Tabla de salvación
Daniel se alegró de lo conseguido hasta ahora, pero aún estaba lejos de ser suficiente. Aún tenía que llevarla un poco más allá, tenía que enseñarle donde estaba el borde del precipicio. Tenía que obligarla a asomarse y mirar al vacío. Y tenía que conseguir que saltara. Voluntariamente.
— Levántate —no sintió pena por ella— vamos, levántate y deja de apiadarte de ti misma.
— ¡¡Olvídeme!! —Le miró con furia mientras limpiaba las lágrimas de sus mejillas— ¡¡Déjeme en paz de una puta vez!!
— ¡¡Pobre Beth!! ¿Te gusta compadecerte de ti misma? —Se inclinó para escupirle la pregunta— ¿Te sientes mejor haciendo eso? —Sonrió irónico— ¿Crees que dando pena arreglarás las cosas? —Volvió a erguirse sobre ella mirándola con desprecio— No sabes una puta mierda Beth, no sabes nada. Levántate.
— ¿¿¡¡Pero qué demonios quiere de mí!!??
— Levántate de una jodida vez —bufó con impaciencia— no hagas que tenga que levantarte yo.
— Déjeme en paz —estaba derrotada, pero siguió— déjeme tranquila, cerdo arrogante. ¡¡Le odio!! ¿Se entera?
— ¿Sabes que es odiar Beth, realmente lo sabes? —volvió a inclinarse sobre su cara.
— Le odio a usted y eso sí que lo tengo claro —echaba fuego por los ojos, pero habló perfectamente controlada— Le odio a muerte. Ojalá se muera y deje al mundo libre de su insoportable presencia.
— No sabes de qué coño estás hablando —siseó dañino—. Eres una jodida ignorante que no sabe nada de la vida.
— Basta ya —se tapó los oídos con las manos— ¡¡Bastaaaaaaaa!!
— ¿Basta? ¿Quieres que ésto termine Beth? —La obligó a quitarse las manos de las orejas— ¿quieres acabar de una vez con tu mierda de sufrimiento? —se retiró unos pasos dejándola espacio— De acuerdo, vamos a acabar con ésto. Hoy. Ahora. Levántate.
— Váyase al infierno —le agarró sin cuidado del brazo y le hizo ponerse de pie— ¡¡No me toque!! —Se sacudió, pero inevitablemente se vio arrastrada por él— ¿¿Dónde me lleva ahora??
— ¿No quieres que ésto acabe? —Tiró de ella con fuerza a través del pasillo— pues vamos a terminar de una jodida vez.
Bajaron las escaleras a trompicones, él tirando y ella resistiéndose a dejarse llevar, pero sus fuerzas estaban muy descompensadas. Bajaron a la planta de abajo y Beth, en un intento de rebelión, se dejó caer intentando frenar su avance, pero él no paró. La arrastró por el suelo como si de una alfombra se tratara, camino del gimnasio.
Sandy estaba en ese momento en la puerta de una de las aulas charlando animadamente con unas cuantas chicas. Su rostro se contrajo cuando vio aparecer a Daniel arrastrando, literalmente, por el suelo a una Beth que era un grito en sí misma.
— ¡¡Suéltameeeeeeeeeeeee!! —Las chicas se esfumaron— ¡¡Que me sueltes, joder!!
— La madre que le parió —bufó indignada cuando pasaron a su lado— ¡¡Espera, Daniel!!
Traspasó las puertas ignorando a Sandy y a todos con los que se cruzó por el camino. La poca gente que trabajaba en ese momento en las máquinas fue yéndose disimuladamente con la mirada esquiva. Siguió hasta las puertas del fondo. Sandy les siguió.
A Beth se le demudó el rostro cuando, en vez de ir a las duchas como pensaba que iba a hacer, la arrastró en dirección a otra de las puertas. Puerta que ya había cruzado en otra ocasión y que en ese instante traspasarla le supuso conocer de primera mano lo que era el terror. La piscina Climatizada.
— ¡¡OH, DIOS…!! ¡¡OH, DIOS… NO!! —Su corazón se encogió de miedo— ¡¡NO, NO, NO, NOOOOO!! —Pataleó todo lo fuerte que pudo— ¡¡NO, POR DIOS, NO!!
— Daniel, espera… —Sandy intentaba frenar a su jefe— espera por favor.
— Cállate Sandy —consiguió hacerse oír por encima de los gritos— si no quieres presenciarlo sal de aquí.
— ¡Estás jugando con fuego! —No le importó levantarle la voz— Está aterrada ¿No lo ves? ¡No sabe nadar!
— No me jodas, Sandy —la encaró parándose al borde de la piscina. Beth quedó estática con sus rodillas a unos centímetros del borde y los ojos casi fuera de las órbitas— o aquí o fuera. Pero te quiero muda —Sandy apretó los dientes—. Así me gusta.
— Uff... uff… —Beth jadeaba intentando no gritar despavorida. La agarró para ponerla de pie— oh… no… no… no… —miró los ojos verdes que se clavaron en ella— no… por favor… no… —respiró entrecortada, estrujando la pechera de su blanca bata— no… por Dios… no…
— Escúchame Beth —sus agónicos ojos no le ablandaron— ha llegado el momento de que me demuestres que realmente sientes lo que has hecho —sus lágrimas tampoco le afectaron—. ¿Quieres que te crea? ¿Quieres que confíe en que no lo volverás a hacer? ¿Quieres evitar dar con tus huesos en la cárcel? —Entornó su mirada—, demuéstramelo.
— No… no… Daniel… te lo suplico… no me obligues… —se agarró a sus brazos para no caer— No puedo… no…
— Preguntaste qué podías hacer para que te creyera, bien. Esto es lo que quiero que hagas —le señaló las calmadas aguas— Tírate.
— No puedo Daniel… no puedo… —negó impotente temblando como una hoja— por Dios… no… no sé nadar, por favor… —tiró con desesperación de su bata sin contener el río de lágrimas— no puedo… por favor… me hundiré… me ahogaré… no puedo…
— Daniel… —Sandy intentó intervenir.
— Demuéstrame que no mientes —ignoró a su ayudante y apartó las agarrotadas manos de su pechera— demuéstrame que se puede creer en ti. Tírate.
— Dios mío… por favor… no me obligues, yo no… —le miró suplicante— haré lo que sea, Daniel… lo que sea… pero ésto no… por Dios, no me obligues…
— No te estoy obligando Beth. Vas a hacerlo por voluntad propia —se alejó un paso aún sujetando sus manos. Ella se encogió de miedo al verse sola tan cerca del borde— te vas a tirar y vas a demostrar que te arrepientes de lo que has hecho.
— Por favor, por favor… Daniel, por favor —agarró más fuerte sus manos para que no se alejara— lo que sea en serio, haré lo que me pidas… pero ésto no… no… por favor…
— Dios, Daniel… —Sandy tuvo que apretar sus manos para no intervenir.
— Ésto es lo que quiero —volvió a retroceder soltando sus manos. Beth gimió asustada—. Hazlo y te creeré —se alejó un paso más. Beth se llevó las manos al pecho—. Salta.
— Por Dios, no me hagas ésto… —vio aterrorizada como se alejaba dejándola sola— por Dios, por favor… Daniel, no puedo…
— Para ésto, por Dios —siseó Sandy cuando él llegó a su altura— para ésto o lo hago yo… —se llevó un puño a la boca.
— Hazlo Beth —bloqueó con un brazo el impulso de su ayudante—. Haz que crea lo que dices. Hazme creer en ti. Tírate al agua —Sandy se quitó los zapatos dispuesta a tirarse detrás si lo hacía—. Hazlo. Salta.
Comenzó a hiperventilar. El corazón le latía a un ritmo enloquecedor. Un sudor frío empapó todo su cuerpo y su piel adquirió el color de la cal. Temblores de espanto recorrieron su columna castigando todas y cada una de sus terminaciones nerviosas. La sangre latió con fuerza en sus sienes. Deseó morir.
— Daniel… para ésto.
— Salta —sus ojos no se despegaron de los de ella.
— Daniel…
— Tírate.
— Daniel… —Sandy se desesperó.
— Tírate —Beth cerró los ojos.
— ¡¡Daniel!!
— ¡¡Salta!!
— ¡¡DANIEL!!
— ¡¡TÍRATE, MALDITA SEA!!
Beth se rindió. No quiso seguir escuchando. No quiso seguir sufriendo. Su cabeza dijo basta mucho después de que su cuerpo dejara de responder. La situación la superó, se vio sobrepasada y no lo soportó. No quiso seguir viviendo. La presión se esfumó cuando aceptó el pensamiento de la cercana y rápida liberación.
Abrió los ojos. Y regalándole una última mirada a Daniel, saltó.
… . …
— ¡¡Dios, no…!! —Sandy intentó esquivar sus brazos— déjame ¡¡suéltame Daniel!!
— ¡¡Sandy!! —la retuvo a la fuerza— ¡¡Basta!! Estáte quieta…
— ¡¡Sácala Daniel!! —Forcejeó con su jefe— ¡¡Haz algo, coño!!
— Vete Sandy —la empujó hacia la puerta— Sal de aquí…
— ¡¡Se va a ahogar, joder!! —Gritó en su cara— ¡¡La vas a matar Daniel, esto no es un puto juego!!
— ¡¡Que te largues, joder!! —Ella se resistió viendo que Beth no emergía— ¡¡Vete o te saco yo!! —Siguió resistiéndose intentando soltarse— ¡¡YA SANDY, SE ACABÓ!!
Se la cargó al hombro como un saco de patatas, y como ya hiciera en otras muchas ocasiones, la sacó a la fuerza. Recorrió con paso rápido y con ella a cuestas los metros que les separaban de la puerta y la echó fuera sin contemplaciones, cerrando de un portazo en su misma cara.
Echó el pestillo en un segundo y antes de que Sandy diera el primer golpe, de los muchos con los que aporrearía en los próximos minutos la madera de la puerta, dirigió sus pasos en una vertiginosa carrera hacia la piscina. Un segundo antes de llegar se deshizo de la camiseta, e impulsándose en el mismo bordillo saltó, entrando de cabeza en el agua.
Beth se hundía. Su frágil cuerpo flotaba suspendido a medio camino del fondo. Su mente se hundió más veloz aún, como un bloque de cemento, gritando con agónica desesperación. Sus pulmones se resistían a dejar salir el poco aire que retenían. Se mentalizó, luchó contra su cuerpo y finalmente dejó salir el aire.
Dolor.
Calor.
Se acabó.
… . …
Acusó la fuerza de sus brazos en el mismo instante que el agua entraba a presión en sus pulmones. Abrió los ojos creyendo que llegaba su hora y el impacto que le causó verse arrastrada de nuevo a la superficie hizo que la esperanza asomara en su pecho.
Se agarró a él como a un salvavidas en medio del mar.
Cuando el aire quiso ocupar el espacio que naturalmente le correspondía, tosió violentamente expulsando bocanadas de agua. Cerró los ojos con angustia tosiendo dolorosamente entre espasmos, aún acostumbrándose a asimilar el precioso oxígeno.
Nadó con ella aferrada a su cuello hasta la parte menos profunda de la piscina. Cuando hizo pie la elevó en su regazo y subiendo con cuidado los resbaladizos escalones la sacó del agua. Intentó tumbarla en el suelo y darle espacio para respirar, pero sus agarrotados brazos se negaban a soltarle.
— Beth —apartó húmedos mechones de su cara— tranquila cielo, respira.
Intentó hablar, pero otro acceso de tos le impidió vocalizar nada. Apretó más fuerte los brazos en torno a él.
— Abre los ojos —pidió mientras quitaba restos de agua de sus pestañas— Respira despacio, tranquila.
— Teng… —la garganta le ardió, carraspeó molesta— tengo frío.
La rasposa voz arañó los oídos de Daniel a la vez que clavó una espina en su fortaleza. Los temblores de su cuerpo le confirmaron sus palabras, e incapaz de encontrar nada con lo que templarla la acercó totalmente a su cuerpo.
Sus respiraciones se acompasaron. Sus brazos no le soltaban temiendo volver a quedarse sola. Sus manos seguían sujetándola contra su pecho dándole calor. Necesitó mirarla mientras ella buscaba sus ojos. Lo que encontró no supo dónde encajarlo. No estaba preparado para eso.
No estaba preparado para ser el clavo ardiendo de nadie.
No estaba preparado para ser “su” tabla de salvación.