Buenas noticias
— Hola Beth, buenos días —Jackson le dio la bienvenida a su hora de terapia—. ¿Qué tal estás esta mañana??
— Hola Jacks —sonrió levemente algo cabizbaja—. La verdad es que estoy algo mosqueada. Últimamente están las cosas muy tranquilas por aquí, y no es muy normal ésto...
— Cierto, desde que hemos conseguido reformarte no tenemos quien nos dé problemas.
— Oye, que no soy la única loca de esta jaula de grillos —intentó parecer ofendida pero sin mucho éxito—. Ya me echaréis de menos ya...
— ¿Profetizando sobre tu partida?
— Ya me gustaría —se puso tiesa como una vela en su silla—. ¿Vas a darme el alta?
— Pues ya que lo mencionas... creo que tengo buenas noticias para tí.
— ¿Buenas noticias para mí? —Le miró extrañada— ¿Seguro que son buenas?
— Lo serán, te lo aseguro.
— A ver, sorpréndeme
— Daniel ha abierto un comité oficial para valorar tu caso.
— Eso no suena a buenas noticias, suena más bien a, “inquisición” para juzgarme por brujería.
— Más o menos jejeje —aplaudió la ocurrencia de la chica—. El caso es que es el inicio del procedimiento normal que se hace antes de dar de alta a una paciente.
— ¿Vais a soltarme? —aún no se lo creía del todo.
— Ni que estuvieras encadenada a la pared vaya...
No estaba encadenada a la pared, eso era obvio. Pero en cierto modo sí que estaba “encadenada” al centro de otro modo.
— ¿Lo dices en serio Jackson? —su voz tembló.
— Tienes que estar tranquila y sobre todo mantener la calma, ¿de acuerdo?
— ¿Eso significa que se acaba la terapia?
— Es un proceso largo que conlleva mucho papeleo, mucha reunión, mucha parafernalia médica y sobre todo mucho consenso que no siempre es fácil de obtener. Pero sí, la terapia está concluyendo y si todo va bien pronto volverás a casa.
Suspiró con resignación. Volver a casa tendría que ser una buena noticia. Cualquiera saltaría de la emoción y la alegría por dejar este centro del demonio. Pero estaba segura que iba a costarle mucho. Quizá demasiado.
— Así que Don Perfecto quiere soltar las cadenas. El mismo que cuando quiere bien que me habla, pero que cuando no le va bien me ignora sin contemplaciones.
— Noto un leve rencor en esas palabras —la miró con suspicacia—. ¿Qué hay de lo de gestionar nuestros sentimientos, analizar nuestras emociones y enfocarlos hacia el positivismo y todo eso?
— Sí, si todo eso lo tengo presente, créeme —intentó tranquilizarle—, pero es que lo de este tío me puede... —resopló— quiero decir que es imposible saber cuál será su comportamiento conmigo de un día para otro. Lo mismo un día es encantador y atento y al siguiente me cruzo con él por el pasillo y no gasta ni el esfuerzo de mover los ojos para mirarme.
— ¿Y no será que tú esperas demasiado de una persona que, aunque una vez fue tu terapeuta, es el director de esta institución con todo el trabajo que el puesto conlleva?
— Si bueno, pero...
— Deberías pensar que Daniel no sólo lleva tu caso. Está al corriente y lleva personalmente la evolución de cada una de las internas. Tiene que lidiar con terapeutas y enfermeras, gestionar el buen funcionamiento del centro, solventar los problemas que surjan, tomar decisiones, y encima rendir cuentas a los de arriba.
— No creo que rinda muchas cuentas...
— Las rinde, te lo aseguro. Cuando trabajas con personas no puedes permitirte ni el más mínimo error, ni la más mínima duda, ni el más leve titubeo. Antes de dar un alta hay muchos factores que deben tenerse en cuenta, muchos los informes que mirar con lupa y muchas reuniones que mantener con el personal que ha trabajado con la chica.
— Lo sé, Jackson —resopló reconociendo que tenía razón en cada una de sus palabras—. ¿Pero eso le permite ser también un maleducado?
— Es raro, maniático, odioso, gruñón, borde y hasta te reconozco que a veces parece medio autista, pero no es ningún maleducado, Beth. No dejes que un deseo personal empañe la opinión que tienes de él.
La opinión que tenia de él. Buen tema para debatir con su terapeuta. Pero no sería éste ni el momento ni el lugar para tener esa charla. Odiaba tener que darle la razón, pero la tenía. Daniel llevaba mucha carga sobre sus hombros, y Beth sabía que ella le había puesto encima mucho de ese lastre.
— Al final siempre te sales con la tuya, jodido loquero...
— ¿Jodido loquero? ¿Porque te hago pensar? Jajajaja —rió con ganas—. Eres incorregible Beth...
— ¿Puedo hacerte una pregunta? —sabía que no debería hacerlo, pero pensó que Jackson no la mentiría.
— Claro, dispara.
— ¿Qué pasó con una chica que estuvo aquí interna, una tal Johannah?
— Ah, Johannah... —evocó su recuerdo— No puedo contarte mucho Beth, ya sabes que nos asiste el secreto profesional y no puedo revelarte datos de su caso.
— Lo sé, supongo que para todos es igual. Pero no deja de llamarme la atención que todo el mundo relacione su caso con el mío.
— ¿Quién lo ha relacionado? ¿Dónde has oído hablar de su caso?
— Tyler me comentó algo en la fiesta de nombramiento de mi padre. Se lo dije a Daniel después, pero tampoco me dio mucha información. Y a ver, las enfermeras oyen cosas y luego hablan entre ellas. No hay que ser muy lista para saber cuándo hablan sobre mí. Normalmente los cuchicheos cesan radicalmente cuando paso por al lado.
— Y tú tienes el oído muy fino, ¿verdad?
— Soy una persona curiosa, lo reconozco —asintió con una sonrisilla traviesa.
— Incorregible, lo que yo te diga —suspiro sopesando qué contarle sin revelar datos importantes—. Pues veamos, Johannah fue la primera paciente en exclusiva de Daniel. Antes había colaborado y participado de las terapias de muchas internas, pero George no le había dejado llevar a él sólo ningún caso hasta que llegó ella al centro.
— ¿Pero qué tenía para que fuera un caso tan especial?
— No tenía nada de especial, era un caso más. Daniel hizo un trabajo magnífico con ella y George confirmó con ello que había encontrado al sustituto perfecto para sucederle en la dirección. Le adoptó por así decirlo y cuando estuvo listo, dejó el centro en sus manos sin dudar.
— Pero... —insistió.
— A los pocos días de haber sido dada de alta, tuvo una “recaída” y tuvieron que volver a internarla. Nadie entendía por qué. George y Daniel se volcaron con ella intentando averiguar qué había pasado. Cuando por fin lo descubrieron fue demasiado tarde.
— ¿Demasiado tarde? —un nudo le encogió el estómago— ¿Quieres decir que...?
— No lo consiguió, Beth —negó con pesar—. Se quitó la vida antes de que pudiéramos ayudarla.
— Joder que fuerte —tragó saliva no sabiendo cómo encajar esa información—. ¿Pero qué le ocurrió?
— Eso forma parte de su historial clínico y no puedo darte más información, pero piensa que fue un golpe durísimo para Daniel. Para todos en realidad, pero Daniel aún lo lleva en la conciencia y si hoy es como es, en parte es por ése caso.
— ¿Y por qué lo comparan conmigo? ¿Creen que yo pueda llegar a suicidarme también?
— Noooo, claro que no. No tiene nada que ver con tu caso créeme —intentó tranquilizarla—. Lo que creo es que no deberías darle mucho crédito a las habladurías de un puñado de enfermeras cotorras y mucho menos a Tyler. Ese vendería a su madre si con ello consiguiera ascender en el escalafón del Ministerio.
— No hace falta que me lo jures —recordó su breve encuentro con él.
— Cierto —concluyó el asunto con un sonoro suspiro—. Hay personas que no tienen misterios ni aunque se lo propongan.
No sabía si su incipiente inquietud era debido a la noticia de su posible liberación o al regusto amargo que la noticia del suicidio de Johannah había dejado en su boca. No creía que ella tuviera ese tipo de tendencias suicidas, pero las circunstancias que llevaron a la pobre muchacha a ese final tan trágico le mordían la curiosidad.
Quizá si conseguía encontrar a alguien más dispuesto a hablar del tema y dejarse de secretos profesionales, podría llegar a comprender por qué se empeñaban en relacionar sus casos.
Y Daniel seguía sin llamarle para hablar, a pesar de que habían quedado en hacerlo, a pesar del buen ambiente que se respiraba en el centro, a pesar de...
— No lo pienses tanto.
— ¿Eh...? —levantó la mirada del suelo para posarla en Kellan.
— Te echa humo la cabeza muchacha, ¿ocurre algo?
— Ocurre de todo aunque nada en realidad, Jackson acaba de decirme que van a abrir el comité que valorará mi alta.
— ¡¡Vaya!! —Sonrió ampliamente— Eso son estupendísimas noticias Beth, enhorabuena.
— Gracias, supongo.
— ¿Buscas a Sandy? ¿Vas a darle la noticia?
— No la buscaba pero no me vendría mal hablar con ella. ¿Sabes dónde está?
— Anda con las chicas en el gym creo. ¿Quieres que la llame al busca?
— No, voy dando un paseo y así me despejo.
— Genial, pues luego te veo... y alegra esa cara, mujer —siguió su camino después de guiñarle un ojo, hablándole al aire y extendiendo los brazos todo lo ancho que era—. ¡¡La vida en ocasiones puede ser maravillosa y excitante!!
Beth miró como se alejaba, con su sonrisa y su cara de felicidad suprema. Sólo le faltaba ir dejando una estela de corazones y flores a su paso. Le resultó reconfortante saber que parte de esa felicidad era por saberle enamorado hasta las cejas de Sandy. Y porque era la viva imagen de que el amor, en ocasiones, no tiene por qué doler.
Suspiró enfilando de nuevo el pasillo en dirección al gimnasio. Sabía que Sandy le daría otro punto de vista de la situación a la que iba a enfrentarse. Le haría ver el lado pragmático y positivo, le haría encarar esa nueva etapa como el comienzo de su nueva vida. Cuando llegó al recinto estaba su compañera de cuarto con un par de chicas más, pero ni rastro de Sandy.
— Hola Beth, ¿vienes a poner a tono el cuerpo?
— No entra en mis planes más inmediatos —no se llevaba bien con las maquinas infernales—. ¿Habéis visto a Sandy?
— Sí, estaba con nosotras entrenando pero la han llamado de dirección y ha tenido que salir.
— Vaya... — ¿sería Daniel para informarle de las novedades?
— Pero ha dicho que volvería —le señaló la bici estática que tenía al lado—, puedes esperarla con nosotras.
— Si no hay más remedio... —se subió con desgana al sillín y empezó a pedalear.
— ¿La buscas para decirle lo de tu comité? —sonrió con picardía.
— ¿Y cómo cuernos sabes tú eso, Sarah? —el corrillo de chicas empezó a reír por lo bajo— ¡Si acabo de enterarme!
— Oímos hablar a Rachel con dos de sus perras —contestó una chica que Beth creía recordar que se llamaba Luah o algo así—. Aquí las noticias vuelan, querida.
— Joder, ¿y cuándo fue eso que no estaba yo?
— Ayer por la noche —bajó el tono para causar el efecto cotilleo completo—. La Rottweiler le decía a sus lacayas que esta semana tendrían que estar alerta y prestarte especial “atención”, controles en la habitación, salidas fuera del centro, visitas y todas esas cosas.
— ¿Y tú no has sido capaz de habérmelo dicho anoche? —le reprochó a su compañera que daba pedales en la bici de modo incansable.
— ¡Eh, que yo me he enterado esta mañana guapa! —Señaló a Luah— Fué ella quien lo escuchó anoche.
— No te preocupes, es el procedimiento normal —Luah hizo caso omiso a la mirada de reproche de Beth—. A veces casi es mejor no saberlo.
— Pues a mí me hubiera gustado enterarme antes de que Jacks me soltara la bomba y se me quedara esta cara de boba que llevo —se señaló a sí misma con el dedo.
— Lo de los controles antes no lo hacían, pero desde lo de aquella chica ya no pasan ni una, ni dejan nada al azar.
Beth se puso alerta. La mención de Sarah sobre “aquella chica” le hizo pensar que podría estar hablando de la tal Johannah. No desaprovecharía la oportunidad de conseguir algo más de información “extraoficial”.
— Lo que realmente cuenta son los informes del terapeuta, así que gasta tus energías con ellos y no con esa panda de caniches con cofia.
— ¿Y dices que antes no hacían esos controles?
— No, se limitaban a pedir informes a los terapeutas y poco más.
— ¿Y por qué ahora sí?
— ¿En serio no sabes lo que pasó? —Ante la negativa de Beth, Luah miró a Sarah con asombro— ¿Qué clase de compañera de cuarto eres que no le cuentas los chismes más jugosos?
— Beth va por libre —se encogió de hombros sin darle importancia—. No es de las que cotillea mientras se lima las uñas.
— Yo te lo cuento, verás... —bajó el ritmo de la pedalada y el tono de voz— Resulta que la muchacha tenía serios problemas, estaba muy mal. Estuvo más de medio año interna y cuando ya creían que estaba curada Daniel le dio el alta. Pero ella decía que no estaba bien y que aún no estaba preparada para volver a casa. Las malas lenguas dicen que se había enamorado de Daniel y no quería irse.
— Eso no lo sabes, Luah... —le reprochó Sarah— No te inventes cosas.
— ¿Y qué razón tendría para no querer irse de aquí, entonces? —Sarah la ignoró— Pues eso, que yo creo que tuvieron un lío y Daniel quiso librarse de ella dándole el alta.
— ¿Pero volvió al centro, no? —ignoró el cuchicheo de las demás oyentes a sus espaldas.
— Sí, dijeron que había “recaído”, pero ya te digo yo que lo que ella quería era volver aquí para suicidarse delante de Daniel y darle así una lección.
— Basta Luah, de verdad —resopló Sarah totalmente exasperada por la telenovela que había contado su amiga—. Que tú le quieras poner demasiada imaginación al asunto no significa que pasara eso —cogió a Beth del brazo para llevársela del gimnasio—. Vamos, esperaremos a Sandy en la rotonda.
— Tú no querrás suicidarte también, ¿verdad Beth? —Preguntó mientras las dos salían del gimnasio y el resto de chicas se reían del comentario de Luah— No creo que Daniel lo soportara...
Beth miró atrás antes de salir para ver como el grupo de internas la miraban y cuchicheaban mientras se reían. Las últimas semanas había estado tan centrada en su terapia y en hacer bien las cosas para que Daniel no tuviera queja de ella, que sin darse cuenta se había convertido en el blanco de todas las habladurías del centro. Eso y el hecho de que había corrido como la pólvora el asunto de su comité de evaluación. Pero seguía sin comprender por qué mezclaban su caso con el de Johannah.
— De verdad que me dejáis alucinada...
— No hagas ni puto caso de esa tía —le pidió Sarah una vez se sentaron en el sofá del Hall—. No encontraría sus propias narices ni pillándoselas con una puerta.
— ¿Cuánto tiempo lleváis hablando de mí a mis espaldas?
— ¿Cuánto tiempo? —La miró con sorpresa— Venga Beth, tienes que reconocer que nos has puesto muy difícil el no hacerlo hija. Tu entrada en circunstancias tan “especiales”, que Daniel llevara tu caso personalmente, el asunto de no querer asearte, el manguerazo, el chungo que te dio en el dormitorio de aislamiento, el numerito de la piscina...
— La verdad es que no os lo he puesto difícil no.
— La pelea con Victoria, tu “no cita” con Daniel, que él dejara tu caso, la borrachera con Sandy...
— Vale, vale, lo he captado —realmente era una lista larga, reconoció. Y eso que no sabían ni la mitad de la mitad—. He estado muy ocupada con mi propia vida como para andar interesada en cotillear con las demás.
— Y que cotillear de una misma no tiene mucho sentido.
— ¿De verdad pensáis que sería capaz de suicidarme como esa chica?
— A ver, si me hubieras preguntado ésto hace unos meses habría dudado qué decirte. Tu comportamiento ha sido muy... errático. Pero has cambiado mucho desde que llegaste.
— ¿Estuvieron realmente juntos? Me refiero a Daniel y Johannah
— Yo creo que no, pero ya has oído a Luah. Ella cree que se suicidó por él y por haberla echado. Aunque no lo creas, su opinión tiene muchas seguidoras.
— ¿Muerte por amor? Me parece del siglo pasado la verdad.
— Te sorprendería la cantidad de teorías que corren por estos pasillos —levantó una ceja—. Como la de que te mueres por los huesos de Daniel y como él no te hace caso, montas todos esos numeritos tan rebeldes.
— Ya imagino, por eso el comentario de Luah —Sarah asintió—. Creen que hay un rollo romántico entre nosotros.
— No exactamente. Creen que tú sí que estás enamorada, pero él de tí no.
— ¿Y tú crees que ella estaba enamorada de Daniel? —volvió a intentar centrar el tema en Johannah y no en ella.
— No lo sé. Aquí sólo se sabe lo que se cuenta y lo que se cuenta es eso, aunque quien lo cuente no estuviera aquí cuando sucedió. Además hay leyendas urbanas que le echan mucho misterio al asunto, ¿sabías que su habitación no volvió a usarse jamás?
— ¿Ah, no? —eso sí que le pareció extraño.
— La que está justo al final del pasillo, la doscientos cuatro. Desde que Daniel la cerró nadie ha vuelto a ocuparla. Dudo hasta de que le permitan entrar al personal de limpieza. Al menos nosotras nunca hemos visto a nadie hacerlo.
— ¿Hay alguien del actual personal que estuviera en esa época? ¿Sandy?
— Sandy es de las más antiguas, pero fue mucho antes de que ella ingresara —lo pensó un poco—. Creo que sólo la Rottweiler, por aquel entonces era enfermera rasa y acababa de entrar cuando pasó.
— Y Daniel, claro.
— Obvio, pero poca información vas a conseguir de esa fuente —de pronto le dio la curiosidad—. ¿Y tú por qué tienes ese interés en saber qué paso?
— Curiosidad nada más.
— Ya… —la miró con suspicacia— Mucha curiosidad parece.
— ¿Seguro que Sandy está en Dirección? —Intentó desviar una vez más la atención de sí misma— No es que tenga muchas cosas que hacer pero esperar para nada me crispa los nervios.
— Mírala —señalo con la cabeza la puerta que se abría—, ahí sale.
— ¡¡Beth!! —Sandy avanzaba hacia ella con los brazos abiertos— Ven aquí cachorrilla.
— Bueno yo os dejo —Sarah se levantó del sofá camino del gimnasio—. Luego os veo.
Sandy enterró a Beth en un abrazo de oso, zarandeando a la muchacha como a un muñeco de trapo. La sincera y amorosa naturaleza de ese gesto atenazó la garganta de Beth.
— ¡No puede ser que ya quieras irte de aquí! —Le soltó para que se recompusiera— ¡Con lo que nos ha costado que te adaptes!
— No quiero irme Sandy, sois vosotros quienes me queréis echar.
— Si claro, y yo soy la dulce pastorcilla del cuento de caperucita.
— En todo caso serías el leñador, socorriendo a las pobres caperucitas como yo.
— Tú de pobrecita no tienes nada querida. Eres de las mías, y tienes que reconocer que te calé desde el primer día.
— Cierto —reconoció.
— Pues el pedazo de cabrón del lobo acaba de comunicarme que me deja fuera del comité que aprobará tu caso —resopló indignada—. ¿Te lo puedes creer? ¡Yo, que te he criado a mis pechos casi!
— ¿Qué dices?, ¿en serio? —eso sí que no eran buenas noticias. ¿O sí?
— Totalmente —arrugó el morro y cruzó los brazos tercamente—. He estado a punto de volver a sacudirle un puñetazo por cabezón, pero me he tenido que bajar de su chepa. Se ha puesto en modo “nometoqueslamoralquetetocolanómina”. Sabe dónde hacerme daño el muy cabrón…
— Tranquila, no me pilla de sorpresa. Supongo que las juergas que nos hemos corrido juntas han tenido mucho que ver —reconoció culpablemente—. La verdad es que si no hubiera sido por ti no creo que hubiera podido aguantar aquí dentro.
— No digas eso que ya tengo ganas de llorar y aún no te has ido… sniiff —se sorbió la humedad de la nariz— Anda vamos a buscar a mi leñador que tengo varias cosas que tratar con él.
Echaron a andar hacia la cafetería. Ambas eran conscientes del cambio que se avecinaba y sopesaban en silencio sus opciones.
— Sandy…
— Dime.
— ¿Sabes que te voy a echar mucho de menos?
— No lo creo cielo, no vas a librarte de mí tan fácilmente —le sonrió con complicidad—. Sólo te digo eso.