Sellando pactos
Iba a volver a intentarlo. Le mataba no conseguir sus propósitos y más cuando la culpable era una sola mujer. Una mujer que tenía el extraño poder de cabrearle, en igual grado, que en hacerle desearla. Cada vez que hablaban siempre dejaba su mundo patas arriba, e iba a intentar darle la vuelta a la tortilla, una vez más.
— ¿Haciendo las maletas? —Se asomó a la puerta abierta de su estudio con una sonrisa en los labios— Vengo en son de paz —añadió al ver la expresión de ella.
— Hola Kellan —suspiró cansinamente— Sí, Daniel me ha firmado por fin las vacaciones. Tarde, como siempre.
— ¿Se te han fastidiado los planes? —pensó en lo bien que le vendría eso.
— Iba a irme con unos amigos a la playa, pero como no confirmé a tiempo…
— Me alegra oír eso —ella le fulminó con la mirada— ¡¡No, no pienses mal!! Lo que quería decir es que eso me viene genial porque iba a ofrecerte un plan alternativo.
— Ya he rehecho mis planes, tranquilo —le dijo mordaz— no toda mi vida gira en torno a este centro… ni a sus empleados.
— Eh, eh… solo quería pasar un poco de tiempo contigo fuera de aquí —la miró con cautela— Si no recuerdo mal… —sonrió seductor— la última vez que lo hicimos, lo pasamos muy bien.
— Eso es cierto —concedió—, pero como te he dicho, ya he confirmado otros planes.
— ¿Ni siquiera quieres escuchar mi propuesta? —Se sentó al lado de su maleta— yo creo que te encantaría…
— Vaaaaale, picaré —resopló y se sentó a su lado— te escucho.
— Ponte en situación ¿vale? —Elevó las manos al frente, enmarcando la pared— agosto, cuarenta grados a la sombra, un espectacular crucero de lujo surca el Índico rumbo a unas espectaculares islas, Las Seychelles —Sandy abrió los ojos como platos—. Un hombre increíblemente guapo y fuerte avanza por la cubierta del barco llevando en sus manos dos sabrosos cócteles tropicales —alzó una ceja arrogante, Sandy sonrió—. Va a encontrarse con una impresionantemente hermosa y carismática mujer, que le espera bronceándose al sol, en una de las innumerables tumbonas que hay al lado de una refrescante y enorme piscina de aguas frías.
— Una estampa de lo más bucólica —intentó parecer irónica pero el brillo de sus ojos la traicionaba— ¿Ahí fue cuando te despertaste?
— No, no es ningún sueño Sandy —intentó mantenerse tranquilo, sabía que la había tentado— yo podría ser ese hombre y tú… —la cogió de la mano y la sedujo con la mirada— tú podrías ser esa mujer.
— Dios, estás… —Sandy escrutó sus ojos— ¿Estás hablando en serio? ¿Me estás invitando a un crucero por Las Seychelles? —el corazón le palpitó con fuerza.
— Palabrita de Boy Scout que no te engaño —hizo una cruz sobre su corazón— Quiero que vengas conmigo —gritó interiormente al ver su expresión. Lo había conseguido.
— Eso… eso sería… —el entusiasmo dio paso a la decepción— imposible.
— ¿Qué… qué te lo impide? —Kellan estaba desconcertado por el repentino cambio de parecer.
— Bueno, en primer lugar… es que ya le he dicho a mi familia que iría a pasar una semana con ellos al pueblo —Kellan pensó la manera de esquivar ese plan —y en segundo lugar, como no atraque un banco de camino al puerto no creo que pudiera costearme un viaje de ese calibre.
— ¿Y eso es todo? —Sonrió aliviado dando con la solución— ¿eso es lo que te impide venir conmigo?
— Sí, creo que eso es todo —y era muy decepcionante.
— Veamos… —Kellan hizo como que pensaba— vuelve a hablar con tu familia y diles que te ha surgido un imprevisto y que no puedes ir como acordaste. Y con respecto al dinero… es una invitación, Sandy. No pretendo, ni permitiré, que pagues absolutamente nada.
— No puedo decirles que no voy —bufó después de desechar las opciones que él le ofrecía— no conoces a mi familia. Si llamo ahora y digo que no voy cuando ya me están esperando mi padre es capaz de venir a buscarme y llevarme a rastras. Y eso sin hablar de mi abuela, hace tanto que no la veo que cuando mi madre le dijo que iba a ir, encargó matar a Roger.
— ¿Quién es Roger? —preguntó extrañado.
— Roger es el cerdo más gordo que tienen en la granja —Kellan se tapó la boca evitando reír a carcajadas— Sí, eso mismo hice yo. Quieren celebrar mi llegada con una buena comilona.
— Joder… —respiró para coger aire entre amagos de risa— será todo un acontecimiento entonces.
— Lo será —sonó decepcionada— por eso no puedo fallarles.
— Lo entiendo —asintió con pesadumbre. Sandy suspiró— pero…
— ¿Pero?
— Hay otra solución —su pícara mirada salió a relucir. Sandy esperó paciente— Yo te invito a Las Seychelles y tú me invitas a tu pueblo. Estaríamos en paz y aprovecharíamos para conocernos más.
— No puedes estar hablando en serio —le miró incrédula— sólo tenemos dos semanas de vacaciones, ¿y tú quieres pasarlas todas conmigo?
— Has dicho que ellos te esperan una semana —ella asintió— pues llámales y diles que llevarás compañía.
— Kellan —le miró expectante— mi familia es muy… tradicional, no quiero que te sientas incómodo, ni obligado…
— No estaré incómodo, quiero ir. Será interesante ver la matanza del pobre Roger y respirar aire rural —le guiñó un ojo sabiendo que esta vez había ganado— Después volveremos aquí, cambiaremos los sombreros de paja por el bañador y nos pondremos rumbo a Las Seychelles.
— Joder —la esperanza asomó a su mirada— joder, joder, joder… —cada vez le gustaba más la idea— si estás tomándome el pelo te juro que la matanza se celebrará, pero con diferente cerdo —advirtió muy seria. Él sonrió— ¡¡Dios, hablas en serio!!
— ¿Eso es un sí? —abrió sus brazos esperando recibirla.
— ¡¡Sí!! —se abalanzó contra él como hiciera en la feria, enrollando las piernas en su cintura y cubriéndole la cara de besos— sí, sí, sí, sí... ¡¡Oh, My Good!! —le abrazó con fuerza.
— Hay que sellar el pacto —le miró los carnosos labios— Para que no puedas echarte atrás…
— Kellan… —cubrió su boca de manera apasionada, le besó con deleite y calma, recreándose en su dulce sabor, en su calidez, en su suavidad. Tiró de su pelo para separarle— Acuerdo sellado.
— Sellado —se relamió los restos de su beso y la miró maliciosamente— Dios, no sabes lo que has hecho —la apretó contra él.
— No, querido —se bajó de sus caderas mirándole enigmática mientras pensaba en su familia y en lo que le esperaba sin saberlo— no sabes lo que has hecho tú.
… . …
Beth y Victoria salieron a despedir a Sarah. Esa tarde se iba de vacaciones y mientras el chófer de su familia le cargaba las maletas, aprovechó para agradecer a sus compañeras la despedida. Mientras esperaban a que terminara de darle instrucciones al coger, una despampanante morena entró contoneando las caderas hasta el mostrador de recepción.
Era elegante y refinada como pocas mujeres conocía, y lo impecable de su peinado, sin un pelo fuera de lugar, y su impoluta y elegante vestimenta, sin una sola arruga, hizo a Beth pensar que podría ser la preciosa madre de alguna de las internas más jóvenes, que venía a recoger a su hija.
— ¿Me vas a echar de menos? —preguntó Sarah mirando a Beth.
— Ya sabes que no —la golpeó cariñosamente un brazo— estoy loca por perderte de vista, petarda.
— Cuando te aburras como una ostra entre estas cuatro paredes, lo harás —asintió convencida— ya creo que lo harás…
— Victoria se queda para hacerme compañía —le sacó la lengua— y es mil veces más divertida que tú…
— Yo también te quiero —sonrió irónica y exageradamente. Ambas estallaron en carcajadas— Cuídate ¿vale? Nos vemos a la vuelta.
— Si no hay más remedio… —le despidió con la mano mientras salía por la puerta— joder, creía que no se largaría nunca…
— ¡¡Jajajajajajaa!! —Victoria explotó.
— ¿De qué te ríes? —la miró alucinada.
— De lo falsa que eres con ella.
— No soy falsa… —la empujó con suavidad— sólo intento evitarle un mal trago o hacerle daño.
— ¿Y desde cuando le importa a Beth Dawson hacer daño a los demás?
— Joder, será posible… —bufó contrariada— ese maldito doctor va a terminar reformándome de verdad.
— Y eso no podemos consentirlo —la malicia desbordaba los ojos de la pelirroja— Tengo una idea —Beth la miró expectante— Vamos a pillarnos una buena cogorza para celebrar tu independencia.
— Victoria, son las ocho de la tarde ¿no crees que es demasiado pronto para eso?
— ¿Tienes algo mejor que hacer?
— En realidad no…
— ¿Mañana tienes terapia?
— No… —empezaba a gustarle la idea—, pero falta lo importante. El alcohol.
— Eso déjamelo a mí.
Beth intentó localizar a la elegante mujer, pero ni ella ni la enfermera estaban ya en el mostrador. Sin duda la habría acompañado a buscar a su hija.
Tres horas después y encerradas en el cuarto de Victoria, daban buen final a la segunda botella de vino que Victoria había robado de las cocinas.
— Essste vino ess muy malooo —Beth se terminó la botella a morro— creeeo que me essstá ssentando maaal…
— No es un Romanée Conti de dos mil tres, evidentemente —a Victoria no le había afectado tanto— pero para ser robado y gratuito… me vale.
— Ssse nosss ha acabaaaaado —desechó la botella en la papelera— ¿Busscamos masss?
— Vale —se levantó grácilmente— ¿Qué demonios haces? —Contuvo la risa al ver los esfuerzos de Beth por ponerse de pie— creo que mejor voy sola, estás muy perjudicada.
— Tonnteriasss —consiguió mantener el equilibrio— Necessito fumar —se abanicó con la mano— tú vess a por masss bebida que yo me vooooy a fumarrr un poccoo.
Victoria aceptó y salió sigilosamente de la habitación mientras Beth buscaba su tabaco y el encendedor. Cuando los encontró después de un rato, salió tambaleándose de la habitación y sopesó la posibilidad de usar el ascensor, viéndose incapaz de bajar las escaleras y salir indemne, pero si la enfermera de guardia la pillaba en ese estado no se libraría de otra falta grave. Así que tomándoselo con calma y sin prisas bajó las escaleras.
Cuando apenas unos escalones la separaban del final, la voz de la enfermera la sobresaltó por lo inesperado.
— Buenas noches, Dr. Smith —saludó educadamente. Beth se pegó a la pared para no ser descubierta.
— Buenas noches, Doris —su voz puso a Beth en alerta, centró su atención— ¿Serías tan amable de pedir un taxi para Ashley?
— Por supuesto, doctor —oyó como descolgaba el teléfono.
— No es necesario, Daniel —una melodiosa y sugerente voz acompañó esas palabras. Beth se asomó mordida por la curiosidad— puedo llamar al chófer para que venga a recogerme…
A Beth se le pasó la borrachera en el acto cuando vio a la dueña de la voz. Era la misma impecable mujer que había visto esa tarde en el vestíbulo, con la diferencia de que su perfecto peinado había desaparecido y el negro y lacio pelo se desparramaba sensualmente sobre su espalda. La chaqueta de su traje descansaba sobre su antebrazo dejando a la vista una camisa que Beth recordaba con menos arrugas.
— De ningún modo —le sonrió cuando ella pasó un dedo por la abertura de su camisa medio abierta— es tarde y el taxi tardará menos que tu chófer. Exactamente… —miró a la enfermera reclamando una respuesta.
— Dos minutos, doctor —respondió la aludida con eficiencia— hay uno por la zona, enseguida llegará.
— Gracias —Ashley sonrió falsamente y Beth quiso matarla— ¿Me acompañas a la puerta?
— Por supuesto —Daniel rodeó su cintura encaminándose a la salida.
La confianza que vio en ese simple gesto y el conocimiento de que lo que había estado haciendo con ella en su estudio, no había sido jugar a las cartas, hizo encolerizar a Beth. Quiso matarla, despellejarla, descuartizarla y quemarla viva por el simple hecho de tocar el pelo de su terapeuta como lo estaba haciendo en ese momento, apartando los desordenados mechones de su frente.
Empezó a sentir crecer el tamaño de sus celos hasta límites completamente insospechados y desconocidos para ella. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo era tan descarado de pasear a sus polvos por el centro como si nada? ¿Cómo osaba restregarle en las narices que él sí tenía una vida sexual? Equilibró la balanza de los celos con un profundo sentimiento de rebeldía.
— ¡¡Beth!! —El susurro de Victoria casi le hizo gritar, pero se contuvo— ¿Qué haces ahí? —tiró de su brazo evitando que sonaran las botellas que llevaba— Vámonos…
— Espera —le indicó con la cabeza la presencia de Daniel y compañía.
— Joder… —intentó esconderse mejor— vámonos, nos van a pillar.
— Ésta me la pagas, Daniel Smith —siseó viendo como la besaba antes de que saliera al encuentro de su taxi. Los consejos de Victoria acudieron en tropel a su mente— y me la pienso cobrar muy pronto.