Insinuaciones
— ¿Dónde estás? —paseó el dedo por su desnudo pecho.
— Aquí contigo —agarró la mano que le acariciaba.
— Me ha dado la sensación de que estabas a kilómetros… —se acercó más a su cálido cuerpo.
— Estoy aquí —insistió más frío de lo que realmente quería.
— ¿Has tenido una mala semana en el trabajo? —Reptó sinuosa hasta su boca— Si quieres sé cómo ayudarte a descargar la tensión acumulada…
— Estoy perfectamente bien, Nicky —pasó su mano por toda la longitud de la suave espalda de la mujer— y ya descargas bastante mi… tensión —la apretó contra él— no te preocupes en exceso.
— Mmmmm… —saboreó la piel de su cuello—. Creo que deberías tomarte unas vacaciones —dijo pasando las manos por los músculos de su estómago—, necesitas relajarte… estás demasiado… duro —agarró su pene mirándole con lascivia.
— Eso tiene fácil solución —rodó para colocarse sobre ella— abre las piernas y verás que rápido me relajo.
— Por supuesto… —hizo lo que le pedía— siempre hay que seguir las indicaciones del doctor…
Volvieron a hacer el amor. Otra vez.
Nicky era físicamente demasiado voluptuosa para su gusto, pero indiscutiblemente hermosa como pocas. E inteligente, muy inteligente. Ejercía la abogacía en un prestigioso despacho de abogados de la ciudad, y su adicción al trabajo le dejaba poco tiempo libre para relacionarse con otras personas, por lo que era defensora a ultranza y fiel clienta de los locales con “Speed Dating”
Se conocieron casualmente en una cena que el Gran jefe organizó para Daniel, con motivo de la celebración de su tercer año como director del centro. Los directivos del despacho fueron invitados, al ser amigos personales de George y cuyos abogados se encargaban de todos los asuntos legales del centro, pero tuvieron que declinar la invitación por problemas de agenda y decidieron enviar a alguien en su lugar como representación de la firma. Nada más y nada menos que a la prestigiosa abogada y deslumbrante señorita Nicole Portman.
Era la tercera cita que tenía con ella y realmente le parecía una mujer excepcional. A pesar de lo poco que se conocían, Daniel se sentía muy a gusto en su compañía y aunque estaba convencido de que el sentimiento era mutuo, tarde o temprano, ella terminaría saliendo irremediablemente de su vida. Exceptuando a Trish, la gran mayoría de amigas con las que había llegado a tener más de dos citas, se plantaban en la tercera.
— ¿Cuándo volverás a llamarme? —le recorrió con los ojos mientras él se vestía despreocupadamente.
— ¿Ya me estás echando de menos? —La miró por encima del hombro con sonrisa de suficiencia— aún no me he ido, tesoro.
— Bueno, teniendo en cuenta que hemos tardado más de un mes en cuadrar las agendas para vernos hoy… —gateó por la cama acercándose a su espalda— no estaría mal empezar a cuadrar ya la siguiente cita… —mordió su nuca— ¿Qué plan tienes para el día veinte?
— ¿Para el veinte? —Terminó de atarse los cordones de los zapatos— eso es la semana que viene…
— Sí, exactamente dentro de unos cortos seis días —frotó sus pechos por su espalda—. Me han cancelado una cena de negocios y si no tienes nada que hacer —masajeó su entrepierna sin disimulo— podría reservarte esa noche…
— Lo siento, esa noche ya he quedado —mintió. Se levantó sin hacer caso de los intentos de la mujer por volver a meterle en la cama—. Ya te llamaré yo, tranquila.
— ¿Vas a quedar con otra? —intentó no parecer celosa, sin éxito. Daniel la miró con dureza— Lo siento, sé que no debería molestarme con quien quedas o dejas de quedar —bajó la cabeza—, pero no puedo evitarlo.
— No debería molestarte, no. Y creía que eso había quedado claro desde el principio, Nicky —miró como ella se cubría con la sabana— Ni derechos ni obligaciones.
— Es que no entiendo por qué no quieres intentar algo más serio —ella apartó la mirada hacia la ventana— nos llevamos bien, nos compenetramos bien, tenemos vidas paralelas ¿Qué inconveniente hay?
— No quiero complicaciones —respondió fríamente.
— ¿Ahora soy una complicación?
— Yo no he dicho eso, pero parece que te estás empeñando en serlo.
— No me empeño en nada —le miró con reproche— ¿Qué hay de malo en pasar un poco más de tiempo juntos? Conocernos un poco más…
— Me gusta mi vida tal y como está.
— No te estoy pidiendo matrimonio, Daniel —devolvió la dura mirada que recibió— solo un poco más de exclusividad. No sé… ser algo más que amigos con derecho a sexo.
— Si no te ves capaz de conformarte con lo que tenemos ahora, será mejor que no volvamos a vernos.
— Joder, Daniel —se levantó enfadada en busca de sus bragas—. Eres único para explotar burbujas de eufórica felicidad —encontró sus ropas y empezó a vestirse—, te hablo de volver a vernos y tú sin ninguna sutileza me das una patada en el culo.
— No has hablado de volver a vernos. Has insinuado que profundicemos en la relación y yo ahora no busco ni quiero nada más que ésto —señaló la cama deshecha.
— Tú, tú, tú y tú —terminó de subir la cremallera de su caro vestido— y a mí que me jodan, claro.
— No quiero ni pretendo herirte, Nicky. De verdad, me siento muy cómodo contigo pero no tengo ni intención ni ganas de enamorarme de nadie.
— Genial —volvió a subirse a sus tacones de vértigo— Creo que ya me ha quedado claro, no hace falta que sigas —le dio la espalda moviendo con gracia su larga melena.
— Siento todo ésto, en serio. Pero lo que hay ahora entre nosotros es lo único que puedo ofrecerte.
— Mejor dejamos de hablar de ésto, antes de que me dé por tirar tu número a la papelera —cogió su bolso y se encaminó a la puerta— ¿Nos vamos?
Después de pagar la cuenta del hotel la acompañó hasta su coche, se despidieron con un frío e impersonal beso en los labios y vio cómo se alejaba a toda velocidad chirriando las ruedas de su descapotable rojo.
Conduciendo de vuelta al centro y después de que el fresco aire nocturno le despejara del todo las ideas, no sintió en absoluto el haberle dejado las cosas claras a Nicky con respecto a su situación sentimental. Odiaba las escenitas de celos y así como estaba seguro de que ella volvería a llamarle, también estaba seguro de que no volvería a quedar con ella. Las que llegaban a la cuarta cita siempre acababan llorando, y eso sí que no lo soportaba.
Cuando el flamante BMW X5 blanco traspasó la verja del centro eran exactamente las 23.35 de la noche, y a pesar de no ser tarde el centro mantenía esa calma que reinaba las noches de sábado. Rodeó la isleta que conducía al garaje, pero redujo la velocidad antes de llegar, deteniéndose justo al lado del árbol que había a la entrada.
— ¿Qué haces aquí a estas horas? —preguntó apagando el motor y bajando del coche.
— Fumar —exhaló el humo y le mostró el cigarrillo.
— ¿No deberías estar en tu dormitorio? —se remangó los puños de su blanca camisa.
— Sarah tiene compañía esta noche —le miró de arriba abajo apreciando el buen gusto del doctor a la hora de vestirse para sus citas.
— Es cierto —recordó que él mismo autorizó la visita— ¿Tienes dónde dormir?
— Me han dicho que los sofás de la sala de audiovisuales son bastante cómodos —apagó el cigarrillo consumido y encendió otro— ¿quieres uno? —ofreció.
— No fumo, gracias —sonrió indicándole el suelo— ¿Te importa si me siento contigo?
— Si… bueno, quiero decir, no… no me importa —tiró nerviosamente la ceniza a un lado—, siéntate si quieres.
— Ahh, que buena noche hace —se sentó a su lado. Ella se tensó al tenerle tan cerca— corre un poco de brisa, ¿no tienes frío así? —señaló su camiseta de manga corta.
— No, estoy bien… —esa brisa le hizo llegar el sutil aroma de su varonil colonia— se está bien aquí.
— ¿Qué tal ha ido la semana? —no había vuelto a tener ninguna sesión con ella después de lo de la piscina— ¿Te has apuntado a algún taller?
— Bien, sí… —se aclaró la voz antes de continuar, intentando centrarse en la conversación en vez de en el sutil brillo de sus ojos—. El curso de cocina y las clases de Pilates son muy… estimulantes.
— ¿¡Pilates!? —Alzó una ceja mientras se revolvía el pelo— No me digas más… te has dejado aconsejar por Sandy —Beth asintió clavando los ojos en el suelo para no mirarle directamente—. Te imaginaba más en otro tipo de taller… no sé, algo más agresivo.
— Bueno, Sandy cree que con las clases de cocina supliré mis malos vicios por buenos alimentos, y que con las clases de Pilates conectaré más mi yo físico con mi yo mental, y no sé cuántas chorradas más… —lo soltó de carrerilla mientras apagaba nerviosa el cigarrillo.
— Vaya —sonrió de manera arrebatadora— desde luego es toda una explicación.
— Joder —otra ráfaga de su olor se coló por su nariz poniéndole los pelos de punta—, parece que empieza a hacer frío aquí, ¿no? —disimuló.
— En realidad no —torció la sonrisa—, pero será mejor que entres, no quiero que te resfríes…
— Sí, será lo mejor… —se levantó preguntándose por qué demonios estaba tan condenadamente guapo con tan poca luz— mi cómodo sofá me… espera impaciente.
— Espera Beth —se levantó a la vez que ella detenía sus pasos—, es sólo una sugerencia pero… —ella clavó los ojos en el cuello abierto de su camisa— si prefieres dormir en una cama esta noche en lugar de en un dudosamente cómodo sofá…
— ¿Qu… qué… —el corazón empezó a palpitarle descontrolado.
— Puedes hacerlo en… —sonrió viendo como ella abría desmesuradamente los ojos— uno de los dormitorios de aislamiento. Le diré a la enfermera que te de una llave.
Aquello le cayó como un jarro de agua fría. Se quedó estática aún asimilando lo que había oído, siendo consciente de que no era eso lo que esperaba oír, ni mucho menos lo que le hubiera gustado oír. No supo si enfadarse con él por tomarle el pelo, si era eso lo que estaba haciendo, o con ella misma por dejar que su mente imaginara cosas donde no las había.
— No te preocupes por mí —controló el frustrado tono de voz— ya me las arreglaré.
— ¿Seguro? Mira que no me cuesta nada hacerte ese favor.
— Seguro —le dio la espalda y se encaminó a las puertas del centro incapaz de aguantar más su maliciosa sonrisa—, buenas noches Daniel.
— Buenas noches Beth —subió en su coche y arrancó de camino al garaje.
Cogió la manta que había dejado en los sillones de recepción y se encaminó a paso rápido hacia la sala de audiovisuales sin mirar siquiera a la enfermera que tan educadamente, como su jefe, le había dado las buenas noches.
Se acomodó en uno de los butacones pensando en que otra vez estaba volviendo a las andadas de dejar que su mente se perdiera en absurdas fantasías con Daniel, como principal protagonista. Ni siquiera la sesión de sexo que había mantenido con Mark apenas una semana atrás había calmado su imaginación. El no haber vuelto a ver a su terapeuta en los días posteriores al episodio de la piscina, no había hecho disminuir en absoluto sus pensamientos sucios. Tampoco le había servido verle esporádicamente los días que siguieron.
Muy al contrario, su obsesión con él se había afianzado en su mente de manera alarmante, llegando incluso a soñar con él y no de manera inocente. ¿Por qué no había vuelto a tratarla esos días? ¿Estaba intentando dejarle espacio, o por el contrario esperaba que fuera ella quien acudiera esta vez a él?
Se durmió intentando encontrar las respuestas.