Algo inesperado

 

 

 

Odiaba a Daniel Smith.

Ese era el sentimiento que Beth se repetía una y otra vez de camino a la consulta. No iba a ser capaz de soportar estar en su presencia después de la humillación a la que le había sometido con su “ducha especial”. Ya podía imaginar la cara de suficiencia que vería en su rostro y le daba cien patadas tener que usar la ropa que consiguió rescatar de la maleta que le mandó su madre para no terminar otra vez en remojo.

Odiaba a Daniel Smith.

El “castigo” que el bueno del doctor les impuso, a ella y a Victoria, fue fregar todo el suelo del comedor, de rodillas y a mano, nada de usar fregona. No había podido dormir del dolor de riñones con el que acabó la noche anterior y las manos le ardían a causa de los productos de limpieza, con los que se habían dedicado a limpiar todo el destrozo que habían ocasionado. Pero lo que más le molestó, pues el castigo en sí tampoco era para tanto, fue que él ni siquiera se dignó a recibirlas en persona para amonestarlas. Tuvo que ser la pérfida de la enfermera la encargada de transmitírselo y cerciorarse de que lo cumplían.

Odiaba a Daniel Smith. Odiaba a Daniel Smith. Odiaba a Daniel Smith.

— Adelante —autorizó después de que ella llamara— Buenos días, Beth.

— Métase sus buenos días por donde le quepan —cerró dando un portazo.

— Yo también me alegro de verte —sonrió tranquilamente— Te has levantado de muy buen humor hoy.

— Guárdese su sarcasmo para otra —le lanzó cuchillos con la mirada— diga lo que tenga que decir y terminemos con ésto de una vez.

— Beth, Beth, Beth… no me parece justo que me responsabilices de algo de lo que sólo tú has sido causante.

— Oh, sí claro. Se me olvidaba que usted es un santo —espetó con odio— si vuelve a ponerme una mano encima sin mi consentimiento le juro que…

— Quebrantaste las normas —le cortó bruscamente— Descuida tu higiene de nuevo o vuelve a pegarte con alguien y ten por cuenta que se repetirá —amenazó— y no necesariamente con tanta delicadeza.

— Si me vuelve a tocar le denunciaré —contraatacó sin pensárselo.

— Pues ya puedes ir pidiendo el número de la comisaría —se levantó rodeando su mesa y encarándola. Beth retrocedió— porque voy a volver a tocarte.

Agarró con fuerza su muñeca y tiró de ella hacia el pasillo. Volvió a pillarla desprevenida e intentó soltarse en repetidas ocasiones, pero fue inútil. Le increpó y le insultó igual que había hecho la vez anterior.

— ¿Se puede saber qué demonios pretende? —Volvió a sacudir el brazo— ¡suélteme de una vez, joder!

— Vamos a solucionar ésto de una vez —tiró de ella poniéndola delante— así podremos zanjar nuestras diferencias y empezar de una maldita vez tu terapia —soltó su brazo y la empujó— camina.

— Váyase al cuerno —intentó cambiar de dirección, pero él se lo impidió— ¡déjeme en paz de una vez!

— Camina —pidió pacientemente, volvió a empujarla.

— ¿Dónde demonios vamos? —se sacudió evitando sus manos.

— Al gimnasio —volvió a empujarla— camina.

— De eso nada, yo me largo —hizo amago de girarse, pero él la detuvo.

— Escúchame Beth —le advirtió agarrándole por los brazos y taladrándole con las pupilas— o vas tu solita o te llevo yo, pero vas a ir. Así que elige.

De todas, todas, prefirió ir por ella misma. Se soltó de su agarre y caminó arrogante varios pasos por delante de él, maldiciendo interiormente no ser un tío para poder darle la paliza que se merecía. Cuando llegaron a la puerta del gimnasio le hizo pasar delante y después entró él, cerrando la puerta a su espalda.

Se quedó estática en la entrada y le siguió con la mirada cuando él se desplazó a un armario cercano y se puso a revolver en su interior. Si lo que pretendía era que corrieran en la cinta andadora como buenos amigos, lo llevaba claro. Apartó la mirada de su trasero cuando le vio girarse y se cruzó de brazos maldiciendo también no poder controlar sus pensamientos poco inocentes.

— Póntelos —le tiró dos bultos rojos que cayeron a sus pies.

— ¿Qué coño es ésto? —preguntó secamente.

— Unos guantes de boxeo —se puso los suyos— vamos a descargar esa agresividad superflua que tienes.

— Será una broma, ¿no? —los recogió del suelo y le miró con cautela.

— En absoluto —golpeó sus guantes y le señaló el cuadrilátero que había en un extremo de la sala— es necesario para poder avanzar. Vamos, muévete.

— No soy tan estúpida como para dejar voluntariamente que me dé una paliza…

— ¿Vas a hacer que tenga que subirte yo a la lona? —Avanzó unos pasos en su dirección, Beth reculó— Muévete.

Beth se dirigió hasta allí y subió como pudo a la lona, viendo la ligereza de él al hacerlo. Comenzó a ponerse los guantes con desgana sabiendo que si no lo hacía, él mismo se los terminaría poniendo y prefería, en la medida de lo posible, que la tocara lo menos posible.

— Bueno y ahora ¿Qué? —Beth dejó caer sus pesadas manos a ambos lados del cuerpo—  ¿Pretende usarme como un saco de arena?

— No, yo no necesito descargar agresividad —empezó a dar saltitos alrededor de ella mientras calentaba— tú sí y bastante además. Yo me limitaré a cubrirme.

— ¡Ja! —Le miró incrédula—  ¿Va a dejar que le pegue sin devolver ni un golpe?

— Exacto, eso si consigues atizarme —simuló un par de ganchos mientras sonreía—  tú pegas, yo me defiendo.

— Está usted loco ¿lo sabía? —Se giró a la vez que él saltaba de un pie a otro—  ¿¡quiere estarse quieto!? Me está mareando.

— ¿Por qué no me tuteas de una vez? —se paró frente a ella contorsionando los hombros.

— Ya le dije que no tuteo a mis terap…

— En la ducha me tuteaste —le recordó con sonrisa maliciosa. Beth se envaró— entre otras cosas…

— Lo hice inconscientemente —reconoció dolida y tocada en el orgullo— también le llamé “cabronazo” —escupió con saña—  ¿recuerda eso?

— ¿Eso fue antes o después de quitarte la ropa? —Beth bufó de indignación viendo su sonrisa— no lo recuerdo…

— ¡Es usted un cerdo! —se lanzó contra él sin pensarlo. La esquivó—  ¡¡un guarro y un aprovechado!! —volvió a cargar, volvió a ser esquivada.

— ¡Uy! Ese estuvo cerca… —carcajeó con ganas— vamos Beth, sé que sabes hacerlo mejor.

— No me huya ¡cobarde! —Lanzó el puño dándole sin fuerza en un brazo— quédese quieto y verá que rápido le borro esa sonrisa de la cara.

— Tutéame Beth —la guiñó un ojo con picardía—  ¿tengo que quitarte la ropa otra vez para que lo hagas?

— ¿Eso es lo que hacen los cerdos como usted? —Empezó a perseguirle por el cuadrilátero, —  ¿le pone mirar a sus pacientes en ropa interior? —golpeó con fuerza su defensa.

— Bueno… —le golpeó levemente en el hombro— no más que a ti espiar como yo me doy un baño —Beth paró en seco.

— ¿C… cómo dice? —su cara no podía estar más roja. Dejó caer los brazos a los lados— está loco… ¿Que yo qué? —Intentó disimular—  Vamos hombre, no tengo nada mejor que hacer que…

— Te vi, Beth. No disimules ahora —se acercó a ella sin dejar de dar saltitos— los corchos parecen un buen escondite, pero dejan huecos… —volvió a guiñarle un ojo— por donde se puede ver…

Ni siquiera lo pensó. La rabia de saberse descubierta se apoderó de su cuerpo y lanzó el puño con tal rapidez que esta vez Daniel no lo vio venir. Le pegó en toda la cara y a él no le quedó más remedio que recular.

— ¡¡Asqueroso!! —volvió a empujarle. Él se dejó sonriente— ¡¡No estaba espiándole!! —Le pegó con nerviosismo— entré por casualidad y usted estaba allí —volvió a lanzar los puños—  ¿por qué no me descubrió en ese momento? ¿Acaso le gusta que le miren?

— No me molesta, no —la golpeó los guantes— ¿por qué aguarte el espectáculo? Sé que tú lo disfrutaste…

— ¡¡Será cerdo!! —Lanzó un puño detrás de otro— no lo disfruté ¡¡no me gusta usted!!

— ¡Así, venga! —Esquivó el ataque— lo estás haciendo bien ¡Pega!

— ¡¡Que se esté quieto, joder!! —bufó más indignada que cansada— me está mareando.

— Venga, golpea aquí —levantó los guantes a la altura de su cara. Ella golpeó—  ¡más fuerte! —Lanzó los golpes, uno detrás de otro, repetidas veces—  ¡más fuerte, Beth! ¡Así!

— ¡¡Aaaarrrrrgggg!! —Lanzó un último golpe que dio sin fuerza en su defensa— me rindo…

— De eso nada —la empujó— yo diré cuando se acaba. Golpea.

— No —se alejó unos pasos— me he cansado, no quiero seguir.

— Aún no hemos terminado —volvió a empujarla—  o golpeas tú o lo hago yo.

— No me toque…

— Golpea.

— He dicho que no me toque —le miró con furia.

— Te tocaré cuando quiera —la empujó— donde quiera —la empujó más fuerte— y las veces que quiera. Ponle remedio si no te gusta… —la lanzó contra las cuerdas.

— Usted se lo ha buscado…

Arremetió tan velozmente contra él que no le dio tiempo a prepararse. Sus manos impactaron en su pecho haciéndole trastabillar y caer de espaldas por la fuerza del empuje al que ella le sometió. Viéndole caído no se lo pensó, saltó sobre él y aprovechando su momento de confusión se sentó a horcajadas sobre su estómago, comenzó a descargar un golpe tras otro.

— ¿No quería golpes? Pues tome éste... y éste… y éste —ninguno le dio de lleno pues él ya estaba defendiéndose—  ¿quiere más? Tome… éste de regalo…

— Pegas como una niña —sonrió esquivando sus torpes manos— y yo que te hacía toda una mujer…

Beth se ofendió con el comentario y aumentó la rapidez de sus golpes, pero estaba exhausta y su potencia dejó mucho que desear. Se cansó de bracear y justo cuando iba a darse de nuevo por vencida cayó en la cuenta de lo que tenía entre las piernas. El cuerpo de su terapeuta. Notó el abrasador calor subir hasta su cara y soltó un jadeo que nada tenía que ver con su agotamiento.

La sonrisa de Daniel, al notar de pronto la tensión corporal de ella, se amplió al máximo. Antes de que fuera capaz de reaccionar y apartarse de él, elevó sus caderas haciéndole perder el equilibrio y la derribó colocándose encima e invirtiendo las respectivas posturas. Sujetó sus brazos al suelo y acercó su sonriente cara a la asombrada de ella.

— ¿Nerviosa? —sus ojos se entornaron.

— Ca… cansada —tartamudeó entre respiraciones. No pudo evitar fijarse en los labios que le hablaban a escasos centímetros.

— Entonces lo dejaremos aquí, por ahora —sonrió sabiéndose observado— pareces mucho menos agresiva ahora…

— Eso parece —notó su aliento rozar su cara y el peso de su cuerpo sobre ella. Se estremeció.

— ¿Tienes frío? —alzó una ceja.

— Tengo calor.

— ¿Por qué tiemblas?

— Me está… me está aplastando.

— Oh, perdona —alejó su cara, pero no se levantó— no me había dado cuenta.

Beth le miraba medio embobada sin saber por qué no se terminaba de levantar. Los brazos, a ambos lados de su cabeza, ya estaban libres del cautiverio, pero no pudo moverlos. Solo era consciente de las piernas que se apoyaban a ambos lados de su cintura y de la dureza de sus glúteos sobre sus caderas.  Volvió a notar la rojez de su cara y tragó trabajosamente evitando mirarle.

Cuando Daniel por fin la liberó de su peso, pudo ver claramente la turbación que la embargaba. Se giró piadosamente dándole unos segundos para recuperarse mientras se quitaba despreocupadamente los guantes.

Cuando Beth consiguió reaccionar y sentarse, siguió sin poder apartar la mirada del cuerpo que se erguía a pocos pasos de ella. La sudada camiseta que se pegaba a su ancha espalda marcaba todos y cada uno de los músculos que había debajo. El liviano pantalón tampoco dejaba mucho a la imaginación, marcando sus redondeces de manera casi escandalosa.

— Joder —apartó la mirada reprendiéndose a sí misma. Él se giró.

— ¿Te ayudo? —ofreció su mano.

— Puedo sola, gracias —se levantó, pero su mano seguía extendida. Le miró interrogante.

— Los guantes —sonrió de lado— tengo que devolverlos a su sitio.

— Ah, sí… —se los quitó con nerviosismo— tome.

Se los tendió sin mirarle y él aprovechó el gesto para retener sus manos y acercarse un poco más. Beth se tensó, pero no evitó el acercamiento. Iba a preguntarle por qué la miraba de esa manera cuando una voz desde la puerta del gimnasio les interrumpió.

— ¿Doctor Smith? —llamó la enfermera.

— ¿Si, Agnes? —no apartó los ojos de Beth.

— La visita de Beth Dawson acaba de llegar —dio un respingo y desvió la mirada de la enfermera a Daniel.

— ¿Mi visita? —le miró confundida.

— Gracias Agnes, enseguida vamos —soltó sus manos y se alejó unos pasos mientras la enfermera se marchaba— vamos, no le hagamos esperar demasiado

Flor de agua
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