Rompiendo

 

 

 

Cuando Beth abrió los ojos no recordaba ni donde estaba. La cabeza le dolía de tal manera que temía que los ojos se le cayeran de las cuencas y los sesos le salieran a borbotones por todos los orificios de su cara. ¿Podía un cerebro humano explotar dentro de la cabeza? en ese momento pensó que sí, y que el suyo estaba intentando responder a su pregunta. Gimió molesta.

—¿Beth? —El susurro de su compañera de cuarto le llegó como un grito— ¿Beth, estás bien?

— Dios, no… —se tapó las orejas con las manos— no grites Sarah…

— Voy a buscar a Sandy —se levantó de la cama.

— Espera… —paró a la chica— espera un segundo ¿Qué…? ¿Qué ha pasado?

— Que la has liado bien gorda. Eso ha pasado —se dirigió a la puerta— tengo que llamar a Sandy. Me dijo que le avisara en cuanto te despertaras.

— Joder, pero… —intentó incorporarse— ¿dónde… qué…? —el estómago se le revolvió— mierda…

— Túmbate ¿vale? vuelvo en un segundo —salió veloz por el pasillo.

¿Túmbate? Alguien no hace mucho también le había pedido que se tumbara. Que se tumbara y que se abriera de piernas. Que se tumbara, que se abriera de piernas y que dejara que…

— Joder… —los recuerdos llegaron golpeándole con fuerza— oh, joder ¿Qué he hecho?

Recordó todo. La “terapia” con Daniel y su clase de boxeo, la visita de Mark y su encuentro sexual, el tubito con la sustancia blanca y el latigazo de su corazón cuando la esnifó. ¿Y después? Nada. Después de eso, no había nada.

— ¿Beth? —Sandy entró, se sentó junto a ella y tocó su frente. La notó fría—  ¿Cómo te encuentras?

— No me… no me encuentro… bien —se llevó las manos al estómago— creo que… creo… —notó el sabor de la bilis en su boca— voy a vomitar…

Sandy la ayudó a llegar hasta el baño y le sostuvo la frente mientras vomitaba lo que había en su estómago, que era nada. La sostuvo también cuando los temblores se adueñaron de su cuerpo y la acompañó de nuevo a la cama cuando las náuseas de su estómago se lo permitieron.

Cuando la hubo recostado de nuevo Sarah le acercó un vaso de agua para que pudiera quitarse el sabor amargo de la boca, y que aunque ella se resistió a beber por miedo a no retenerla, Sandy le obligó a tomarla junto con una pastilla.

— Ésto te calmará las náuseas y te ayudará a descansar —Beth miró el agua con asco— Vamos bebe un poco —tragó con esfuerzo— eso es. Ahora a dormir.

— Sandy… —se arrebujó bajo las sábanas— yo esto… lo siento. En serio… no…

— Descansa Beth, mañana será otro día —Sandy suspiró— recupera fuerzas ¿vale? Te harán falta.

— ¿Él… él se ha…? ¿Cómo…? —tenía miedo de formular completas las preguntas.

— ¿En una escala del uno al diez? —Sandy sabía a lo que se refería. Beth asintió con la cabeza—. Quince, me temo —cerró los ojos con fuerza. Sandy la tranquilizó— Pero yo estaré contigo ¿vale? Así que tranquila y duérmete. Mañana vendré a ayudarte.

Sandy se marchó y Sarah volvió a dormirse. Beth lo intentó, pero no pudo parar el torbellino de pensamientos y recuerdos que cruzaban por su mente. Cada segundo que pasaba un nuevo recuerdo de su químico viaje volvía. Pequeños retazos de satisfacción y placer al sentir por sus venas el estimulante efecto de la droga, mezclados con las sensaciones físicas del sexo oral que le habían practicado.

En otro momento y lugar eso hubiera sido para ella lo más cercano a tocar el cielo con las manos. El paraíso de ser estimulada en todos los sentidos, tanto física como mentalmente. Y Mark para eso era el hombre perfecto, sólo necesitaba un par de gramos de coca, un buen par de piernas abiertas y su lengua. Por eso Beth se enamoraba de él cada vez que le veía, por eso se fue a vivir con él dos días después de conocerle, por eso se abría de piernas cada vez que se lo pedía. Era su particular dispensario de droga y sexo.

Después, cuando los efectos pasaban o cuando se tiraban días sin verse o estar juntos, dejaban de existir el uno para el otro. Ningún sentimiento les unía, ningún derecho de propiedad atesoraban, cada uno conseguía del otro lo que le interesaba y hacían vidas paralelas sin estorbarse en el camino. Por eso nunca se besaban…

Pero en esta ocasión, mientras ella buceaba semiinconsciente en un mar de cristalinas y verdes aguas, iluminado por unos broncíneos rayos de sol, en una playa de arena tan fina y blanca como su piel, recordó haber sentido unos cohibidos labios cediendo a los suyos.

Le había besado y él se había dejado. El reparador sueño llegó y no pensó en otra cosa que en ese beso.

 

… . …

 

— ¿Cómo ha pasado la noche? —la voz de Daniel no era fría no, era gélida.

— Volvió en sí pasadas las tres de la madrugada —le informó Sandy—  Vómitos, náuseas, escalofríos… lo normal.

— ¿Dónde está ahora?

— Esperándote en la consulta, como pediste.

— ¿Y cómo se ha despertado?

— Hecha una piltrafa —intentó descifrar la mirada de su jefe—  La he acompañado a la ducha y he desayunado con ella Daniel, y te aseguro que es muy consciente de lo que ha hecho.

— De eso no tengo la menor duda —la ironía salió a relucir— lo hizo muy conscientemente, sí.

— Sabe que la ha cagado y creo que deberías…

— No se va a ir de rositas, Sandy. No defiendas lo indefendible.

— No estoy defendiéndole Daniel, solo digo que es recuperable. Si la hundes ahora no creo que sea capaz de levantarse.

— Tú lo hiciste…

— El caso no es el mismo. Y ella no es tan fuerte como yo.

— ¿Qué te hace pensar eso?

— ¿Cuánto tardé yo en pedir perdón por primera vez? —levantó una ceja y se cruzó de brazos.

— ¿Tú? —Hizo memoria—  Tres semanas, dos días y dieciséis horas… si no recuerdo mal.

— Ella se disculpó anoche —él la miró incrédulo— es cierto, no me mires así. Pregúntale a Sarah si no me crees.

— Eso no significa nada.

— Cuatro días Daniel. Lleva cuatro días aquí…

— Precisamente por eso, joder —bufó enfadado—  Si en cuatro días que lleva no ha perdido la oportunidad de ponerse hasta las cejas a la primera ocasión que se le ha presentado, importándole una mierda lo que intentamos hacer por ella, no merece siquiera que yo tenga ni la más mínima consideración con ella.

— No hay quien hable contigo hoy, demonio —le espetó— solo te pido que no seas muy duro con ella.

— ¿Cuestionas mis métodos ahora?

— Dios, Daniel —se levantó de la silla resoplando— eres el ser más cabezón que he conocido, joder —le plantó cara—  Ni cuestiono tus métodos ni me habrás oído jamás negar que sean efectivos, pero también es cierto que sabes que tengo instinto para estas cosas y este instinto me dice que si la rompes ahora te va a costar Dios y ayuda recuperarla.

Daniel escuchó las palabras que salían de su boca completamente indiferente. Cierto era que Sandy nunca había fallado en las reacciones de las chicas a sus métodos, en los diferentes casos en los que necesitó de su colaboración. Tenía un radar especial para verlas interiormente y nunca le había fallado. Pero cuanto antes terminara la parte desagradable, antes podría dedicarse a lo que realmente adoraba de su trabajo.

— ¿Y bien?

— Y bien qué.

— ¿Seguimos discutiendo o vas a hacer lo que te dé la gana, como siempre?

— La duda ofende.

— Vale, tú mismo —Sandy se dio por vencida, pero antes de salir del despacho le avisó— Eso sí, luego no me pidas que recoja los pedazos.

 

… . …

 

Beth esperaba en la consulta a que apareciera la encarnación de todas sus pesadillas. Sabía lo que le esperaba, sabía lo que iba a costarle mantener la compostura. Se propuso firmemente aguantarlo estoicamente, no iba a replicar, no iba a objetar. Iba a hacerse responsable de sus actos y a asumir las consecuencias. Y sabía que iba a ser duro. Muy duro.

Aunque realmente no lo sabía. No, no lo sabía. Ni su mente más retorcida podía acercarse siquiera a imaginar por lo que el doctor Smith le iba a hacer pasar.

Cuando le vio girar y enfilar el pasillo hacia la consulta, el corazón le dio un vuelco de puro miedo. Si en el tiempo que llevaba allí recluida la había sometido a una ducha infernal y a una sesión de boxeo ¿Qué sería lo siguiente? ¿Electroshock?

Le vio avanzar con paso seguro y decidido, haciendo que la bata blanca ondeara tras su cuerpo. Un par de metros antes de que llegara a su altura Beth hundió la cabeza.

— Buenos días —su tono fue glacial mientras abría la puerta.

— Buenos días —contestó en un susurro. Le siguió al interior.

Ocupó su asiento frente al escritorio y reubicó varios papeles mientras ella permanecía de pie, sin atreverse a mirarle. Cuando hubo terminado de acomodar su mesa cruzó los brazos y se le quedó mirando en silencio.

— Creo que tienes algo que decirme.

— Lo siento —intentó sonar convincente sin conseguirlo.

— No es eso lo que quiero escuchar.

— No volverá a ocurrir —apretó los ojos con fuerza.

— No me tomes por tonto Beth, puedo ser todo lo gilipollas que quieras, pero tonto no soy.

— No sé qué quiere que le diga —su voz tembló.

— Lo sabes perfectamente, dímelo.

— No sé a qué se refiere —empezó a ponerse nerviosa.

— Lo sabes y quiero oírtelo decir.

— No lo sé —consiguió decir antes de que las lágrimas empezaran a escocer.

— No voy a perder mi tiempo contigo, Beth. Sólo tengo que hacer una llamada para que cambies tu bonita y cómoda habitación por otra con barrotes y a la sombra, ¿es eso lo que quieres?

— No —las notó caer húmedas por sus mejillas.

— Entonces habla, di lo que quiero escuchar.

— ¡¡Es que no sé qué demonios quiere que le diga!! —lloró sin contenerse—   si no es una disculpa o que no se volverá a repetir ¿Qué es lo que quiere escuchar?

— Mentiras desde luego que no —la taladró con los ojos sin piedad.

— No miento, se lo aseguro —sus piernas empezaron a temblar—  No sé qué más puedo hacer o decir para que me crea.

— No puedo creerte porque es algo que sé que no sientes —siseó con furia—  No sientes haberlo hecho y si volviera a presentarse la oportunidad lo volverías a hacer.

— Le juro que no —negó repetidas veces con la cabeza.

— No consiento que me mientan, Beth —se levantó bruscamente y se acercó para encararla—  Y tú lo estás haciendo descaradamente.

— No le miento… —Reculó asustada.

— ¿Pero tú con quién cojones crees que estás hablando, niña? Eres incapaz de sentir nada. ¡¡NADA!! —Le gritó en su cara—  Una persona que “siente” sopesa las consecuencias de sus actos antes de realizarlos. ¡¡Tú no lo hiciste!! No pensaste nada más que en ti y en tu propia satisfacción. No pensaste en la enfermera que ha perdido su trabajo, cuando podría haber quedado en una simple falta grave, ni en cómo iba a afectarle a Sandy —señaló la puerta como si ella estuviera allí—  encontrarte allí medio desnuda y taquicárdica perdida. Ni en como yo —se señaló el pecho— iba a tener que dejarme la piel para llegar a tiempo y medicarte antes de que tú —golpeó su pecho con un dedo—  sufrieras un paro cardiaco y te quedaras seca en la camilla. ¿Pensaste en todo eso antes de esnifarte los dos putos gramos de mierda que te metiste, Beth? —espetó en su cara—  ¡¡RESPONDE!!

— No —notó la humedad bajando por sus piernas.

— ¡¡Entonces no me jodas diciendo que sientes muuuuuuucho lo que hiciste, ni pidas falsas disculpas por algo que te importa una puta mierda!!

— Yo… yo… —se rodeó el cuerpo con los brazos.

— Sigo esperando que me digas algo —se irguió ante ella.

— ¡¡No sé, no sé!! ¡¡No sé qué demonios quiere que le diga!! ¿¿Qué es lo que quiere escuchar??

— Lo sabes, solo tienes que decirlo —presionó implacable.

— ¡¡No lo sé maldita sea!! —se derrumbó—. ¿Qué quiere que le diga, eh? ¿Que soy una mierda? ¿Que no valgo para nada? ¿Que no soy nadie? ¿Que hasta una piedra tiene más sentimientos que yo? ¿Que no soy capaz de amar ni aunque mi vida dependa de ello? ¿Que no merezco ni que se tome la molestia de intentar ayudarme, porque hasta una miserable rata lo agradecería más que yo? ¿Que no merezco vivir? —cayó de rodillas al suelo incapaz de soportar más el peso de su cuerpo. Lloró como nunca lo había hecho—. ¿¿Eso quiere que le diga?? ¿¿Eso es lo que quiere escuchar?? —Le miró directo a los ojos—. Pues se lo diré, se lo diré alto y claro. No merezco ni malgastar el aire que respiro —cerró los ojos y gritó—  Y SI NO FUERA UNA PUTA EGOÍSTA, COBARDE Y SIN CORAZÓN HABRÍA ACABADO YO MISMA CON TODA ESTA MIERDA HACE YA MUCHO TIEMPO ¿¿SATISFECHO?? —expulsó la rabia y lloró— DIOOOOOSSSSSS…

Se había roto.

Flor de agua
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