se están apagando.

— Sip.

— Voy fuera a llamar —hizo el intento de levantarse, pero Daniel le frenó.

— Espera… ahí están —las señaló con un gesto de barbilla.

Ambos hombres siguieron con la mirada los apresurados y silenciosos pasos de las chicas mientras localizaban sus asientos y se recolocaban los vestidos y los peinados, justo cuando el maestro de ceremonias empezaba a dar la bienvenida a los presentes y comenzaba el discurso previo.

— Joder, eso es llegar justo a tiempo.

— Sip.

— Podríamos ir a sentarnos a nuestros sitios, ¿no?

— Me gusta esta barra de bar.

— Dios, mi niña está preciosa… —suspiró encandilado.

— Límpiate las babas.

— Joder, voy a tener que tirarme toda la noche espantando a los moscardones.

— ¿Inseguridad en ti mismo? —preguntó viendo la cara de bobo con la que miraba de lejos a su chica.

— Ni de coña, pero no estoy ciego. Míralas, se las van a rifar.

— ¿A Sandy?

— A las dos.

— Me compadeceré del pobre cretino que lo intente.

— ¿Y qué me dices de Beth?

— Más de lo mismo.

— ¿No temes que encuentre a alguien que la corteje esta noche y te la robe?

— Camarero. Otro whisky, por favor.

— ¿Y bien?

— Repetiré lo de “más de lo mismo”.

— ¿Exceso de autoestima, compañero?

— No, simple convencimiento.

De pronto todos los presentes empezaron a aplaudir mientras el homenajeado se levantaba de su sitio de honor y avanzaba hasta el atril, donde el maestro de ceremonias le esperaba para estrechar su mano y hacerle entrega del nombramiento.

— Ah, mira. Ahí está su padre.

— Menudo cretino.

— Disimula por lo menos y aplaude un poco, ¿no?

— Prefiero brindar a su salud. Camarero… —volvió a pedir otro Whisky.

— Deberías frenar un poco. Terminarás borracho antes de tiempo.

— Estoy perfectamente —devolvió el vaso vacío y agarró el que el camarero le ofrecía—.  Gracias.

— ¿Ese de su derecha es el Gran Jefe? —preguntó cuándo el padre de Beth se acercó a George y lo abrazó con cariño.

— Ajá.

— Lo imaginaba más viejo.

— Es un viejo.

— ¿Y muerde?

— Muerde y ladra, al menos antes lo hacía.

— Claro, ahora eres tú el que manda.

— Eso me hace creer.

Kellan no perdía detalle de lo que ocurría en el acto, pero alternaba miradas entre el escenario y el público, intentando captar también las reacciones de Sandy y Beth según avanzaba la ceremonia. En una de esas miradas al público, vio que una espectacular mujer no para de echar miradas hacia la zona de la barra en la que ellos estaban.

— ¿Quién es esa? —preguntó con disimulo.

— ¿Quién? —quiso saber Daniel.

— Esa rubia que lleva como tres horas sin quitarte los ojos de encima.

— Se llama Nicky —devolvió la mirada a su vaso.

— ¿Es una de tus…?

— Ajá.

— ¿Y no vas a ir a saludarla?

— Nop.

— Joder, pues menudo repaso te está dando colega…

— Genial.

— ¿En serio no vas a saludarla?

— Vendrá ella.

— Muy seguro te veo.

— ¿Quieres apostar? —sabía que ganaría la apuesta de antemano.

— Habla.

— Cincuenta pavos a que después de que den las luces, tardará menos de diez minutos en venir hasta aquí y decirme: Hola Daniel, me alegro de verte.

— Hecho.

— Prepara el cronómetro que esto termina ya.

— ¡Cronometrando!

Kellan pulsó el botón de su reloj de pulsera en el mismo momento que el aplauso final comenzaba y las luces subían de intensidad. Los presentes empezaron a abandonar sus asientos y cada cual fue formando su propio corrillo de conversación a la espera de que el camarero de turno les acercara una copa y hacían tiempo para poder saludar al nuevo director.

— Camarero, otro whisky, por favor.

— Deja de beber Dany, ahora toca el visiteo y no querrás que te tachen de alcohólico a tus treinta y pocos años, ¿no?

— Déjalo en treinta.

— Vaya, hay mucha prensa. ¿No quieres ir a presentar tus respetos?

— ¿Quién se ha muerto?

— Me refiero a felicitar al nuevo director general y esas cosas.

—  Paso. Ya está George para lamer esos culos gordos y satisfechos de sí mismos.

No muy lejos del bar, la prensa había montado un pequeño Photocall para poder fotografiar sin problemas a los asistentes que quisieran posar para ellos. Daniel buscó con la mirada a Beth entre la multitud, y justo en el momento en que la localizó, vio cómo se estaba reuniendo con sus padres para la típica foto de familia. Estrechó la mano de su padre y dejó que su madre la rodeara con un brazo mientras los primeros flashes se disparaban.

No parecía estar tensa y en ningún momento mostró otra expresión que no fuera su boca cerrada y su sonrisa. Pero Daniel advirtió las repetidas miradas que ella dirigía hacia Sandy, que la esperaba a unos metros y le infundía tranquilidad con una cómplice sonrisa.

— Ah, mira. Beth está posando para los fotógrafos con sus padres —le dio un codazo para que mirara, pero se dio cuenta de que era innecesario.

— Mmmm…

— Eso sí que te interesa lo suficiente como para levantar la mirada de tu whisky tres minutos seguidos, ¿eh? —bromeó con tono sarcástico.

— Kellan… —le advirtió.

— Vale, vale. Aquí solo soy tu acompañante, no tu terapeuta.

— Shhh… ¿te quieres callar? Al final se enterará hasta el jodido aparcacoches.

— Vale, me callo. Pero tampoco es nada malo que estés haciendo terapia.

— ¡Que te calles, joder! No sé cómo me dejé convencer para eso.

— Lo necesitabas. Lo necesitas.

— Ahora desde luego que no, así que se acabó el tema.

— De acuerdo. Por cierto, rubia a las doce y aproximándose.

— Te lo dije. Me debes cincuenta pavos.

— Mierda.

Daniel compuso su mirada más desinteresada y adoptó una actitud de total aburrimiento, mientras Kellan pedía otro whisky para él y se apoyaba en la barra tan casualmente como su jefe. Miraban ambos el lento pero seguro avance de la rubia hasta que por fin llegó a su posición.

— Hola, Daniel ¿Qué tal estás? —se inclinó para dejar un frío beso en su mejilla.

— Hola, Nicky —ladeó la cabeza dejando que ella le besara—.  No tan bien como tú por lo visto… estás preciosa.

— Gracias. Tú también estás muy guapo esta noche.

— Ejem, ejem… —carraspeó Kellan esperando ser presentado.

— Ahh, sí. Nicky, él es Kellan. Trabaja conmigo en el centro.

— Encantada de conocerte Kellan —estrechó su mano sin apartar los ojos de Daniel.

— Lo mismo digo, Nicky.

— Creía que ibas a llamarme para venir juntos esta noche —volvió a centrar su atención en Daniel.

— No pensaba venir —paseó su mirada por la zona del Photocall—.  De hecho, fue una decisión de última hora.

— Pero al final has venido… —le molestó que ni siquiera disimulara lo poco que le interesaba su conversación.

— Uhmmm… —dio un sorbo a su bebida cuando por fin localizó de nuevo a las chicas.

— La culpa creo que es mía —intervino Kellan viendo que Daniel no le estaba haciendo ni el más mínimo caso—, le he obligado a venir porque yo quería tener vigilada a mi chica y…

— Daniel… —ignoró a Kellan deliberadamente y elevó la voz para captar la atención del terapeuta—  ¿Estás buscando a alguien?

— En realidad no buscamos a nadie —volvió a responder Kellan a la vez que daba un ligero codazo a Daniel—, vigilamos a mi novia, ya te lo dije antes…

— Sí, eso —respondió mecánicamente Daniel apartando la mirada de mala gana de Beth—. Si no te importa Nicky, ya hablamos en otro momento.

— No quiero molestarte, Daniel —la frialdad en su voz era palpable.

— Nunca molestas, es sólo que ahora no es buen momento. Tenemos cosas que hacer —sonrió falsamente a la mujer.

— Ya, bueno. Ya nos veremos entonces —dijo la rubia con resignación.

— Seguro —sus ojos volvieron a intentar localizar a Beth. Luego habló directamente a Kellan—. Creo que han terminado, ¿nos movemos?

— Sí, vamos —Respondió Kellan y ambos se levantaron a la vez de las sillas.

— Hasta la vista entonces…

Aprovechando que se levantaba, Nicky volvió a acercarse a él para darle un beso de despedida en la mejilla, pero Daniel no lo esperaba y calculó mal la distancia con la mujer. Giró la cabeza para ubicar su vaso y cuando ya lo tenía y se disponía a mirar a Kellan para indicarle el camino, ella dejó accidentalmente el beso en sus labios.

Flor de agua
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