La gran pregunta
— ¿Te apetece que salgamos al cine esta noche? —reacomodó su cuerpo en el sofá que compartían para estar más pegado a ella.
— No hay nada en cartelera que me interese —pasó con desgana los canales de la televisión.
— ¿A cenar, tal vez? Te llevaré a un sitio caro y elegante.
— ¿Me llevarás? —Preguntó con ironía dejando a un lado el mando a distancia— ¿Hemos pasado de salir juntos a que tú me saques?
— Dios. ¿Por qué te gusta tanto tergiversar todo lo que digo? —la miró ceñudo.
— No tergiverso todo lo que dices, Kellan —suspiró tranquilamente—. Sólo me limito a hacerte ver la manera en que a veces dices las cosas y que parece que no te des cuenta de que puede resultarme un pelín insultante.
— Sandy… —se quejó lastimeramente— Dame un respiro, ¿vale?
— Estamos en el siglo XXI, amor. Los caballeros de fuerte armadura están bien, pero…
— ¿Pero? —ahí estaban sus pero, sus cómo, y sus por qué.
— Actualiza el software, tesoro —alzó la ceja con arrogancia—. ¿Acaso no podría ser yo la que te sacara a ti?
— Claro que podría ser —decidió maliciosamente darle una vuelta más a la tuerca—, pero en ese caso… estarías actuando exactamente de la misma manera que estás reprendiéndome a mí.
— Y tú no te sentirías ofendido por ello, claro.
— En absoluto —sentenció totalmente convencido—. Es más, si me quisieras sacar a cenar o de paseo o a cualquier otra cosa… estaría totalmente encantado en acompañarte a donde tú quisieras llevarme.
— ¿Incluso aunque sólo me llegara para comernos un perrito caliente en el puesto ambulante de cualquier esquina?
— Incluso en ese caso, sí —dijo totalmente convencido.
— Eso lo dices para hacerme quedar mal —se cruzó de brazos de manera infantil—, seguro que por dentro estarías rabiando por hacer prevalecer tu superioridad masculina y económica.
— ¿Quieres comprobarlo por ti misma? —La sonrisa no tardó en aparecer ante la asombrada mirada de Sandy— Prueba a ver…
— Estás diciéndome que si organizo una cita a mi criterio y con mis recursos… y te pido que vengas… ¿Lo harás sin quejarte?
— Eso mismo estoy diciendo.
— ¿Sin quejarte y sin poner pegas de ningún tipo?
— De ningún tipo.
— Vale pipiolo, vamos a ver de qué pasta estás hecho —devolvió la misma sonrisa de suficiencia que recibió—. Paso a recogerte por tu estudio digamos… —miró su reloj— ¿En una hora?
— Perfecto —se levantó del sofá a la vez que ella—. En una hora estaré listo para tí.
Se despidieron eventualmente con un lento y agradable beso. Sandy sabía que a Kellan no le pasaba desapercibido que su nivel económico era sustancialmente más bajo. Habían estado de vacaciones en su modesto pueblo y después en un crucero a todo lujo. Y la diferencia había sido tan abismal que ella misma aún no conseguía comprender cómo él se había podido fijar en ella y no en cualquier otra mujer con un nivel adquisitivo más alto.
Pero tampoco le daba mayor importancia a este hecho. Las personas eran lo que terminaba quedando cuando eliminabas todo lo superficial que pudiera deslumbrarte. Y definitivamente, Kellan la deslumbraba por sí mismo como muy pocos habían logrado hacer.
Perdida en sus planes iba cuando Sarah se cruzó con ella en el pasillo.
— ¡Sandy! —Respiró aliviada— ¿Tienes un minuto?
— Claro, Sarah. ¿Qué pasa?
— Es Beth —tragó con dificultad—, no sé qué le pasa. Está encerrada en el baño y no quiere dejarme entrar.
— ¿Ha pasado algo? —Preguntó mientras aceleraba el paso hacia las habitaciones— ¿Habéis discutido?
— Que va. No quiso bajar a cenar y cuando volví ya estaba ahí encerrada —intentó seguir el ritmo de los pasos apresurados de Sandy—, ha estado rarísima estos días atrás, pero no sé el motivo.
— Joder.
Subió los escalones de dos en dos y cruzó el pasillo todo lo rápido que pudo sin llegar a correr. Entró en la habitación y fue directa a aporrear sin ninguna sutileza la puerta del baño.
— Beth, soy Sandy —pegó la oreja contra la madera—. Ábreme, por favor.
— Eso ya lo he intentado yo y se niega —informó Sarah.
— Tú no eres Sandy, cariño —odiaba tener espectadores en situaciones como esa—. ¿Por qué no te vas a dar una vuelta?
— ¿Quieres que avise a Daniel o algo?
— No, sólo vete —sonrió animándola a obedecer—. Yo me encargo.
— Bien. Si necesitas algo estaré en el cuarto de Victoria —Sandy asintió dándose por enterada—, íbamos a… da igual. Estaré allí.
— De acuerdo.
Cuando salió cerrando la puerta volvió a fijar su mirada en la puerta y respiró profundamente antes de hablar.
— Beth, ábreme —no escuchó nada al otro lado—. Sarah ya se ha ido, estamos solas —oyó una nariz sorbiéndose—. ¿Beth?
Nada. Silencio.
— Mira, si no me abres voy a tener que echar la puerta abajo y si me disloco el hombro o algo así tendrás que cargar con ese peso en tu conciencia —esperó—, y luego tendrías que vértelas con Kellan… —siguió en tono bromista esperando el cambio de actitud—. No creo que le hiciera mucha gracia tener que cargar con la destrozada puerta hasta la basura…
Oyó otra sorbida de nariz, esta vez más cerca de la puerta.
— Vamos cielo, ábreme —rezó para que no hubiera hecho una locura—. Sea lo que sea lo que te preocupa, te ayudaré a solucionarlo, en serio —un poco más de confianza—. Además, estoy fuera de mi horario laboral. No tendrás que contarme nada que no…
Oyó como el pestillo se descorría. Esperó un segundo y abrió despacio la puerta. De un simple vistazo al interior calibró la gravedad del asunto y respiró aliviada al no encontrar indicios de drogas ni de intentos de suicidio.
Beth permanecía sentada al lado del retrete, con la espalda apoyada en la pared y los ojos y las mejillas rojas a causa del esfuerzo de vomitar. Verla así inquietó a Sandy, que rápidamente empezó a sopesar las diferentes causas que podrían haber llevado a Beth a estar en ese estado.
— Pero cielo… —se acercó a su lado arrodillándose junto a ella— ¿Qué pasa? ¿Te encuentras mal?
— Estoy bien Sandy… —a pesar de su aspecto sonó tranquila— No me ha sentado bien la cena, eso es todo.
— Sarah me ha dicho que no bajaste a cenar —no lo dijo con reproche, pero no pudo evitar ironizar—. ¿Desde cuándo necesitas mentirme para tranquilizarme?
— Lo siento, yo… —la culpabilidad quiso hacer acto de presencia.
— Beth, no soy Daniel, ¿vale? Tranquila —Beth suspiró— ¿Qué ha pasado?
— Nada, en serio… —colocó nerviosamente un mechón de pelo tras su oreja— Se me revolvió el estómago.
— Bueno, veamos… —se sentó a su lado y apoyó también la espalda en la pared— Te he visto vomitar demasiadas veces como para no saber que eso te pasa cuando estás muy estresada —la golpeó levemente con el hombro—. ¿Ha vuelto Daniel a pasarse de la raya con sus terapias?
— No, no es eso —tragó con dificultad— Con él todo está… todo va… —de mal en peor, pensó— como tiene que ir, supongo.
— Supones, ya —no le pasó desapercibido cómo con uno de sus brazos se rodeaba el cuerpo a la altura del vientre—. Y por eso estás aquí, sentada al lado de un retrete, vomitando una mística cena y con cara de haberte llevado el palo de tu vida.
— Sandy, de verdad… que no… me pasa nada —no llores, no llores, no llores— Yo… solo necesito…
— Ven aquí.
Antes de que Beth pudiera evitarlo, Sandy la encerró entre sus brazos y la acunó en un reconfortante abrazo. Dejó que recostara la cabeza en su hombro y la mantuvo ahí susurrándole palabras de calma hasta que empezó a notar como su pequeño cuerpo empezó a convulsionar con pequeños espasmos llorosos.
— Shhhh, tranquila —acarició su pelo con ternura—, llora lo que necesites, tranquila. Sandy está contigo.
Esas palabras fueron como una compuerta totalmente abierta para Beth. Las lágrimas fueron incontenibles. Dejó que desbordaran sus ojos y salieran, arrastrando también con ellas toda su ira, toda su frustración y todo el miedo que había tenido los últimos días.
Podría estar embarazada en ese mismo instante de Daniel. Llevaba tres días de retraso en su menstruación y no tenía manera de comprar una puta prueba de embarazo para comprobarlo, sin que saltaran todas las alarmas. Y para colmo Daniel parecía haber desaparecido. Después de su encuentro en la piscina no había vuelto a llamarla para la terapia. Demasiados días sin saber nada de él. ¿Había decidido traspasarla a otro terapeuta como había amenazado? ¿Habría caído él en la cuenta del despiste en la piscina y estaba buscando alguna clínica abortiva donde le hicieran descuento?
Lloró hasta que sintió como sus músculos se relajaban. No sabía el tiempo que había pasado en brazos de Sandy, pero la presión de su abrazo no disminuyó ni un ápice. La acunaba y la reconfortaba mirando fijamente un punto de la pared contraria.
Genial, a ver cómo le explicaba ésto. A ver quién se iba a tragar que no le pasaba nada después de haberse pegado semejante panzada a llorar.
Cuando Beth hizo amago de separarse por fin, Sandy volvió de su inopia y limpió concienzudamente las lágrimas de sus mejillas. La miraba con una mezcla extraña de comprensión, confusión y sorpresa que a Beth le hizo temer automáticamente sus inminentes preguntas. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué iba a explicarle?
— ¿Mejor, cielo? —Asintió viéndose incapaz de pronunciar palabra— Bien, necesitabas desahogarte de alguna manera.
— Sandy, yo no… —no quería mentirle, no quería ocultárselo, pero había hecho una promesa. A un cerdo, eso sí, pero promesa al fin y al cabo— Yo no puedo…
— No voy a pedirte que me cuentes ahora nada, Beth —agarró sus manos apartándolas de la estrujada camiseta que retorcía en su regazo—. Sé que estás sobrepasada y que una noche de sábado, sentadas en el suelo de un cuarto de baño, no es el escenario apropiado para hacer confidencias —Beth suspiró asintiendo a sus palabras—. Por eso antes de hacerte la única pregunta que voy a hacerte, quiero que sepas que me importan una mierda las reglas de este centro o las absurdas normas que pretenden imponeros —Beth notó su corazón palpitar con fuerza ¿había pretendido ocultarle algo a Sandy? Ilusa—. Yo no voy a juzgarte. Jamás. Y sobra decir que puedes estar tranquila que de mi boca no va a salir ni una sola palabra sobre este tema, ¿te parece bien? —asintió levemente— ¿Contestarás a mi pregunta?
— Sandy, yo… —Beth apartó la mirada incapaz de mantenérsela por más tiempo— No quiero mentirte… por favor…
— ¿Necesitas que te consiga una prueba de embarazo? —disparó a bocajarro. Cuando a Beth se le desorbitaron los ojos continuó hablando tranquilamente para calmarla—. No quiero saber ni el cómo, ni el cuándo, ni el dónde, ni mucho menos él con quién. Sólo dime sí o no.
— Oh, Dios… —estaba jodida, estaba jodidamente jodida— Sandy, yo…
— Sí o no, Beth. Nada más —apretó más fuerte sus manos—, te dije que no pienso juzgarte, así que responde a la pregunta y ya en otra ocasión, cuando estés dispuesta si quieres hablamos.
Beth lo sopesó unos segundos, no sabía qué contestar. Descubrirse y descubrir a Daniel diciendo que sí, o sufrirlo sola y en silencio dando después cincuenta millones de explicaciones diciendo que no. Sus ojos volvieron a aguarse.
— ¿Beth? —Cuando la vio asentir tímidamente comprendió— Bien, no pasa nada —se levantó dispuesta a buscar lo que necesitaba—. Dame diez minutos.