Cosas de chicas
— Te juro que no sé lo que le pasa, —pasó su mano por su pelo con ademán nervioso— estábamos tan bien y de repente dejó de hablarme y se puso hecha una furia porque le dije que si no me respondía a la pregunta iba a dejarla sin revolcón.
— Kellan, Kellan… —bufó Daniel con tono cansino— ¿Cuándo vas a aprender que las mujeres sólo responden a nuestras preguntas cuando ellas quieren?
— No es justo, joder —se quejó dando un manotazo en la mesa—. Si fuera al contrario, si fuera yo el que me negara a responder a una pregunta suya, me juego el cuello a que estaría en la misma situación que me encuentro ahora: yo jodido y mi novia con un cabreo del carajo.
— Ellas llevan la batuta —se encogió de hombros—. Es ley de vida, tío.
— Pero, ¿por qué en la misma situación pero a la inversa ella seguiría ganando? ¿Acaso las reglas de ese juego sólo les benefician a ellas?
— Exacto, eso es —asintió convencido con la cabeza—. Es su juego, son sus reglas, ellas ganan. Asúmelo y sigue adelante.
— Pues no me da la gana —cruzó sus brazos delante del pecho totalmente enfurruñado—. Esta vez tendrá que claudicar ella y reconocer que se ha pasado tres pueblos conmigo.
— A todo esto… —Daniel le miró con cautela— ¿puedo saber qué demonios le preguntaste?
— Habíamos quedado para salir y llegó dos horas tarde —Daniel levantó las cejas asombrado—. Dice que estuvo haciendo “cosas de chicas” con Beth.
— ¿Y…? —Kellan frunció el ceño no entendiendo la pregunta.
— ¿Cómo que “Y…”? —Daniel parpadeó repetidas veces esperando la respuesta— Pues que no quiso decirme qué estuvieron haciendo.
— Ah… Uhmmm… —tuvo que taparse la boca para no explotar en carcajadas.
— No le veo la gracia por ningún lado —volvió a meter el tenedor en su plato y revolvió la comida con aspecto huraño.
— Vaya tela, colega —tomó un sorbo de su copa de vino para aclararse la voz—. Te hacía algo más versado en temas de mujeres —como Kellan le devolviera una mirada envenenada continuó— “Cosas de chicas” significa en realidad “No metas tus narices donde no te llaman”
— Ah, vaya. ¿Y dónde está el manual de instrucciones en el que ponga eso?
— Jajajajajaa... —no pudo aguantarse más la risa— Pero tío, ¿crees que hacen manuales de instrucciones para manejar a las mujeres?
— Deberían. Seguro que se forrarían a costa de mamelucos como yo.
— Con el currículum sentimental que tienes ya deberías saber esas cosas. Aunque claro, si siempre has sido tú el que ha repartido calabazas y no te has molestado en profundizar en una relación hasta ahora, es lógico que estés así de perdido.
— Habló el doctor Amor, no te jode… —espetó ofendido— ¿Cuántas relaciones profundas has mantenido tú en los últimos, digamos… cuatro años? ¿Una, dos, veinte? Yo te lo diré… ¡NINGUNA!
— Ese no es el tema, Kellan —le miró con seriedad—. Y baja el tono que no quiero que nos echen del restaurante, ¿quieres? Pretendo volver.
— Vale, perdona —volvió a pinchar en su plato con desgana.
— La cuestión no es el “cuántas”. Haberte enamorado de alguna de ellas, una sola vez, sería más que suficiente.
— He estado enamorado antes —afirmó con altanería.
— No, compañero —a pesar de sus negaciones de cabeza una sonrisa decoraba su boca—. Las habrás querido más o menos, pero no has amado a ninguna, hasta ahora.
— Querer, amar… mismo perro con diferente collar.
Daniel enmudeció ante esas palabras. Él creía saber la diferencia entre esas dos simples y a la vez tan complicadas palabras, pero, ¿la sabía realmente? Beth le había dicho que le quería y automáticamente había pensado que se había enamorado, aunque ella se lo negó en repetidas ocasiones. ¿Estaba él confundiendo los términos?
Después de unos minutos sumidos cada uno en sus propios pensamientos, Kellan rompió el silencio.
— Ya me enteré de que cambiaste a Beth de terapeuta —cruzó sus cubiertos en el plato y se limpió la boca con la servilleta—. Jackson es un buen profesional, estará bien con él.
— Lo sé —tragó el bocado que tenía en la boca, apartó el plato sin querer mirar a su compañero a los ojos y apuró su copa de vino al completo.
— ¿Lo hiciste, verdad? —no creyó necesario extender más la pregunta, Daniel sabía a qué se refería.
— Kellan… —le advirtió veladamente, pero Kellan no apartó sus ojos de él.
— Lo hiciste —se lo auto confirmó que Daniel no le mantuviera la mirada— Déjate de gilipolleces como que no hablas de tu vida privada o que eres su terapeuta y ella tu paciente —endureció el semblante cuando vio que Daniel iba a replicarle—. Recuerda que el consejo de tirártela te lo di yo.
— Genial, Kellan… —bufó algo avergonzado— Ambos arderemos en las llamas del infierno por ésto.
— Necesitas desahogarte, apoyo y consejo. Mírate… —señaló su cara con un leve movimiento de su mano— Estás demacrado, agotado. Aquí está tu mejor amigo para poner el hombro las veces que haga falta.
— ¿Y tengo que darte las gracias por ese hombro o lo que de verdad quieres es un aumento de sueldo?
— Las gracias entre amigos sobran. Y no quiero más dinero… aunque no estaría mal que le subieras el sueldo a Sandy.
— ¿A Sandy? —preguntó asombrado. Kellan asintió— ¿Y eso por qué?
— Porque creo que no eres realmente consciente de la labor que está desempeñando en este centro.
— ¿Y tú sí? —ironizó la pregunta.
— No, yo tampoco. Pero si hace en su trabajo la mitad de la mitad de lo que está haciendo con mi vida, debería estar cobrando lo que tú y yo juntos, compañero.
— La verdad es que Sandy fue un regalo del cielo una vez que conseguí reformarla, por supuesto. Quizá tengas razón en que haya llegado el momento de recompensarla.
— La tengo, créeme —lanzó un suspiro entre satisfecho y resignado—. Lo que no termino de entender es cómo podemos ser el mejor centro de terapias de comportamiento del país si no somos capaces de aplicar nuestros propios conocimientos a nosotros mismos.
— Bueno, ya sabes lo que dicen —palmeó el hombro de su amigo— “En casa del herrero…”
… . …
Mientras, varias horas después y a varios kilómetros de allí, Sandy se concentraba en que las últimas gotas que quedaban en la botella cayeran dentro del vaso. Lamentablemente era más el líquido que había derramado por la superficie de la mesa, que el que consiguió recoger en su copa.
— Se nosss a acabaaado el rooonnn… —desechó la botella a la papelera.
— Essstoy borracha… —Beth parecía que se había caído de un quinto piso de lo tirada que estaba sobre la cama— Saandy, dile al techo que dejjje de dar vueltasss… me essstoy mareando…
— ¡Teeecho, dejjja de moverrrteee!
Ambas estallaron en carcajadas. Una intentando llegar sin caerse, tirar nada o tropezar, hasta la cama y la otra agarrándose a los laterales del colchón por miedo a caerse fuera del movimiento que la habitación parecía tener.
— Creeeeo que ya no me cabe ni un centilitrrrro masss de alcohol en el cuerrrrpo…
— ¿Has dicho centilitrrrooo? —preguntó Sandy tapándose la boca con la mano.
— Creo que sssiii… ¿Por? —hizo esfuerzos titánicos por incorporarse.
— Si has logrrrado decirrr ese palabrro, es que aún no essstas lo suficientemennnte borrachaa…
— Jajajajaja… tienessss razón… ¡Venga essse copazo!
— No queda niii gota… —se dejó caer a su lado en la cama— creeeo que nosss vendría mejooor un cafeeé…
— No quiero cafeeeé —hizo un puchero—, eso no me quita lasss penasss.
Y eran muchas las que se habían contado mutuamente esa noche. Habían pasado por todas las etapas que requiere cualquier borrachera que se precie: alegría, euforia, exaltación de la amistad, complicidad, sinceridad, confidencias y finalmente lágrimas.
Sandy le había contado que la razón por la que le internaron en el centro fue un permanente ataque de rebeldía que casi había terminado destrozando a su familia.
No quería ceñirse al comportamiento que se esperaba de una chica de pueblo, ni aceptaba el absurdo papel de niña pequeña que su padre y sus hermanos se empeñaban en que cumpliera. Y por eso se había fugado en incontables ocasiones de su casa y se había dedicado a vivir la vida sin cumplir ni una sola norma de las que pretendían imponerle, ya fuera su familia o la sociedad.
No tenía horarios, fumó, bebió, se drogó… resumiendo, se descontroló de tal manera que dejó de apreciar la diferencia entre lo que era correrse una juerga y echar su vida a perder. Y si a eso se sumaba el que era poseedora de una gran fortaleza física y que no dudaba en sacar la mano a pasear cada vez que le tocaban la moral… el resultado tenía que ser y fue catastrófico.
Hasta que le internaron…
Por su parte, Beth le terminó por contar todos los detalles que le faltaban a la peculiar mujer, para que pudiera completar el embrollo que seguramente tendría en la cabeza respecto a esa prueba de embarazo que tuvo que pedir que le consiguiera.
Evidentemente, no con pelos y señales pero sí lo suficiente para que supiera lo que sentía por Daniel aunque él se negara a aceptar que esos sentimientos eran recíprocos.
Ya no tenía sentido ocultárselo y a pesar de haber roto la promesa que le hiciera aquel día, de no contar a nadie lo que había pasado entre ellos, sentía y sabía que Sandy no le revelaría a nadie nunca, igual que ella, lo que habían compartido esa noche.
Habían terminado una en brazos de otra, llorando las dos a lágrima viva y poniendo verdes a sus respectivos y particulares dolores de cabeza que eran nada más y nada menos que dos terapeutas orgullosos y detestables de los cuales, por mucho que les fastidiara reconocerlo, estaban totalmente enganchadas.
Después habían bebido, cantado y bailado hasta que las fuerzas les abandonaron y la habitación empezó a cobrar vida propia y a girar como si fuera una jodida peonza. Momento en el que Beth calló rendida sobre la cama, temiendo que se moviera sola y dejara de estar bajo su cuerpo. Sandy fue a explorar si quedaba algo de alcohol que llevarse al cuerpo.
— ¿Y si dormimosss un rrrrato? —de pronto estaba muy cansada.
— No creo que puedaaa llegar hasssta mi cuarto… —a Beth también se le cerraban los ojos.
— Tranquila, duerme aquí que ya bussscaré una buena excussa mañana porrr la mañana.
— Genial… —se arrebujó entre las almohadas— pero no me despiertesss para dessayunarrr.
— Ahá…
Lo último que se escuchó en la habitación fueron sus rítmicas y sonoras respiraciones.