Por fin
Estaba tan a gusto expuesta a la suave brisa nocturna que decidió encenderse otro cigarrillo antes de ir a dormir y terminar definitivamente otro aburrido e infructuoso día.
Retuvo el humo en sus pulmones cuando sintió que sus piernas se aflojaban. Daniel estaba saliendo por la puerta y descendía los escalones en su dirección. Afortunadamente estaba sentada y no temía caerse redonda de puro pasmo. Soltó el humo lentamente cuando él llegaba a su altura.
— ¿Te importa si te hago compañía? —señaló con la cabeza el trozo de césped a su lado.
— No me importa —invitó con la mano—, siéntate —catalogó con rapidez su aspecto. Guapísimo, como siempre—. Bonito pijama…
— Gracias —se dejó caer a su lado—, no es tan alegre como los tuyos, pero hace su labor.
Dio una calada al cigarro no sabiendo muy bien qué decir ni qué esperar de su inesperada aparición. Parecía estar tranquilo y relajado, aunque el leve fruncido de su ceño le hizo pensar que el encuentro no había sido para nada fortuito. Prefirió mantenerse en silencio y esperar a que él sacara el tema que estaba segura de que le había llevado hasta allí.
— ¿Qué tal ha ido el día? —Tenía los ojos fijos en las hebras de césped que sus dedos recorrían— ¿Has hecho algo interesante hoy?
— Poca cosa, las diversiones escasean más que nunca —tiró compulsivamente la ceniza a un lado— He estado un rato en la climatizada, practicando.
— Eso está bien —asintió sin mirarla—, vas mejorando muy rápido.
— Esperaba verte allí —intentó sonar lo más natural posible—, pero como no llegabas me cansé y lo dejé —camufló la verdad con un tono bromista—. Cualquier día me ahogaré y no estarás allí para salvarme.
Daniel ladeó la cabeza para mirarla. Ver la seria expresión de su cara hizo que a Beth se le borrara automáticamente la sonrisa. Beth volvió la cara a un lado dando otra calada al cigarro no queriendo prolongar el contacto visual y revelar lo que la estaba consumiendo.
— Si sigues evolucionando tan bien, dentro de poco estarás fuera de aquí —soltó un leve suspiro—. Estarás deseando perderme de vista, supongo.
— No estoy evolucionando tanto… —dijo a modo de protesta, no quería ni pensar en irse en este momento—, aún no has conseguido reformarme del todo doctor Smith. No voy a ponerte las cosas tan fáciles.
— Eso no lo pongo en duda —clavó sus ojos en ella—, no me las estás poniendo nada fáciles.
— ¿Eso es una queja? —preguntó con malicia.
— Es un hecho —sonó tajante.
— Tú tampoco haces que sea un camino de rosas, así que…
— Beth, tenemos que hablar —tragó en seco.
— ¿No lo estamos haciendo ya?
— De lo que pasó en la sala de audiovisuales.
— Ah, ya. Comprendo —suspiró, tenía muy claro lo que venía a continuación—. Habla entonces, di lo que tengas que decir.
— Llegamos a un acuerdo, dijiste que me lo harías saber si tus sentimientos hacia mí cambiaban.
— Lo recuerdo —le miró directamente esperando la pregunta.
— ¿Lo han hecho? —esperó con avidez la respuesta.
— Podría preguntarte lo mismo… —intentó demorar la respuesta.
— Contesta Beth.
— Mis sentimientos hacia ti no han cambiado —lo que no era técnicamente una mentira, sólo habían aumentado su tamaño—. Sigo pensando que eres un cerdo engreído y odioso… pero…
— ¿Pero? —frunció el ceño.
— No fue solo cosa mía, Daniel —intentó normalizar la expresión—. Algo pasó en esa sala, algo que lo ha cambiado todo —él rehuyó su mirada—. Niégalo si quieres, pero ignorarlo no va a servirnos de nada.
— No estoy… mierda —cerró los ojos apretándolos un instante—. No estoy negándolo, sé lo que pasó. Pero eso no significa que sea profesionalmente tolerable.
— ¿Tolerable? —Beth parpadeó varias veces— ¿Se puede saber de qué demonios estamos hablando? —Daniel la miró perplejo— Habla claro, maldita sea.
— Joder, de acuerdo —lanzó una sonora respiración—. No puede haber nada entre nosotros.
— Define nada —ironizó— ¿Te refieres a nada de nada? Ni amistad, ni complicidad, ni confianza, ni respeto…
— Beth…
— Ni buen rollo, ni sinceridad, ni gratitud…
— Beth…
— Ni Beth ni hostias —bramó molesta—. No me digas lo que puede tolerarse o no según tu criterio “profesional”, Daniel. Eso no me sirve —tiró el cigarro con hastío—, en este momento eso no me sirve para nada.
— Escucha… —se giró para enfrentarla— te estás… nos estamos equivocando si pensamos que esto puede llevarnos a algún lado.
— Qué pasó en la sala de audiovisuales —contraatacó clavándole los ojos sin piedad.
— Beth, no —no había sido tan buena idea hablar en este momento con ella. Esa mirada le desarmó por completo—. No es buen momento para…
— Es el momento, Daniel —vio la duda en sus ojos y decidió tirarse al vacío una vez más—. Es el momento. Dime que no te atraigo, dime que no sentí lo que sentí en esa sala y dejaré de insistir.
— No puede ser… —se levantó bruscamente intentando alejarse, pero ella le retuvo agarrándole de la muñeca—. No volverá a pasar.
— Va a volver a pasar y ¿sabes por qué? —le enfrentó evitando su huida y buscando sus ojos— porque me deseas, lo veo en tus ojos…
— Beth… —joder, estaba flaqueando de nuevo—. No me hagas esto. No puedo.
— Me deseas y no quieres sentir atracción por mí porque eres mi terapeuta, pero la sientes —no dejó que se soltara de su agarre. Se acercó un poco más a su cuerpo—. Y yo siento la misma atracción por ti, ya lo sabes. Fui una estúpida al pararte esa noche y me arrepiento de haberlo hecho —entrecerró los ojos para decir lo siguiente—. Te deseo.
— Joder, Beth… —había ido para dejar las cosas claras y se estaba perdiendo él sólo—. No puede ser… yo no… no…
— Shhhh, lo sé —susurró acercándose más. Pasó una mano por la pechera de su camiseta—. No hace falta que digas nada, no hables si no quieres —obligó a su mano a rodearle la cintura y se pegó a su pecho. Levantó su cabeza para llegar a su oído—, pero no lo evites, porque yo no voy a hacerlo…
— No… —intentó no perderse cuando notó sus manos descender desde sus omóplatos hasta la parte baja de su espalda—, no puedo Beth… no es lo correcto.
— Bésame Daniel… —acarició su lóbulo con los labios.
— No… —un escalofrió le recorrió entero minando su resistencia. Tuvo que cerrar los ojos.
— Entonces, si no me besas tú… —acarició su mejilla con la nariz dejándose embaucar por su aroma— tendré que besarte yo.
— Joder, n…
No le dio tiempo a pensar en nada. Cuando notó sus labios buscar su boca con tanta confianza tuvo que contener el impulso de alejarla de él y salir corriendo, en igual medida que el de tirarla sobre el mullido césped y poseerla allí mismo. Cuando las manos de ella afianzaron posiciones y le atrajo más a su cuerpo necesitó de todo su autocontrol para no hacer lo mismo. Mantuvo su estática postura, pero sabía que no dudaría.
Joder, sus labios seguían tal y como los recordaba, mejores aún. Su recuerdo no les hacía justicia, eran más cálidos, más gruesos, más ávidos. Cuando su lengua quiso abrirse paso entre los suyos y profundizar el beso sólo dudó un instante, pero los abrió completamente asombrado de la poca resistencia que estaba ofreciendo. O de la poca resistencia que estaba queriendo ofrecer.
Estaba perdido. Y lo supo en el instante en que ella dio unos pasos hacia atrás, alejándolo de la zona en la que estaban y reculando hasta la base del árbol, cuyas frondosas ramas les ocultaban de cualquier posibilidad de ser vistos, y él la siguió sin protestar. Sin protestar y sin separar su contacto, sin que sus labios se separaran y sin que sus cuerpos dejaran de sentirse ni mínimamente.
Cuando la espalda de ella colisionó con el duro y rugoso tronco, fue cuando realmente perdió todo resquicio de cordura. Tuvo que rodearla con los brazos y apretarla contra él por pura necesidad de sentir su cercanía. El paso que había esperado que ella diera en la sala de audiovisuales, el que él necesitaba obtener para no sentirse sólo en esa locura, ella lo había dado en ese instante, sin pensárselo y completamente consciente.
Y su cuerpo, para martirio de él, se alegró de manera evidente. No se había puesto ropa interior al salir de la ducha pero, aunque lo hubiera hecho, nada podría haber escondido la tremenda erección que cobró vida dentro de su pantalón de pijama. Teniendo a Beth así, atrapada entre el árbol y su cuerpo, recorriendo sus labios con la lengua y su cuerpo con las manos, dejándose llevar por el deseo que esa problemática chica le había despertado, no pudo ni quiso esconder ni ocultar lo que le había provocado.
Lejos de sentirse intimidada, cuando Beth notó la dureza que le presionaba el vientre, le rodeó el cuello con los brazos y profundizó el beso de manera mucho más apasionada. Jadeó en su boca presa de la más devastadora lujuria. Tiró de él a la vez que enroscaba las piernas alrededor de su cintura y le encerraba en un abrazo del que no le iba a resultar fácil escaparse.
Sus jadeos y corcoveos se volvieron más urgentes. Al sentirse apresado entre la calidez de sus piernas necesitó más espacio para poder volverse loco del todo. La agarró de las nalgas alejándola de la dura corteza a la vez que la apretaba aún más contra su erección. No lo pensó cuando dobló sus rodillas y la tendió al pie del árbol, dejando que su cuerpo se cerniera sobre ella.
Notó sus manos perderse por debajo de su camiseta, acariciar su pecho, arañar su espalda con ansia y dejó que sus manos también se saciaran de la sensación de tocarla libremente. Los jadeos y gemidos eran lo único que resonaba en la noche, ninguno quería pronunciar ni la más mínima palabra que rompiera la burbuja en la que se encontraban, devolviéndoles a la dura y fría realidad.
Dejó su boca para descender por su cuello, sus manos levantaron con torturadora lentitud su camiseta para meterse debajo y acariciar esa blanca y suave piel que había causado estragos en su mente. Notó la dureza de sus costillas en la yema de sus dedos y se maravilló con las repuestas corporales que obtenía con cada pequeño avance que realizaba.
Cuando dejó que su mano subiera y se ciñera sobre uno de sus pechos, la respuesta que obtuvo fue un latigazo de placer que hizo que Beth se sacudiera bajo su peso, presionando su pelvis contra su erección a la vez que mordía levemente su cuello. Era tan suave y tan duro a la vez que tenerlo entre sus manos le hizo necesitar saborearlo. Necesitó más que el aire tener en su boca ese duro y rosado pezón que había entre visto en el espejo de la ducha.
Ella, intuyendo sus intenciones le facilitó el acceso irguiendo el torso y exponiendo el pecho a la vez que sus manos recorrían los apretados abdominales que tantas veces había soñado tocar. Cuando notó la humedad de su lengua recorrer esa sensible zona de su anatomía, le dieron ganas de gritar y dar gracias al cielo, pero en vez de hacerlo dejó que su mano se aventurase un poco más allá de sus abdominales y se perdiera por la cinturilla de su pantalón.
Cuando se sació de comprobar con su lengua lo deliciosos y turgentes que eran sus pechos volvió a sentir la acuciante necesidad de saborear su boca. Se elevó para poder llegar a sus labios, pero estaba tan ensimismado con sus sensaciones que no reparó en que ella tenía la mano casi dentro de sus pantalones, hasta que ese movimiento ascendente le facilitó por completo el acceso a su erección.
Justo cuando su boca se fusionaba con la de ella, se notó rodeado y firmemente agarrado. Contuvo la respiración a causa de la impresión y sabía que no podía permitirlo, que tenía que dejarlo, que debía alejarla, pero su fuerza de voluntad estaba totalmente fuera de servicio. Sólo pudo cerrar los ojos como si no verlo fuera a servirle como excusa después… cuando los remordimientos le acosaran.
Rodó un poco para quedar ambos tumbados de costado, él también quería tocarla íntimamente, quería saber si también esa piel escondida era tan suave como la del resto de su cuerpo. Volvió a besarla con fiereza cuando notó que ella empezaba a masajear su miembro y no perdió tiempo en pensarlo dos veces cuando su mano salvó la cinturilla de su pijama de florecitas. Tocó levemente la suavidad de su ropa interior y estuvo seguro de que hasta ese fino y suave raso no tendría comparación con la piel que atesoraba.
Los jadeos se volvieron dolorosos cuando por fin sus dedos alcanzaron su objetivo. Encontró sin dificultad su punto más sensible y lo masajeó expertamente mientras luchaba por no ser él, el que se liberara en primer lugar. Concentró todas sus fuerzas en este hecho e imprimió más velocidad a los círculos que trazaba en su sexo, haciendo que ella perdiera el ritmo de su masturbación. Lo que le vino de maravilla, pues ella ya no pudo contenerse más.
— Ohhh, Siiiii... Ohhh, Dios… —apenas pudo susurrar su liberación, aún estaba flotando en su propio placer— Daniel… D a n i e l… —siseó casi inaudiblemente—. Por fin…
Y eso era todo lo que podía decir.
Por fin.