La polvo cita
Daniel regresó a su despacho después de que Beth se marchara. Sonreía socarronamente recordando la incomodidad de la chica ante sus certeras preguntas. No es que las hubiera planeado, pero descolocar era una de sus habilidades y con Beth le había resultado demasiado fácil. Lo que había empezado como un simple juego le había reportado muy buena y jugosa información sobre su nueva paciente.
Era consciente de que les resultaba atractivo a la mayoría de las mujeres que se cruzaban en su vida, ya fuera de modo profesional o en el ámbito personal. Lejos de vanagloriarse de ello lo usaba como uno más de los muchos recursos de los que se valía para conseguir sus propósitos. Sobre todo por el hecho de que cuando esas mismas mujeres, con el paso del tiempo, dejaban de estar impresionadas con su físico y descubrían la clase de hombre que había debajo no duraban mucho a su lado.
Subió a su estudio y sin perder tiempo se metió en la ducha. Dejó que el agua relajara sus músculos y aliviara la tensión que tan largo día le había suministrado. Sacó de su armario un pantalón beige de pinzas y una camisa y fue vistiéndose sin recrearse demasiado. El tiempo se le echaba encima. Mientras terminaba de abrocharse el cinturón volvió al baño a echarse un poco de colonia e intentó recolocarse los revoltosos mechones de pelo con el peine sin éxito.
Se echó un último vistazo en el espejo y salió del estudio cogiendo la chaqueta y las llaves. De camino a casa de Trish intentó recordar cuándo fue la última vez que había quedado con ella, pero no logró ubicar el día. Sabía que había sido hace bastante tiempo porque entremedias había quedado con Salma, dos veces. Y con Nicky, otras dos. Y con Ashley, una única vez.
Aparcó delante de la casa unifamiliar y no se molestó en bajar. Tocó el claxon y esperó. Dos minutos después la puerta del coche se abrió y una despampanante rubia se sentó a su lado.
— Preciosa, como siempre —Daniel la escaneó de arriba abajo torciendo la sonrisa.
— Hola, Daniel —se inclinó para besarle.
— Hola, Trish —se dejó besar— ¿”De Luca” o “Sant´ Angelo”?
— No, esta vez iremos a “Giulius” —se reacomodó en el asiento mientras se ponía el cinturón de seguridad.
— Vaya, lujosa elección —Daniel se sorprendió—. Eso está en la otra punta de la ciudad ¿Qué celebramos?
— Varias cosas… —respondió ella enigmáticamente—. Sé que está un poco lejos, pero creo que la ocasión lo merece.
— A Giulius entonces.
Los cuarenta y cinco minutos del trayecto en coche los pasaron hablando de cosas banales. Cuanto hacía que no se veían, que bien le sentaba el vestido a Trish, lo varonil que olía la nueva colonia de Daniel… aunque la mayor parte del tiempo trascurrió escuchando música.
Entraron al restaurante y mientras el Maître les acompañaba a la mesa Daniel no pudo evitar fijarse en la cantidad de cabezas que se daban la vuelta para verles pasar. Tanto hombres como mujeres, y es que eran una pareja de lo más llamativa.
Encargaron la cena y pidieron un buen vino. Charlaron animadamente entre plato y plato y cuando llegaron a los postres Trish, cansada de esperar a que Daniel le preguntara el motivo de la celebración, se decidió a picarle.
— ¿Y bien? —se limpió la boca con la servilleta— ¿No vas a preguntarme que celebramos?
— ¿Es necesario? —Daniel sonrió cansino— terminaras contándomelo igual…
— Hombre… podemos esperar si quieres, no quiero fastidiarte la noche…
— ¿Fastidiarme la noche? —la miró sorprendido por lo absurdo del “te lo digo/no te lo digo”.
— Sí, para evitar… bueno, digamos que no quiero que la noche acabe mal.
— Déjate de gilipolleces, Trish —odiaba cuando se ponía en plan misterioso— di lo que tengas que decir.
— Daniel —le miró melodramática— esta será la última noche que pasemos juntos.
— ¿En serio? —alzó una ceja— ¿Cuántas veces he oído eso?
— Lo digo en serio —le advirtió.
— Sí, bueno —sonrió con arrogancia— si crees que eso me va a fastidiar la noche, puedes estar tranquila —pestañeó teatralmente—. Lo superaré.
— No te burles, Daniel—cruzó los brazos en pose infantil— no estoy bromeando.
— A ver, Trish —intentó ser paciente— voy a pedir la cuenta y nos vamos a ir. Decide tú si quieres que te lleve a casa o a un hotel —levantó la mano haciendo el gesto y el Maître se apresuró a llevarles la factura—, piénsatelo y cuando estemos en el coche me lo dices ¿de acuerdo?
— Voy al tocador —se levantó muy digna.
— No tardes.
Sacó su cartera y depositó en la bandejita una Visa Oro que el camarero se apresuró en recoger. No se sentía muy cansado, pero tenía que reconocer que Trish en ocasiones le agotaba. Si no fuera tan condenadamente bueno el sexo con ella, no se molestaría en volver a verla cada vez que lo solicitaba.
Mientras retocaba su maquillaje y el color de sus labios Trish sopesó la posibilidad de contarle ahora el motivo de su decisión de no volver a verle. Sabía que decírselo echaría por la borda cualquier posibilidad de que él accediera a continuar con sus planes de llevarla a un hotel pero desistió, estaba demasiado necesitada de su increíble forma de hacerla gozar. Necesitaba estar una última vez con él antes de olvidarle para siempre. Lo necesitaba.
Salió del baño y caminó hacia la salida, donde Daniel ya la esperaba de pie y con su chaqueta en la mano. Verle allí plantado, alto, guapo, tremendamente sexy y con varias mujeres revoloteando a su alrededor, comiéndoselo con los ojos, fue lo que la decidió a no contarle nada hasta que saciara su acuciante necesidad.
Después de colocarle la prenda sobre los hombros y abrirle la puerta del coche, Daniel se sentó al volante y arrancó el motor, que rugió atronador haciendo que Trish apretara las piernas excitada de pronto por la potencia de la que hacía gala el BMW X5 blanco, pero que era mínima en comparación con la que derrochaba su propietario.
— ¿Dónde quiere que la lleve, Srta. Scott? —sabía cuál iba a ser la respuesta, pero la dejó pedirlo.
— Llévame al cielo, o al infierno —la lujuria de sus ojos hablaba sola—. Pero llévame de una jodida vez.
Daniel apretó el acelerador haciendo que chirriaran las ruedas, encaminándose veloz hacia la autopista. Trish se desesperó y lamentó haber elegido un restaurante que estaba a casi una hora del hotel que solían frecuentar. Estaba caliente, solo ver el brillo que los faros de los otros coches sacaban de los ojos de Daniel la estimulaba hasta lo indecente. Empezó a respirar trabajosamente mientras miraba su perfecto perfil, con unos rebeldes mechones que enmarcaban su lisa frente. Su nariz no era menos atractiva, pero el calificativo de “perfectos” lo conseguían sin ningún tipo de duda sus labios, carnosos, jugosos, llenos.
Daniel, centrado en la conducción, no fue consciente del estado en el que se encontraba su acompañante hasta que no oyó el sonido de su cinturón de seguridad al desabrocharse. Apartó un instante la mirada de la carretera para ver como ella se movía sigilosamente en su asiento y se inclinaba hacia él. Agarró con fuerza el volante al notar como una mano le acariciaba la pierna, subiendo desde su rodilla lentamente hasta posarse en su entrepierna. Carraspeó por el íntimo contacto e instintivamente levantó el pie del acelerador, reduciendo la velocidad.
— Joder Trish —tragó fuerte mientras una mano hábil desabrochaba sus pantalones— ¿No puedes esperar media hora?
— No —siseó en su oído a la vez que metía la mano en sus bóxers— y por lo que veo, tú tampoco…
— Si me distraes tardaremos más en llegar —notó su lengua haciendo virguerías en su oreja— aguanta un poco, por favor…
— Tú conduce —sacó su miembro masajeándolo rítmicamente mientras se relamía—, yo me entretendré para que el tiempo pase más rápido. Solo un anticipo…
Trish lamió su oreja y fue descendiendo dejando un rastro húmedo por todo su cuello. Se separó el tiempo justo para salvar el brazo que agarraba con firmeza el volante, y metió su cabeza por debajo para llegar a su inmediato destino.
Cuando Daniel notó los calientes labios rodeando su pene, sufrió un espasmo que hizo que su pie apretara el acelerador, causando una severa sacudida del coche. Miró fugazmente su zona invadida y vio la larga cabellera rubia subir y bajar haciendo que su mente se perdiera en los sonidos que escuchaba. Se dejó llevar un segundo entornando los ojos, una nueva fricción de su boca hizo que el coche se le desviara de la trazada y tuviera el tiempo justo de reaccionar y rectificar alertado por los faros del coche que venía de frente.
— Dios Trish, harás que nos matemos como no pares —ella presionó más fuerte—. Vamos, para… —intentó apartarla pero ella afianzó la postura— joder, joder… —ella incrementó el ritmo—. Joder, para de una vez… —la voz le salía en un susurro ronco— dios… oh, dios…
Dio un volantazo a la derecha saliéndose de la carretera y frenó en seco en el arcén, haciendo que los coches que le seguían atronaran con sus cláxones, reprendiendo la peligrosa maniobra. La brusca frenada casi tiró a Trish de su asiento, y no tuvo más remedio que dejar lo que estaba haciendo para evitar chocar contra el salpicadero.
Daniel, que respiraba con dificultad, clavó los ojos en ella, que le miraba atónita mientras limpiaba las comisuras de su boca e intentaba recomponer su aspecto.
— ¿Pero tú estás loca o qué? —desabrochó su cinturón de seguridad y se encaró con ella. Solo vio lujuria en sus ojos—. Casi nos matamos Trish, deja los juegos para otro momento…
— Necesito que me folles —recostó la espalda contra su ventanilla y subió los pies, libres ya de zapatos, sobre las piernas de él—. Y lo necesito ya —abrió los muslos mostrándole que no llevaba ropa interior—, ni más tarde, ni luego, ni dentro de un rato —dejó caer uno detrás de otro los tirantes de su vestido—. Ahora, en este instante, YA.
Se quedó estático un instante mirándola y sopesando si abofetearla o follársela como había pedido. Optó por lo segundo. Hizo retroceder su asiento el máximo que permitía el mecanismo del coche para dejar espacio entre el volante y su cuerpo. Mientras ella se incorporaba para quitarse el vestido deslizó sus pantalones hasta las rodillas y entre jadeos la arrastró, obligándola a sentarse a horcajadas sobre él y clavándola literalmente a su cuerpo.
La dura penetración hizo que ella gritara y no precisamente de dolor, pues estaba en exceso lubricada. Daniel la hacía subir y bajar sobre su sexo, agarrado a sus caderas. Ella le enganchó del pelo intentando que alzara la cabeza para poder besarle, pero él no accedió. Tenía la mirada centrada en ver como su pene aparecía para volver a desaparecer, una y otra vez, dentro de la mujer.
— Dios Daniel… oh, dios para… espera, espera… —echó mano de su bolso y sacó como pudo un condón— un segundo… —se lo llevó a la boca y rasgó el envoltorio con los dientes— un segundo, cielo… ya.
Daniel salió de ella el tiempo justo para que le colocara con manos hábiles el preservativo y no perdió ni un segundo en volver a introducirse hasta el fondo. Ahora ya libre para dejarse llevar hundió sus dedos en las caderas de la mujer para hacerla moverse con frenético ritmo.
— Oh, dios, si… si… siiii —Trish gemía como loca mientras el orgasmo la llenaba—. Oh, cielo… si… eres magnífico…
Daniel apretó la mandíbula y cerró los ojos cuando su placer le alcanzó, enterrando la cara entre los pechos de Trish y aspirando el caro aroma de su perfume mezclado con los olores del sexo. Jadeó contra ella agotado, exhausto. Ella tiró suavemente de su pelo para hacerle levantar la cabeza y mirarla.
— Eres increíble… —acarició sus labios con los dedos mientras volvía a controlar su respiración— voy a echarte mucho de menos…
— ¿Ya te rindes? —atrapó un pezón entre sus dedos— Creía que ésto era solo un anticipo…
— Lo era, ya no —se separó de él y volviendo a su asiento empezó a vestirse— no quiero alargarlo más de la cuenta —colocó con nerviosismo su pelo—. Si no te llego a parar hubieras terminado sin protección y no me conviene quedarme embarazada de un niñito de ojos verdes cuando en mi familia todos tenemos los ojos marrones.
— Eso no es excusa Trish —se deshizo del condón subiéndose los pantalones—, sabes que nunca me descuido y no serás la primera con la que se me olvide hacerlo —sonó cansino—. Dime que pasa…
— Mañana madrugo —retorció nerviosa sus dedos.
— Mañana es sábado, Trish —volvía a ponerse misteriosa y lo odiaba, pero cedió y preguntó— A ver ¿Qué tienes que hacer para tener que madrugar?
— Mañana me caso —esperó el arranque de furia de su amante.
— ¿¡Cómo!? —Daniel no daba crédito a lo que acababa de oír— ¿¡Que mañana te casas!?
— Sí, cielo. Intenté decírtelo antes… —estaba al borde de las lágrimas— no quería que te enfadaras… yo, yo…
— Pero Trish… vale, calma —resopló intentando controlar su furia. No tuvo éxito— ¿¡Qué coño haces aquí conmigo si te casas mañana!? —Daniel la miraba sorprendido y asqueado— ¿¡En qué estabas pensando!?
— Dios. Daniel no te enfades, yo solo… —las lágrimas resbalaron por sus mejillas— yo no quería… no quiero que sufras.
— ¿Que no quieres qué…? Mira, yo no sufro Trish —dijo secamente ya sin necesidad de guardar las formas con ella— Nunca he sufrido ni sufriré por ti. No te quiero. No estamos enamorados ¿Qué te hace pensar que iba a sufrir?
— Son muchos años juntos —se secó las lágrimas mirándole con dureza—. Siempre lo hemos pasado bien… ¿no te da ni un poco de pena que me case con otro?
— No, joder —la miró con desprecio—. Me da pena el pobre tipo que va a casarse contigo ¡¡y que no sabe que acabas de echar un polvo con otro tío en el arcén de una autopista!! —gritó.
— ¿Entonces por qué me gritas, por qué estás así de enfadado?
— Joder, nena ¿necesitas que te haga un croquis?
Ella guardó silencio, humillada. Se pusieron los cinturones y acelerando a tope volvieron a la carretera. Permanecieron en silencio todo el trayecto que fue más corto de lo normal por la elevada velocidad a la que conducía Daniel. Veinte minutos después la dejaba en la puerta de su casa. Ella se bajó del coche, pero mantuvo la puerta abierta esperando que alguna palabra saliera de los labios de Daniel. Él ni siquiera la miraba, quería perderla de vista para siempre. Derrotada, cerró la puerta y vio como el flamante coche enfilaba velozmente la calle para desaparecer definitivamente de su vida.