Click
— ¿Tienes alguna duda?
— Tengo toda la documentación, los informes médicos y psicológicos, tus notas y recomendaciones —posó con decisión una mano sobre la montonera de papeles—. No hay problema, puedo hacerme cargo.
— Bien —suspiró resignado—. No va a ser fácil, Jackson.
— Ningún caso lo es, Daniel. Y por lo que me has contado del de Beth Dawson intuyo que es de los más complejos que se nos han presentado hasta la fecha.
— Lo es, tenlo bien presente —recordó de pronto los quebraderos de cabeza que su actual ayudante les había hecho pasar—. Creo que sólo el caso de Sandy es comparable, en complejidad, al que nos ocupa.
— Y mira dónde la tienes ahora —sonrió intentando animar a su jefe—. Hicimos un buen trabajo con Sandy y Beth no va a ser menos, está en las mejores manos.
— En cualquier caso son temas distintos. Beth es… puede ser… algo exasperante si no encuentras la manera de… manejarla. Es orgullosa y terca como una mula. No da fácilmente su brazo a torcer y si te encuentra el punto débil… sabrá usarlo en tu contra.
— Pero a nadie nos ha pasado desapercibida la evolución positiva y visible que ha tenido —dijo en contrapunto—. No tiene por qué acusar en exceso el cambio de terapeuta.
— Lo acusará, créeme —él mismo estaba totalmente convencido de ello— y tienes que estar preparado para un más que posible rechazo, Jackson. Si esto sucede tú…
— Daniel, tranquilo —intentó aliviar la ansiedad que se empezaba a atisbar en el rostro de su jefe—. Si eso sucede sé lo que hay que hacer.
— Bff, sé que sabes lo que hay que hacer… —bufó pasando una mano por sus revueltos mechones con nerviosismo—. No me interpretes mal.
— No lo hago —sonrió tranquilamente—. Sólo quiero que estés tranquilo y te relajes.
— No tengo dudas de tu validez para llevar este caso, Jackson.
— Eso lo tengo claro. Si fuera de otra manera no me habrías elegido a mí para sustituirte. ¿Cierto?
— Cierto. Es sólo que… — ¿no quiero dejarla?— Es sólo que he conseguido avanzar mucho con ella y sus cambios han sido realmente impresionantes, pero has de tener muchísima paciencia.
— La tendré.
— No la presiones. Un mal paso podría desestabilizar totalmente su recuperación.
— Daniel. ¿Estás seguro de querer cederme este caso? —no veía del todo convencido a su colega y jefe— Puedo echarte una mano con ella de vez en cuando, proporcionándote el tiempo que necesites para ocuparte del resto de tus asuntos y el caso seguiría siendo tuyo.
— No —desechó la oferta—. Tiene que ser así.
— ¿Y las sesiones en la piscina?
— Primero veamos cómo reacciona al cambio de terapeuta. Basándonos en ello y con posterioridad, tomaremos las decisiones que haya que tomar.
— ¿Cuándo se lo dirás?
— Esta misma noche. Cuanto antes se vaya haciendo a la idea mejor.
— ¿Quieres que esté presente?
— No, yo me encargo. No sé cómo se lo va a tomar y no quiero que descargue en ti su frustración. Intentaré explicárselo de la mejor manera para que puedas continuar con su terapia desde el punto en el que yo lo dejé.
— Me parece bien —hizo hueco en su maletín para el expediente recién adquirido—. ¿Entonces el lunes nos vemos en tu consulta?— Esperó a que fuera Daniel quien zanjara la conversación, pero como este no diera señales de continuar y su mirada se había perdido en algún punto entre la pared y la puerta, carraspeó intentando llamar su atención.— Ejem… esto… ¿Daniel? ¿Hay algún otro asunto que quieras contarme?
— No, Jackson, perdona —parpadeó varias veces sacudiéndose la ensoñación—. Eso es todo. El lunes nos vemos.
— De acuerdo.
Cuando el terapeuta salió cerrando la puerta tras él, el corazón de Daniel comenzó a galopar descontrolado. Lo había hecho. Había cedido el expediente de Beth a otro terapeuta. Las manos empezaron a sudarle y un incómodo nudo se instaló en su estómago, pero tal y como le había dicho a Jackson, tenía que ser así.
Sabía que a Beth le costaría encajarlo. Sabía también que seguramente montaría un escándalo de mil demonios o como mínimo una pataleta que iba a ser épica. Pero si quería seguir adelante con sus intenciones no había otro camino posible. Sólo esperaba que ella se mantuviera fiel a su palabra de no revelar lo que había habido entre ellos.
Si era así, existía alguna probabilidad de que todo saliera bien. Pero si no…
Sacudió los malos pensamientos de su cabeza e intentó pensar positivamente. Enfocó su nueva perspectiva de la situación entre ellos desde un ángulo práctico y racional. Todo iría bien si ella conseguía aguantar. Si asumía los cambios y se dejaba ayudar por Jackson igual que se había dejado ayudar por él, quizá podría haber una mínima esperanza de…
No, no podía pensar aún en las posibilidades. Ahora solamente importaba que ella se adaptara a su nueva rutina y avanzara hacia su total recuperación con la misma eficiencia que había demostrado hasta la fecha.
Y cuando eso sucediera, cuando estuviera totalmente recuperada, cuando fuera la persona que nunca tendría que haber dejado de ser, cuando saliera de allí y retomara las riendas de su vida… entonces, y sólo entonces, él podría empezar a sopesar sus opciones.
… . …
— ¿Estás de coña?
— En absoluto —intentó vocalizar a pesar de tener la boca llena.
— O sea, que después de estar esperándote más de una hora en el vestíbulo, ¿no vas a decirme por qué te has retrasado?
— No, no voy a decírtelo —se sentó en el césped al lado del árbol más frondoso del parque.
— Pues no lo entiendo —dijo perplejo sentándose a su lado.
— Pues deberías —pegó otro bocado a su ración de colesterol.
Ambos se pusieron a masticar en silencio. Kellan la miraba con recelosa suspicacia mientras Sandy permanecía tranquila y sólo le devolvía miradas acompañadas de inocentes sonrisas.
— Sandy…
— ¿Está bueno tu perrito? —preguntó antes de que volviera a la carga con su curiosidad.
— ¡Está delicioso! —sonrió para caer después en la cuenta del intento de despiste. Frunció el ceño— No me cambies de tema, listilla.
— Sólo preguntaba si te estaba gustando —se pasó la lengua por el churrete de kétchup que le quedó en la comisura después del bocado—. Nada más…
— ¿Estás intentando distraerme? —tragó la saliva que se le empezaba a acumular en la boca.
— ¿Quién, yo? —Sonrió con malicia— Claro que no.
— Vaya que no…
Ambos terminaron sus perritos casi a la vez y se limpiaron los pringosos restos en silencio, pero Kellan no pudo seguir aguantando la curiosidad.
— ¿Y por qué, según tú, debería entender que no quieras decírmelo?
— Oh, por dios Kellan… —resopló cansina— Relájate, ¿vale? Disfruta de esta maravillosa noche, del perrito más sabroso que has probado nunca y de mi impagable compañía.
— Y estoy disfrutándolo, te lo juro. Pero no dejo de darle vueltas al secretismo con que camuflas el tema.
— Son cosas de chicas, tesoro. No tiene la mayor importancia.
— Y si no es importante, ¿por qué no me lo dices? —preguntó sonando a obvio.
— Porque no es de tu incumbencia ni tiene nada que ver contigo.
— Y si no me afecta en nada, ¿por qué me lo ocultas?
— Arrrggg, Kellan… —se quejó con un puchero.
— ¿¡Qué!? —su cara de pasmo seguía siendo un poema.
Sandy se levantó con esa ligereza tan característica que derrochan las personas activas y de naturaleza ágil.
— Deja de pensar en el trabajo, ¿quieres? Tenemos la noche libre y lo que debería ocupar tus pensamientos en estos momentos es el revolcón que nos vamos a dar después de que nos tomemos de postre una tarrina gigante de helado de chocolate.
— En cualquier otra circunstancia sabes que las palabras “noche libre” “revolcón” y “chocolate”, me harían saltarte encima como si tuviera un resorte en el culo —se puso lentamente de pie—, pero como no me quieres decir lo que ha pasado te castigaré sin revolcón y sin chocolate hasta que me lo cuentes —se cruzó de brazos alzando la cabeza con arrogancia.
— Pero, pero, pero… —los asombrados ojos de Sandy se clavaron en Kellan— ¿¡Qué… qué demonios estás diciendo!?
— Lo que has oído —se miró las uñas de la mano derecha con aire distraído— o me lo cuentas o…
— ¿Hablas en serio? ¿Vas a castigarme por eso?
— Totalmente.
— ¿Me estás…? —La sorpresa empezó a tornarse en indignación— ¿¡Tú me estás… chantajeando… a mí!? ¿¡A mí!?
— Sí —confirmó sin ningún pudor.
Sandy se quedó muda al no ver ni ironía ni sarcasmo en el rostro de Kellan. Se lo estaba diciendo completamente en serio. ¿Se lo estaba diciendo en serio? Estaba loco.
— Bueno, creo que va siendo hora de irse —recogió su bolsa del suelo y comenzó a caminar para salir del parque. Sin esperarle.
— ¿Pero adónde vas ahora? —Kellan estaba pasmado por la extraña reacción que había tenido. Esperaba un terremoto tras su chantaje— ¿No vas a decirme nada?
— Vuelvo al centro —ni siquiera se molestó en girarse para mirarlo—. Y no, no voy a decirte nada.
— ¡Pero el coche está por allí! —alzó la voz y señaló la dirección contraria a la que ella llevaba.
Kellan se obligó a mover las piernas cuando vio que no rectificaba la dirección de sus pasos. Anduvo ligero hasta posicionarse a un prudente paso de distancia por detrás de ella.
— Sandy, el coche está por el otro lado.
— No vuelvo contigo.
— ¿No?
— No.
Un segundo después de ser consciente del intento de manipulación sobre ella, oyó perfectamente en su cabeza el “click” que le avisaba de que su mecanismo antiobediencia se había puesto en marcha.
Y eso era algo que Sandy no podía controlar.
Y eso era algo que Kellan aún no sabía lo que significaba.