Yo soy Sandy
Se dejaba llevar por el blanco pasillo. Sus ojos apenas enfocaban lo que pasaba por su lado, daban igual si eran puertas, ventanas, cuadros o personas. Ella no se movía, era el resto del mundo el que avanzaba. Era el suelo el que se movía bajo sus pies y eran las luces del techo las que pasaban volando por encima de su estática cabeza.
Clarisse la acompañó al dormitorio de aislamiento después de hacer una pequeña parada en el cuarto de enfermeras y proporcionarle un mínimo neceser con utensilios de aseo y un pijama que le venía un poco grande pero que podría valer hasta que la chica consiguiera su propio paquete de pertenencias.
Tuvo que desnudarla y meterla bajo el chorro de la ducha ya que ella no parecía interesada en deshacerse del desagradable olor que la acompañaba y de las sucias ropas que estaba segura de que si se las quitaba, se quedarían tiesas de pie de la suciedad que tenían. Le quitó el reloj y las pocas baratijas que llevaba y mientras la dejaba en remojo unos minutos, vació sus bolsillos y metió lo poco que encontró en una bolsa de plástico que sacó del bolsillo de su delantal de enfermera. Se lo entregaría al doctor antes de su entrevista con ella.
También tuvo que frotarla, sacarla de la ducha y secarla con la toalla, la autómata que tenía delante parecía no poder hacerlo por ella misma. Por lo menos no aún. Cuando el doctor Smith terminara con ella… eso ya sería otro cantar. Sin ropa interior que ponerla se limitó a deslizarle el pijama por el cuerpo. La llevó hasta la cama y dejó que se aovillara sobre sí misma antes de taparla con la sábana. Miró su reloj, eran las 3.45 de la madrugada.
Salió apagando las luces y cerró la puerta lo más suavemente que pudo, aunque sabía que a ella no le molestaría el ruido que pudiera hacer. Nunca se dormían la primera noche. Esa primera noche la mayoría gritaban, insultaban e incluso destrozaban los pocos muebles que decoraban la habitación. Y sabía por experiencia que todas terminaban llorando. Todas.
Una hora después de dejarla en la habitación salió de detrás de su mostrador para pegar la oreja a la puerta.
Silencio.
Dos horas después de la primera ronda volvió a repetir la operación. 6.45 de la mañana.
Silencio.
Decidió entrar y ver si había ocurrido algo al no oír ni el más mínimo murmullo dentro de la habitación. La luz que se filtraba ya por la ventana le fue más que suficiente para dejarle ver que la muchacha no había variado su postura. Seguía aovillada e inmóvil, tal y como la había dejado unas horas antes. Se acercó un poco más para poder comprobar sus constantes vitales, temiendo que le hubiera dado un ataque o algo similar.
Observó cómo su pecho subía y bajaba rítmicamente y como el aire entraba y salía por su nariz con un ritmo perfectamente normal. Increíble, pensó Clarisse. Era la primera vez desde que trabajaba en el centro que una nueva paciente se quedaba dormida como un tronco la primera noche.
Volvió a su mostrador aún un poco sorprendida y se dispuso a terminar sus informes nocturnos deseando que pasara rápido lo que quedaba de su jornada. A las 8.00 llegaría su relevo y a pesar de haber sido una guardia tranquila como pocas, necesitaba dormir unas horas. Media hora antes de que pudiera marcharse una voz la sacó de su concentración.
— Hola, Clarisse.
— Hola, Sandy —alzó la vista de los papeles y respondió a la infantil sonrisa que le daba los buenos días—. Es un poco temprano para que andes ya por aquí, ¿no?
— Échale la culpa a la rottweiler —se encogió de hombros—. Me ha pedido que acompañe a la nueva en un tour por nuestro particular parque de atracciones.
— No la llames así —la enfermera sonrió con complicidad a la muchacha— como Rachel se entere se va a liar…
— Torres más altas han caído, créeme —dijo muy pagada de sí misma.
— Estás loca ¿sabes?
— Eso me dicen todos —se quedó un segundo pensativa— aunque aún no logro entender el porqué. Solo tengo un deslumbrante exceso de personalidad, nada más.
— Sí, claro.
—Oye Clarisse —Sandy adoptó el tono de confidencia— ¿Te has fijado en el nuevo terapeuta que nos ha traído Dany?
— ¿Te refieres a Kellan Stone, ese armario de dos cuerpos, que contonea sus caderas y fulmina con sonrisas, que el doctor Smith ha contratado para hacernos morir de combustión espontánea cada vez que pase por nuestro lado?
— Sí, ese… —su sonrisa se amplió al máximo.
— No, no me había fijado —fingió indiferencia.
— Mejor para ti guapa, porque estos ojitos ya han marcado el territorio —Sandy sonrió juguetona a la enfermera— Ese culito es todo mío.
— Lo que tú digas…
— Bueno, me encanta hablar contigo pero tengo un poco de hambre y el desayuno no espera ¿Dónde está mi turista?
— En la habitación de aislamiento —consultó su reloj. Faltaban quince minutos para que terminara su turno—. Llévala al dispensario antes de ir a desayunar, aún no han traído sus cosas y no tiene nada que ponerse.
— Le he traído algo de ropa mía, la rot… —pensó mejor sus palabras— Rachel me avisó.
— Genial —salió de detrás de su mostrador—, si me acompañas haré las presentaciones.
Entraron juntas en la habitación y observaron un instante a la muchacha que seguía en su estática postura. Sandy también se sorprendió de encontrarla tan plácidamente dormida, cada vez que Daniel le pedía hacerse cargo de alguna de las nuevas siempre se encontraba con un balbuceante, y bañado en lágrimas y mocos, proyecto de persona. Sintió un poco de pena por aquella muchacha.
Recordó el primer día que pasó ella misma en esa habitación y las sensaciones que acudían de nuevo a su mente le pusieron los pelos de punta. El miedo que pasó, la rabia que la embargaba y lo sola que se sintió. Había tenido una infancia y una juventud bastante difíciles, no había sido el camino de rosas que se suponía que la pequeña de tres hermanos tenía que haber tenido. Fue una época complicada en la que todos en su familia sufrieron sin excepción, pero gracias a esa constancia que solo el amor por la vida da a las personas especiales, consiguió superarlo y ser feliz.
Después de que el doctor Smith hiciera maravillas con su caso y consiguiera abrirle los ojos dándole una nueva perspectiva de ver las cosas, hizo todo lo que humanamente estuvo a su alcance para formarse adecuadamente y hacerse un hueco en el equipo de trabajo del hombre que cambió su vida. Ella también quería influir de esa manera en la vida de las personas, dejar su pequeño grano de arena, y no paró hasta que lo consiguió. Cosa que no le evitaba, debido a su peculiar forma de ser, que mucha gente la confundiera con una de las internas.
Clarisse le sacó de sus pensamientos pidiéndole ayuda para levantar a la muchacha, que seguía como ausente, a pesar de lo que el reparador sueño había conseguido en su semblante. Abrió los ojos igual de lánguidamente que los había cerrado. Se dejó hacer sin la menor resistencia, entre las dos la levantaron, la peinaron y la vistieron. Sandy comprobó en un par de ocasiones que la muchacha seguía con la mirada sus gestos y a pesar del espectacular papel que estaba interpretando, a ella no podía engañarla. Se las sabía todas.
Clarisse las dejó camino del comedor donde el desayuno se servía puntualmente todas las mañanas. Iban un poco tarde pero Sandy sabía que lo primordial en el primer día de estancia en el centro era llenar el estómago. Con la tripita llena se pensaba mejor y se veían las cosas de otra manera.
— ¿Eres de café o de cacao? —no recibió respuesta— lo digo porque soy de las que piensan que a través de pequeñas elecciones podemos conocer muy a fondo a las personas que nos rodean, más a fondo aún que cualquier estúpido examen psicológico de vete tú a saber qué descerebrado científico acomplejado.
Como la chica no respondiera a su pregunta ni daba muestras de interesarle lo que le decía, siguió su parloteo como si ella le hubiera respondido. Llenó dos tazas de oloroso chocolate.
— Apuesto lo que quieras a que eres de cacao… no tienes pinta de ser una adicta a la cafeína. ¿Quieres un bollo? Me muero por estos malditos. Son pequeños, pero no te dejes engañar, los hacen así para que no nos sintamos culpables al comérnoslos… eso sí, los muy mamones se agarran a las caderas que da gusto.
Puso unos cuantos en un plato y tiró de ella para ir a sentarse en una mesa. Arrastró la otra taza por la superficie hasta ponerla delante de su nueva dueña. Mientras Sandy pegaba un buen trago a su reconfortante cacao las aletas de la nariz de su interlocutora reaccionaron al olor que sutilmente llegaba hasta ella. Lentamente elevó las manos de su regazo y rodeó con ellas la taza notando el calor que desprendía.
— No me has dicho cómo te llamas —esperó pacientemente que ella dijera algo— ¿Te ha comido la lengua el gato? —nada, más silencio. Las pupilas de ambas chicas se encontraron— Yo me llamo Sandy.
Esbozó una jovial sonrisa por la pequeña muestra de vida inteligente que ese simple movimiento ocular le demostró. Aleluya, eso era la confirmación de lo que ella ya sabía. La forastera estaba interpretando el papel de su vida. No tentó a su suerte forzándole a expresar nada más, muy al contrario siguió su perorata como si ella le hubiese respondido.
— Como te decía… creo que a través de pequeñas elecciones podemos llegar a saber mucho de las personas —pegó un bocado a su bollo— yo también soy de cacao, como tú. Si me preguntas si soy de carne o de pescado te diré que soy de carne, aunque me gusta comer sano. En lo referente al jamón y al queso… creo que soy de queso aunque esto aún no lo he meditado bastante, el “Pata Negra” es mi debilidad.
La muchacha miraba con los ojos casi fuera de las órbitas el monólogo que esa completa desconocida, “Sandy”, estaba entablando con ella, aunque lo más adecuado sería decir, con ella misma. Mecánicamente se llevó la taza a los labios y tomó un sorbo. Los ojos de Sandy brillaron imperceptiblemente.
— Oh, pero no creas que todo se reduce a la comida. Por ejemplo ¿blanco o negro? Yo sin duda elijo el negro, es elegante. ¿Rojo o azul? O lo que es lo mismo ¿calor o frío? Pues depende para qué aquí varío mis opiniones, pero me tira mucho más el rojo… y el calor.
Vistas desde fuera podían pasar perfectamente por dos amigas que habían quedado para tomar un café en cualquier cafetería de la ciudad. Sandy hablaba por los codos y su compañera de mesa no tardó en relajarse, ayudada por el reconfortante chocolate, pero sobre todo por esa muchacha que aún no tenía claro si era parte del personal del centro o una más de los huéspedes de una casa de locos como otra cualquiera.
— ¿Gato o perro? Aquí no hay discusión posible, soy de peces.
Sin poder evitarlo y a causa de un inesperado acceso de carcajada, se atragantó con el chocolate. Sandy la miró abiertamente y sin esconder que la había visto esbozar la sonrisa por mucho que ella intentaba disimularlo tapándose con la taza.
— Tranquila, conmigo no es necesario que disimules —le ofreció una servilleta para que se limpiara la barbilla— no espero nada de ti así que no tengas reparos en ser tú misma.
Volvieron a cruzarse sus miradas y una débil sonrisa asomó en los labios de ambas. Sandy se dio por satisfecha con esta primera intentona de perforar el mutismo de la chica. Miró su reloj y pegó un bote de la silla.
— ¡¡Joder, vaya horas!! Nos hemos dormido en los laureles —le quitó la taza de las manos y la arrastró fuera del comedor— Hay que pasar por el dispensario y tengo que buscar dónde dejar todo antes de ir a ver a Dany.
En el dispensario le dieron dos pijamas de su talla, un juego de toallas, unas zapatillas deportivas, dos conjuntos de chándal con el logo del centro, varias camisetas, ropa interior y un completo neceser con todo lo indispensable para su higiene diaria. Sandy tiró de ella ayudándola con los bártulos, en el apresurado paseo no dejó de comentar la que les iba a caer a ambas encima como se les ocurriera llegar tarde a la cita con “El Demonio”, apelativo cariñoso que Sandy usaba para referirse al lado más atemorizante del doctor.