Sandy Sesión
— Sarah —llamó viendo al grupo de chicas encaminarse hacia la puerta.
— Hola, Sandy —la sonrisa de la muchacha era resplandeciente—. ¿Vas a venir con nosotras? Nos llevan al cine esta tarde.
— No, cielo. Me toca quedarme esta vez —mentira piadosa, no tenía ni pizca de ganas—. ¿Has visto a Beth?
— Está en el dormitorio —la sonrisa de Sarah desapareció poco a poco—. Hoy está para pocas piruetas, te aviso.
— Me imagino… —evitó la pregunta que ya se formaba en su boca con una propia— ¿Sabes si bajará a cenar?
— No creo —negó también con la cabeza—. Está metida en la cama desde anoche y tampoco ha bajado a desayunar ni a comer.
— Pues estamos apañadas… —resopló con hastío.
— Está rara como pocas veces la he visto. ¿Se puede saber qué le pasa?
— Nada que una buena sesión con Sandy no pueda arreglar…
— ¿Cómo? —preguntó parpadeando varias veces.
— Nada, cosas mías… —fue a girarse para marcharse sin más, pero ante la cara de pasmo de Sarah improvisó una despedida rápida —Tranquila, yo le haré compañía. Pasarlo bien, ¿ok?
Se alejó del grupo y caminó a paso ligero, subiendo las escaleras, hasta el dormitorio de Beth. Llamó con los nudillos, pero no esperó a recibir invitación. Abrió y entró como si estuviera en su casa. La encontró tumbada de costado y a pesar de la penumbra de la habitación supo que no estaba dormida.
— Beth, soy Sandy… —el susurro no pareció ser oído, por lo que elevó un poco la voz— Levántate, pedazo de vaga. Tenemos cosas que hacer —abrió las cortinas dejando entrar algo más de luz.
— Déjame en paz Sandy —refunfuñó sin moverse—. No estoy de humor, ¿vale? Puedes irte por donde has venido.
— No me da la gana —se paró en medio de la estancia cruzándose de brazos—. Mi humor no dista mucho del tuyo, así que te aconsejo que salgas de la cama y vengas conmigo o me veré obligada a traer la “Sandy Sesión” aquí.
— ¿Perdona? —No le quedó más remedio que girarse y mirarla ante tan extrañas palabras— ¿Sandy qué…?
— Una Sandy Sesión. Cosa fina, no te digo más… —Beth abrió más los sorprendidos ojos— Tengo un jodido ataque de desobediencia y necesito cómplices.
— Pero, pero… —se incorporó hasta quedar sentada en la cama— ¿Ataque de… qué? —preguntó con confusión.
— Ataque de desobediencia, sorda —se desplazó hasta su armario y lo abrió—. Así que tengo que aplacarlo antes de que pase a mayores —sacó un pantalón de chándal y una camiseta y se los lanzó—. Toma, ponte ésto.
— ¿Y para qué me necesitas? —Se quitó la camiseta que le había caído en la cabeza— No pienso salir a correr, ni hacer ejercicio, ni nada que se le parezca.
— No harás nada de eso, tranquila. Es para que estés cómoda— cerró su armario y se giró para mirarla—. ¿Pero te quieres mover, nena? No tengo toda la tarde.
— No estoy de humor Sandy —contestó con desgana a la peculiar muchacha, apartando las prendas—. De verdad que si me lo dices en otra ocasión voy donde me pidas, pero hoy...
— ¡Hoy es el día perfecto! —Sonrió ampliamente— Tú estás jodida, yo estoy jodida. Ambas necesitamos desahogarnos ¡y resulta que es sábado! Por lo que mañana no hay que trabajar —volvió a acercarle la ropa—. Circunstancias idóneas para una Sandy Sesión.
— Como no me hagas un croquis creo que no voy a enterarme de nada… —resignada aceptó las prendas y salió de la cama.
— ¡Vamos a corrernos una buena juerga, compañera! —Sandy se frotó las manos con travesura.
— ¿Lo dices en serio? —Beth se quedó a medio camino de subirse el pantalón por la sorpresa— ¿Vamos a corrernos una juerga, tú y yo?
— Exacto. Pero date prisa leñe, estamos perdiendo un tiempo precioso.
Beth terminó de vestirse todo lo rápido que su pasmo le permitía.
— ¿Y qué se supone que vamos a hacer? ¿Beber zumo y comer chuches hasta que nos dé un subidón de azúcar?— terminó de colocarse las zapatillas.
— Nada de eso… ¡vamos a cogernos una buena cogorza!
No podía imaginarse en esa tesitura con Sandy. ¿Fiestas clandestinas? Sí, pero con otras internas. ¿Con personal del propio centro? Jamás.
— ¿Estás de coña? —la miró con suspicacia. Sandy negó— Ah, ya sé. Esto es una triquiñuela de Daniel para comprobar si me he reformado o no…
— Nada de eso bombón. Como decía mi abuela “Lo mejor para el bajón es un buen revolcón” y como de eso andamos jodidas... va hija que nos van a dar las uvas —apuntilló— sustituiremos el revolcón por alcohol.
— Esto no me cuadra Sandy… —no estaba muy convencida.
— Te cuadrará, créeme —avanzó hacia la puerta—. Vamos.
— Tú puedes salir de aquí y desfogarte como te dé la gana —no se movió del sitio pero Sandy se giró—. ¿Por qué ibas a hacerlo aquí dentro y en mi compañía?
— Tú lo necesitas. Yo lo necesito. ¿Te hace falta alguna otra razón?
— En realidad, no —ni siquiera le importaba que fuera una trampa—. Total, una sanción más o menos… qué más da, ¿no?
— ¡Esa es mi chica! —Abrió la puerta y la invitó a salir— Verás que bien nos lo vamos a pasar.
Bajaron la escalera y se encaminaron a la zona del comedor. Sandy insistió en que tenían que llenar el estómago con algo sólido antes de entrar en materia, así que Beth se dejó arrastrar hasta la línea del buffet y llenó su bandeja con un sándwich mixto, un cuenco con fruta troceada y una botella de agua.
Después de llenar el estómago, o como en el caso de Beth mordisquear sin ganas su cena y picotear su fruta, Sandy la condujo hacia el ala “D” sin hacer caso a su cara de perplejidad.
— Sandy… ¿vamos donde creo que vamos? —miraba con cautela las puertas de la zona totalmente prohibida para las internas.
— Sí. Allí no llamaremos la atención y tendremos libertad para desahogarnos sin que nadie nos moleste.
— Yo no puedo entrar ahí —miró disimuladamente a la enfermera que estaba de guardia en La Rotonda—. Si Daniel se entera me va a caer una buena.
— Está todo controlado, tranquila —no aminoró el paso hasta llegar al mostrador y sonreír a la mujer—. Hola Clarisse. ¿Cómo va la tarde?
— Demasiado tranquila para mi desgracia —suspiró dándoles una leve sonrisa a ambas— Las horas pasan lentas y me aburro soberanamente —las miró más detalladamente—. Y vosotras… ¿qué hacéis aquí?
— ¿Está Daniel en su estudio? —ignoró deliberadamente la pregunta de la enfermera.
— No —la miró con suspicacia—, ha ido a… ¿Por qué quieres saberlo?
— Clarisse, te seré sincera —le miró sin ningún tipo de vergüenza—. Voy a saltarme alguna que otra norma y…
— Joder, en mi turno no —chasqueó la lengua con fastidio—. ¿Qué demonios vas a hacer ahora?
— ¿De verdad quieres estar al corriente de los detalles? —preguntó levantando una ceja.
— Sandy, me puede caer una buena —la enfermera miró a Beth, pero ella se limitó a mantener la mirada baja—. Si Daniel te descubre y se entera de que yo…
— Si no sabes nada no puede culparte, así que, ¿por qué no te vas al baño? Seguro que tienes ganas de ir y aprovechando que yo estoy aquí puedo cubrirte hasta que vuelvas.
— Ni que eso fuera a librarme de la bronca —se quejó exasperada—. ¿No puedes hacerlo en el turno de otra? —Sandy parpadeó un par de veces con fingida sorpresa— No, claro que no —se dispuso a salir del mostrador—. Vaya preguntas hago…
— Gracias —Sandy fue a ocupar su lugar.
— De gracias nada, bonita. Me debes una y bien gorda.
La enfermera se fue renegando por lo bajo hacia los servicios y cuando por fin desapareció tras la puerta, Sandy le tendió a Beth una tarjeta magnética que sacó de un cajón.
— Toma —Beth cogió el trozo de plástico—. Sube la escalera y la segunda puerta de la derecha es mi estudio.
— Sandy, no sé si… —de pronto ya no le parecía tan buen plan.
— Calla y mueve el culo —le señaló las puertas del ala “D”— En dos minutos estaré contigo… ¡Va, que estará a punto de volver!
Beth resopló resignada y obedeció no queriendo pensar más. Miró a uno y otro lado antes de pasar la tarjeta por el mecanismo de apertura. La puerta emitió un simple pitido y el bloqueo se liberó con un click apenas perceptible. Entró con rapidez y cerró después sigilosamente.
Estaba dentro del ala “D”.
Había tal silencio en el pasillo que le pareció que los latidos de su corazón podrían oírse estando en el otro extremo. Pasado un segundo se encaminó hacia la escalera y subió sin perder tiempo hasta el piso superior. Nada se oía fuera de sus propios pasos y de su agitada respiración.
— Segunda puerta a la derecha —fue mirando los números de los distintos estudios—. Segunda a la derecha, segunda… aquí.
Cuando por fin dio con ella se quedó pensando si entrar o esperar fuera. Sabía que Sandy le había dicho que entrara y la esperara allí, pero pensó que hacerlo sería algo incorrecto. Meterse de esa manera en la habitación de alguien, en su intimidad, sin estar esa persona delante…
Su cabeza automáticamente asoció conceptos. Daniel no estaba en su estudio. Estudio que estaba en esa misma planta. Planta que parecía desierta. ¿Y si miraba cuál de las puertas era la que correspondía a su estudio? No tendría nada de malo. Sólo por saberlo, quizá como simple curiosidad. Giró la cabeza y observó las puertas que estaban más allá del punto del pasillo donde se encontraba.
Dos. Sólo dos puertas quedaban por comprobar y casi de manera automática identificó la de Daniel en cuanto estuvo frente a ella. ¿Cómo lo sabía? Fácil, su olor flotaba en el ambiente. Podía olerle y diferenciar su aroma entre un millón. Su mano fue al pomo en un acto tan reflejo que ni ella misma se sorprendió.
Lo que sí le sorprendió fue que no estuviera cerrada.
Sintió el impulso de abrirla y echar un vistazo al interior. Agarró con fuerza el pomo y empujó muy lentamente mientras oía retumbar en sus oídos los latidos de su acelerado corazón. Una rendija de oscuridad dejó pasar una leve oleada de su olor, más nítido, más intenso. Tragó a la vez que apretaba la mandíbula y abría un poquito más.
Quería solamente ver sus cosas, sus libros, sus papeles, tal vez su ropa. Sus fotos o su decoración. Ver su orden o su caos. Ver su… cama. Joder, mataría por poder tocar sus sábanas. Notar su suavidad en la piel, olerle en ellas.
De pronto oyó la puerta de acceso al ala y fue lo único que consiguió devolverla a la realidad. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿En qué estaba pensando? ¿Y si era Daniel que volvía y la veía allí? Cerró rápidamente y volvió con sigilo hasta la puerta de Sandy. Abrió cuando ya oía los pasos subir los escalones y se metió dentro justo a tiempo de cerrar la puerta sin que la vieran.
Se quedó apoyada en la pared sin encender las luces. Los pasos en el pasillo se oían cada vez más cercanos. ¿Demasiado ruidosos para ser de Sandy? ¿Podrían ser de otro terapeuta? ¿Podrían ser los de Daniel que volvía? Los pasos se detuvieron ante la puerta y durante un segundo reinó el silencio en el pasillo.
Aguantó la respiración cuando oyó el pomo moverse y un halo de luz exterior se coló en la habitación. La puerta se abrió.
— ¡Beth!—
— Joder Sandy —el susurro de Sandy casi le hace gritar—. Que susto.
— ¿Qué haces a oscuras? —entró y cerró a su espalda.
— No encontraba el interruptor —se excusó con torpeza— y no sabía si quien venía eras tú o…
— Estamos solas —se acercó hasta el escritorio y encendió una lamparita revelando para Beth los contornos del estudio—. Según Clarisse, Daniel y Kellan han salido a cenar fuera. Lo que nos deja al menos tres o cuatro horas de absoluta libertad de movimientos.
— Joder, vaya pedazo de dormitorio —sus ojos iban de la pantalla plana a la neverita mini bar, y al ordenador, y a la cama tamaño King Size que dominaba el espacio—. ¿Por qué los nuestros no son así?
— Privilegios de vivir más que trabajar aquí —se encogió de hombros señalándole la gran cama—. Ponte cómoda, yo voy a preparar las bebidas.
— Y yo que creía que mi cama era grande —se sentó en el borde y se dejó caer de espaldas con los brazos en cruz—. La leche, que gustazo. Es enorme.
— ¿Quieres que ponga algo de música? —señaló con la cabeza el reproductor de Mp3, a la vez que dejaba caer cubitos de hielo en dos vasos.
— Ya lo hago yo —Beth se incorporó y se acercó hasta el aparato—. ¿Algo que te guste en especial?
— Lo tengo en modo aleatorio así que dale a reproducir y listo —Levantó dos botellas para que Beth las viera—. ¿Whisky o Ron?
Beth hizo lo que Sandy le indicó y después de ajustar el volumen volvió a la cama mientras de fondo empezaba a escucharse el conocido tema de REM, Everybody Hurts.
— Ron, por favor —se sentó cruzando las piernas y dejando un cojín en su regazo.
— ¿Blanco o añejo? —volvió a mostrarle dos botellas.
— Añejo, por supuesto —no pudo reprimir la sonrisa—. ¿Qué tienes ahí, una licorería clandestina o qué?
— Me gusta tener variedad, aunque también soy de ron. ¿A palo seco o con refresco?
— Con limón, si tienes.
— Claro —terminó las mezclas y cerró la neverita con un gracioso movimiento del pie—. ¡Listo! Hazme hueco.
Le tendió su copa y evitando que la suya se derramara, se colocó en idéntica posición a la de Beth, justo frente a ella.
— ¿Brindamos? —Levantó su bebida y Beth hizo lo propio— Uhmmmm… brindemos porque todo el mundo llora y todo el mundo sufre… incluidas nosotras.
— ¿Qué tipo de brindis es ese? —preguntó Beth más perpleja que otra cosa.
— No sé… no se me ocurría nada y la letra de la canción me pareció muy adecuada.
— ¿Me permites intentarlo?
— Si crees que puedes superarlo…
— Brindemos por nosotras. Mujeres fuertes que no necesitamos que ningún terapeuta engreído, cabezón, odioso y cobarde con complejo de superioridad nos joda la vida… ya nos la jodemos nosotras solitas.
— ¡Oh, qué bonito! —Sandy se llevó una teatral mano al corazón— Te ha quedado precioso, Beth. En serio... haces un magistral uso de las palabras adecuadas, —parpadeó varias veces como para evitar que se le cayeran las lágrimas— cuando me muera quiero que tú escribas el epitafio de mi tumba… ¿Lo harás?
— ¡Vete al cuerno, loca! —Beth no pudo aguantar la risa por más que intentó permanecer seria.
— ¡Bienvenida a tu primera Sandy Sesión!
Ambas estallaron en sonoras carcajadas mientras chocaban sus vasos y daban buena cuenta de su primera y refrescante bebida espirituosa, de las muchas que tenían intención de degustar esa noche.