El deseo

 

 

 

El tiempo que sus bocas estuvieron en contacto fue dolorosamente breve, pero para Beth podría perfectamente haberse parado el mundo en ese instante porque no lo hubiera notado. No veía, ni oía, ni sentía otra cosa que no fuera él. Su cálida piel, sus sabrosos labios, sus férreas manos.

Apenas fueron unos segundos, pero suficientes para transportarla de nuevo a aquella cabaña, donde todo había empezado. Y tan velozmente como llegó, la ensoñación se fue. Notarse bruscamente separada de la boca que le daba la vida le partió el alma. Abrió los ojos sólo para ver como Daniel la miraba completamente impactado, un microsegundo antes de girar la cara a ambos lados para ver si alguien los había visto.

Cuando tomó conciencia de lo que había hecho y del irracional impulso por el que se había dejado llevar, quiso que se le tragara la tierra. Quiso ahogarse en ese mismo instante y que Daniel tuviera una excusa válida para justificar ante los presentes que sus labios se hubieran unido.

— Beth —sus ojos aún esperaban encontrar a alguien que les mirara.

— Oh, joder —el hilo de voz apenas llegó a oídos de Daniel. Escondió la cara avergonzada—, mierda.

— Tranquila —comenzó a disimular desplazándose con ella aún en brazos por la piscina—, nadie se ha dado cuenta. Afortunadamente.

Cuando Beth se atrevió a levantar la mirada y comprobar por ella misma que nadie les había visto, sintió que hasta se mareaba del alivio que le embargó. Las chicas estaban ya recogiendo sus pertenencias y permanecían en corrillos comentando la clase con sus terapeutas.

— Gracias a Dios… —resopló notando como la tensión de su cuerpo se esfumaba dejándola completamente exhausta— lo siento, lo siento… yo…

— Ya, vale —apretó la mandíbula produciendo un chasquido más que audible para ella—.  ¿Puedes nadar?

— No siento ni las piernas —eso para Daniel era claramente un no.

Pensó que sería bueno alejarla de su cuerpo antes de que reaccionara como no quería que lo hiciera. Pero el pensamiento llegó tarde. La tirantez que notó dentro de su bañador había sido casi instantánea.

— Bueno, entonces te llevaré al bordillo y esperaremos a que se vayan.

— De acuerdo —tragó en seco rogando para que la bronca no fuera muy descomunal.

Fueron desplazándose lentamente hasta el bordillo mientras veían como el grupito comenzaba a salir del recinto. Cuando notó que las manos de Daniel la presionaban para que se recostara sobre su hombro obedeció sin rechistar.

— ¿Se encuentra bien? —Le preguntó unos de los terapeutas desde lejos—  ¿Necesitas ayuda?

— No Jackson, tranquilo. Todo está bien —esbozó una media sonrisa despreocupada—, solo se ha mareado un poco.

— Ok. Nos vamos entonces —Daniel asintió tranquilo.

Cuando estaban apenas a unos centímetros de alcanzar el bordillo, la puerta se cerró tras ellos. Beth empezó a prepararse mentalmente para ver como los infiernos iban a desatarse. Estaba comenzando a girarse un poco para alcanzar con sus temblorosas manos la piedra del borde cuando de pronto lo notó. 

Madre del amor hermoso, él estaba duro. Tenso como el demonio y esforzándose por permanecer tranquilo, pero duro al fin y al cabo. El bordillo quedó fuera de su ecuación en ese mismo momento. Volvió sus ojos hacia él y se quedó estática esperando su reacción.

— Daniel… —vio la vena de su frente palpitar.

— Cállate —el demonio asomó a sus ojos a la vez que la empotraba contra la pared de la piscina— Suelta tus piernas —el gruñido con que dijo esas palabras la estremeció.

— Lo siento, yo… —notó sus manos formar garras en sus hombros.

— Que sueltes las piernas, Beth.

Dejó de rodearle. La ferocidad de su voz hizo que el corazón se le disparara en una loca carrera hacia ninguna parte. Y tuvo miedo.

— ¿¡Pero se puede saber en qué demonios estabas pensando!? —bufó completamente cabreado.

— Lo siento, de verdad. Yo… —retorció sus manos con nerviosismo— Yo no pensé en lo que…

— ¡¡Me has besado, Beth!! ¡¡Delante de todos!! ¿Sabes lo que podría haber supuesto eso? ¿Sabes el lio en el que me hubieras metido?

— No me di cuenta… no pensaba lo que hacía…

— ¡¡Pues piensa, maldita sea!! ¡¡PIENSA!! Si alguien llega a…

— Nadie nos ha visto —le interrumpió antes de darse cuenta de que no debería haberlo hecho. Él apretó la mandíbula—. Perdón.

— ¡¡Pero podrían habernos visto, joder!! —La vena de su frente volvió a palpitar— ¿Tengo que recordarte que cada acto tiene sus consecuencias?

— No hace falta que me recuerdes nada —protestó molesta—. Y ya te he pedido disculpas. ¿Qué más quieres?

— ¿¡Que qué más quiero!? Que dejes de comportarte como una jodida egoísta y controles tus impulsos antes de que le salgan caros a alguien, eso quiero.

— De acuerdo, lo intentaré —resopló cansina, pero la fulminante mirada que recibió en respuesta le hizo corregir inmediatamente la frase—. Quiero decir que lo haré, ¿vale? Lo haré, te lo prometo.

— No me jodas, Beth. ¿Es que no te he enseñado nada en todo este tiempo? —preguntó incrédulo.

— Claro que me has enseñado, Daniel —respondió bastante ofendida por la pregunta—. He aprendido muchas cosas contigo y me duele que ahora pienses que por este despiste tonto no ha valido la pena el esfuerzo.

— Pues pon en práctica lo aprendido joder, contrólate. Piensa un poco las cosas antes de hacerlas —la manera en que ella lo estaba mirando, prestando total atención a sus palabras, redujo de manera significativa su enfado—. Ten en cuenta las consecuencias de tus actos y en cómo afectan a otras personas.

— Daniel, yo… —tuvo que morderse la lengua para no hablar antes de pensar dos veces lo que iba a decirle.

— Ponte en la piel del que tienes enfrente por un segundo antes de lanzarte a lo que sea que te pase por la cabeza —parpadeó sorprendido un par de veces viendo como el brillo de sus ojos aumentaba con cada palabra.

— Daniel… —notó el rubor cubrir sus mejillas, pero iba a decírselo. Necesitaba decírselo.

— Sé que es complicado, pero no podemos dejarnos llevar así como así por nuestros…

— Te necesito.

—… deseos.

No vio duda en sus ojos, ni vacilación, ni incomodidad, ni mentira. Sólo puro convencimiento. Le necesitaba. ¿Le necesitaba? ¿A él? Todo rastro de enfado que aún le quedara por su comportamiento se esfumó con esas dos simples palabras, siendo reemplazado por un devastador anhelo de satisfacer sus necesidades. Apretó los puños con fuerza.

— Te necesito, Daniel —repitió— siento tener que decírtelo así, pero es la verdad.

— No me hagas ésto… —reculó un par de pasos alejándose de ella pero su corazón ya martilleaba complacido— Quedamos en que sólo pasaría una vez y todo volvería a la normalidad.

— Lo sé y de verdad que lo he intentado con todas mis fuerzas —pasó ambas manos por su pelo antes de levantar la mirada y clavar sus expresivos ojos en él—, pero no puedo. Simplemente no puedo dejar de desearte de la noche a la mañana.

Acortó lentamente la distancia que él había puesto entre ellos y bajó la mirada hasta sus manos, que se desplazaron bajo el agua en busca de las suyas.

Daniel se tensó al notar sus dedos entrelazarse pero no se movió ni un ápice del sitio. Joder otra vez no, pensó. Pero si, allí estaba. El deseo. Ese maldito sentimiento que hacía que cada hora del día que no pasaba con ella pesara como una losa de cien kilos sobre sus hombros y convertía sus solitarias noches en verdaderos infiernos. Y lo peor de todo era… era…

— Ven aquí… —tiró suavemente de él, acercándole de nuevo al bordillo y a su cuerpo— Ven conmigo.

— Beth, esto no… —intentó negarse, pero se dejó acercar— Esto no está bien.

— Te deseo, te necesito —susurró a pocos centímetros de sus labios. Soltó sus manos para rodearle la cintura—, dime que tú no sientes lo mismo.

— Beth yo no… —apretó los puños para no ceder al impulso de acariciarla de igual manera— No puedo… no debo.

— Te siento… —se apretó contra su cuerpo y onduló las caderas haciendo que su respiración se disparara— Puedo sentir que tú también me necesitas, que me deseas.

— Joder… —cerró los ojos y enterró la cara en su húmedo pelo, rindiéndose a que sus manos la acariciaran como pedían a gritos hacer— Esto es una locura, Beth. Alguien puede entrar y…

— Es la hora de la cena, nadie va a molestarnos —metió una mano bajo su bañador y atrapó una de sus nalgas presionándole contra ella— Bésame, Daniel… por favor —susurró en su oído a la vez que su espalda volvía a chocar contra el muro de la piscina.

No esperó a que lo hiciera a pesar de que sus manos ya recorrían cada centímetro de su espalda. Buscó su boca y se sumergió en ella ávida de volver a sentirse parte de él. La ferocidad con la que él le devolvió el beso le hizo coger más confianza y agarró su mano para dirigirla a uno de sus pechos.

Aunque no hizo falta guiarle en nada más. Sus manos sabían perfectamente dónde y de qué manera tenían que hacer su trabajo sobre ella. Apartó de un experto movimiento la copa de su bikini dejando expuesto un rosado pezón. Lo contempló un segundo antes de agarrar todo su pecho con fuerza y lanzar su boca contra él, desesperado por renovar el recuerdo del sabor de su cálida piel.

— Dios, mi vida… —susurró ronco mientras dejaba ansiosos besos de camino a su boca— Te necesito tanto… te deseo tanto… —la apretó contra su dureza.

— Déjame aliviar tu deseo...

Deshizo el nudo de su bañador dejándolo flojo en sus caderas. Metió la mano por la parte delantera y atrapó su miembro erecto gruñendo de satisfacción mientras mordía sus labios.

— Te necesito, mi amor… —la presionó más duramente contra él.

Cuando ella gimió suavemente aceptando la presión, la levantó para que pudiera enlazar de nuevo las piernas en su cintura. Sabía que no la podía tener aquí, pero las razones de por qué se volvieron borrosas con su agitada respiración en el oído.

— Desearía estar ahora mismo en la cabaña —susurró—, juntos en nuestra cama.

Nuestra. Maldición, ella había dicho En nuestra cama. ¿Alguna vez había sonado algo tan bien? La presionó más fuerte contra el muro, besándola más profundamente, con todo el deseo que tenía en su interior.

Incluso después de todo lo que había luchado por que todo volviera a ser como antes, la necesidad que tenía de ella era demasiado fuerte, y se abandonó. La sujetó contra su cuerpo y avanzó a rápidas zancadas hasta los escalones de la piscina. Sin dejar de besarla se sentó en uno de ellos y agarrándola de las caderas la sentó sobre él a horcajadas.

Le arrancó los lazos que mantenían la parte inferior de su bikini en su sitio, tironeando de la prenda hasta que consiguió quitársela del cuerpo. Ella hizo lo mismo con su bañador.  Cuando sintió sus brazos rodearle con fuerza y su boca jadear en sus labios, la miró a los ojos y la penetró de un sólo empuje. Sin balancearse, solo sintiéndola en él, permaneciendo inmóvil.

— D   a   n   i   e   l… —gimió su nombre y se deleitó con la sensación de tenerle dentro.

— Dime que pare, Beth… —sus ojos eran una mezcla de deseo y remordimientos—Dime que pare porque yo solo no seré capaz de hacerlo.

— No quiero que pares, mi vida —onduló sus caderas provocando que él se retorciera bajo ella—.  Te quiero dentro de mí, te quiero así…

— No puedo seguir con ésto… no podré detenerme si tú no…

— Te quiero Daniel, te quiero, te quiero… —movía su cuerpo con cada declaración, friccionándose contra él— Te quiero, te quiero, te quiero…

— Oh, Dios… —se abrazó más fuerte a ella negándose a creer lo que estaba escuchando— No, no, no.

— Te quiero —balanceo— Te quiero —balanceo— Te quieroooo…

— No me hagas ésto… no me hagas… —mantuvo la respiración notando ya el torturador hormigueo campar a sus anchas por su cuerpo— No… no… ¡¡NOO!!

— ¡¡Oh, mi amor… SÍ!!

Alcanzó su liberación jadeando en su boca, tirando de sus húmedos mechones, clavando sus dedos en la piel de su hombro, mordiendo sus labios. Notó su respiración tanto o más agitada que la suya, sus manos apretándola aún contra su cuerpo. Tenía la cabeza echada hacia atrás y sus ojos cerrados en una mueca de placentero dolor. Era hermoso. Era perfecto. Era él.

Cuando por fin notó que relajaba la tensión y elevaba de nuevo su cabeza para dejarla descansar ahora sobre su hombro, pegó su mejilla a la de él y le abrazó con fuerza. Rogó para que no echara a perder el dulce momento que habían tenido, con culpas y remordimientos que sólo conseguirían hacerle sentirse mal por desearla.

Y lo último que quería era verle sufrir por ella. Podría tenerla las veces que quisiera, como él quisiera, donde y cuando él quisiera. Ella siempre accedería, siempre le complacería, aunque tuviera que esperar el tiempo que hiciera falta o recorrer las distancias que fueran necesarias.

Sólo necesitaba que él lo asumiera, que no se resistiera. Que lo deseara igual que ella y podrían estar juntos. Lo aguantaría todo con tal de estar con él y así se lo tenía que hacer saber.

— Daniel, mírame —alzó su cara entre sus manos y sonrió cuando sus ojos se fijaron en ella—. Todo está bien, cielo. Me has hecho muy feliz hoy.

— No, no todo está bien —la frialdad de su voz la dejó aterrada—. Nada va bien.

— No lo estropees, por favor —rogó acariciando sus mejillas—. Déjame disfrutar de ello un poco más.

— ¿Cuánto más, Beth? ¿Hasta que ésto nos destroce más de lo que ya nos está destrozando?

— No pienses eso. No nos destroza… nos une. Nos necesitamos el uno al otro y esto solo demuestra que lo que sentimos no es ninguna ilusión. Es real y tangible. Y puede ser posible un “nosotros” sólo con que tú termines de convencerte de que no hay nada malo en ello.

No podía ser cierto. Sus palabras eran tan idénticas a los pensamientos que rondaban por su mente que estuvo a punto de darle la razón en ese mismo instante. Y lo hubiera hecho si ese otro pensamiento, el que siempre le aguaba la fiesta, no hubiera aparecido agitando sus manos y llamando su atención.

Eres su terapeuta Hola, ¿hay alguien ahí? Conciencia llamando a Daniel Smith.

— Me has mentido, Beth —sentenció endureciendo su voz. La mejor defensa: un buen ataque—. Se acabó.

— ¿¡Que!? —Soltó su cara y le miró totalmente perpleja— ¿Qué estás diciendo?

— Que me has mentido y eso no lo consiento —apretó sus dientes con fuerza cuando ella se bajó de su cuerpo— Voy a asignarte otro terapeuta.

— ¿¡Cómo!? ¿Qué vas a hacer qué?

— Lo que has oído.

— No, eso no puede ser… ¿En qué te he mentido? —Preguntó incrédula— Todo lo que he dicho es cierto, lo sabes tan bien como yo.

— Te has enamorado de mí —Beth boqueó ante la afirmación—. Te dije que no lo hicieras, que supieras mantenerte al otro lado de la línea sin cruzarla y no lo has hecho.

— ¿Pero, por qué piensas eso?  —La ironía no tardó en aparecer—  ¿Por haber dicho que te quiero?

— Entre otras cosas, sí —se subió el bañador sin querer mirarla a los ojos.

— Oh, por Dios, no puedo creerlo. Otras cosas… ¿Qué otras cosas? —Empezó a notar como el cabreo subía de niveles en ella—  ¿Qué otras cosas, Daniel?

— “Nosotros” —sabía que decirle esto iba a escocerle mucho, pero tenía que hacerlo— Entérate Beth, no hay ni podrá haber nunca un “nosotros” mientras yo siga siendo tu terapeuta.

— ¿Que no hay… un nosotros? —hubiera preferido un tiro en pleno pecho.

— No, ni lo hay ni lo habrá.

— Eres un cabrón —escupió dolida—. Si te sientes mejor mintiéndote a ti mismo de esa manera adelante, no voy a detenerte. Pero el “nosotros” existe desde que pusimos el pie en aquella cabaña, mucho antes incluso.

— Ése no es el tema —salió del agua dándole la espalda un segundo para recomponer su expresión y girándose de nuevo para mirarla—. Si estás enamorada no puedo seguir tratándote —lo que iba a decir a continuación ya le estaba doliendo a él de una manera brutal, pero tenía que hacerlo—. Yo no te quiero, Beth. No estoy enamorado de ti y necesitaré que me des una buena razón para no dejar de tratarte en este mismo instante.

— ¿Quieres una buena razón? —notó la ira inundar todos sus sentidos y envenenarle la boca. No consentiría que se la quitara de encima como un trapo viejo—. Te voy a dar una buena razón, hijo de puta. Te odio. Te odio con todas mis fuerzas. Y no creas que el que te haya dicho que te quiero significa algo… también quiero a mi gato y hasta él merece mi cariño más que tú. ¿Enamorada de ti? ¡¡JA!! Ni loca me enamoraría yo de alguien tan ruin y mezquino como el cerdo que tengo delante —paró un instante para tomar aire y recuperar el aliento—  ¿Satisfecho doctor o quieres más?

— Suficiente para mí, de momento —la miró antes de girarse para salir del recinto—, aunque espero que no se te olvide de nuevo.

— Vete al cuerno —le dio la espalda luchando contra las ganas de llorar.

— Hasta mañana, Beth.

Salió cerrando la puerta a su espalda. Aun se quedó un par de segundos esperando oír algo al otro lado de la madera. Gritos, lloros, insultos… lo que fuera. Pero solo quedó, igual que dentro de su pecho, un enorme y agobiante silencio.

Flor de agua
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