Ahora o nunca
Los días, pasaban. Uno detrás de otro.
Beth estuvo más tranquila de lo que cabía esperar con respecto a su inminente salida del centro. Sus compañeras no podían creérselo, su terapeuta Jackson estaba más que satisfecho, su gran apoyo dentro de esas paredes y ahora su mejor amiga Sandy, estaba incluso más contenta que ella. Aunque no sabía si esa felicidad era por su recuperación o más bien porque su relación con Kellan estaba pasando por una de sus etapas más tranquilas y apasionadas.
Las clases de natación fueron una parte muy importante de su recuperación. Aunque no había vuelto a dar ninguna con Daniel, descubrió que se relajaba mucho más y podía estar más centrada en aprender si no tenía al “Elefante Rosa” cerca. Jackson resultó ser todo un profesional con el que disfrutaba de la actividad sin ningún tipo de carga sentimental y que le enseñó a moverse en el agua con la misma seguridad con la que lo hacía en el suelo.
Después de la visita de Mark, pasó unos días un poco extraños. La sensación de haberse liberado del peso de su antigua vida le hacía sentirse, por primera vez en muchos años, bien consigo misma. Pero a la vez le hacía temer lo que estaba por llegar. No sabía cómo iba a afrontar esa nueva etapa. Empezar de cero era una oportunidad tan ilusionante como atemorizante, e iba a hacer lo que estuviera en su mano para que saliera bien.
Pero ésa no fue la única visita que recibiría. Tal y como Daniel le auguró, tuvo una visita más. La de sus padres, y para sorpresa de éstos y de la propia Beth disfrutaron de su mutua compañía sin la presión de sentirse observados por todo el mundo. No eran la familia perfecta y estaban muy lejos de llegar a serla, pero el cambio de Beth y la promesa de su padre de dejar de controlarle y que hiciera su propia vida, había abierto una puerta hacia la reconciliación que hacía unos meses estaba más que cerrada.
Y Daniel… Bueno. Daniel la tenía más descolocada que nunca. Era perfecto en su trato con ella, perfectamente encantador y asquerosamente profesional. Serio y eficiente. Correcto y metódico. Pero en ocasiones, cuando le miraba de lejos sin que él se percatara de su presencia o le pillaba distraído cuando se reunían con Jackson y Sandy, veía destellos de algo en sus ojos que no tenía nada que ver con toda esa eficiencia y perfección. A veces parecía tristeza, otras veces parecía rabia, pero eran destellos tan fugaces y tan escasos que Beth dudaba realmente que hubieran estado allí.
Una tarde cualquiera de esa primavera, casi un año después de su ingreso en circunstancias tan “especiales”, Daniel la llamó a su despacho.
Había llegado el momento.
— Hola Beth —la invitó a pasar—. Pasa y siéntate, por favor.
— Claro —tragó saliva y se sentó en la silla que ocupó el mismo día de su ingreso—. Tú dirás…
— El proceso para darte de alta ha concluido —pasó las hojas de su expediente sin querer mirarla todavía—. Parece que estamos todos de acuerdo en que tu evolución ha sido constante y positiva, y que gracias a tu buena disposición hemos podido ayudarte a encontrar a la auténtica Beth —terminó la frase sonriendo y mirándola por fin.
— ¿Gracias a mi buena disposición? —Sonrió traviesa— ¿Ya se te han olvidado mis primeros días aquí?
— No, no se me han olvidado jejeje —se relajó un poco en la silla—, y espero que tú tampoco olvides sus consecuencias, por la cuenta que te trae.
— Eso sería imposible —le miro intencionadamente—. No sabes lo que ha significado para mí todo lo que he vivido aquí.
— Ya he oído esas palabras antes —levantó una ceja con suspicacia—. Y más de una que las pronunció igual que tú, acabó de vuelta aquí o peor aún, en la cárcel o en un centro de desintoxicación.
— Tranquilo, de verdad. No volverás a verme por aquí —volvió a mirarle con intención—. Al menos no como paciente. Aunque me gustaría que valoraras la posibilidad de que tú y yo volviéramos a vernos fuera de…
— Eso no puede ser —cortó sin dejar que terminara la frase.
— Ya estamos con que no puede ser, no puede ser, no puede ser… ¿Me dejas que al menos lo intente?
— Estoy intentando ahorrarte el mal trago, Beth. Conozco el discurso —resopló—. Lo he escuchado antes, créeme. Sólo quiero ahorrarte el tener que decirlo.
— Pero es que no me voy a ir de aquí sin decirlo. ¿Me dejas hablar, por favor?
— Habla —accedió por fin.
— Mira, no sé cómo decir ésto y seguramente voy a hacerlo fatalmente mal, pero necesito que sepas que yo sigo sintiendo… algo por tí —tragó saliva esperando una reacción—. Es algo que he intentado evitar, te lo juro, pero no sé cómo hacerlo. Estoy enamorada de ti y…
— Espera, espera, espera… —pasó una mano por su cara mientras apartaba la mirada y se recomponía— Tú no estás enamorada de mí.
— Sí que lo estoy Daniel, es lo que estoy intentando decirte…
— No, no, no. Crees que sientes algo por mí porque la terapia ha ido bien y estas en un momento de exaltación de los sentimientos, pero no puedes confundir eso con el amor.
— No estoy confundida joder, sé diferenciar un calentón de algo más fuerte —resopló cansina—, y ésto es mucho más fuerte que cualquier calentón que haya tenido en toda mi vida, te lo aseguro.
— No puede ser, joder —se levantó de la silla y empezó a dar paseos nerviosos tras su mesa—. Eso no tenía que haber ocurrido, no puede ser.
— “Eso” como tú lo llamas no estaba planeado Daniel, te juro que no estaba en mis planes.
— Habíamos quedado en que sería un desahogo mutuo y no pasaría de ahí —se llevó las manos a la cabeza—. ¿Cómo coño has dejado que ocurra?
— ¿Qué cómo he dejado que ocurra? —Preguntó irónica— Yo no he dejado que ocurra, ¡ha pasado!
— ¡Pero no puede ser, joder! ¡No es lo que habíamos acordado!
— ¡¡Te recuerdo que fue cosa de los dos!! Y vale que al principio dijimos que sería un encuentro excepcional y que sólo íbamos a desahogarnos, pero, ¿y la segunda vez? ¿También fue un calentón la segunda vez que estuvimos juntos, Daniel? Porque sinceramente a mí no me lo pareció.
— Se nos fue un poco de las manos, vale. Pero de ahí a…
— No me cuentes cuentos, ¿quieres? Porque después de esa segunda vez y si no recuerdo mal, también hubo una tercera… y hasta una cuarta.
— ¡¡Vale está bien!! Se nos fue mucho de las manos, lo reconozco. ¡¡Pero no puedes haberte enamorado sólo por eso!!
— ¿Sólo por eso? ¿Qué más te haría falta?
— Estás hablando de estar enamorada, joder. Se necesita conocer a la otra persona para enamorarse, y tú y yo no nos conocemos tanto como para haber llegado a eso.
— Por eso quiero que sigamos viéndonos fuera, que lo intentemos. Yo no esperaba que pasara pero ha pasado, seamos adultos y asumámoslo.
— La culpa es mía por haber dejado que llegaras a ese punto y no haber podido rectificar antes.
— No busco que asumas ninguna culpa, no es eso lo que quiero.
Le veía tan descolocado que por una vez disfrutó de la sensación de ser ella quien llevaba la iniciativa de la situación. En la terapia le había recalcado constantemente que recuperar el control de su vida empezaba por ser dueña de sus decisiones y sus actos. Y quería comprobar qué consecuencias le acarrearía declararse abiertamente.
— Quiero que seas sincero y que me digas si sientes algo por mí.
— No puedo decirte lo que estas esperando escuchar Beth, no puedo. Eso sería como echar por la borda el trabajo de todo un año de terapia contigo.
— Para mí ha sido un nuevo comienzo. Enamorarme de tí ha sido una parte fundamental de mi recuperación. Me has enseñado que puedo sentir más allá del simple sexo, que debo confiar en las personas, que si amo pueden amarme también. ¿No te parece que eso es bueno para mí?
— Es muy bueno y de verdad que en otro momento y otras circunstancias hubiera sido lo mejor que podía pasarnos. Pero no en este momento, no en tus circunstancias.
— ¿En mis circunstancias?
— Es el eterno “actos— consecuencias”. Imagina por un momento que reconozco lo enamorado que estoy de tí. Imagina que iniciamos una relación fuera y que todo es genial y maravilloso durante unos meses, pero un día la cosa se termina. ¿Qué pasaría, Beth? ¿Qué vendría a continuación?
— Pues no lo sé, pero no tendría por qué acabar mal. Ni siquiera tendría por qué acabar.
— Oh, sí que se acabaría, créeme. Acabaría porque no nos hemos enamorado como personas normales. No hemos enamorado bajo circunstancias de presión, de falta de opción, de aislamiento del mundo real.
— Pero sería por poco tiempo —insistió en sus trece—. Fuera nos conoceríamos más, estaríamos juntos sin la presión de la relación profesional. Haríamos las cosas que hace la gente normal, saldríamos, iríamos al cine, a cenar… sería un modo de reconducir la relación.
— ¿Qué relación, Beth? Cuando estuviéramos ahí fuera —señaló su ventana y todo lo que había detrás—, te darías cuenta de lo limitada que estuviste, que existen otras personas. Soy un adicto al trabajo, ya has visto la cantidad de horas que paso aquí metido. ¿Cuánto crees que aguantarías mi ausencia? ¿Un mes, dos meses, un año quizá viéndonos los fines de semana y las fiestas?
— Te estás poniendo en el peor de los casos. Podría venirme aquí contigo o buscar un apartamento en el pueblo, o…
— O nada. Terminarías hasta las narices de mí, ya conoces mi carácter. Nos haríamos daño y al final acabarías buscando otra persona para olvidarme, y a otro para olvidar a éste y otro más para olvidar al anterior… ¿Y sabes dónde te conduciría eso? A volver a tener sexo en baños públicos con auténticos desconocidos.
— Eso no volverá a ser así jamás —notaba sus ojos a punto de desbordarse—. ¡No tiene por qué ser así! He cambiado. Me has cambiado y eso es la verdadera realidad, no una sarta de “Y si…y si…” que pones como excusas para no reconocer lo que sientes por mí, pero que no existen.
— La finalidad de todos esos “y si…” es que tengas consciencia de que debes pasar una temporada sola, sin pareja, sin atadura sentimental o sexual, sin dependencia de nadie para ser feliz.
— Jackson me insistió en todo ese bla bla bla psicológico, pero aún así siento lo que siento y…
— No es bla bla bla psicológico —la reprendió—. Necesitas aprender a estar sola, a ser autónoma. Has pasado de una relación sexual a otra sin valorar ninguna, ¿y dónde te ha conducido eso?
— Que ya lo seeeeee, pero contigo ha sido distinto…
— No ha sido distinto conmigo, Beth. Hemos tenido esos encuentros y en eso deben quedarse. No hay nada más. La terapia es lo importante. Que continúes encontrándote a ti misma, y conmigo de lastre no lo conseguirías.
Se hizo el silencio mientras intentaban encajar todo lo que estaban diciendo y oyendo del otro. Pero Beth seguía sintiendo que la situación entre ellos no estaba clara.
— No has respondido a mi pregunta —se secó las lágrimas que caían silenciosas por sus mejillas—. ¿Sientes algo por mí? ¿Alguna vez te he importado algo?
— Claro que me importas, muchísimo —rodeó la mesa para sentarse en la silla de al lado y cogerle la mano—. ¿Crees que para mí fue fácil cederte a otro terapeuta? ¿Verte todos los días y no poder acercarme a preguntarte qué tal te iba? ¿Y las clases de natación? Dios, no sabes lo que fue para mí saber que habías cambiado de opinión y que ibas a dar las clases con Jackson… verte en el agua con él, saber que estabas aprendiendo sin mí, evolucionando sola, apoyándote en otro que no era yo.
— Pero entonces, ¿por qué te cuesta reconocer que hay algo más?
— Porque no puede ser, Beth. No puedo permitirme ser egoísta y pensar sólo en mí dejando el cadáver de tu terapia por el camino. Y qué me dices del trabajo de Sandy, de Jackson, de tu profesora de cocina… —bromeó— ¿Quieres que todo ese aprendizaje caiga en saco roto?
— Tampoco es que fuera a montar un restaurante… —sonrió sorbiéndose la nariz.
— Y tampoco es que fuéramos a comprarnos un chalet en las afueras, con jardín, piscina y perro, ¿recuerdas?
— Pero es injusto, joder. Yo quiero estar contigo… Ahí fuera no tengo nada que me espere, ni sitio donde volver, ni plantas muertas que intentar revivir. No tengo nada, Daniel.
— A eso me refiero, ¿quieres estar conmigo porque me amas? ¿O es porque no tienes nada más?
— Lo que siento por ti es de verdad, me da igual que creas que es porque no tengo otras opciones. Y si me das la oportunidad te lo demostraré.
— No tienes que demostrarme nada. Escúchame —tragó el nudo de su garganta—. No quería decirte nada, pero esta tarde vas a recibir una última visita. Será una visita crucial para tu recuperación y estoy seguro de que cuando se marche, verás las cosas desde otra perspectiva.
— ¿La visita de quién?
— Ya lo verás —se levantó para volver a rodear la mesa y volver a su sitio—. De momento vamos a firmar el papeleo para devolverte la libertad y ya me dirás si quieres que avisemos a tu familia para que vengan a buscarte.
— Dejemos a mi familia de momento al margen —resopló con resignación.
— Sé positiva, por favor —rubricó el papel y lo deslizó sobre la mesa para dárselo—. Cuando uno recupera las alas sólo debería pensar en volver a volar. Lo que ocurra después depende de hacia dónde sople el viento.
— Gracias —cogió el papel y lo dobló por la mitad sin leerlo—. Tengo que reconocer que eres muy elegante a la hora de dar la patada, me voy rota pero apenas dolorida.
— No digas eso —se levantó para acompañarla a la puerta—. Verás cómo antes de que acabe el día tendrás nuevos objetivos y una ilusión por tu futuro que ahora mismo no sientes, pero sentirás.
— Madre mía, tanto tiempo deseando tener esta conversación contigo y ya ha pasado —aprovechó que lo tenía cerca para enfrentarle, mirándole directa a los ojos—. Mañana me marcho y no puedo hacerme a la idea de que no voy a verte más...
— La vida da muchas vueltas —acarició con un dedo el perfil de su mandíbula intentando retener cada centímetro de piel en su memoria, pues jamás volvería a tenerla tan cerca… y a la vez tan lejos—. Quizá nos crucemos algún día por ahí, ¿quién sabe?
— Quién sabe… —miró la boca que tenía a pocos centímetros de distancia.
El tiempo se paró un segundo que fue eterno. Sus ojos se miraban, sus bocas se llamaban a gritos, pero ninguno se movió ni un milímetro. Tenía que ser ahora o no sería nunca.
— Será mejor que te vayas ya —tuvo que alejarse para no echarlo todo a perder. Abrió la puerta y la invitó a salir—. Avisaré a Sandy para que te ayude a hacer las maletas.
— Las maletas, claro —asintió dejando que su beso de despedida muriera silencioso entre sus labios—. Muy amable.
— Beth…
— Dime.
— Lo conseguirás, estoy seguro.
— Seguro que sí.
Salió con la cabeza baja para que no viera su angustia interior. Ni siquiera quiso mirarle por que estaba segura de que volvería a hacerse un mar de lágrimas. Había que reconocerle que era elegante hasta para dar calabazas.
El único cadáver que al final quedó tras esa puerta, fue su corazón.