Declaración de intenciones
Rachel miraba con asombro como su siempre centrado jefe mantenía la vista fija en los documentos que tenía delante sin verlos en realidad. Carraspeó para sacarle de su ensoñación y él, sabiéndose pillado en pleno despiste, se removió en la silla intentando centrarse en lo que estaba firmando.
— ¿Esto es el alta de Lucy? —su voz no dio muestras de incomodidad.
— Sí, mañana por la mañana está previsto que se marche —sonrió satisfecha—. El informe del terapeuta va adjunto —movió los papeles para mostrárselo—, hemos hecho un buen trabajo con esa chica.
— De acuerdo —suspiró— le echaré un último vistazo antes de firmarlo, si no te importa.
— ¿Por qué iba a importarme? —Rachel se sorprendió por el cambio de actitud tan evidente que estaba sufriendo su jefe— eres el director del centro, es tu trabajo.
— Ya, bueno —volvió a suspirar— ¿Tenemos algo más?
— Un par de cosas —puso otro dossier en sus manos—. Estas son las solicitudes de vacaciones de las internas —le miró expectante—, esperan tu autorización.
— ¿Cuántas las solicitan? —repasó por encima varias solicitudes.
— Creo que siete, si no he contado mal —observó atentamente su reacción— solo se quedan Victoria, Sharon, Luah y… Beth.
— Bien, menos chicas, menos personal necesitaremos —sonrió con tranquilidad— pide que me traigan las solicitudes de vacaciones de los empleados, veremos cuantas puedo conceder —empezó a firmar los consentimientos— ¿Algo más, Rachel? —Levantó la vista al ver que ella no contestaba— ¿Rachel?
— Uhmmm… sí, perdón… —parpadeó varias veces para quitarse la impresión de encima— Veamos, Beth ha solicitado dos veces ser cambiada de compañera de cuarto —aguantó la mirada de su jefe— parece que las diferencias entre Sarah y ella se están volviendo insalvables.
— ¿Debido a qué? —preguntó con curiosidad.
— Según Sandy, al exceso de visitas íntimas que tiene la muchacha —Daniel sonrió divertido y ella le imitó— por lo visto está harta de tener que dormir en la sala de audiovisuales, pero si quieres oír mi opinión…
— No te cortes, Rachel —la miró con curiosidad— dame tu opinión.
— Beth no ha vuelto a recibir ninguna visita íntima desde… aquéllo —acusó la no sorpresa en el rostro de Daniel— supongo que se le estará haciendo muy difícil verlo en sus propias narices y no tener desahogo propio.
— Ya veo —comprendió al instante pero no le dio importancia—, pero tendrá que aguantarse, estamos al completo.
— Lucy se marcha mañana…
— No voy a ponerla con Victoria —negó convencido— eso sería mucho peor a la larga.
— Ponte en su lugar, Daniel— se aventuró en favor de Beth— no hay porqué hacérselo pasar mal sin necesidad —él se quedó pensativo unos instantes.
— Pronto se irán de vacaciones y disfrutará de la soledad de su dormitorio —concluyó—, después ya veremos.
Rachel se dio por satisfecha con la decisión de su jefe y prefirió no insistir, aunque el buen humor del que él hacía gala últimamente, en otras circunstancias la hubiera animado a conseguir algo más de lo obtenido. Cuando terminó de asistirle se marchó, dejándole sumido de nuevo en sus pensamientos.
Una vez que su ayudante hubo abandonado su despacho cerrando la puerta, se recostó en el respaldo de su silla poniendo las manos detrás de su cabeza y se meció de un lado a otro. El verano ya estaba aquí y apenas en unos días el centro adquiriría esa tranquilidad que era completamente inusual el resto del año.
Otra de las muchas peculiaridades que tenía este centro, en contraste con el resto, era que al ser todas mayores de edad y de un nivel social elevado, gozaban de libertad para entrar o salir dependiendo de cada caso concreto. Las vacaciones no eran una excepción y cuando llegaba el mes de agosto normalmente el centro quedaba desierto.
Pensó con fastidio que este año tampoco podría cogerse las vacaciones que tanta falta le hacían, pero curiosamente cayó en la cuenta de que no le importaba demasiado. Tendría con qué pasar el tiempo, o expresándolo mejor, tenía con quien hacerlo.
Beth no había solicitado salir, y aunque lo hubiera pedido él no se lo habría concedido, aún no. Aprovecharía para intensificar las clases de natación, en lo que pensaba que sería un buen empujón en su aprendizaje y al tener más tiempo disponible avanzaría más rápido en su terapia con ella.
No iba a privarla de su merecido descanso, tenía que reconocer que en las últimas semanas se había mostrado más colaboradora que nunca y a pesar de las batallas dialécticas que mantenían, notaba poco a poco la evolución de la chica, sustituyendo la conocida rebeldía por un estado de extraña calma, que achacaba a… ¿sus buenas técnicas?
Quiso pensar que sí, que era debido a sus novedosas técnicas, pero en el fondo sabía que era por otro tipo de razones, en las que la atracción y el juego estaban a la orden del día. No le pasaba desapercibido el modo en que, a veces, ella le miraba. Ni como contenía la respiración si se le acercaba demasiado, ni como la piel se le erizaba si rozaba determinadas partes de su cuerpo, como el cuello o las muñecas.
La pregunta que con más insistencia acudía a su mente era, ¿por qué él se sentía bien viéndola reaccionar de esa manera a su contacto? La respuesta también llegaba, pero era desechada una y otra vez como algo absurdo y completamente improbable.
… . …
Varias horas más tarde…
Sarah volvía a tener compañía. Intentó descansar algo en la sala de audiovisuales, pero últimamente le costaba dormir con normalidad. Pensó que salir a fumar al fresco aire nocturno la aliviaría. Encendió su cigarrillo y se sentó en el lugar acostumbrado, bajo el árbol.
Todas las chicas, en uno u otro momento a lo largo de las semanas que siguieron a su primer baño con Daniel, hacían comentarios sobre las visitas íntimas que recibían y eso empezó a minar el autocontrol de Beth. Ella no había vuelto a recibir ninguna.
— ¿Tú tampoco puedes dormir? —Victoria tomó asiento a su lado.
— Sarah tiene visita —respondió huraña sin sorprenderse de su aparición—, la tercera esta semana.
— Oh, vaya…—la miró divertida— entiendo. Cambia tu compañía por un poco de sexo.
— ¿Un poco? Si fuera un poco no me molestaría tanto. Pero es que no puedo entrar ni a por una camiseta sin encontrarme una escenita y da igual el momento del día, siempre les pillo enzarzados.
— Dile a Sandy que te cambie con otra compañera que sea menos activa que ella.
— Ya lo he solicitado dos veces —apagó el cigarro y encendió otro—, pero ninguna quiere ceder su cuarto.
— A Lucy le dan de alta mañana —era la compañera de cuarto de Victoria—, pídele que te ponga conmigo.
— No creo que eso solucione mi problema…
— ¿Cuál es tu problema entonces?
— Necesito sexo —Victoria enarcó las cejas—. Necesito sexo con urgencia.
— ¿Del uno al diez? —preguntó refiriéndose al grado de urgencia.
— Once —respondió automáticamente— o doce… ya ni me acuerdo.
— Joder.
— Exacto —expulsó el humo lentamente— y él está volviéndome loca.
— Daniel —no era una pregunta— ¿Qué tal las sesiones con él?
— Van bien. Las sesiones en su consulta son muy… extrañas. Sigue martirizándome con conversaciones que no tienen ni pies ni cabeza, pero dice que son buenas para mi equilibrio emocional.
— ¿Y en la piscina?
— Dios, sigue empeñado en enseñarme a nadar. Pero lo único que saco de esas sesiones son unos calentones que me duran días. Me pone como las motos solo verle en bañador, y si no hago algo pronto será inevitable que tenga un orgasmo la próxima vez que me ponga una mano encima.
Beth había elevado el grado de confianza que tenía con Victoria, debido a la multitud de ocasiones en las que se encontraban fumando debajo de aquel mismo árbol. Poco a poco fueron contándose sus respectivas experiencias y cada una encontró en la otra la confidente con la que desahogarse en momentos de necesidad.
— Deberías decírselo, Beth.
— Ni de coña —negó repetidas veces—, si lo hago dejará de tratarme y eso sí que no podría soportarlo. Prefiero aguantar.
— ¿Aguantar hasta cuándo? —no había reproche en su voz— ¿Hasta que te enamores de él?
— No voy a… —suspiró completamente frustrada— Solo es deseo. Necesito sentir sus manos, me gusta que me toque. Necesito que me toque. Últimamente hasta sueño con él… y no precisamente de manera inocente.
— Supongo que sabes que él no siente nada por ti.
— Cuando me mira sé que no lo hace como al resto, sé que hay algo. Sé que le atraigo de alguna manera, pero es tan jodidamente profesional que jamás lo reconocerá.
— Piensas y sientes esas cosas porque hace mucho que no estás con un hombre. Ten un orgasmo y verás cómo desaparecen esas fantasías.
— Ni que fuera tan fácil —sonrió sin ganas— ¿Tienes el teléfono de algún telesexo a domicilio?
— Mastúrbate —propuso como si tal cosa—, estamos en el siglo XXI cielo, no serías la primera.
— Eso no me sirve —Victoria la miró perpleja—, ya lo he probado y solo consigo aumentar la ansiedad.
— Pues si no quieres decírselo y te niegas a cambiar de terapeuta… —la maliciosa sonrisa de la pelirroja no le pasó desapercibida— sólo te queda un camino a seguir.
— ¿Y qué camino es ese, si puede saberse? —conociendo a Victoria sabía por dónde iban a ir los tiros.
— Hazle tú volverse loco a él —Beth estalló en carcajadas—. ¿De qué te ríes?
— ¡Jajajajajajaa! Vamos, Victoria —casi se le saltaban las lágrimas—. Estamos hablando de Daniel “soyunprofesional” Smith, sabes que eso es imposible.
— Es un hombre, Beth. Y será todo lo profesional que él quiera, pero lo que tiene entre las piernas piensa con autonomía —la miró con intensidad sabiendo que había captado su atención—. Sé de lo que hablo.
— Te escucho.
— Si de verdad crees que él te mira con otros ojos bastará un poco de implicación por tu parte.
— ¿Qué tipo de implicación?
— Es fácil… No esperes que sea él quien acorte las distancias, porque no lo hará. Insinúate, provócale. Hazle mirar donde tú quieras que mire. No temas mirarle con deseo, haz que sea él quien aparte la mirada. No dejes que te toque cuando quiera hacerlo, que sepa que no puede tocarte a menos que tú se lo permitas. Si se acerca aléjate, si se aleja acércate tú. Hazle desearte, dale en qué pensar cuando no esté contigo.
— Joder —Beth la escuchaba completamente alucinada— ¿Y cómo demonios voy a hacer todo eso sin morir ahogada en mis propias babas?
— Yo puedo enseñarte algunas cosas —no había arrogancia en su propuesta—, pero el arte de la seducción es un arma de doble filo, Beth. Tienes que tener muy claro cuáles son tus intenciones para no quedar atrapada en tu propio juego.
— Quiero tirármelo —la rotundidad de las palabras dejó impactada a Victoria— ¿He sido suficientemente clara con respecto a mis intenciones?
— Muy clara —sonrió con satisfacción.
— Pues enséñame.