Loco por ti
Tocó la puerta entre nerviosa y decidida. Había estado todo el día pensando en este primer encuentro tras su intensa escapada. Qué le diría, cómo reaccionaría, con qué se encontraría. Sus dudas estaban a punto de disiparse.
— Adelante —autorizó él sin levantar la vista de sus papeles—. Pasa, siéntate.
— Gracias —lo hizo después de cerrar la puerta y decoró su boca con una cálida sonrisa.
Después de terminar sus anotaciones descartó la carpeta en la que trabajaba y la apartó a un lado sustituyéndola por otra que Beth conocía muy bien: su expediente. Levantó la mirada de sus manos a sus ojos y supo instantáneamente que el terapeuta había regresado.
— ¿Preparada para continuar con la terapia? —preguntó a bocajarro dejando muy claro que ningún otro tema se trataría en esa consulta.
— Uhmmm, sí claro… —evitó que la frialdad de su voz le calara los huesos—. Preparada y dispuesta —sonrió expectante.
— Bien —un leve asentimiento de cabeza acompañó la palabra—. Hoy vamos a hablar un poco de tu expediente —abrió las solapas dejando visible su hoja de delitos. Beth se envaró—, será de modo superficial, tranquila —había captado su tensión—. No tocaremos ningún tema que tú no quieras.
— De acuerdo —le había asegurado que sería la mejor de las pacientes y a pesar de que le daba cien patadas hablar con él de su pasado, accedió intentando relajarse.
— Empezaremos por el primero, en el año 2004. Tenías catorce años cuando te detuvieron por… —miró el dato y volvió a elevar la mirada hacia ella— Hurto menor —ella asintió—. ¿Te pillaron robando pintalabios o algo así?
— Algo así, sí —verle sonreír alivió parte de la tensión—. Salí con unas amigas y fuimos a pillar algo de bebida a una tienda cercana. Una de ellas metió, sin que yo lo supiera, una botella de licor en mi mochila. Solían robar alcohol de vez en cuando. El encargado ya las tenía fichadas y decidió que ya le habían estafado bastante. Así que nada más vernos llegar llamó a la policía y cuando llegamos a la caja ya estaban allí esperándonos.
— Me apuesto el cuello a que fuiste la única a la que pillaron con las manos en la masa —sonrió con presunción—. ¿Me equivoco?
— No, no te equivocas —la sorpresa la hizo pestañear un par de veces—. La bromita me salió cara. El encargado se empeñó en poner denuncia cansado de tanto robo, y en realidad le dio lo mismo saber que era la primera vez que yo pisaba su tienda, quería culpables y ahí estaba yo.
— Ya. Supongo que llamarían a vuestros padres… —Beth asintió mirando al suelo— ¿Fue ese episodio el que comenzó el declive de tu relación con ellos?
— Algo así —tragó en seco sin levantar aún la mirada—, cuando en comisaría averiguaron quien era mí… padre, y qué puesto ostentaba en el ministerio, pasaron mi caso directamente a manos del comisario. Luego llegó él, se encerraron en el despacho y quince minutos después iba de camino a casa escuchando lo muy avergonzado que le había hecho sentir, lo decepcionado que estaba y bla, bla, bla…
— ¿Contaste en algún momento tu versión? —ella negó—. ¿A nadie? —volvió a negar—. ¿Por qué?
— ¿Quién iba a creerme? —Se encogió de hombros—. Ni el encargado de la tienda, ni la policía, ni el comisario, ni mi propio padre iban a tragarse mi inocencia en esa historia.
— ¿Definirías el grado de inocencia?
— Si lo que preguntas es si sabía dónde me metía cuando fui con esas chicas… sí, lo sabía. Hacía poco que las conocía, pero sabía que al no tener la edad, no era precisamente “comprarlo” lo que pensaban hacer. Pero ignoraba que fueran a cargarme a mí con el muerto.
— Entonces no hablaste por… ¿Conformismo? —entornó los ojos esperando la respuesta.
— Asumí mi implicación, nada más. El daño ya estaba hecho y nada de lo que yo dijera iba a reducir el tamaño de la bronca de mi padre —se decidió a mirarle de nuevo a los ojos—. Yo nunca le caí muy bien, ¿sabes?
— ¿Y él a ti? —Beth le miró extrañada—. ¿Cómo te cae tu padre?
— No me cae de ninguna manera, es mi padre —respondió a la evidencia.
— Podría aplicarse lo mismo a él, ¿no? —Se inclinó sobre su mesa cruzando las manos sobre los papeles— Es tu padre y sin embargo crees que le caes mal…
— No lo creo, sé que es así.
— ¿Le quieres? —preguntó directo.
— Es mi padre —no había expresividad ni en su cara ni en sus palabras.
— Eso no contesta a mi pregunta. Me conformo con un sí o un no.
Silencio.
Se cruzó de brazos por toda respuesta. No quería ahondar en la relación que mantenía con sus padres. Cuando dejó de ver la diferencia entre su familia y cualquier otro objeto decorativo de la casa, los sentimientos dejaron de tener importancia para ella. Sabía que decir eso en voz alta iba a sonar muy mal, y a pesar de saber que Daniel no se escandalizaría por ello, prefirió guardarse esa información para ella sola.
— Vale, lo capto —volvió a reclinarse hacia atrás en la silla aliviando la tensión—. Nada de familia, de momento.
Beth respiró agradeciendo que no la presionara, pero estaba segura de que el tema volvería tarde o temprano. El resto de sus delitos desembocaban todos en el mismo tema.
— Uhmmm… —volvió a repasar su hoja delictiva— ¿Qué me dices de la siguiente detención? —se la señaló con el dedo—. Escándalo público…
— Me di un baño —se mordió el labio.
— No lo pillo —una ladeada sonrisa asomó a sus labios—. ¿Ahora es delito bañarse?
— En una fuente pública —devolvió la sonrisa.
— Gamberrada típica de cuando tienes dieciséis años —supuso.
— Estaba totalmente desnuda —si tenía que contárselo, mejor no andarse con remilgos.
— Oh… —abrió los ojos, perplejo— Vaya.
— Sí —sabía la reacción que conocer ese detalle causaba en las personas.
— Vale, y… ejem… —carraspeó apartando de su mente la imagen que luchaba por abrirse paso— ¿Qué celebrabas exactamente? ¿La victoria del equipo local?
— No —le miró con intensidad—, habíamos bebido un poco y hacía calor…
— Habíais —el plural usado no le pasó desapercibido—. ¿Tus amigas te acompañaron en ese baño?
— Uhmmm, no —la incomodidad la hizo removerse en el asiento—. No fue con las chicas.
— Entiendo —una punzada de celos restañó en su pecho—, un chico tal vez…
— El chico equivocado, sin duda —se obligó a mirarle—, ahora lo sé.
Los ojos de ambos se trabaron durante un segundo, interminable. Ella recordando ese momento de abrasador calor que no le permitió completar la frase antes de que él la llevara en brazos hasta la ducha. Él, recordándola bajo el agua, mojada y hermosa, mientras sus manos recorrían la sedosa y húmeda piel.
— Bien, creo que por hoy es suficiente —cortó con brusquedad el contacto visual—. Mañana continuaremos donde lo hemos dejado hoy —cerró su expediente y revolvió los papeles de su mesa.
— Entonces… —se levantó de la silla un poco descolocada por su repentino cambio de actitud— ¿Hasta mañana ya no… nos vemos?
— En la consulta no, pero tenemos sesión en la piscina a las cinco —vio como relajaba la tensión de su expresión—. ¿No te ha dado Sandy tu Planning Semanal?
— No, aún no la he visto —suspiró algo aliviada de saber que volverían a verse luego.
— Anda un poco despistada todavía, pero búscala y que te lo dé.
— De acuerdo —asintió antes de girarse para salir.
— Beth… —la llamó antes de que se fuera.
— ¿Sí? —seguía sin comprender como podía ser tan rematadamente guapo.
— Si no la encuentras… —dímelo, búscame…— pídele a Rachel que te haga una copia.
— Lo haré —devolvió la homóloga sonrisa—. Hasta luego.
— Hasta luego.
Cuando la puerta se cerró tras ella y quedó solo en la consulta, pudo por fin respirar sonoramente. Tragó intentando calmar los latidos de su celoso corazón que se habían disparado ante la mención de esa matización de que había sido un chico quien estuvo con ella en esa fuente.
Era absurdo, habían pasado casi diez años desde ese episodio, no debería sentirse celoso en absoluto, pero lo hacía. Estaba celoso como el demonio de ese o de cualquier otro hombre que hubiera puesto las manos encima a Beth. A su Beth.
Apartó el expediente con fastidio, se llevó las manos al pelo y tiró levemente de sus revueltos mechones, intentando encontrar la manera de seguir engañándose a sí mismo.
Estaba loco si pensaba que podría continuar la terapia como si no pasara nada.
Estaba loco si pensaba que nada de lo que ella le contara de su pasado iba a afectarle.
Estaba loco… por ella.
… . …
El bostezo resonó en el silencioso pasillo. El sueño que arrastraba podría encontrar su respuesta en que no había parado quieta ni un minuto durante sus vacaciones, o en el hecho de que el Jet Lag dejaba hecho unos zorros a cualquiera, o que Kellan por fin accediera a marcharse de su habitación cuando el sol empezaba a asomar por el horizonte.
Ninguna de esas razones hubiera tenido nada que ver con su cansancio si se hubieran dado por separado. Pero como eran las tres a la vez las que convergían en su cuerpo, cuando aún no habían dado las doce del mediodía, pensó seriamente la posibilidad de pedir unos días de vacaciones para descansar de las vacaciones.
— Necesito un café, necesito un café… —hablar sola y en voz alta evitaba que cayera redonda— Cafeína, cafeína, cafeína…
— ¡Sandy!
El susurro no caló en su cabeza hasta que no sintió que una mano se cerraba en torno a su muñeca y la arrastraba hasta el interior de una sala. Aún estaba intentando asimilar qué estaba ocurriendo cuando una boca se estrelló contra la suya mientras se cerraba la puerta y la aprisionaban contra la misma.
— Kellan… —sonó más a queja que a sorpresa.
— Mi vida… —sus manos volaban ociosas por cada una de sus curvas— Te echo tanto de menos…
— Kellan, hace… —miró su reloj de pulsera mientras se dejaba besar de nuevo por él— hace apenas cuatro horas que nos separamos —el gruñó mientras besaba el hueco de su cuello—, relájate un poco, tesoro.
— Yo lo intento, te lo juro —su pícara sonrisa no tardó en aparecer—, pero mi piel va por libre… te necesita —Sandy suspiró por el comentario— y por lo visto la tuya también me echa de menos —notó la dureza de sus pezones bajo la tela— y mucho…
— ¡Maldito! —Se dejó apretar contra su cuerpo rindiéndose a su contacto— Hazme esto estando en mi sano juicio y totalmente despierta y otro gallo te cantaría.
— ¿Aún estás dormidita? —Besó lentamente sus labios mientras ella asentía—. Entonces lo mejor será que luego nos echemos una buena siesta…
— Creo que empezaré por meterme algo de cafeína en el cuerpo —le agarró de las nalgas apretándole contra ella—, después ya veremos.
— ¿Cafeína? —Introdujo sus manos bajo la camiseta acariciando su cintura— ¿No prefieres otra cosa para meterte ahí dentro?
— Tentador… pero no —se alejó de él con un suspiro mientras apartaba sus juguetonas manos—. Primero cafeína, luego he de encontrar a Beth y tú tienes terapia con Victoria —le recordó sin hacer caso a su mueca de fastidio—. ¿Quedamos para comer?
— Comer, comer… —refunfuñó— Yo sí que te comía a ti… —intentó acercarse de nuevo.
— Kellan, a trabajar —regañó abriendo la puerta e indicándole con un dedo que saliera—. Primero la obligación y después la devoción.
— Vaaaale —accedió saliendo con paso cansino—. Te veo en el comedor entonces.
— Así me gusta —le siguió fuera y cerró la puerta antes de encaminarse hacia su lado del pasillo—. Que tengas un buen día amor…
— Pero Sandy… —vio como ella se giraba— ¿Después nos echaremos esa siestecita?
— Ya veremos, Don Juan —guiñó traviesamente un ojo.
— Ya te empiezo a echar de menos otra vez —hizo un mohín encantador viendo como a cada paso ella se alejaba.
— Embaucador —la sonrisa se le escapó sola.
— Sandy… —caminó de espaldas un par de pasos sin querer perderla de vista— Dos horas es mucho tiempo… —se llevó una teatral mano al corazón—, pero lo soportaré.
— Sé que lo harás —lanzó un beso al aire antes de girarse.
— ¡Mío, mío! —Braceó en el aire intentando cazar el invisible beso como si de una escurridiza mariposa se tratara— ¡Lo atrapé!
— ¡¡Estás loco!! —gritó antes de girar la esquina.
— Loco por ti, preciosa —la vio desaparecer y suspiró—. Loco por ti.