Denunciada y Detenida

 

 

 

— Siéntate, por favor.

Se mantuvo quieta, no hizo caso de la voz que amablemente le ofrecía asiento. No miró el gesto de su cara ni su expresión de condescendencia. En cambio, sí que paseó su mirada por las atestadas paredes de la habitación en la que se encontraba. Mirando sin ver.

Libros y más libros. Diplomas. Cuadros. Un perchero con una triste gabardina gris. Una mesa desbordada de papeles y carpetas en un ordenado caos. Dos sillas, un aparador, una lámpara de pie y otra de mesa, que derrochaba su luz sobre unas hojas en las que unas manos se aprestaban a escribir lo que saliera de la boca de la chica.

Al ver que ella ni se inmutaba ni tenía intención de variar en su comportamiento decidió buscar otro camino.

— Como veo que no tienes nada interesante que decir seré yo quien te diga cómo son las cosas aquí.

Esperó ver algún tipo de reacción a la dureza con que pronunció las palabras, pero la mirada de la muchacha seguía perdida e iracunda.

— Nos levantamos a las ocho de la mañana y a las nueve se sirve el desayuno. En esa hora tendrás que asearte y tener recogida tu habitación. Cada día de diez a doce tendrás sesión con tu terapeuta, de doce a dos te apuntarás a alguna de las actividades de grupo o a los talleres de formación que el centro ofrece. De dos a tres se come. Tendrás tres horas libres hasta las seis, hora en que te reunirás con tu terapeuta de nuevo. A las ocho de la tarde se sirve la cena y a las nueve de la noche todos han de estar en sus dormitorios para la inspección y el apagado de luces.

Volvió a esperar alguna reacción o síntoma de que había entendido lo que le había dicho, pero nada. Estaba hablando con la pared. No era la primera vez que se enfrentaba a chicas en su misma situación y sabía que el muro que ellas levantaban terminaba cayendo tarde o temprano.

— ¿Tienes alguna duda sobre lo que acabo de contarte?

Silencio.

— Perfecto.

Pulsó el botón del teléfono que tenía sobre la mesa para llamar a la enfermera de guardia.

— ¿Clarisse? Ven a mi despacho, por favor. Gracias.

Esperó pacientemente sin apartar la mirada de la chica. Tamborileó sus dedos sobre las vacías hojas.

Silencio.

Se reclinó en su butaca e intentó ver algo tras la barrera de indiferencia que veía en sus ojos.

Silencio.

Bajó su mirada hasta el abultado expediente que tenía a un lado y que le confirmaba lo complicado que iba a ser tratar a aquella muchacha.

Silencio.

Por fin los golpecitos de la puerta llegaron.

— Permiso…

— Pasa Clarisse. Acompaña a nuestra nueva inquilina al dormitorio de aislamiento. Asegúrate de que se duche y proporciónale todo lo que necesite de ropa y utensilios de aseo hasta que pueda pasar mañana por el dispensario.

— Claro, doctor. Yo la acompañaré.

— Mañana se te asignará una habitación definitiva. Con las horas que son y lo precipitado de tu ingreso no hemos tenido tiempo de prepararte una bienvenida mejor —sonrió con desgana—. Mañana a las ocho mandaré a alguien a buscarte que te ayude a instalarte y te enseñe el centro. ¿Alguna pregunta?

Silencio.

— Bien —suspiró con resignación—. Es todo Clarisse, podéis iros.

— Buenas noches doctor —la enfermera tiró de la chica suavemente—, que descanse.

— Igualmente.

Una vez a solas y dando por perdido el reparador descanso que tanto necesitaba, decidió abrir el voluminoso expediente.  Después de que le sacaran de la cama a las dos de la madrugada para atender el ingreso de su nueva huésped, se resignó a pasar lo que quedaba de la noche en vela.

 

N.º Expediente: 20.071/984

Nombre: Elisabeth Sue Dawson

Fecha de nacimiento: 13 de septiembre de 1990

Edad: 24 años

Estado civil: Soltera.

 

La persona arriba referenciada tiene en este archivo los siguientes antecedentes:

 

2004: Denunciada y detenida por hurto menor.

2005: Denunciada y detenida por escándalo público.

2007: Denunciada y detenida por desobediencia y resistencia a la autoridad.

2008: Denunciada y detenida por agresión.

2009: Denunciada y detenida por tráfico de estupefacientes.

2009: Denunciada y detenida por consumo de sustancias ilegales en la vía pública.

2011: Denunciada y detenida por conducir en estado de embriaguez.

2012: …

 

Informes policiales, certificados médicos, estudios psicológicos… Aquello seguía y seguía de manera interminable. Apenas se había fijado en los delitos más destacables, pero su experta mirada no necesitaba leer más allá para saber con la clase de chica que estaba tratando y que se resumía en una única y simple palabra. Problemática. Habían pasado por sus manos decenas de expedientes iguales. En unas ocasiones había podido ayudar a sus dueñas, en otras ocasiones no.

Sabía que los comienzos eran duros, muy duros. Cada vez que llegaba uno de esos expedientes a sus manos sentía que tenía que descender a los infiernos para conseguir rescatar algo de la conciencia de aquellas chicas. Tenía que zarandearlas y romperlas hasta que se quedaban huecas de todo lo que llevaban dentro. Vaciarlas por completo hasta que no quedara nada en pie dentro de sus mentes casi ciegas. Y una vez que no eran nada, que solo eran un cuerpo vacío como una cáscara de nuez, entonces podía comenzar su verdadero trabajo. Alzarlas, recomponerlas, ayudarlas a encontrarse y descubrirse. Sacarlas del agujero en el que dormitaban y abrirles los ojos a una realidad completamente desconocida para ellas. La simple vida.

No iba a caer en el error que ya cometiera antaño de creer que todas eran iguales. Los delitos y los informes podían ser malditamente calcados unos de otros, bien lo sabía. Pero ellas no eran las mismas personas, ni tenían los mismos motivos, ni tenían las mismas razones, ni los mismos miedos, ni los mismos sentimientos.

Cada una era diferente y como tal tenían que tener un tratamiento diferente y una terapia personalizada. Ya cometió una vez, al comienzo de su carrera, el error de medirlas a todas con el mismo rasero y las consecuencias de ese error no iban a borrarse nunca de su memoria. Estaría ahí para recordarle a cada minuto y frente a cada nuevo caso, que no debía bajar la guardia en ningún momento. Bien lo sabía.

Afortunadamente, tener muy presente ese mismo error, obsesionarse hasta lo insano con no volver a repetirlo. Mejorar en sus terapias hasta alcanzar casi la perfección, le valió para hacerse un hueco en el difícil mundo de su profesión y encumbrarse, a pesar de su juventud, como uno de los mejores en su campo. Aunque muchos de sus colegas tachaban sus técnicas de demasiado agresivas y transgresoras.

“Es un caso especial”. Ese era el argumento que esgrimía su jefe cuando la llegada de alguna chica no seguía el cauce de ingresos normal. Era un modo de apaciguar el gruñido que salía de su somnolienta garganta y llegaba en forma de queja a oídos de su interlocutor. Pero en esta ocasión fue un “Te lo pido como un favor personal” la frase que usó para sacarle de la cama y que hizo que el sueño se borrara de su cara. Su jefe nunca pedía favores y mucho menos “personales”, por lo que estaba seguro de que ese “favor” iba a darle más de un quebradero de cabeza.

Estuvo horas leyendo el expediente. Empezaba ya a despuntar el día cuando un martilleante dolor empezó a instalarse en sus sienes. Odiaba los días como aquel. La falta de sueño y el dolor de cabeza iban a acompañarle durante toda la jornada, cargando sus hombros y añadiéndole más peso a su ya de por si cansado cuerpo. Se prometió a sí mismo, como hacía cada vez que le sacaban de la cama a las tantas de la madrugada, que al acabar se tomaría unas buenas y necesarias vacaciones. Una promesa que siempre quedaba inoportunamente rota por otro nuevo caso.

— Buenos días doctor —entró sin llamar, como un elefante en una cacharrería y con una humeante taza de café en las manos—  ¿Has tenido buena noche?

— Buenos días Rachel —frunció el ceño con fastidio—  ¿Es que no sabes llamar a la puerta?

— Nunca lo he hecho y no pienso empezar a hacerlo ahora —ella lo miró arrogante—  ¿Algún problema con eso?

— Sí, si tengo un problema con eso —protestó aceptando el brebaje que le traía su ayudante— y no me cansaré de repetírtelo. Este es mi despacho y por lo tanto parte de mi territorio y…

— Ya, ya… y mi territorio es solo mío… mío, mío, mío… —giró los ojos— lo de siempre, vamos.

— ¿Algo interesante para hoy? —se presionó el puente de la nariz, cansado de discutir todos los días de lo mismo con ella.

— Tenemos dos ingresos más aparte del que te ha sacado de la cama. Un alta y cuatro faltas por mala conducta. El gran jefe ha pedido reunirse a comer contigo hoy. El pedido de farmacia ha llegado equivocado así que hay que llamar a la distribuidora para poner unos cuantos puntos sobre las íes. Los de mantenimiento vendrán a arreglar el aire acondicionado de tu estudio sobre las seis de la tarde, les es imposible venir antes. Y tu amiga Trissssssssh —arrastró las eses intencionadamente— sigue queriendo que le haga un hueco en tu agenda para cenarte... —fingió confusión— ups, perdón… quería decir para cenar contigo. Por lo demás todo tranquilo.

— Genial —sonrió pensando en Trish y revolviéndose el pelo después de apurar lo que quedaba de su taza de asqueroso café, se levantó mirando su reloj. Las 7.00 AM—. Me daré una ducha y en veinte minutos soy todo tuyo.

— Que sean quince…

— Serán veinticinco —sonrió falsamente a su ayudante— y como vuelvas a abrir la boca al respecto se alargarán a treinta.

— Serás… —bufó airada.

— ¿Decías algo? —se giró para mirarla.

— Nada.

— Bien. Ah, dile a Sandy que pase por el dormitorio de aislamiento y que le haga de guía a Elisabeth. Que vengan juntas a verme a las diez a mi despacho.

— ¿Algo más, amo? —levantó una ceja—  ¿Quiere que le abanique también?

— No, eso es todo —contestó muy digno—. Te llamaré si necesito que alguien me frote la espalda.

— Que más quisieras…

Y así comenzaba otro memorable día en la interesantísima y horrorosamente profesional vida del doctor Daniel Smith.

 

Flor de agua
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