Despedidas
El domingo amaneció muy nublado. Negras nubes encapotaron el cielo prácticamente desde primera hora y cada minuto que pasaba se oscurecían más aún, anunciando la inminente tormenta ya casi invernal.
No se molestó en despertar a Sandy. Cuando Beth abrió los ojos y se acordó de dónde estaba, decidió levantarse por si a Kellan le daba por ir a darle los buenos días a su chica. El camino de vuelta desde el estudio hasta su dormitorio, físicamente le costó horrores. El deseo de llegar a su cama y dormir todo lo que le permitieran, era lo que le motivaba a dar cada vez el siguiente paso, sin reparar en las miradas que le echaban sus madrugadoras compañeras.
Durmió hasta bien entrada la tarde y afortunadamente nadie fue a despertarla. Seguramente los rumores de que no había dormido en su cuarto ya circulaban por todo el centro. Seguramente también pensó que nadie quiso molestarla porque sabían que estar cerca de ella cuando los infiernos se desataran era tentar peligrosamente a la propia suerte.
Si al despertar había creído que la cabeza se le iba a caer de los hombros, la sensación no la abandonó ni menguó en las horas posteriores. Cuando por fin se decidió a levantarse apenas faltaban un par de horas para que se sirviera la cena, pero no tenía intención de bajar a comer nada. Tenía el estómago revuelto por el tremendo resacón que llevaba encima. En ese instante sólo necesitaba dos cosas para poder empezar a funcionar, fumar y aire puro.
Podía parecer una contradicción, pero sabía por experiencia que lo único que le arreglaba el cuerpo después de una borrachera, era fumarse un par de cigarrillos. Y el aire puro era lo único que conseguía aclararle la mente en momentos como aquél, en los que se le mezclaban los recuerdos locos de la noche con sus remordimientos mañaneros postjuerga.
Se vistió poniéndose un chándal con el logo del centro, que fue lo que consideró más cómodo sin tener que rebuscar mucho en su armario. Cogió el tabaco y después de mirar por la ventana decidió llevarse también una pequeña manta. Salió de su dormitorio colocándosela sobre los hombros de camino a la entrada principal.
Fuera hacía más frío del que había calculado pero no se acobardó y caminó decidida hasta la base del ya conocido árbol mientras encendía el primer cigarrillo. Después de unos minutos, apoyada en el tronco y mirando el paisaje, una conocida voz la sacó de su tranquilo silencio.
— Hola, morenaza…
La sensual y femenina voz hizo a Beth dar un leve respingo. Giró la cabeza para encontrarse con la felina mirada de la despampanante pelirroja.
— Victoria… —se volvió a concentrar en el paisaje mientras se arrebujaba aún más bajo la manta.
— ¿Hubo fiestecita anoche, eh? —Le dio un leve codazo a la vez que encendía su pitillo— Ya me han contado que no dormiste en tu cuarto…
— ¿Podrías hablar un poco más bajo, por favor? La cabeza va a reventarme de un momento a otro.
— Claro, perdona.
Ambas fumaron unos segundos en silencio hasta que Victoria volvió a decidirse a hablar, moderando su tono para no molestarla.
— ¿Qué tal va todo? Hace mucho que tú y yo no hablamos.
— Las cosas van como tienen que ir, supongo.
— ¿Y eso significa que van bien o mal? —Beth la miró a los ojos, sólo un segundo. Más que suficiente— Ya, entiendo.
Volvieron a fumar en silencio. Y de nuevo fue Victoria la que rompió el silencio.
— Beth, ya sé que tú y yo no nos hemos llevado todo lo bien que podríamos haberlo hecho. No empezamos con buen pie. Pero ahora nos estimamos un poco la una a la otra, ¿no es así?
— Eso parece…
— Este verano lo he pasado genial contigo y a pesar de habernos vuelto a distanciar con el comienzo de las terapias y demás, creo que he llegado a conocerte lo suficiente como para saber que eres una buena persona.
— ¿A qué viene esto de ponerse ñoña ahora, Victoria?
— He terminado la terapia —Beth la miró muy sorprendida—. Me voy a casa.
— Eso es una magnífica noticia —la abrazó sinceramente— ¡Enhorabuena!
— Gracias —devolvió la sonrisa con algo más de ánimo que la que recibió— Ese Kellan ya puede poner en su currículum que ha conseguido reformar él solo a una lujuriosa incorregible.
— Me alegro mucho por ti, de verdad —apartó de su mente la idea de que algún día ella también terminaría su terapia y tendría que salir por la puerta— Voy a echarte mucho de menos. Ya no tendré quien fume conmigo bajo este viejo árbol.
— Oh, calla tonta —fingió tristeza—, que al final me haces llorar y todo.
No caerá esa breva —ambas sonrieron.
— A lo que viene ésto, Beth —dijo después de unos segundos, retomando el hilo de lo que quería decirle— es a que cuando las cosas se ven así de negras es mejor no pensar en ellas y lo único que se puede hacer es esperar a que aclaren, para verlas con un poco de perspectiva.
— Ahora mismo no estoy para pensar en nada, Victoria —una cansina sonrisa apareció en sus labios—, y mucho menos para complicados juegos de palabras… venga, di lo que quieras decir.
— Beth, tienes que terminar tu terapia. Pon tus cinco sentidos en recuperarte y salir de aquí. Verás que desde fuera las cosas se ven de otro modo… y Daniel no será una excepción.
— Parece fácil dicho de esa manera —negó levemente mirando al suelo— pero no es tan sencillo como lo pintas.
— Puede serlo cielo, sólo tienes que volver a centrar de nuevo tu objetivo —esperó alguna reacción por su parte, pero Beth se limitó a encogerse de hombros.
— Daniel no quiere tener nada conmigo. No le intereso, no quiere ser mi terapeuta y tampoco quiere ser sentimentalmente nada mío. Así que... no hay objetivos que centrar ni metas que alcanzar.
— Pensaba que a estas alturas ya habrías abierto un poco más los ojos… —bufó buscando algo de paciencia— ¿Es que no lo ves? Daniel no es libre de hacer lo que quiere aquí.
— Es libre de hacer lo que le dé la real gana, Vic. Y quiere tenerme lejos, es lo único que sé.
— Entonces déjame decirte que no sabes una mierda de nada —le espetó ante tal testarudez—, pero mira, es igual. Realmente da lo mismo lo que piense o quiera Daniel, porque no estoy hablando con él ahora, estoy hablando contigo.
— No sé dónde quieres llegar con ésto, en serio.
— Te lo he dicho, Beth. Tu objetivo está equivocado. Tienes que volver a ser la mujer fuerte e independiente que deberías ser. Tu meta es salir de aquí, y cuanto antes lo hagas será mucho mejor. No has venido aquí para salir con marido, casa y perro.
— Vale. Eso me pasa por preguntar…
— Hazme caso, Beth. Recuperar tu vida fuera de este centro debería ser tu principal objetivo. Si cuando lo hayas logrado sigues sin poder sacarte a Daniel de la cabeza, entonces eres libre de volver e intentar tener… lo que quieras tener con él.
— ¿Estás sorda, Vic? Ya te lo he dicho —estaba empezando a cansarse de que todos le dijeran lo que tenía que hacer—. Daniel no quiere nada conmigo. Nada. Esto es así ahora y será igual cuando llegue el día en que me marche de este maldito centro.
— Me da la sensación de que la única que está sorda aquí eres tú… y ciega también, pero bueno. Nadie es perfecto —tiró la colilla al suelo y la aplastó con excesiva fuerza. Luego miró a Beth—. ¿Me das un abrazo de despedida o prefieres que nos peguemos?
— ¿Por los viejos tiempos? —no pudo evitar sonreír por la tentadora oferta. Puso sus puños en guardia— Te recuerdo que tengo un derechazo demoledor.
— No me lo recuerdes —abrieron sus brazos y se fundieron en un abrazo—. Voy a echarte de menos.
— Y yo a ti. ¿Me harás un favor? —Se separó para mirarla— No se te ocurra volver, por favor.
— Puedes apostar todo tu dinero a que no lo haré.
Ver a Victoria alejarse caminando tranquilamente, en paz consigo misma y mirando sin temor las negras nubes que se cernían sobre ella, provocó en Beth una terrible sensación de vacío. Y no porque fuera a quedarse sin una de las pocas amigas que tenía en el centro, si no porque salía de allí siendo una persona diferente a la que había entrado. Y sabía que a ella le pasaría lo mismo, tarde o temprano.
¿Tendría razón Victoria y lo mejor sería salir de allí cuanto antes? Siempre iba a ser la rebelde Beth, ni el más capacitado de los terapeutas podría cambiar eso, pero tenía claro que varias facetas de su personalidad iban a decirle adiós permanentemente, si decidía emprender ese camino.
Ya podía ir despidiéndose de su autosuficiencia, de su frialdad, de su desinterés por cualquiera que no fuera ella misma. Tendría que despedirse de su despotismo, de su falta total de empatía, de su independencia. Y lo más doloroso, ¿sería capaz de decirle adiós a Daniel? ¿Apartarlo de su vida y volver al mundo real con el corazón roto? O peor aún, ¿sin corazón?
Sólo pensarlo ya le produjo unas dolorosas ganas de llorar. Las contuvo por pura fuerza de voluntad. Había llorado más entre las paredes de este centro que en toda su jodida vida, pero eso tenía que acabarse.
Y su nuevo terapeuta podía proporcionarle la oportunidad de intentarlo.