Reincidentes

 

 

 

Peter llevó a Daniel a un aparte para hablar con él. Le estuvo contando la clase de trabajo que realizaba con las niñas colaborando estrechamente con Natalie, que fue la que sugirió la idea de incluir la natación en la terapia que realizaba con ellas. Sabía que Daniel llevaba años haciéndolo con sus pacientes y estuvieron intercambiando impresiones sobre la mejor manera de llevar a cabo esas terapias.

Estuvieron poco más de diez minutos, pero Daniel notó que le costaba concentrarse en lo que su amigo le contaba. Desviaba casi inconscientemente la mirada hacia el grupo donde Beth y las niñas charlaban alegremente y no podía evitar querer estar allí, saber qué les estaba diciendo y qué le estarían diciendo ellas. Parecían muy sonrientes todas.

Vio como Natalie se alejaba con ellas para volver al grupo de padres y como una de las niñas se soltaba de su mano y regresaba para decirle algo al oído a Beth, que se acuclilló a su lado para poder escucharla bien. Parecía que le había dicho algo divertido, porque la sonrisa que se dibujó en la cara de la adulta era visiblemente radiante.

No estaba equivocado cuando supo que Beth apreciaría la visita que estaban haciendo, sabía que dentro de ella la sensibilidad estaba bien arraigada. La camuflaba con continuos cambios de actitud y con mucho ruido externo para que no se le notara, pero él sabía que estaba ahí y esta visita sólo había terminado de confirmárselo.

Y viéndola allí, rodeando a esa niñita en un abrazo, depositando un tímido beso en su mejilla, volvió a sentir el pánico que esa misma mañana se había apoderado de él. El mismo que le había hecho saltar de la cama y meterse en el baño para que ella no viera las terribles ganas que tenía de abrazarle, de besarle, de susurrarle palabras de ternura al oído.

El pánico volvió a atenazarle viendo a Beth esperar sola a que Natalie terminara de entregar a las niñas. Veía desde la distancia las muestras de afecto que padres y amigos dedicaban a las pequeñas, y sabía por la forma en que se rodeaba a sí misma con los brazos, que le hubiera encantado que alguien la protegiera a ella de ese modo, en ese momento.

Y tuvo que controlar el demoledor impulso de ir y hacerlo él. 

— ¿Quieres ir con ella, Daniel? —Peter acusó la falta de interés que mostraba su amigo y donde se desplazaba su mirada cada pocos segundos.

— No, es…  —reprimió las ganas de decirle que sí—  Es sólo que no quiero dejarla sola mucho tiempo, aún está… —vio con frustración como Natalie volvía a su lado y comenzaban a charlar—. Es un momento delicado para ella y todo esto ha sido muy impactante.

— No te preocupes, Natalie es muy sensible para estas cosas —intentó tranquilizarle— Estoy seguro de que sabrá cómo reconfortarla.

— Ahá…

Aprovechando que Peter se había disculpado con él para ir a despedir a una de las familias, se quedó mirando en la distancia como ambas mujeres hablaban y después de unos minutos de conversación y sonrisas, se abrazaban con cariño.

Y él se lo estaba perdiendo. Se estaba perdiendo la conversación. Se estaba perdiendo el abrazo. Ese abrazo tenía que haber sido suyo, tenía que habérselo dado él.

Y en ese instante supo que no había sido suficiente. Lo que había tenido con ella hasta ese momento no había sido para nada suficiente. Necesitaba más, quería más de ella. En todos los aspectos. No le bastaba haberse acostado con ella, no le bastaba habérsela follado.

No, no era suficiente. Ahora quería… necesitaba, hacerle el amor.

— Perdona la interrupción —Daniel carraspeó dejando de mirar a las dos mujeres—.  ¿Vamos con ellas? —extendió la mano ofreciéndole abrir camino.

— Claro —puso sonrisa de despreocupación.

Natalie estrechaba con cariño una de las manos de Beth mientras reía con algún comentario.

— Señoritas… —Peter interrumpió su animada charla—.  ¿Qué nos hemos perdido?

— Oh, nada en especial —Natalie dejó a Beth para refugiarse en los brazos de Peter—. Solo le comentaba a Beth lo bien que le ha caído a las niñas, están locas por volver a verla.

— Y yo le decía que es una exagerada  —Beth le restó importancia al comentario. Daniel se colocó cerca de ella pero sin llegar a tocarse—. Las niñas son un encanto, es difícil no sentirse bien cerca de ellas.

— Qué modesta eres —era evidente las buenas migas que habían hecho en tan poco tiempo—, se te dan bien los críos —observó y Beth se ruborizó—. Intentaba persuadirla para que viniera algún día a ver el trabajo que realizamos con ellas. Es muy gratificante.

— Me encantaría hacerlo, Natalie —asintió levemente para confirmar su interés—. En cuanto me sea posible iré a visitaros, lo prometo —buscó la aprobación de Daniel y él le sonrió dándosela.

— Genial, una más para colaborar —todos rieron el comentario de Peter y él se tocó deliberadamente el estómago—. Y ahora, si no es mucho pedir, ¿podemos ir a comer? ¡Me muero de hambre!

— Sí, cielo. Ya es hora —Natalie les miró—.  ¿Queréis comer con nosotros? Tenemos mesa reservada en un restaurante cerca de aquí —Daniel lo pensó un instante—, puedo llamar y que nos amplíen la reserva para cuatro.

— Te lo agradezco mucho Natalie, sería un placer comer con vosotros —Beth aplaudió interiormente, le apetecía mucho—, pero nosotros tenemos que regresar ya al centro.

— ¿Seguro? —Peter apreció la decepción en la cara de Beth—. Mira que no nos cuesta nada hacer esa llamada.

— Seguro —corroboró una vez más. Ofreció su mano como despedida—, quizá en otra ocasión.

— Un placer haberte visto de nuevo, amigo —estrecho su mano mientras se palmeaban el hombro—. No dejes de llamarme para concertar esa comida que queda pendiente.

— Cuenta con ello —aseguró—. Natalie, gracias por todo, ha sido un placer conocerte.

— Lo mismo digo, Daniel —ella estrechó su mano y después abrazó cariñosamente a Beth—. Espero tu visita, no lo olvides.

— No lo haré —Beth devolvió el caluroso abrazo—, gracias por todo, Natalie —se separó de ella para darle la mano al hombre—. Gracias por la experiencia, Peter.

— A vosotros por venir.

Se separaron y cuando salieron del recinto, de camino al coche, Daniel sólo podía pensar en una cosa. En cómo excusar ante Beth su negativa a ir a comer con ellos, por motivos que ni él mismo se explicaba. Quería volver a estar a solas con ella, quería volver a llevarle a la cabaña y quería volver a desnudarle para hacer el amor con ella.

— Beth… —Dios, no podía decirle algo así. No debía.

— Dime —no quiso mirarle para que no viera la decepción que la embargaba, se reacomodó en el asiento para abrocharse a continuación el cinturón.

— Tengo que pasar por la cabaña a recoger lo que haya quedado y a entregar la llave —intentó no mostrar ningún signo de turbación mientras metía la llave en el contacto—.  ¿Quieres que paremos a comer algo antes de ir?

— No tengo hambre —y realmente no lo tenía. Ni hambre, ni sed, ni ganas de que el día terminara nunca—, puedo comer algo de la fruta que ha sobrado de camino al centro.

— Como quieras…

Arrancó el motor y enfiló el coche por la carretera, de camino al recinto hotelero. A pesar de que conducir le tranquilizaba bastante, en esta ocasión no se sentía nada relajado. Miró en un par de ocasiones a Beth de reojo intentando averiguar el estado de ánimo que tenía. Sus labios apretados y su mirada tercamente fija en la carretera, le indicaron que estaba igual de desanimada que él. No quería que el día terminara. Al menos no aún, ni de ese modo, ¿pero cómo decirle lo que quería? ¿Cómo decirle que en realidad en el centro no les esperaban hasta la noche?

Miró el reloj digital del coche. Eran las tres de la tarde. La exhibición había durado dos horas, entre despedidas y demás. Estaban a escasos cinco minutos de la cabaña y no sabía cómo decirle que aún disponían de cinco largas horas antes de tener que volver al mundo real.

Y él tenía muy claro cómo quería pasarlas.

El silencio seguía espeso entre ellos cuando Daniel cogió el desvío del hotel. Soltó un suspiro cuando tomó el caminito de grava hasta la última de las cabañas. Cuando aparcó en el hueco habilitado para ello y apagó el motor, el sonido de su voz le hizo latir el corazón con fuerza.

— Creía que estas cabañas sólo las alquilaban como mínimo un fin de semana —sonó cautelosa, no quería que notara su ansiedad.

— Así es —no se movió del asiento al ver que ella tampoco lo hacía—, es mía todo el fin de semana —quiso poder decir lo mismo de su acompañante—. Lástima que…

— ¿Qué? —le miró con esperanzas renovadas.

Silencio.

— Nada —abrió su puerta y salió.

— Cobarde —murmuró para sí dejando que la frustración le llenara.

Salió del coche y le siguió varios pasos por detrás al interior de la cabaña. Se quedó estática en el quicio de la puerta mientras veía como él se desplazaba a la cocina y empezaba a recoger los restos del almuerzo que ella había preparado.

Parecía un león enjaulado y a Beth no le pasó por alto. Ponía demasiada fuerza en lo que estaba haciendo, abriendo y cerrando cajones, sacando y metiendo en bolsas lo que había en la nevera, de manera demasiado brusca.

— No quiero irme aún, Daniel —lo dijo bajo, pero no lo suficiente como para que él la ignorara como lo estaba haciendo—. No quiero irme —alzó el tono para asegurarse de que la escuchaba.

— Creo que la bebida aguantará fría todo el trayecto —como sus manos empezaran a temblar le dio la espalda.

— Daniel —cerró la puerta y avanzó unos pasos hacia él—, ¿has oído lo que te he dicho?

— No creo que la fruta se eche a perder —tragó en seco al sentirla cerca. Claro que la había oído, sólo intentaba controlar sus impulsos—. Tardaremos poco más de una hora en llegar y…

— Quiero quedarme y volver a estar contigo —se acercó hasta que sólo unos centímetros le separaron de él.

— Beth… —agachó la cabeza como si le pesara toneladas. Sus hombros se tensaron.

— Sé que me has oído y necesito saber si tú tamb…

Se dio la vuelta tan repentinamente hacia ella que necesitó parpadear varias veces para verificar que era su boca la que, moviéndose con necesidad sobre sus labios, no le dejaba terminar de pronunciar la frase. La besó con ansia, pero no arrebatadamente. La encerró entre sus brazos pero no con excesiva fuerza.

Y de nuevo los colibrís de su interior aletearon de manera abrumadora cuando notó sus manos recorrerle lentamente la espalda y enterrarse en su pelo.

Oh, Dios… sí. ¿Podía ser posible?

— Yo tampoco quiero irme aún —susurró en su misma boca—, quiero quedarme aquí contigo un poco más —besó y mordió sus labios con suavidad—. Solo unas horas más…

Beth creyó estar soñando. Había tenido que ser ella, una vez más, la que diera el primer paso. La que dejara claro lo que quería, la que revelara sus intenciones. Pero una vez expresado su deseo y captado eficientemente por el interesado, Daniel no había ofrecido ninguna resistencia.

Y no lo hizo porque lo deseaba tanto o más que ella. Deseaba volver a tenerla desnuda entre sus brazos, en su boca, en su cama. Quería volver a sentirla suya, volver a acariciar su piel y no de manera urgente y salvaje como lo había hecho esa misma mañana.

No, esta vez quería deleitarse, quería recrearse, quería gozar de ella, conocerla, memorizarla. Y sobre todo, lo que más quería y deseaba, por encima incluso de sus propios objetivos, era que ella lo disfrutara el doble que él. El triple si pudiera ser.

Y no iba a escatimar en atenciones ni en esfuerzos para lograrlo.

Flor de agua
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