Demasiadas complicaciones
Aún intentaba discernir qué era lo que le había ocurrido en esa piscina. Algo tenía que estar ocurriéndole para tener esa clase de pensamientos con una de sus pacientes, cuando jamás en toda su vida profesional había sentido nada físico por ninguna. No, nunca, de ningún modo.
Excepto a… no, tampoco. A ella nunca la quiso de ese modo. A ella la quiso de otra manera, como se quieren dos personas afines, como se quieren dos personas que se comprenden, como se quieren dos hermanos. La quiso y aún la quería, pero eso ahora no importaba, ya no estaba.
Pero quien sí estaba era Beth y en cierta manera le recordaba mucho a ella. Sus primeros días en el centro eran reposiciones de lo vivido hace ya tantos años. Casos diferentes, personas diferentes, épocas diferentes… pero impresiones parecidas. La diferencia estribaba en que a una no pudo ayudarla y a la otra esperaba poder hacerlo. Quería hacerlo. Necesitaba hacerlo.
Lo que no se explicaba era como se había dejado influenciar tanto por ella. Él era el dominante, el terapeuta, el que supuestamente controlaba la situación, pero ¿cuánto la controlaba realmente? En vista de lo ocurrido en la piscina, mucho menos de lo que debería. Su cuerpo se había revelado contra él, le había hecho un corte de mangas y había actuado por libre. Lo que para su ego tan profesional, maduro y responsable, fue todo un palo.
La había mirado, la había imaginado, había fantaseado, y se había excitado con esos pensamientos. Pero lo peor de todo era que le había gustado tenerlos, había disfrutado con esas visiones de ella entre sus brazos, incluso había deseado hacerlas realidad. ¿Estaría perdiendo facultades? ¿Estaría dejándose manipular en vez de ser él quien agarrara la sartén por el mango? ¿Qué le estaba ocurriendo?
Pensó que debía ser atracción física, pura biología, instinto animal. La chica no era el paradigma de la belleza, muchas otras con las que había estado la superaban ampliamente en feminidad y elegancia, en saber estar y en sensualidad, excepto cuando se arregló para cenar con él. Ese día fue cuando vio lo que había bajo la fachada de Beth Dawson, vio a la mujer que debía haber sido, y la mujer que podría llegar a ser.
Y no todo era mérito de ropa buena y un poco de maquillaje, había sido ella. Había sido una mujer saliendo a cenar con un hombre, natural y relajada, comunicativa y sincera. Y eso le había gustado, se había sentido cómodo con ella, se había divertido con sus descaradas y sinceras contestaciones. Y siempre se prestaba a sus juegos, a sus pantomimas y eso… también le había gustado.
Y también le gustó besarla. Le gustó descubrir lo suaves y carnosos que eran sus labios, el esfuerzo que tuvo que hacer para permanecer quieta, los golpeteos que notó en su cuello debido al loco aleteo de su corazón. Y como no podía ser de otra manera, disfrutó también cuando ella le regaló ese beso. Ese beso que aunque no era exactamente el primero para él, sí que lo era para ella. Fue el primero que le dio conscientemente y siendo dueña de sus actos, sin que las drogas u otros estimulantes actuaran por ella. Y lo peor de todo es, que esas eran las razones por las que se sintió decepcionado con Ashley, porque no se parecía a ella, porque no era ella.
Y demonios, también le gustaría repetirlo. Volver a salir con ella, volver a besarla, volver a tocarla. Y sabía que estaba malditamente mal, que no debería dejarse llevar por sus impulsos, que no debería anteponer sus propios deseos a la buena evolución de la terapia, que tenía que pensar en ella como paciente y no como mujer. Su parte racional le ofreció la posibilidad de traspasarla a otro terapeuta, pero que le ahorcaran si lo hacía. No quería cederla, no quería dejar de verla y hablar con ella, no quería dejar de enseñarla a nadar… tenía que encontrar la manera de…
— ¿Dr. Smith? —la enfermera le miraba perpleja. Llevaba cinco minutos de reloj esperando que él firmara la solicitud— ¿Se encuentra bien, doctor?
— Ah, sí. Perdón… —sacudió la cabeza volviendo a la realidad— se me ha ido el santo al cielo —rubricó el papel que tenía delante— ya lo tienes.
— Gracias —cogió los documentos y los guardó en el dossier correspondiente— ¿Y bien? —preguntó con cautela.
— ¿Y bien, qué?
— Lo que le he comentado… ya sabe —intentó disimular el asombro que le producía ver al doctor tan despistado— la película…
— ¿Qué película? —vagos retazos de la conversación con la enfermera le volvieron a la mente.
— Hemos pensado en salir con las chicas a la ciudad a ver una película que ponen de estreno, llevan mucho tiempo aquí metidas y se acaban las diversiones.
— Ah, eso… — ¿iría Beth con ellas?— claro, no hay inconveniente.
— Si usted quisiera acompañarnos… —realmente no quería que fuera con ellas pero se sintió en la obligación de proponérselo—… nos encantaría que viniera.
— ¿Quiénes vais? —se vio en una sala de cine, al lado de Beth, a oscuras.
— Las chicas vienen todas, están deseando salir y del personal vamos Doris y yo. Norma se queda de guardia.
— Entonces creo que mejor me quedo —pensó que quien evitaba la ocasión...—. De todas formas gracias por la invitación.
— No hace falta que las dé —suspiró aliviada y sonriente— Buenas tardes doctor.
— Buenas tardes.
Definitivamente era buena idea quedarse en el centro y no acompañarles, estaría solo y no tendría que preocuparse por aparentar normalidad. Disfrutaría de la tranquilidad, descansaría y de paso intentaría sacarse de la cabeza los absurdos deseos de pasar tiempo con ella.
Una noche para él solo.
… . …
— No me has dicho que tal te fue en la piscina —la sugerente voz de Victoria la sacó de sus recuerdos.
— No terminó la sesión —no vio expresividad a su cara— Se tuvo que ir antes de tiempo.
— Y… ¿fue por culpa tuya? —preguntó con picardía.
— No, apenas me miró —mintió descaradamente— Tampoco creo que hubiera conseguido nada.
— Mujer de poca fe… —lanzó un suspiro al aire— Tendrás más oportunidades, esta noche por ejemplo.
— ¿Esta noche? —intentó acordarse de los planes que habían hecho para esa noche— que yo recuerde no había planes para hoy.
— Ya lo he arreglado, nos vamos al cine —lo siguiente lo dijo entornando los ojos— puede que Daniel venga con nosotras… ya sabes, oscuridad, palomitas, peli romántica…
— Rodeados de chicas y enfermeras —ironizó falsamente— una cita ideal, vaya.
— Podrías meterle mano ¿Quién iba a enterarse?
— Joder Victoria. Si él va yo no iré, me quedaré aquí.
— Eres tonta, definitivamente eres tonta —Victoria la miraba incrédula— ¿Vas a desaprovechar la oportunidad de seducirle fuera de estas cuatro paredes? Aquí nunca hará nada contigo, no sería adecuado, sería como… como… pecar dentro de una iglesia. Los pecados han de cometerse fuera.
— Vale, lo que tú digas —se levantó resoplando y se fue al armario a coger una muda— Me voy a la ducha ¿me avisarás cuando sepáis si va o no?
— Por supuesto, cuenta con ello.
Después de la relajante ducha salió y comprobó que Victoria ya no estaba en su cuarto, seguramente había ido a arreglarse para salir con las demás y agradeció tener un rato a solas. Se tumbó en la cama y dejó su mente libre. No es que Victoria fuera tan inaguantable como lo era Sarah, ni le daba la monserga como lo hacía su compañera de cuarto, pero se estaba poniendo terriblemente pesada con el tema de seducir a Daniel.
Aún estaba un poco confundida con lo ocurrido en la piscina y no quiso echar las campanas al vuelo tan pronto. Podían haber sido imaginaciones suyas o un simple efecto óptico, incluso podría ser que no quisiera volver a tratarla después de haberle hecho el numerito del tubo rosa. Había sentido vergüenza de lo que hizo cuando él abandonó la piscina, visiblemente incómodo y sobre todo después de haber gemido cuando él recolocó el tubo entre sus piernas.
Un rato llevaba pensando en esas cosas cuando la puerta de su cuarto se abrió y una sonriente Victoria asomó la cabeza.
— ¿Estás lista? —Beth levantó la cabeza y Victoria la contempló— Ya veo que no. Vamos, te ayudaré a elegir vestuario —se desplazó a su armario—. Vamos al cine, luego a cenar... y quizá a tomar algo después. Seguramente llegaremos tarde.
— Antes necesito saber algo —se incorporó de la cama y miró al suelo.
— ¿Qué quieres saber? —esperaba la pregunta y sabía la respuesta que le daría.
— ¿Daniel vendrá con nosotras? —esperaba una respuesta negativa, realmente le apetecía salir del centro.
Después de guardar silencio un instante Victoria por fin contestó.
— Sí, vendrá con nosotras —esperó un interminable minuto en silencio a que Beth decidiera y no le fallara.
— Entonces yo me quedo —y no le falló.
— ¿Seguro? —cerró lentamente el armario sin haber sacado ninguna prenda. Se giró para mirarla— Mira que tendrás pocas oportunidades para estar con él fuera de aquí…
— Seguro —sonó decepcionada— Divertíos por mí.
— Lo mismo digo —y sin perder un segundo a que cambiara de opinión se despidió y salió.
¿Por qué tenía que ser todo tan complicado? ¿No podía ir y disfrutar de una tarde de cine como lo harían las demás? Estaba claro que no. Ella no lo pasaría bien, estaría pendiente de cada gesto, de cada palabra, de cada mirada que él le dedicara y sabía que sus reacciones le delatarían.
Lo mejor era quedarse en el centro, aprovecharía para aclarar sus pensamientos y no temer cruzarse con él a cada vuelta de esquina. Mejor la soledad, que estar con él en la oscuridad de un cine o sentada frente a él en un restaurante o bajo los focos mareantes y la música envolvente de una discoteca. Mejor sería quedarse aquí.
Una noche para ella sola.