Tenemos un trato
El momento de ingravidez mental en el que ella flotaba le sirvió para tomar de nuevo el control sobre sí mismo. Observó con avidez cada uno de sus pequeños gestos, cada una de las fascinantes muecas de satisfacción. Se deleitó con cada uno de los íntimos sonidos que salían de su garganta, ahogando los suyos propios para que no entorpeciesen su capacidad retentiva.
Cuando por fin ella abrió los ojos y aflojó el agarre al que le tenía sometido, aprovechó el instante para agarrarla con firmeza de la muñeca y retirarle la mano de su escandalosa erección.
— No… —se quejó contrariada, aún entre jadeos— espera, tú…
— Shhhh, tranquila —mantuvo su mano bien sujeta y lejos de su sexo a la vez que con la postura de su cuerpo evitaba que se revelara—. No te muevas, sólo dame un minuto.
— No. Déjame que… —intentó soltarse pero la tenía bien bloqueada— Necesito hacerlo, por favor.
— No, Beth. Para… —cerró los ojos para concentrarse y suspiró lentamente cuando notó que ella se mantenía estática—. Quieta, así —volvió a suspirar.
— Lo siento —por fin él abrió los ojos. Los suyos se encharcaron— no he podido evitarlo… —tuvo que apartar la mirada avergonzada—, no he podido…
— Eh, eh… mírame —la obligó a hacerlo girando su barbilla—. No tienes culpa de nada, ¿de acuerdo?. Tranquila —cuando vio rodar una lágrima hasta su sien su estómago se encogió—, yo no debería...
— Si me vuelves a decir que la culpa es tuya y que no volverá a ocurrir… —intentó contener la rabia mientras se limpiaba las lágrimas— te juro que soy capaz cualquier cosa.
Se miraron un largo minuto a los ojos, calibrando sentimientos, eligiendo las palabras, tumbados y enlazados aún bajo las ramas del magnífico árbol.
— No es culpa de nadie, ha pasado y ya no hay manera de borrarlo —de hecho no tenía ni la menor intención de olvidarlo—, pero si deberíamos… evitar que vuelva a pasar.
— ¿Pero por qué? —Intentó incorporarse pero Daniel no se lo permitió— ¿Por qué tenemos que evitarlo? —Le vio apretar la mandíbula— Nos deseamos, queremos hacerlo, ambos —no vio contradicción en su expresión— ¿Por qué me torturas negándote?
— Es complicado… —se moría de ganas de volver a besarla— las consecuencias podrían ser desastrosas, Beth. Tanto para ti como para mí.
— Van a ser desastrosas, sí —miró los carnosos labios que la hablaban— porque terminaré volviéndome loca si no me haces el amor… —se perdió en el verde de sus ojos—, ahora.
— Beth… —intentó permanecer firme, pero esa mirada ya causaba estragos en su voluntad— soy tu terapeuta.
— Eres mi terapeuta pero también eres un hombre —se zafó de su agarre para rodearle el cuello con los brazos— y yo una mujer. Si una vez te pudiste quitar el disfraz de médico —se acercó con lentitud a su boca— podrás volver a hacerlo. Necesito que te lo quites.
— Eso fue una estupidez, no tendría que haberlo hecho —notó sus pechos presionar duros contra él— mira lo que he provocado.
— Daniel… —rozó sus labios superficialmente. Él se estremeció— Necesito que me toques… —acercó sus caderas hasta que volvió a notar su erección— Necesito tocarte… besarte…
— Oh, Dios… —volvía a estar al límite de su aguante— Beth…
— Nadie se enterará, nadie lo sabrá jamás… —perfiló sus labios con la lengua—. Necesito sentirte… necesito tenerte… —le besó superficialmente, atrapando su labio inferior entre los dientes—. Dime que te sentiré… dime que te tendré… —notó su erección clavarse en su vientre cuando la apretó más contra él—. Dímelo… di que tú también quieres estar conmigo… dime que quieres comprobar lo suavemente que voy a recibirte…
Le dejó que se hundiera con profundidad en su boca, que la buscara con la lengua, que penetrara sin encontrar barrera alguna. Cálida y húmeda… tal y como quería hacerle comprender que sería hacer el amor con ella. Le devolvió el beso con ansia, con pasión, con lujuria. Vio su ceño fruncirse y supo que sus palabras habían calado hasta donde tenían que calar.
Acompañó una nueva embestida en su boca con una ondulación de sus caderas, lo que hizo que él contuviera la respiración y abriera los ojos para fijarlos en sus pupilas, que titilaban con una luz que le diluyó instantáneamente el tuétano de los huesos.
Iba a ponerse la soga al cuello.
— Aquí no… —jadeo en su boca—, en el centro no.
— ¿Dónde? —Sabiendo ganada la batalla no vaciló y volvió a meter la mano por la cinturilla de su pantalón— Dime dónde…
— Joder… —si volvía a acariciarle no podría resistirse, acabaría teniendo un orgasmo— Ahhh… Dios… fuera —tragó en seco al notarse rodeado con firmeza— fuera de aquí.
— ¿Cuándo? —subió y bajó su mano por su erección muy lentamente— ¿Mañana? —Volvió a subir y bajar más lentamente— ¿Pasado mañana?
— Oh, cielo… santo… Beth… —temió hacerla daño de lo fuerte que se aferraba a ella— pronto, muy pronto.
— Promételo —susurró en su oído mientras lo acariciaba con la lengua—. Promete que me sacarás de aquí… —expuso el pecho cuando notó su lengua descender por su cuello. Estranguló torturadoramente su erección— y que estaremos juntos…
— Ohhh... mierda… —sus caderas se impulsaron acompañando la inevitable liberación— Oh, Dios… Ohhh… —mordió sus labios para no gritar. Él corazón le retumbaba en el pecho.
Cuando Beth notó la humedad en su mano algo dentro del pecho se le movió. Le tenía en sus brazos, vulnerable en sus defensas, sobre ella, sobre su boca, en sus manos. Imaginó lo bien que le sentiría cuando estuviera finalmente dentro de ella.
Esperó pacientemente a que sus temblores cesaran, a que sus manos dejaran de aferrarla con tanta fuerza, a que su respiración se normalizara. Obligó a su mente a tatuarse a fuego ese instante, esos gestos, esas reacciones.
Tenía que conseguir esa promesa, la promesa de un encuentro fuera de estos muros. La promesa de estar juntos íntimamente, e iba a darle toda la seguridad que estaba en su mano aportarle para que ese encuentro pudiera realizarse.
— Nadie se enterará jamás de lo que hagamos Daniel. Nadie —vio culpabilidad mezclada con deseo en sus ojos—, ni bajo la más dolorosa de las torturas conseguirán arrancarme una palabra sobre ello —le miró con sincera intensidad mientras él recuperaba el aliento—. Te lo juro por mi vida.
— Beth… —el consejo de Kellan retumbaba en su memoria, ¿sería capaz de seguirlo?— esto podría echarlo todo a perder.
Daniel se sentía capaz de cruzarse el atlántico a nado en ese momento, la euforia del momento aún recorría su cuerpo de arriba abajo, pero su maldita conciencia no paraba de gritarle que estaba echando por la borda toda su carrera. Sus palabras consiguieron tranquilizar una parte de su agitación, la promesa de no hacer público lo que ocurriera entre ellos le motivaba pero aún así sabía que estaba corriendo un riesgo enorme.
— Si ni siquiera hemos sido capaces de evitar esta locura —la miró y habló con un deje de ironía— no sé cómo demonios lo vamos a hacer sin que interfiera en tu recuperación.
— No dejaremos que ésto nos afecte —aseguró con total convicción—, seguiremos la terapia como siempre y prometo ser buena y portarme bien —le sonrió infundiéndole seguridad—. Seré la más sumisa y dócil de todas las pacientes que jamás hayas tenido.
— Necesito que me digas algo, —acarició dulcemente su mejilla— y quiero que seas totalmente sincera, Beth. Sabes que si me mientes lo sabré…
— Pregunta lo que sea —accedió.
La miró un instante y decidió que necesitaba más espacio para hacer esa pregunta y no para sí mismo, si no para ella. Se incorporó quedando sentado y la ayudó a levantarse y sentarse también. La miró directo a los ojos y sopesó las opciones que sus reacciones le dejarían en caso de escuchar lo que rezaba porque no saliera de su boca.
— ¿Te has enamorado de mí? —disparó implacable.
— No —respondió sin parpadear—, no estoy enamorada de ti.
— Te veo muy segura… —escrutó su expresión.
— Estoy segura de ello. Me gustas tú… y tu cuerpo, obviamente, pero no espero para nada que me pidas matrimonio, ni que nos compremos una casita y tengamos niños, jardín, perro… —negó con tranquilidad—, no hay nada de eso.
— Eso está bien, porque yo tampoco siento nada por ti fuera de esta… cosa, atracción fatal, obsesión sexual o lo que sea… que ha surgido.
— Perfectamente claro —su corazón se aceleró— solo físico, nada de sentimientos.
— ¿Serás capaz de mantenerlo así? —necesitaba asegurarse. Ella enarcó una ceja.
— Puedo preguntarte lo mismo… —espetó de pronto ofendida— ésto también es cosa tuya. ¿Tengo que ser yo siempre la que lo joda todo?
— Joder Beth —bufó contrariado—, esto puede ser un juego para ti, pero lo que yo me estoy jugando es mi carrera. Tengo que estar seguro antes de terminar de apretarme la cuerda alrededor del cuello.
— ¿Hablamos claro? —Preguntó con arrogancia— ¿Es eso lo que quieres?
— Por favor… —resopló.
— Vale, yo lo veo así —se recolocó sobre sus piernas mientras suspiraba— Sólo vamos a echar un polvo, nada más. Ni te quiero, ni me quieres y como he dicho antes no vamos a planificar nuestra vida juntos.
— ¿Solo sexo? —Insistió—. ¿Nada más?
— Solo sexo. Punto —le miró un instante— ¿Es eso lo que querías oír?
— Sí, eso era —suspiró completamente aliviado—, comprende que…
— Lo comprendo, tranquilo —puso una mano sobre la suya en un gesto de complicidad—Te juegas mucho, pero en lo que a mí respecta seré una tumba.
— Joder, estoy perdiendo la cabeza —cogió la mano que le acariciaba y la elevó hasta su boca— no sé qué demonios me has hecho —besó sus dedos sin quitarla los ojos de encima—, pero si no me quito esta necesidad de tenerte acabaré volviéndome completamente loco.
— ¿Eso es un sí? —Notar sus labios la estremeció hasta la médula— ¿tenemos un trato?
— Creo que… —la atrajo un poco más cerca tirando de su brazo— creo que sí, lo tenemos.
— Joder, Daniel… —se colgó de su cuello impelida por los nervios que la atenazaron— no sé si seré capaz de esperar —le besó superficialmente, acariciando la suavidad de sus perfectos labios— Dime cuándo.
— Pronto… —su sexo reclamaba de nuevo atenciones.
— Cuándo… —notó la humedad entre sus piernas.
— Muy pronto… —jadeó en su boca— yo te aviso.
— Sabes que en un par de días… —un dedo selló sus labios, dejando la frase a medias.
— Lo sé, no me lo recuerdes —sabía perfectamente que en unos días regresaba todo el personal. La miró con desesperada avidez—. No quiero arrepentirme antes de haberlo llevado a cabo.
— Entonces sellemos el trato antes de que te arrepientas —se pegó totalmente a su cuerpo—, dame tu palabra.
— Vale muy poco en este momento… —mordió su labio inferior con fiereza.
— A mí me valdrá —se dejó morder y se arrodilló para apretarse contra él—. Dámela.
— Dios, me pones… —se obligó a no terminar la frase de manera soez—, terminaré teniendo un ataque cardíaco como no me vaya de aquí… —bufó mientras se levantaba y la arrastraba con él— Vale, tienes mi palabra.
— Si no la cumples… te lo haré pagar.
Depositó un leve beso rozando apenas sus labios y le dio la espalda dirigiendo sus pasos hacia las puertas del centro. Verla alejarse tan tranquila y segura, con esa sonrisa de suficiencia y ese brillo en los ojos hizo que su mente empezara a maquinar la manera de sacarla de allí cuanto antes. Mañana mismo si podía.
Iba a hacerlo, iba a saltarse el código deontológico y toda su profesionalidad a la torera. E iba a hacerlo porque una vez que la había probado, una vez que la había tocado, sentido y deseado no había manera humana de sacarle de la cabeza la fijación de meterse entre sus piernas.