La pregunta es, ¿Y tú?
¿Por qué no podía seguir su camino y hacer oídos sordos? ¿Por qué simplemente no movía un pie y luego el otro, y la dejaba allí junto con sus propias estúpidas fantasías?
— Vuelve dentro, Beth. Aquí hace frío.
— ¿Podemos hablar un segundo? —Como vio que no se giraba, insistió—. Por favor.
— Es tarde —y realmente pensaba que para determinadas cosas lo era—. Aprovecha tu libertad y vuelve a esa fiesta —se obligó a seguir descendiendo la escalera—. La carroza se vuelve calabaza a media noche.
— ¿Puedes, al menos, mirarme cuando me hablas?
Volvió a frenar sus pasos y lanzando un suspiro que pretendía ser de hastío, se giró. Y no tendría que haberlo hecho… Mierda, estaba preciosa. El viento le movía la tela del vestido ciñéndoselo a las piernas. Esas largas y firmes piernas que una vez tuvo rodeando su…
STOP.
— Te estás helando —sus ojos se desviaron de su pecho—. Vuelve dentro, por favor.
— ¿Podemos hablar un minuto, antes de que decidas volver a ignorarme el resto de tu vida?
— Habla —cambió el peso de una pierna a la otra mientras se cruzaba de brazos.
— ¿Puedes decirme qué coño ha pasado ahí dentro? —señaló las puertas con un dedo.
— No sé a qué te refieres —se encogió de hombros—. ¿Qué ha pasado ahí dentro?
— Lo estábamos pasando tan bien y de repente coges, te levantas y te vas. Sin decir adiós, sin esperar a que…
— No quiero ser un estorbo para tus planes.
— Pero… ¿De qué narices me estás hablando, Daniel?
— De lo que ha pasado ahí dentro. ¿No es eso de lo que querías hablar?
— Sí, pero… — ¿hablaban de lo mismo? Empezó a sospechar que no— El único plan que yo tenía era pasármelo bien contigo, con vosotros en realidad —apuntillo incluyendo a Sandy y Kellan en el grupo—. Y cuando me quiero dar cuenta estás huyendo por la puerta como un…
— No estoy huyendo. Simplemente te dejo espacio para que puedas estar con otra gente, si es eso lo que quieres.
— Ahora sí que me he perdido.
— Es muy fácil. Tú a lo tuyo y yo a lo mío. Punto —le dio la espalda para seguir bajando la escalera—. Buenas noches, Beth.
— Yo a lo mío y tú a lo tuyo, vale —como no se giró y siguió alejándose decidió subir la voz—. ¿Y dónde encaja Johannah en ese esquema?
Se quedó helado, clavado al escalón, inmóvil en su respiración, congelada la mirada. Definitivamente no estaba preparado para tener esa conversación, ni con ella ni con nadie.
No.
De ninguna manera.
— Qué coño te ha contado Tyler.
No fue una pregunta, fue una exigencia en toda regla por averiguar cuánto sabía del tema, aunque confiaba en que no fuera mucho dado que apenas había estado unos minutos en compañía de ese odioso tipo.
— ¿Puedes mirarme, por favor? —volvió a pedir una vez más. Odiaba hablarle a una espalda.
Daniel se giró manteniendo la mirada tan fría como un jodido iceberg.
— Te lo contaré pero, ¿podemos hacerlo dentro? Aquí hace frío.
— Iba a volver al centro —irse, quedarse, irse, quedarse.
— Una última copa y hablamos —último intento de evitar que se fuera— Por favor, sólo una más.
Una última copa, bien. No es que fuera una gran idea, ya había bebido suficiente por una noche. Pero ella estaba ahí, pidiéndole que no se fuera, anteponiendo su compañía a la del gilipollas de Tyler. Y realmente le apetecía muchísimo volver a entrar sólo para restregarle por los morros al tipo que Beth prefería estar con él.
— Está bien, sólo una copa —volvió sobre sus pasos hacia ella—, pero no me metas de nuevo ahí dentro.
— Iremos donde quieras —sonrió victoriosa—. Elige tú el sitio.
— El bar del salón estará bien —carraspeó recolocándose la chaqueta—. No creo que haya mucha gente ahora.
— Perfecto, así podremos hablar tranquilamente —extendió la mano en su dirección—. ¿Vamos?
— Uhmmm, sí — ¿Contacto físico? No estaba tan loco—. Las damas primero, por favor.
Hizo una caballerosa reverencia y sin tocarla en lo más mínimo, la instó a abrir el camino. Entraron de nuevo a la abarrotada discoteca. Beth delante, Daniel detrás. La música era tan alta que no se pararon ni a hablar con Sandy y Kellan. Les hicieron señas indicándoles dónde iban y la pareja se limitó a asentir y levantar sus copas, captando el mensaje.
Atravesaron toda la sala y salieron por la puerta del otro extremo y que daba directamente al Hall donde estaba el bar y las puertas a los servicios. Apenas unas cuantas personas ocupaban alguna de las mesas y la barra del bar exterior, personas que como ellos preferían conversar tranquilamente a destrozarse los tímpanos con esa condenada música infernal.
Pidieron sus bebidas y fueron a sentarse en una de las mesas más apartadas del resto de parroquianos.
— Tú dirás… —azuzó Daniel después de darle un largo trago a su whisky.
— Antes que nada quiero decirte que me conoces mejor que yo misma, Daniel. Y sabes que el aspirante a Don Juan que nos ha interrumpido no es precisamente con quien tenía planeado pasar esta noche.
— No me des explicaciones.
— No te estoy dando explicaciones, sólo quiero que quede claro.
— Aun así no es asunto mío.
— ¿Me estás diciendo que yo no soy asunto tuyo?
— Qué manía tenéis hoy con decirme lo que digo… —bufó por lo bajo— Mira, no es asunto mío lo que hagas o dejes de hacer con Tyler o con cualquier otro que venga después de éste.
— Me parece bien que pienses eso. De verdad que lo valoro muy positivamente pero, ¿Y si es contigo con quien quiero pasar mi tiempo?
— Yo no era, ni soy una opción.
— Es mi tiempo, elijo yo —sentenció bebiendo casi media copa de un sólo trago.
— ¿No es eso lo que acabo de decir? —preguntó alzando las cejas.
— No, has dicho que te trae al fresco con quién pase mi tiempo.
— Lo que sea, de verdad —resopló sin muchas ganas de darle vueltas a una estúpida frase—. ¿Vas a decirme qué te ha contado Tyler o sólo hemos venido aquí para retorcer palabras?
— Mira que eres borde cuando quieres, hijo —bufó medio indignada— Vale, a ver… no me ha dicho nada del otro mundo. O al menos nada a lo que yo le haya encontrado el sentido. Claro, que tampoco es que pudiera encontrarlo dado que no conozco ni a la tal Johannah, ni a Tyler, ni a nadie que…
— Beth —llamó su atención no queriendo parecer muy impaciente— al grano, por favor.
— Lo siento, me voy por las ramas —no pudo evitar avergonzarse.
— Tranquila, continua.
— Pues resumiendo, me dijo que tuviera cuidado contigo y que no me dejara engañar por tu carita de ángel, si no quería terminar de igual manera que Johannah.
— Hijo de la gran puta —su mandíbula crujió por la fuerza con la que apretó los dientes—. ¿Te dijo algo más?
— Uhmmm, no —Dios, estaba guapísimo cuando ponía esa cara de feroz asesino en serie— Sólo que le llamara si me repensaba lo de ir a…— cállate Beth.
— ¿Ir a dónde? —preguntó frunciendo aún más el ceño.
— Nada. Eso, sólo que le llamara… algún día —apuró lo que le quedaba de bebida.
— Lo de ir a dónde, Beth —presionó taladrándola con la mirada.
— No tiene importancia —desvió los ojos hacia su vacío vaso—. Ni siquiera me lo planteé en serio.
— Dónde, Beth —acercó su cara todo lo que pudo a la de ella para que sus ojos hicieran lo que sus palabras no conseguían—. ¿Dónde quería llevarte?
— No me mires así, Daniel —notó la sangre arder en sus mejillas—. No soy de piedra ¿Sabes?
— Desembucha —ordenó clavando sus jades verdes en ella.
— A su apartamento —soltó de sopetón, mejor directo y sin templanzas—. Me ha invitado a tomar una copa en su apartamento.
— Pero qué hijo de la gran…
— Eso ya lo has dicho —le interrumpió tranquilamente—. ¿Hace falta que te diga la respuesta que ha recibido?
Daniel guardó silencio. Si estaba allí con él era porque claramente le había dado calabazas, pero no podía evitar sentir que alguien, concretamente Tyler, había intentado robarle algo que era… que consideraba, ¿suyo?
— ¿Algo más que deba saber? —obvió responder abiertamente.
— Sí, hay algo más —cubrió con una de sus manos la de él, que formaba un apretado puño junto a su vaso—. Sólo decirte que no cambiaría ni un segundo de los pasados contigo esta noche por nada del mundo.
— Buena manera de camelarte a tu terapeuta —no pudo evitar que el halago le sacara una radiante sonrisa—. ¿Practicando el arte del peloteo, querida?
— Lo digo en serio, Daniel —apretó más su mano en torno a la de él—. Dime que tú sí cambiarías cualquier momento de los vividos esta noche conmigo por cualquier otro y te creeré.
— Yo sí que lo cambiaría —abrió el puño para que sus dedos pudieran enlazarse con los de ella.
Cuando Daniel dejó de mirar las caricias que sus dedos ejecutaban, para elevar la mirada hasta los pozos que eran los ojos de Beth, ella no pudo hacer nada más que contener la respiración.
— ¿En serio? —torció la sonrisa ante lo felino de su mirada.
— Sí, los cambiaría sin dudarlo… —paseó los dedos de su otra mano por el interior de su muñeca, acariciando la suavidad de su piel— y los cambiaría por otros que recuerdo casi como si hubieran ocurrido ayer mismo.
Ahí estaba otra vez. Esa sensación varias veces vislumbrada. Ese sentimiento tan familiar y tan extraño a la vez. Tan factible pero a la vez tan imposible como lo fue las anteriores ocasiones en las que hizo acto de presencia.
Pero tan condenadamente real que casi podía palparse en el ambiente, respirarse, sentirse…
El Deseo.
— Entiendo —las imágenes de aquella tarde/noche, que acudieron en tropel a su mente, no la dejaron pronunciar ni una palabra más.
— ¿Te he dicho ya que estás preciosa esta noche?
Sus miradas conectaron en unas décimas de segundo. Ella nadando en las verdes aguas que reflejaban sus cristalinos y claros ojos, y él deseoso de sumergirse en las dos tazas de chocolate que eran los suyos.
— No tienes huevos a decirme eso a solas… —sentenció entornando la mirada.
— ¿Me está intentando picar, señorita Dawson? —alzó una picara ceja.
La temperatura se elevaba irremediablemente entre ellos. El deseo era un duro contrincante a dominar para unos cuerpos que estaban algo mermados de voluntad a causa del exceso de alcohol. Pero ambos se encontraban aparentemente despejados, con los sentidos bien alerta y la mente clara y despierta.
— ¿Cree que le intento hacer picar, doctor Smith? —terminó la pregunta inclinándose lentamente hacia él y dejando los labios entreabiertos.
— Cualquiera que te oyera pensaría que es una clara invitación a que repitiera el halago en un ambiente, digamos… —bajó un tono la voz—… más privado.
— ¿Y tú crees que es eso lo que pretendo? —la cosa pintaba más que bien.
— No lo sé, ¿es eso lo que pretendes?
— Puede que sí, puede que no —se deshizo del agarre de sus manos y cruzó los brazos sobre el pecho—, pero como no vas a hacer algo para averiguarlo…
La repentina lejanía y el no contacto de su piel, no le gustaron nada a Daniel. Estuvo a un sólo latido de inclinarse sobre la mesa y obligarla a colocar la mano donde la había tenido hace un segundo, pero ni siquiera con el exceso de alcohol encima se olvidaba de quien era, ni de donde estaba.
— Se está haciendo tarde —miró con disimulo su reloj de pulsera—. Será mejor que te acompañe hasta el coche.
— Ohhh, no lo puedo creer… —Beth carcajeo incrédula— ¿Será que don “A mí nadie me gana” se está dando por vencido, en plena batalla dialéctica?
— No me doy por vencido —comentó mientras se levantaba y la ayudaba a levantarse de su silla—. Prefiero continuar esta “batalla” de camino al coche, si no te importa.
— No me importa en absoluto.
— Genial.
Saliendo del bar, Beth tenía que hacer verdaderos equilibrios para mantenerse encima de los tacones y él tuvo que sostenerla cuando en un ligero traspié que dio consigo misma, casi acaba en el suelo.
— Oh vaya… por lo visto ese último ron ha hecho más estragos en mi de los aconsejables, ¿no te parece?
— Tranquila, yo te sujeto —afianzó las manos en su cintura.
— Gracias —ladeó la cabeza sonriéndole abiertamente.
— No hay de qué.
Cuando salieron al Hall fue a echar mano de las llaves de su coche, pero no las encontró. Beth se apoyaba en su pecho ante la imposibilidad de permanecer en estado vertical ella sola.
— Definitivamente no tenía que haber tomado esa copa. La cabeza me da vueltas…
— Suele pasar cuando bebes estando sentado —la sujetó mientras tanteaba su otro bolsillo—. Al levantarte se pierde el equilibrio y es difícil recuperarlo.
— Pues a ti no se te ve muy afectado…
— Tolero bien el alcohol —tuvo que darse por vencido—. Mierda, creo que he perdido las llaves del coche.
— Oh, nooooo —se lamentó con un disgusto que no sentía—. Vas a tener que volver andando al centro… ¡¡Jijijiji…!!
— Kellan.
— ¿Dónde? —giró la cabeza buscando al nombrado terapeuta.
— Me refiero a que Kellan tiene las llaves —recordó con un suspiro—. Me las quitó en el tercer whisky.
— Pues hizo muuuy bien —alzó un dedo acusador—. No estás en condiciones de conducir, Dany.
— ¿Dany? —Preguntó sorprendido— ¿Desde cuándo me llamas Dany?
— Me lo ha pegado Sandy —sonrió de manera encantadora a pocos centímetros de su cara—. Esa chica vale su peso en oro, ¿sabes?
— Seguro que sí —observó el sillón que había a pocos metros de distancia y la ayudó a llegar a él—. Voy a buscar a Kellan, será mejor que me esperes aquí.
— No hay problema, yo te espero.
Una vez se aseguró que estaba cómoda, se apresuró hasta la sala donde la atronadora música seguía machacando los tímpanos de los asistentes. Beth se deshizo de sus zapatos y los dejó caer al lado de sus doloridos pies. Comenzaba a masajearse los empeines, concentrada en no perder el equilibrio y acabar cayendo de boca, cuando la puerta se abrió con un ímpetu poco usual. Cuando levantó la mirada y captó lo que estaba ocurriendo su boca quedó estática en una perfecta O.
Kellan entraba con Sandy subida a sus caderas, sus bocas estaban totalmente unidas en un beso que hubiera sacado los colores hasta al más pintado. Mientras ambos se quitaban el hambre que aún pudieran tener comiéndose todo lo que quedaba al alcance de sus labios, sus manos no permanecían ociosas. Entre gemidos, tanto ella como él tironeaban, acariciaban y arañaban cuanta prenda o piel se interponía entre sus cuerpos.
No tardaron ni un minuto en llegar hasta la puerta de los servicios, y ni siquiera repararon en que estaban siendo observados. La espalda de Kellan chocó contra la puerta y dejó libre la mano que sujetaba la nalga de Sandy el tiempo justo para encontrar el pomo de la maldita y meterse dentro, aún con su chica subida a sus caderas y cerrando una vez estuvieron dentro con un ágil movimiento del pie.
Beth seguía con su cara de sorpresa, pero una traviesa sonrisa asomaba ya en sus labios. En el relativo silencio que había en el Hall pudo escuchar perfectamente los ocasionales golpes que la pareja se estaba dando para llegar, supuestamente, a su más inmediato objetivo: una de las cabinas del lavabo de señoras. No pudo contener las carcajadas cuando oyó a Sandy proferir una maldición por uno de los golpes y seguidamente la correspondiente disculpa entre risas por parte de Kellan.
— Jajajajajaja… —tuvo que recostarse en el sofá para que los espasmos de la risa no le causaran retortijones— Jajajajajajja…
— ¿Qué es tan gracioso?
No se había dado cuenta de que Daniel había vuelto hasta que le vio aparecer en su ángulo de visión, ahora medio borroso a causa de las lágrimas.
— Oh, Dios Daniel… —consiguió decir cuando logró calmar la risa— Te acabas de perder lo mejor de la noche.
— ¿Qué ha pasado? —su sonrisa apareció contagiada por la de ella.
— No puedo ni contártelo. ¡Tienes que escucharlo!
Le agarró de la mano y se levantó arrastrándole con ella hasta la puerta de los servicios. Su equilibrio había mejorado considerablemente después de quitarse los zapatos.
— Qué es lo que…
— ¡Sshhh! —puso un dedo en sus labios para silenciarle— No hagas ruido.
— Pero qué vamos a…
— ¡Calla! —ordenó aguantando la risa y acercándole a la puerta del servicio de señoras—. Pega la oreja, venga.
— ¿Qué pegue la oreja? ¿Estás loca o qué?
— ¡Calla y pega la oreja!
Agarrándole del pelo le obligó a poner la oreja en la puerta y le mantuvo allí sabedora de que si le soltaba él se alejaría. Acercó su propia oreja también y le instó a permanecer callado y escuchar. Sus narices quedaron apenas a unos centímetros de distancia.
— ¡¡Ohhhh, siii…!! … ¡¡Oooohhh, siiiiiiii!...!! —Los esfuerzos eran audibles y evidentes— ¡¡Sigueeeee cariñooooo, sigueeeeeee…!! ¡¡Asiiii… más fuerteeeeee, maaaaaaaas fuerteeeeeee….!!
— ¿¡Pero qué demonios…!!?? —exclamó Daniel cuando captó lo que estaba escuchando.
— ¿A que no has encontrado a Kellan?
— No, pero qué tiene que ver…
— ¿Y a que tampoco has encontrado a Sandy?
— Tampoco, pero…. —por fin ató cabos— ¡¡JODER!!
— Sí —volvió a sufrir un ataque de risas— ¡¡Jajajajjajaja…!!
— ¡¡Sssshhhh, calla…!! —Esta vez fue Daniel el que tuvo que silenciar a Beth haciendo esfuerzos por no desternillarse él también— Van a oírte, por dios…
— ¡¡Jajajajajaja…!! —Beth no podía parar.
— Será mejor que nos vayamos de aquí —la separó de la puerta y la arrastró con él— ¡¡Vámonos!!
— ¡¡Espera leñe!! —Intentó frenarse en seco— Yo me quedo hasta que salgan ¡¡Esto no me lo pierdo por nada del mundo!! ¡¡Jajajajajajaa…!!
— De eso nada —negó con la cabeza.
— ¡¡Que sí!! —Insistió, pero Daniel no cedería tan fácil— Por favor Dany, será divertido.
Sopesó la posibilidad de quedarse el tiempo justo que necesitó Beth para dejar de resistirse. Justo cuando ella creía que él cedería y se quedarían hasta que la pareja saliera, dejó de oponerse a que la sacara del lugar. Pero un segundo después la cabeza le dio vueltas cuando en un movimiento inesperado Daniel la agarró de la cintura y volvió a cargársela al hombro, como ya hiciera otra vez, aunque en circunstancias totalmente distintas.
Beth luchaba entre risas y lágrimas para que él le dejara bajar, pero de nada sirvió el escaso esfuerzo. Vio las paredes del lugar volar a los lados de su cabeza mientras Daniel le sacaba de allí a la fuerza, también aguantando la risa y escabulléndose por la puerta que daba directamente al aparcamiento del edificio.
Una vez llegaron a la escalinata la volvió a dejar en el suelo.
— Eso no ha sido justo —hizo un puchero encantador mientras se limpiaba el rímel—. La fuerza bruta no va a ayudarte siempre.
— Eres una “voyeur”. ¿De verdad ibas a quedarte ahí hasta que salieran?
— La pregunta es: ¿Tú no? —Las risas volvieron a cebarse en ambos— Vaaaamos, sólo por ver sus caras de pasmo habría pagado y todo.
— Eres incorregible —dejó de reírse para mirar cómo ella sonreía.
Ambos se miraron en un instante en que el resto del entorno pareció decidir no molestarles. Según las risas fueron dejando sitio a las simples sonrisas y el viento arremolinaba caprichosamente las ondas de su pelo, Daniel no pudo reprimir el impulso de acercarse a ella, atrapar un mechón que había escapado de las horquillas y colocarlo tras su oreja.
— Creo que te acabas de quedar sin transporte —el silencio empezaba a resultar incómodo.
— Eso parece, toma —se quitó la chaqueta y se la colocó sobre los hombros—. Vas a coger frío.
— Gracias —se arrebujó bajo la prenda—. Pero ahora el que va a coger frío eres tú.
— Estoy bien, tranquila —alzó una mano para llamar al aparcacoches— ¡Chico! La limusina de la Srta. Dawson, por favor.
— ¡Enseguida señor! —fue raudo a cumplir la orden.
— ¿Y tú que vas a hacer? —sopesó la opción de pedirle que la acompañara.
— Esperaré dentro a que ese par de locos deje de retozar para que me devuelvan las llaves de mi coche.
— También podrías venir conmigo… —dejó caer la invitación y sonrió sibilinamente— Así podríamos terminar esa batalla dialéctica que habíamos comenzado.
— ¿Y dejar mi pequeñín en manos de Kellan? No sé, no sé.
— No estás en condiciones de conducir.
— ¿Y Kellan sí? —preguntó con escepticismo.
— Creo que ellos están quemando el alcohol ingerido muy eficientemente. Seguro que cuando acaben estarán en mejores condiciones que tú para conducir.
— No sé, no sé.
La limusina aparcó cerca del bordillo y salió el chofer a abrirles la puerta.
— Srta. Dawson… —el chofer reclamó su atención.
— Enseguida voy —se volvió a mirar a Daniel—. Última oportunidad. ¿Vienes conmigo ahora y te ahorras las horas de espera o te quedas y rezas para que no vayan a por un segundo asalto… o un tercero?
— Joder, desde luego pintas muy apetecible lo de esperarme.
— Tic, tac, tic, tac… —comenzó a descender los escalones.
— Valeee, está bien —resopló siguiéndola hasta el coche—. Voy contigo.
— Genial —la sonrisa interna fue muchísimo más amplia que la externa.
Subieron a la limusina, primero ella y después él. Una vez el chofer cerró la puerta Beth aprovechó para elevar la mampara interior que aislaba la zona del conductor de la de pasajeros, ante la atenta mirada de Daniel. Pero él no preguntó con qué intención. Si la limusina hubiera sido suya, hubiera hecho exactamente lo mismo.
— ¿Y bien? —Dejó caer la chaqueta que cubría sus hombros— ¿Serás tan valiente de repetir ahora ese piropo que me has dedicado antes?
— ¿Cuál de ellos? ¿El de que esta noche estás preciosa? —preguntó sin darle importancia— ¿O el de que has sido la mujer más impresionante que ha pasado por esa fiesta? ¿O el de que cambiaría sin dudar esta maravillosa noche, por otra que tú y yo vivimos hace unos meses?
— Vaya, juegas fuerte —intentó no ruborizarse, sin éxito.
— No soy de los que se dan por vencidos.
— Asuma las consecuencias de sus actos, doctor Smith —advirtió con toda la intención, si se iba a echar para atrás mejor que lo hiciera ahora.
— Las asumiré —dijo con presunción—, la pregunta es… ¿Y tú?