Compañera

 

 

 

Cuando salieron del despacho de Daniel, Sandy se encaminó de nuevo con Beth a la recepción, donde habían dejado sus nuevas pertenencias y que era el centro exacto del recinto. No quiso hacerle ninguna observación sobre el discurso de clausura que había soltado y con el que había terminado su reunión con Daniel. Todo a su tiempo.

Beth se sentó en el sofá que había en un lado mientras Sandy hablaba con la enfermera que en ese momento estaba en el control y le hizo partícipe de los cambios que Daniel había efectuado en los dormitorios. Rápidamente la mujer llamó por teléfono urgiendo al que estaba al otro lado de la línea a que se diera prisa en organizar el traslado.

— Espera aquí Beth, tengo que ir a hacer unas cosas, pero vuelvo en un rato. Ya están preparando tu dormitorio.

Silencio.

Sandy se encogió de hombros y le volvió la espalda. Terminó de azuzar a la enfermera metiéndole prisa y se marchó a paso rápido, pronto la perdió de vista. Beth se reacomodó en el asiento.

Casi dos horas después y cansada de estar sentada preguntó a la enfermera por los servicios y se encaminó hacia donde ella le había indicado. Una vez dentro y después de aliviar sus necesidades, se refrescó la cara con un poco de agua. Se moría por un cigarrillo.

Volvió al sofá y se dejó caer. No supo en qué momento se quedó dormida ni el tiempo que había pasado así, cuando la voz de Sandy hablando animadamente con la enfermera la sacó del duermevela.

— ¿Ya?

— Hace rato, pero estabas tan dormida que no he querido molestarte antes.

— Genial, mi espalda te lo agradece mucho —tenía mal despertar de las siestas— gracias.

— Es tarde —obvió el tono de ese agradecimiento—  ¿Quieres ir a comer algo antes de instalarte?

— No, joder. Quiero mi cuarto y que me dejéis tranquila de una puta vez.

— Vale, vale… —intercambió una significativa mirada con la enfermera que miraba con desprecio a Beth—. Vaya humos que te gastas nena, pero déjame decirte un secretillo… así entre nosotras —Beth aguzó el oído ante el tono de confidencia de Sandy— Nosotras no somos tu mayor problema, ni somos el enemigo, ni las forasteras. Lo eres tú, así que cuida tu lengua conmigo.

— ¿Por qué no te pierdes y me olvidas?

— Por mi estupendo, Beth. No te voy a acompañar si no lo deseas, pero mi buena fe no me permite hacerlo sin darte unas indicaciones básicas para que puedas moverte por aquí. Ésto es “La Rotonda” —abarcó la entrada y el elevado mostrador circular que hacía las veces de recepción y control de enfermeras—. Imagínate un aspa, pues la rotonda es justo el centro. En el ala “A” que tienes justo delante de ti están vuestros dormitorios en la planta de arriba, y en la de abajo están los comedores y las cocinas. En el ala “B” que es el que queda a tu derecha tenemos las consultas y los talleres en la planta superior, y en la inferior están las aulas, el gimnasio y los dormitorios de aislamiento. En el ala “C” a tu espalda, está el dispensario y la farmacia abajo, y el archivo central en la planta de arriba. Y finalmente el ala “D” que tienes a mano izquierda y donde hemos visto a Daniel esta mañana. Es la zona del personal, y está completamente restringida para las internas. Solo podéis entrar en compañía de alguien del personal y bajo expresa autorización de Daniel. Arriba están nuestros estudios o dormitorios y abajo, como ya sabes, los despachos de dirección, gestión y administración.

— ¿No tenéis por ahí un plano explicativo? —preguntó con ironía— Ah no, que ya te tienen a ti…

— Ja… ja… y ja… —respondió Sandy con el mismo tono— me parto el pecho con tu gran sentido del humor, tía ¿no tienes algún otro chiste que no haya oído antes?

— No, ese era el último.

— Pues que mala suerte hija, ahora que empezaba a divertirme de verdad  —le entregó secamente todas sus cosas. Beth intentó mantener toda la carga en sus brazos—. En fin, tu habitación es la doscientos cinco. Que te vaya bien, Beth.

No esperó reacción alguna por su parte, la dejó allí cargada hasta los topes y sin apenas pestañear se dio la vuelta y se encaminó muy resuelta hacia el ala B. Beth la siguió con la mirada hasta que desapareció de su vista y reacomodó como pudo la carga en sus brazos.

Llegó hasta el ascensor y le dio al llamador. Las puertas se abrieron al instante y entró haciendo malabarismos para que no se le cayera nada, pero cuando pulsó el botón de la primera planta la ley de la gravedad actuó sobre su carga, desparramándola toda a sus pies.

Mientras el ascensor subía intentó organizar el desastre pero cada vez que conseguía recuperar una de las cosas, se le caían dos. Las puertas se abrieron y como pudo la bloqueó con un pie evitando que se volvieran a cerrar. Empujó con el otro pie lo que quedaba en el suelo para sacarlo del ascensor, una vez que todo estuvo fuera dejó que las puertas se cerraran.

No es que fuera el no va más de la torpeza, pero tampoco destacó por su habilidad para hacer bien determinadas cosas. Y eso, unido a la falta total de interés, hacía de ella un completo desastre. Dejó caer allí mismo lo que llevaba en los brazos y decidió localizar lo primero cuál de aquellas puertas era la doscientos cinco.

Amplio pasillo con tres puertas a la derecha, tres a la izquierda y una justo de frente. Un total de siete habitaciones dobles, por lo que no le costó calcular cuantas inquilinas tenía el centro. La suya era la tercera puerta del lado izquierdo. Mientras regresaba para recoger sus cosas del suelo pensó que catorce chicas, en una ocupación del cien por cien, no eran muchas y eso tenía sus ventajas y sus inconvenientes.

Una ventaja en comparación con un centro más grande era que al haber menos chicas tendría menos problemas, pues era un auténtico imán para los líos. Siempre se acababa juntando con la más macarra y terminaban a ostias con otras cuantas. Una desventaja es que estaría mucho más controlada, no era lo mismo un vigilante para catorce que para cincuenta. Pensó que tendría que andarse con ojo en sus escapadas nocturnas…

Después de dos paseos de ir y venir a por sus cosas por fin consiguió cerrar la puerta y dejarse caer sobre la cama. La habitación era demasiado amplia comparada con los otros antros en los que había estado. Su parte constaba de una cama que superaba el tamaño individual, un gran armario de dos puertas, una mesilla con lamparita de lectura y cajones, un aparador o cómoda con un bonito espejo para sus cosas de tocador y una mesa de estudio a juego con dos estanterías que ahora estaban vacías. Parecía una vacía habitación de hotel. De un buen hotel, eso sí.

Y eso solo era su parte, al otro lado del cuarto y como reflejado en un espejo, había otro conjunto de muebles idénticos a los suyos, pero con la diferencia de que allí ya vivía alguien. La mesa de estudio estaba abarrotada de papeles, las estanterías llenas de libros, el armario repleto de ropa y la cama decorada con varios cojines y peluches. Limpio y ordenado.

No se molestó en colocar sus cosas, tiradas todas en un lado de la amplia cama. Tenía hambre, pero no iba a moverse de esa cama en un buen rato, no sabía qué hora era pero el sol que entraba por la ventana indicaba que estaba empezando otra calurosa tarde. Se adormeció rezando porque su compañera de habitación no fuera una friki insoportable.

Varias horas después se despertó por las ruidosas conversaciones que estaban teniendo lugar en el pasillo. Se incorporó de la almohada para ver que su compañera de cuarto estaba metiendo varios libros en una mochila. Bostezó mientras pensaba que tenía que conseguir un cigarro como fuera.

— ¿Qué es todo ese escándalo? —miró a la extraña que le devolvía la mirada sin interés.

— Son casi las seis —observó de arriba abajo las pintas de Beth— es hora de sesión con el terapeuta.

— ¿Y tú eres… Luah? —parecía una chica bastante sencilla. Se preguntó por qué estaría allí.

— No, me llamo Sarah —la chica frunció el ceño—  ¿Acaso conoces a Luah?

— No, que va. Smith y Sandy discutían si ponerme contigo o con ella… supongo que perdiste tú.

— No he perdido tanto —sonrió enigmática mientras cerraba su mochila— Sharon me tenía ya hasta las narices. ¿No vas a ir a tu sesión?

— ¿Debería? —se tiró sobre la cama.

— Hombre, es tu primer día. A Daniel no le gustan las faltas de asistencia, de hecho, no las soporta. Igual que la impuntualidad, ya te aviso.

— ¿Cómo coño sabéis qué hora es? No he visto un puto reloj en todo el centro.

— Supongo que ya tenemos el cuerpo acostumbrado y muchas no lo necesitamos —se encaminó a la puerta— muévete si no quieres que te echen a los perros.

— ¿Puedo acompañarte? —Beth se levantó metiendo las manos en sus bolsillos— aún no conozco muy bien las instalaciones…

— ¿Sandy no te ha hecho el tour?

— Lo intentó pero la mandé a paseo —le guiñó un ojo esperando encontrar una sonrisa cómplice en la chica, pero solo la miró con reprobación.

— No deberías haberlo hecho. Sandy es la única de todo el personal que “sabe” como son las cosas de este lado. Te aconsejo que le des una oportunidad —abrió la puerta—. Vamos, se hace tarde.

Salieron al pasillo y enfilaron hacia las escaleras, se cruzaron con varias chicas que hablaban entre ellas e intercambiaban miradas y cuchicheos cada vez que una de las nuevas pasaba por su lado. Por el camino Sarah le contó a Beth que actualmente y ya contando con las tres nuevas incorporaciones, estaban al completo.

— Pero hay siete habitaciones, en teoría cabríamos catorce, ¿no?

— La habitación doscientos cuatro no se usa. Lleva años cerrada. Sabemos por Sandy que Daniel jamás ocupa esa habitación y eso que tiene una amplia lista de solicitudes esperando para poder entrar, pero él se niega, no sé por qué.

—  ¿Cuántos terapeutas hay?

— Cuatro con el nuevo, Kellan. Que está como un queso y al que, por cierto, no quiero hacer esperar —se paró al lado de la rotonda—. Yo voy al “B” así que nos separamos aquí.

— ¿Dónde debería ir yo? —preguntó maldiciéndose por no haber aceptado la visita turística de Sandy.

— El despacho de Daniel está por allí —señaló el pasillo que tenía una gran “D” pintada en las puertas de cristal—, pero no podrás entrar sola. Si no te acompaña Sandy díselo a la enfermera del control y reza para que pueda acompañarte ella —empezó a andar hacia su pasillo—. Si Daniel tiene que salir a por ti… mal asunto.

— ¡Gracias por tu ayuda, Sarah! —elevó la voz para que la chica le escuchara.

— ¡¡De nada, compañera!!

Beth se acercó al mostrador, la enfermera atendía al teléfono en ese momento y con un gesto de la mano le hizo esperar a que terminara. Mientras lo hacía intentó encontrar con la mirada algún reloj entre los muchos cachivaches que ocupaban el espacio de trabajo. No encontró ni uno ni medio. Bufó contrariada y esperó.

— ¿Puedo ayudarte? —preguntó la enfermera cuando colgó. Era la misma que había organizado su ingreso unas horas antes.

— Si, emmm… tengo sesión con el doctor Smith y… no sé dónde anda Sandy y…

— Ya, entiendo —descolgó el teléfono y hábilmente marcó un número—  ¿Tu nombre?

—Beth Dawson, pero no hace falta que le llames… si tú pudieras acompañarme…

— Buenas tardes doctor, disculpe que le moleste —sonrió maliciosamente. Beth la miró con odio— Beth Dawson dice que tiene sesión con usted… sí, está sola… si quiere yo… de acuerdo.

Colgó el teléfono y la ignoró volviendo a sus papeles. Beth la miraba con los ojos como platos, esperando que le dijera algo.

— ¿Y bien? —intentó controlar la furia de su voz.

— Sale él a buscarte —su falsa sonrisa apareció.

— Muchas gracias, pedazo de zorra —Beth le devolvió la sonrisa.

Le dio la espalda y fue a sentarse al sofá sin hacer caso de la cara de pasmo que había en el rostro de la maliciosa enfermera.

Flor de agua
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