Primeras impresiones

 

 

 

Dejaron sus cosas momentáneamente en la rotonda y enfilaron los pasillos en dirección a la zona de administración. Cuando Sandy llamó a la puerta del despacho sabía que los infiernos iban a desatarse irremediablemente. Llegaban 10 minutos tarde y Daniel podía tener muchas excentricidades y manías, maleables en mayor o menor grado, pero la que conseguía sacarle de sus casillas era la impuntualidad.

— Adelante —autorizó Daniel muy tranquilo.

— Con permiso —Sandy tiró del brazo de la chica arrastrándola con ella—. Me ha dicho la rot… Rachel, que viniéramos a verte.

— Sandy…

— Sé lo que me vas a decir —levantó la mano para evitar que su jefe le soltara los perros— llegamos tarde y te aseguro que es todo culpa mía, ya sabes que cuando me lío a hablar no paro y luego en el dispensario nos han hecho esperar y…

— Sandy…

— Lo sé, lo sé. Soy una irresponsable, pero es que se me ha ido el santo al cielo y hemos tenido que esperar al ascensor… y luego también este interminable pasillo hasta la zona de los despachos.

— ¡¡Sandy!!

— Podrías poner en él una línea de Bus para ti solito y de paso para las que tenemos que venir a verte hasta aquí…

— ¡¡SAAAANDYYY!! —bramó Daniel más impresionado que molesto—  ¿¿¡¡Puedes callarte, por favor!!??

— Sí, si —miró de reojo a la muchacha— Ya me callo hijo, qué carácter...

— Gracias.

— De nada.

— Sandy…  —la reprendió molesto—  ¿Has visto la hora que es?

— Sí, y lo siento de verdad pero…

— Silencio —cortó él—  ¿Puedes volver a mirar tu reloj, por favor?

— Claro —alzó la muñeca—, ¡¡Uupppssss…!!

— Exacto, son las nueve y cuarto y si no recuerdo mal hasta las diez no teníais que venir —miró de soslayo a la otra chica— volved luego.

— Oh, vamos jefe —se quejó Sandy— ¿Me vas a hacer volver a recorrer ese pasillo dos veces más?

— Estoy ocupado ahora, volved más tarde.

— Daniel… —Sandy intentó camelárselo.

— No, volved a las diez.

— Dany…—su sonrisa salió sibilina— andaaaa…

— No.

— Dan… —parpadeó inocentemente— porfi, porfi, porfi…

— Como sigas acortándome el nombre tendré que buscarme otro.

— Vas a hacer que esta chica piense que eres un huraño cascarrabias —dijo con fingida preocupación—, menuda primera impresión que se va a llevar de ti.

— Dios, me exasperas —resopló revolviéndose el pelo—. Está bien, está bien. Podéis quedaros.

Mientras se acomodaban en las sillas frente al escritorio Sandy sonrió satisfecha, era de las pocas personas de toda la plantilla del centro que podía presumir de tener mano con Daniel. Ni siquiera su mismísima ayudante personal, Rachel, lograba la mitad de las cosas que podía conseguir Sandy cuando se lo proponía. Y es que ella solita se había ganado a pulso ese privilegio.

— ¿Qué tal estás Elisabeth? —abrió el expediente que aún continuaba encima de su mesa. Ella tenía la mirada perdida en la ventana—  ¿Has pasado buena noche?

Silencio.

Daniel aprovechó la falta de respuesta de la chica para observarla más detenidamente de lo que lo había hecho la noche pasada. Estaba en exceso pálida, demasiado delgada, las ojeras eran casi dos morados bajo sus ojos. Su pelo era un verdadero desastre y la manera de estar tirada en la silla, porque no se podía decir que estuviera sentada, era como poco inadecuada.

— ¿Te llamas Elisabeth? —Sandy la miraba con asombro—. No conozco a nadie que se llame así… es un poco nombre de culebrón, ¿no?

— Sandy, por favor. No interrumpas.

— Lo siento.

— Sigues sin querer hablar, por lo que veo —lanzó un medio suspiro—, pero vas a tener que cambiar esa actitud, Elisabeth. Por la cuenta que te trae…

El tono con el que lo dijo hizo que por fin ella le prestase la atención suficiente como para mirarle con ojos desafiantes. Clavó sus pupilas en las del doctor a la vez que torcía la boca en una sonrisa de suficiencia, ya había estado en otros centros como ese y el resultado siempre fue el mismo. Terminaban invitándola amablemente a que se marchara. Y este caso no iba a ser una excepción.

— Si piensas que ésto es un centro como otro cualquiera de los muchos que has conocido, estás equivocada —Daniel la taladró con la mirada. A él nadie le desafiaba—. Ni es un reformatorio, ni un psiquiátrico ni nada que se le parezca. Aquí educamos.

— ¡Ja! —no quería hacerlo, pero no pudo evitarlo. Todos los directores estiradillos de esos centros decían lo mismo.

— La insolencia va a durarte muy poco —su fría sonrisa y la seguridad con la que habló hicieron que ella se inquietase—. No eres la primera que se sienta en esa silla, las he tenido peores que tú y créeme cuando te digo que todas terminan “aprendiendo”. Todas.

Silencio.

Se calibraron con la mirada un interminable minuto. Sandy pasaba su mirada de ella a él y permanecía callada sabiendo que Daniel tenía razón. Elisabeth no tardaría mucho en comprobar en sus propias carnes de lo que era capaz el doctor Smith. Ella misma fue una de las más problemáticas y aún se le ponían los pelos de punta recordando las “terapias” a las que la había sometido.

— Sandy —Daniel la sacó bruscamente de sus pensamientos—, dime que dormitorios están libres.

— Ah, pues… veamos —hizo memoria—, la doscientos seis está vacía. A la compañera de Luah le has dado de alta hoy así que está sola y según creo hay dos ingresos más aparte de Elisabeth…

— Bien. Vas a hacer lo siguiente, dile a Sharon que se instale en la doscientos seis y uno de los ingresos irá con ella. Elisabeth compartirá cuarto con Sarah y a la otra niña la pones con Luah. 

— De acuerdo —dijo Sandy un poco sorprendida—, pero ¿no preferirías poner a Elisabeth con Luah?

— ¿Y por qué iba a preferir eso?

— Bueno, creo que se llevará mejor con ella…

— ¿Con Luah? —se quedó pensativo mientras le echaba una mirada a la muchacha, captando inmediatamente el bufido que soltó al oír pronunciar su nombre completo por enésima vez— ¿Por qué?

— Creo que son muy parecidas…

— ¿Elisabeth y Luah? —Daniel la miró escéptico, pero dio el énfasis necesario su segundo nombre totalmente adrede—. Y piensas eso porque…

— No sé, Elisabeth me recuerda a Luah en sus primeros días.

— Pero Sarah tiene más aguante, Elisabeth estará mejor con ella.

Luah, Sarah, Elisabeth, Sarah, Elisabeth, Luah… ambos se enzarzaron en una interminable diatriba por la distribución de los dormitorios y cada vez que escuchaba pronunciar su nombre completo su malestar iba en aumento. No le gustaba que la llamaran Elisabeth, igual que no le gustaba que hablaran de ella como si no estuviera delante. Empezó a dar pequeños golpecitos con el pie en el suelo que delataban el incipiente enfado que se estaba fraguando en su interior.

— ¿Y qué me dices de Victoria? —Sandy había apoyado los codos cansinamente en la mesa.

— ¿Elisabeth y Victoria juntas? —las carcajadas no se hicieron esperar—. No, no… gracias. Prefiero que Elisabeth…

— Me llamo Beth —la voz apenas salió en un susurro.

Ambos dejaron de hablar en el preciso momento que escucharon las palabras y dirigieron su asombrada mirada a la propietaria de esa dulce aunque dura voz. Ninguno esperaba oír nada debido al mutismo en el que ella se había sumido voluntariamente, por lo que permanecieron en silencio esperando que dijera algo más. Beth se limitó a mirar el suelo a sus pies.

— ¡¡Oh, my Good!! —Sandy se llevó las manos al pecho de manera teatral— ha hablado…

— Sandy… —Daniel intentó reprender veladamente a su pesadilla personal—, no empieces…

— ¡¡Es un milagro!! —apartó la silla de la mesa para dejarse caer de rodillas ante ella— ¡¡Nuestra niña por fin habla!! —levantó las manos al cielo—  ¡¡Gracias dios mío!!

— Sandy, vale ya… —intentó mantener la compostura cuando vio verdaderas lágrimas que salían de los ojos de la teatral mujer.

— Oh, Daniel Anthony, mi amol… —adoptó el fácil tono de actriz de telenovela—  no me digas que no estás emosionado… ¡¡Nuestra Beth ya platica!!

— Dios, que castigo tengo contigo —Daniel bufó sin ocultar la risa que le produjo la pantomima de su ayudante— ¡¡Estás llorando de verdad!! ¿Cómo puedes ser tan teatrera? Te quejas de mí, pero menuda primera impresión que se va a llevar Beth de ti.

— Jajajajajajaja —Sandy se incorporó volviendo a ocupar su silla mientras se secaba las lágrimas con la manga de la chaqueta—. Madre mía, es que me lo ponéis a huevo…

Estaba perdiendo la poca paciencia que tenía. Sabía perfectamente cómo sacar de sus casillas a la gente y si estaban empeñados en tocarla la moral ella no dudaría en devolverles la jugada. No sabían lo tocapelotas que podía llegar a ser.

— Vamos a tener que hablar muy seriamente de tu salud mental Sandy —Daniel intentó volver a recuperar la seriedad—, estas escenitas no son muy apropiadas que digamos.

— ¿Ah, no? Pues no serán apropiadas pero por lo menos yo he conseguido que Elisabeth se ría —le indicó con un gesto de cabeza la sonrisa que había en los labios de la muchacha—, cosa que dado tu asombroso derroche de simpatía natural, no hubieras conseguido en meses ¿¡Qué digo meses!? ¡Años!

— No la llames Elisabeth —la sonrisa de la chica desapareció cuando sus miradas se cruzaron— no le gusta, prefiere que la llamen solo Beth ¿no es así?

Asintió en silencio manteniéndole la mirada. No le pasó desapercibido que él si había escuchado perfectamente lo que ella había dicho y no había tardado nada en empezar a llamarla como ella había pedido. Pero lejos de complacerla este hecho la enfadó más, no iba a dejarse engatusar tan fácilmente. Ni eran sus amigos ni les debía nada, por lo tanto, que no pensaran que ya se la habían ganado. Ni la dulce y simpática Sandy ni el duro y estirado doctor, tenían nada que hacer contra ella. Nunca se dejaba llevar por primeras impresiones y no iba a empezar a hacerlo ahora.

— Vale, entonces Beth —Sandy lanzó un suspiro.

— Ahora si no os importa tengo cosas que hacer —revolvió entre sus papeles—. Ayúdale a instalarse en el dormitorio y hazle de guía por el centro. Que se apunte a algún taller y a las seis de la tarde la quiero aquí lista para nuestra primera sesión.

— No hay problema, aquí estará.

Otra vez hablaban de ella como si no estuviera. Se dejó arrastrar por Sandy hacia la salida del despacho pero antes de salir se deshizo de la mano que la agarraba y se giró para encarar de nuevo al doctor. Iba a darles de primera mano una “primera impresión” con la que comerse el coco.

— No sé qué clase de profesional será usted, doctor Daniel Smith —entrecomilló con los dedos el título de doctor—, pero debería saber que es de mala educación hablar en tercera persona de alguien que tiene delante de sus narices y que está escuchándole. No necesito que me ayuden a instalarme, ni que me sirvan de guía ni que me acompañen a clase como si fuera una niña pequeña.

Ambos la miraban sin moverse, Sandy muy sorprendida, Daniel completamente concentrado en sus palabras.

— Le aseguro que podría hacerle cosas que le harían ruborizarse hasta lo indecente, así que no me trate como si fuera una niña, porque no lo soy. Me llamo Beth. Ni Elisabeth, ni Lisa y, ni Ely… así que si pretenden que les conteste yo recordaría este dato. Tengo un Máster en joder a la gente y aunque aún no sé cuánto tiempo tengo que pasar aquí, permítanme que les haga una sugerencia: Déjenme tranquila y yo les dejaré tranquilos.

Flor de agua
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