Todo incluido
Tumbada ahora en su cama tenía el corazón desbocado después de la frenética carrera desde el gimnasio hasta la seguridad de su habitación. Aún se obligó a quedarse más de media hora allí sentada entre los flotadores, asegurándose así que no tropezaría con él al salir.
El resto de la mañana la pasó encerrada en su cuarto, reprendiéndose por lo estúpido de sus actos, hasta que Sarah fue a buscarla para ir a comer. Bajaron al comedor y se sentaron en compañía de varias de las chicas. Beth apenas participó de las conversaciones que se sucedían en la mesa, intentó conscientemente ignorar a Daniel y Sandy, que también estaban allí comiendo juntos en una mesa que estaba más apartada del resto. Charlaban y reían animadamente sin reparar en ningún momento en el resto de comensales que les rodeaban.
Se esforzó en no volver a girar la cabeza y a clavar los ojos en su plato cuando una de las veces Sandy le pilló mirándoles. Sarah comentaba la posibilidad esa tarde de ver un DVD en la sala de audiovisuales, después de que el sol se fuera, y a lo que Beth accedió mientras decía con fingido entusiasmo y de manera penosa lo mucho que le apetecía ver una película.
Mató el tiempo mientras Sarah y las demás chicas volvían a la piscina. Recorrió lo que aún no conocía del ala “B” localizando sin problemas la sala de audiovisuales. Entró y se quedó un poco asombrada al ver una especie de sala de cine a pequeña escala bastante moderna. Las veinticinco butacas color burdeos que ocupaban el espacio, se abrían en sutil abanico de cinco en cinco y a diferentes alturas, ante una pantalla que podría haber sido la envidia de cualquier cine de barrio cutre. Eran bastante cómodas y el espacio entre ellas era notable comparadas con las de un cine normal. Las paredes estaban tapizadas del mismo color que las butacas pero más oscuro, lo que hacía que el blanco de la pantalla resaltara todavía más.
Salió de la estancia pensando en la cantidad de comodidades que tenía este centro comparado con otros sitios en los que había estado. Desde luego su padre se había esmerado esta vez…
Cansada de deambular sola volvió sobre sus pasos para irse al dormitorio. Pensó en completar su recorrido visitando el dispensario y comprando algunas chucherías para ver la peli, pero no llevaba dinero. Aun así decidió entrar y ver las cosas que allí se vendían.
¿Dispensario? En apenas ochenta metros cuadrados habían concentrado un supermercado, una tienda de ropa, una droguería, un estanco y un quiosco. Recordaba vagamente la zona de la tienda donde le habían dado algo de ropa el día anterior, pero lo demás lo descubría ahora. Varias chicas se movían libremente por la tienda entre revistas, bolsas de chucherías y productos de cosmética, como si en vez de estar allí hubieran quedado en cualquier centro comercial una calurosa tarde de verano.
— ¡Te pillé! —la voz de la alegre muchacha hizo que Beth diera un bote.
— Joder Sandy —bufó molesta— ¿No sabes aparecer como la gente normal?
— Yo no soy “normal” querida —levantó una ceja arrogante— mi increíble personalidad me impide ser del montón —sonrió picarona— ¿Qué haces aquí?
— Iba a abastecerme de tabaco y gominolas, pero estoy sin blanca —se encogió de hombros— No tendrás algo suelto para dejarme…
— Aquí no necesitas dinero, Beth. Solo tienes que dar tu nombre en caja y con ésto… —pasó una especie de pulsera por su mano hasta su muñeca—… no necesitas nada más —apretó el cierre que sonó con un simple click.
— ¿Qué demonios es ésto? —elevó la mano para fijarse en la pulserita— ¿Estamos en un todo incluido o algo así?
— Es tu pulsera de identificación —explicó— iba a dártela esta mañana, pero no te encontré por ningún lado.
— Ya, bueno… —los colores subieron a su cara— estaba… por ahí.
— Ya, me imagino… —sonrió con picardía— bueno, ésto que ves aquí es una especie de código de barras —señaló el chip codificado que incorporaba la pulsera—. Tu historial, las terapias y los talleres a los que asistas quedan reflejados en tu ficha. Las autorizaciones que te sean concedidas se verificarán también con ésto y todo lo que quieras comprar ya sabes cómo hacerlo. ¡Ah! Otra cosita, si sales del perímetro del centro sin la debida autorización, saltan las alarmas y sueltan a los perros.
— Joder… —Beth miró asombrada el yugo que le acaban de poner— ¿Lleva también localizador, cámara oculta y micro?
— Por supuesto —a Beth se le desorbitaron los ojos. Sandy carcajeó— ¡Es broma tonta! Eso sería invasión de la intimidad y aunque lo solicitamos nos denegaron los permisos… —Beth volvió a mirarla con miedo, Sandy volvió a reír— ¡¡Que es coña mujer!! Tranquila…
— ¿De dónde sacáis presupuesto para todas estas mariconadas? —intentó soltar el cierre de la pulsera.
— No te molestes, es irrompible —sonrió satisfecha— si te cortas la mano acabarías antes. Digamos que la idea la proporcioné yo —guiño un ojo —, pero la pasta sale de las arcas del centro. No es nada, pero nada barata la habitación aquí…
— Ya, entiendo. Pagan los primorosos papis —Sandy asintió— ¿Y por cuanto le sale al mío mis vacaciones aquí?
— Depende del tiempo que estés.
— Lo preguntaré de otro modo ¿Cuánto cuesta un solo día en este “Todo Incluido”?
— Unos trescientos…
— ¡¡¡¿¿Trescientos Dólares??!!! —la mandíbula de Beth casi llegaba al suelo.
— Sí, pero eso solo es el alojamiento y la comida. Cada curso, taller y terapia se factura por separado. La cuenta del dispensario también engorda el monto total.
— Joder —abrió los ojos como platos— ¡¡Voy a arruinar a mi padre!! —la sonrisa apareció radiante— ¡¡Genial!!
— Beth, deberías… —Sandy sopesó las palabras— deberías… no sé, preocuparte un poco más por tu aspecto. Te hago un favor diciéndote que Daniel no soporta la falta de cuidado personal.
— Tranquila, sé lo que hago —sus palabras sonaron seguras.
— No, no lo sabes —Sandy torció el gesto—, pero bueno, no hay nada como aprender de los propios errores para no volver a caer en ellos. Luego nos vemos.
Beth se quedó allí pensando en sus palabras pero apartándolas a un rincón de su mente sin darles importancia. Ya que pagaba “Papá” se había propuesto hacerle tal boquete en su economía que se le quitaran las ganas de llevarla como a una niña de centro en centro.
Arrasó con todo lo que vio, compró tabaco como para montar su propio estanco, llenó tres bolsas hasta los topes de caramelos, chicles y piruletas, compró seis revistas diferentes y cargó también con las cremas y productos cosméticos más caros que encontró. Lo subió como pudo hasta su dormitorio dejando las bolsas en la mesa que le correspondía.
Sarah regresó y fueron a cenar. Se sentaron en su mesa de costumbre y paseó la vista por la sala buscando a su elefante rosa, pero no había ni rastro de él. Después de cenar y mientras las chicas elegían la peli que iban a ver, ella salió a fumar al jardín delantero.
Una chica pelirroja y sumamente guapa estaba sentada bajo el árbol donde se sentó ella la noche pasada. Decidió quedarse de pie a una prudencial distancia. Se puso el cigarro en los labios y tanteó sus bolsillos en busca del mechero, sin encontrarlo.
— Toma —la chica extendió su brazo ofreciéndole el suyo.
— Gracias —Se acercó para cogerlo.
— Tú eres Beth ¿verdad? —la miró de arriba abajo.
— Sí —le devolvió el mechero— ¿Algún problema con eso?
— Ninguno. Yo soy Victoria —Beth la miró con desgana— Compartimos terapeuta.
— Ahh —Beth se removió incomoda— que bien…
— ¿Por qué estás aquí? —Victoria ni pestañeó al hacer la pregunta.
— Soy una niña mala —No quiso dar más explicaciones.
— Pues debes ser de las más malas —sonrió con malicia— Daniel solo trata casos especiales.
—¿Y tú eres uno de sus casos especiales? —la miró con desdén.
— No —Victoria le clavó la maliciosa mirada— Yo soy su “único” caso especial —se levantó del suelo para quedar a su altura— Hasta que has llegado tú, claro.
— ¿Es que no te gusta compartirlo o qué? —le plantó cara.
— Daniel jamás ha cancelado ninguna sesión conmigo —Victoria entornó los ojos— hasta ayer.
— Repetiré la pregunta —no se intimidó por la cabeza y media que le sacaba la espectacular pelirroja— ¿Algún problema con eso?
Se midieron mutuamente durante un minuto. Victoria se dio cuenta rápidamente de que Beth no era ni mucho menos inferior a ella. Tenía un brillo en los ojos que denotaba que estos sitios no le pillaban de nuevas, ni los sitios ni sus inquilinas. La reconoció como una igual y relajó la expresión de su cara. Beth la miró con suspicacia.
— Ningún problema —le dio un leve golpecito en el brazo, normalizando la tensión—. Si Daniel va a llevar tu caso es porque eres de las mías.
— Mira, bonita —Beth no iba a dejarse meter en ningún saco— me importa una mierda tu caso, tu terapeuta y tú. Ni soy como tú ni como ninguna de las putas princesitas de papá que hay aquí, así que no empieces nada que no estés dispuesta a terminar o te aseguro que si es necesario bailaré un zapateado en tu calavera.
— Joder —Victoria abrió los ojos completamente impactada.
— Eso también se me da de lujo —tiró el cigarro al suelo y sonrió.
— ¿Acaso muerdes? —Se cruzó de brazos, arrogante.
— ¿Quieres comprobarlo?
— Aún no has empezado tu terapia ¿verdad? —una leve sonrisa apareció en su boca.
— ¿Qué más dará eso? —la compasión que vio en su cara descolocó a Beth.
— No quiero problemas contigo, Beth. Solo intentaba saber qué tenías de especial para que Daniel quisiera llevar tu caso. No es muy común en él. Ahora veo el porqué de su decisión. Yo era como tú cuando entré y si me permites un consejo…
— Tus consejos te los metes por el culo.
— Vale —levantó las manos— allá tú.
La vio alejarse despreocupadamente mientras reía socarronamente. No había nada que Beth odiara más que el que alguien la desafiara y luego se fuera como si no hubiera pasado nada. Sabía por experiencia que en sitios como éste o definías muy bien tu territorio desde el principio o corrías el riesgo de ser el saco de boxeo de cualquiera con un poco más de maldad que tú.
Quiso volver a fumar, pero sin fuego a mano fue imposible. Volvió a entrar al centro y fue directa al dispensario, donde compró una caja de cincuenta mecheros, agotando las existencias de la tienda.
Cuando Sarah la vio entrar en el cuarto con semejante cantidad de encendedores y colocarlos en la mesa donde estaban el resto de cosas que había comprado, no pudo más que sonreír ante el despilfarro de su nueva compañera.
Cargaron con las golosinas y salieron alegremente hacia la sala de audiovisuales. Beth imploró al cielo que no hubieran elegido una película de esas pastelosas en la que los protagonistas estaban continuamente besándose. Sus escasas reservas de contacto físico estaban rozando ya los mínimos soportables, y aún no sabía cómo se las iba a arreglar para encontrar compañía masculina con la que desahogarse.