La confesión
— Buenas noches, Susan —ambos hombres saludaron a la enfermera.
— Buenas noches —respondió levantándose de su silla y cruzando las manos con nerviosismo ante su delantal.
— ¿Qué tal va la guardia? —preguntó Daniel cogiendo los papeles que Susan le tendía.
— Bien, tranquila. Nada importante que… contar —intentó controlar su nerviosismo.
— ¿Han regresado ya las chicas? —levantó la mirada de las hojas para fijarlas en la enfermera.
— Sí, hace rato —sonrió y bajó la mirada incapaz de mantenérsela al doctor.
— ¿Sandy salió con ellas? —preguntó Kellan.
— No, ella… ella se quedó aquí con… Beth.
— ¿Estás bien, Susan? —Daniel entornó los ojos escrutando el rostro de la mujer— Pareces nerviosa.
— Estoy bien, gracias —carraspeó para aclararse la voz no queriendo pensar en lo que su compañera le había dicho que Sandy andaba barruntando—, quizá algo cansada. Estas guardias se hacen eternas… —sonrió algo nerviosa— ¿Qué tal su cena? ¿Lo pasaron bien?
— Muy bien, gracias.
Daniel respondió a la evasiva pregunta y prefirió dejarlo pasar, también estaba cansado y un sábado a esas horas no era buen momento para un interrogatorio. Dejaron a la enfermera en su puesto y se encaminaron al ala “D”.
— ¿Qué crees que han estado haciendo Sandy y Beth esta noche? —le preguntó Kellan mientras subían las escaleras hacia sus estudios.
— Es evidente —esbozó una leve sonrisa— “cosas de chicas”.
— ¿Cosas de chicas? ¿Otra vez?
— Eso es —enfilaron el pasillo caminando tranquilamente—, así que ya sabes, no metas tus narices donde no te llaman.
— Hay que joderse… —bufó Kellan. De pronto se paró en seco— ¿Pues sabes qué te digo?, —Daniel se paró a su vez y le miró con asombro— que yo meto mis narices donde me da la gana.
— Shhhhh —le chistó intentando que bajara el tono—. ¿Quieres despertar a todo el personal o qué? —vio como dirigía su mirada hacia el estudio de Sandy— Oh, no. Ni se te ocurra.
— ¿Por qué no? —anduvo de puntillas hasta la puerta.
— Porque no, joder —se acercó para intentar disuadirle—. ¿Quieres morir tan joven?
— Shhhh, habla más bajo —susurró mientras agarraba el pomo—. Solo voy a comprobar que esté en su estudio.
— Sandy te matará si se entera de esto —puso una mano sobre la de su amigo evitando que abriera la puerta.
— Ni que tú no te murieras de ganas por hacer esto mismo pero en la habitación de Beth… —retiró la mano que le impedía abrir— Susan ha dicho que han estado juntas toda la noche, solo voy a cerciorarme de que ya está acostada y sola.
— ¿Y si está despierta? Leyendo o lo que sea que esté haciendo.
Kellan lo sopesó un segundo, podría tener razón. Casi sin pensarlo y ante la atónita mirada de Daniel, pegó la oreja en la puerta. Pasados unos segundos la separó y su cara adquirió una súbita tonalidad de rojo furia.
— Me cago en la madre que… —tuvo que contener las ganas de aporrear la puerta— está con alguien ¡Se escuchan ronquidos!
— ¡Shhhh, joder! —Le vio ir y venir luchando contra las ganas de echar la puerta abajo— Eso es imposible, has oído mal.
— Pon la oreja si no me crees, —Daniel dudó, no quería hacerlo pero…— que la pongas, joder.
— ¿Con quién demonios va a estar si no es contigo? —la pegó sólo para poder convencer a su amigo de que se equivocaba— Que Sandy será todo lo que quieras, pero no es una promiscua —sus ojos se abrieron como platos—. Oh, vaya.
— Se acabó —apartó a Daniel de la puerta y volvió a agarrar el pomo—, voy a entrar.
— ¡No, espera!
Pero Daniel no fue lo suficientemente rápido. Cuando quiso evitarlo Kellan ya estaba con medio cuerpo dentro de la habitación. Entró tras él dispuesto a obligarlo por la fuerza a salir de allí, cuando casi sin esperarlo se dio de bruces contra su ancha espalda.
— Oh, mierda… —Kellan se quedó mirando a las dos mujeres totalmente dormidas que había en la cama.
— Kellan, ésto no… —se hizo a un lado esperando poder ver lo que lo había frenado—… no está nada bien —cuando las vio casi se cae de culo— Oh, mierda…
Ambas estaban profundamente dormidas. Beth con la cabeza en las almohadas durmiendo normalmente, y Sandy en idéntica postura pero al revés y bocabajo, con los pies pegados al cabecero, un brazo colgando por fuera del colchón y las almohadas a los pies de la cama.
Ni siquiera habían apagado la luz de la lamparita antes de caer rendidas. Las tres botellas vacías de la papelera, los envoltorios de gominolas tirados por el suelo, los vasos aún con restos de hielos, prácticamente pegados a la mesilla, las revistas y la ropa desperdigada por toda la habitación, y el reproductor de música aún encendido aunque en silencio, le permitió a Daniel catalogar en un simple vistazo que allí había tenido lugar una pequeña fiestecita.
— Gracias Dios mío… —suspiró aliviado Kellan cuando vio que quien acompañaba a Sandy era Beth y no otro hombre, aunque roncaba como uno. Se quedó mirando cómo los rizos del amor de su vida caían parcialmente por el borde del colchón—. Joder, está preciosa.
— Salgamos de aquí, Kellan —susurró tirando de su brazo— ahora, vamos.
— Espera… —estaba como hipnotizado. Se soltó de su agarre y caminó sigilosamente hasta la cama.
— ¡Kellan, no! —Tuvo que susurrar, pero le hubiera gustado poder gritárselo— ¿Estás loco? ¡Vuelve aquí!
— Shhhhh, vas a despertarlas al final, pesado —se puso un dedo en la boca mandándole callar. Después le indicó la mesilla que estaba en el lado de Beth— Ve allí y apaga la lamparita, ¿quieres?
— Ni de coña, ¡vámonos! —le vio arrodillarse al lado de Sandy— Como se despierten… vámonos ¡YA!
— ¡Apaga, joder! Después nos iremos.
Elevó con extremo cuidado el brazo de Sandy y lo subió de nuevo a la cama. Su princesa dormía como un tronco y a pesar del pestazo a alcohol que echaba y a los excesivos “ruidos” que emitía con sus respiraciones, le pareció la mujer más hermosa del planeta. Tenía las mejillas sonrosadas, los labios entreabiertos, la naricilla respingona y las largas y espesas pestañas del ojo izquierdo aplastadas contra el colchón. Se preguntó por qué demonios no podía ser tan angelical estando despierta, exactamente igual que cuando dormía.
Daniel, por su parte, no sabía qué era peor tortura. Si quedarse allí plantado viendo la cara de absurda adoración de Kellan, o acercarse hasta esa lámpara y ver a Beth dormir. Pensó que sin luz, a Kellan no le quedaría más remedio que dejar de mirar a Sandy como si le fuera la vida en ello, por lo que hizo acopio de toda su fuerza de voluntad y recorrió los escasos metros que le separaban de la dichosa lamparita.
Evitó en todo momento mirarla, fijó testarudamente su atención en el interruptor que estaba sobre la mesilla, a escasos centímetros de las almohadas. Un simple click y se acabaría su lucha por no desplazar los ojos de su objetivo. Se inclinó para pulsar al maldito, sus dedos ya lo tocaban cuando de pronto lo hizo.
La miró.
Sus ojos se quedaron clavados en su pálido rostro, en las ojeras bajo sus ojos, en su ceño levemente fruncido. Y a pesar de estar dormida, a pesar de parecer tranquila y serena, su expresión era dolorosamente triste. Y a Daniel verla así le formó un agobiante nudo en la garganta. Tuvo que tragar y parpadear varias veces para controlar las ganas de maldecirse a sí mismo en voz alta, por ser el causante de esa tristeza.
Cerró los ojos un instante y apretando la mandíbula todo lo fuerte que pudo, pulsó el interruptor apagando así la luz. Se incorporó llenando de aire sus pulmones y lo expulsó lentamente de camino a la puerta. Kellan salió delante de él, por lo que agarró el pomo de la puerta y se ocupó personalmente de que no hiciera el más mínimo ruido al cerrarse.
— ¿¡Qué pasa!? —preguntó viendo la expresión con la que le miraba Kellan.
— Tío, no puedo creerme lo que he visto —escrutó el rostro de su jefe esperando ver algo que le hiciera pensar que sus ojos le habían engañado, pero no lo encontró—. Estás enamorado.
— ¿Qué coño estás diciendo? —Apartó a su amigo con un leve empujón y se abrió paso hacia su estudio— Vete a dormir Kellan, mañana hablaremos de todo ésto.
— Échame todas las broncas que quieras mañana —le paró en la misma puerta de su cuarto—, pero sé lo que he visto ahora y no vas a poder contarme ningún cuento después que me convenza de lo contrario.
— ¿Y se puede saber qué has visto?
— Te has enamorado.
— No.
— Sí.
— No.
— No lo niegues.
— Lo niego.
— Estás enamorado.
— Que no.
— Que sí.
— Joder Kellan, es tardísimo. Necesito dormir, ¿vale? Dejemos el tema.
— Reconócelo y te dejo en paz.
— Arrrfff, me cago en la… —bufó revolviéndose el desordenado pelo —ahora entiendo a Sandy perfectamente cuando dice que le sacas de sus casillas.
— No me cambies de tema —se cruzó de brazos con firmeza—, contesta de una puñetera vez y podremos irnos a dormir.
— ¡¡Joder, está bien!! —Bufó cabreado dándose por vencido— Tienes razón, lo reconozco, ¿vale?. Estoy loco por ella. Me tiene completamente agilipollado o enamorado o como coño quieras llamarlo. Le cambié de terapeuta porque me pone de los nervios tenerla cerca, ¡¡y no poder hablarle, acariciarle o besarle como realmente desearía!! Me hubiera encantado despellejar vivo al tal Mark de los cojones, o a cualquier otro hombre que le haya puesto una jodida mano encima, solo por el hecho de haberse portado como un auténtico hijo de puta con ella. Y lo único que me recorre ahora la mente, y la razón por la que estoy teniendo una titánica batalla interna conmigo mismo, es por entrar en esa habitación, sacarla de esa cama y meterla en la mía para hacerle el amor, ¡¡durante una jodida semana entera!!
— Joder, Daniel… —Kellan no había podido ni pestañear durante toda la asombrosa confesión— Respira colega, te estás poniendo morado.
— ¿Estás satisfecho? —Suspiró sonoramente después de recuperar el ritmo normal de su respiración— ¿Podemos ir a dormir ya?
— Podemos, claro que podemos —sonrió tan ampliamente que parecía que iba a morderse las orejas—. Ya verás que gracias a ésto vas a dormir tan plácidamente como hace mucho tiempo que no haces, compañero —palmeó su hombro antes de dejarle.
— ¿Kellan? —le llamó antes de que desapareciera por la puerta de su estudio.
— Dime —volvió a sonreírle.
— Estás despedido —intentó permanecer serio, pero una traicionera sonrisa se le escapó.
— Vale colega, pasaré a por mí finiquito el lunes —le guiñó un ojo—. Que descanses.
Ambas puertas se cerraron y el pasillo quedó en absoluto silencio.