La lección
— Dúchate.
— No.
— Cámbiate de ropa por lo menos.
— No.
— Llevas tres días con la misma ropa, hueles a perro muerto y tu pelo es un completo desastre ¿No crees que te estás pasando un poco?
— No.
— ¿Qué pretendes conseguir con ésto?
— Compruebo una cosa, nada más.
— Beth, por favor —Sarah parecía seriamente afectada—, no deberías subestimar a Daniel, ya te he dicho que él no soporta…
— Déjame en paz, Sarah —Beth llevaba todo el domingo escuchando lo mismo— me lo has dicho en el dormitorio, en el baño, en el pasillo, en el jardín… y en el desayuno, en la comida, en la cena… ¿me dejas fumarme el cigarro tranquila?
Sarah se encogió ante el tono de su compañera. Había intentado por activa y por pasiva que recapacitara sobre su “experimento”. Sabía cuáles eran las consecuencias que su actitud le acarrearían, pero Beth era demasiado tozuda como para escuchar consejos de nadie. Suspiró resignada.
Beth expulsó una bocanada de humo hacia la noche e ignoró conscientemente a su compañera cuando esta le dijo que se subía al dormitorio. Sarah era una buena chica, pero conseguía agotar, cada vez más, la poca paciencia que le quedaba. Había sido un fin de semana horrible, aburrido, exasperante… necesitaba desahogarse con urgencia.
De camino a su dormitorio pensó que al “elefante rosa” no se le había visto en todo el día. No es que le hubiera buscado ni nada parecido, pero allá donde iban sus ojos recorrían la estancia sin encontrar lo que buscaban.
Se tumbó encima de su cama y casi sin darse cuenta se quedó dormida pensando en que mañana mismo le tendría delante, podría mirarle a los ojos, hablarle. Y sobre todo podría comprobar de qué pasta estaba hecho.
Mañana mismo lo sabría.
… . …
Durante el desayuno estaba nerviosa, todas sus compañeras la miraban con una mezcla de asco y pena. No habló con nadie, ni siquiera con Sarah que también la miraba como si fuera una condenada en el corredor de la muerte.
Sandy le dio los buenos días y le dijo que Daniel la esperaba en la consulta que tenía en el segundo piso del ala “B”, no en su despacho, y que por favor fuera puntual. Beth no captó en el semblante de Sandy nada de lo que había visto en la cara de sus compañeras y esto la tranquilizó. A lo mejor las chicas estaban exagerando en sus suposiciones de lo que él pudiese hacer con respecto a su higiene.
Como no sabía qué hora era y seguía sin haber un reloj dónde mirar, se limitó a seguir a Sarah cuando su compañera se encaminó hacia la zona de consultas. Le indicó que la de Daniel era la del fondo y se quedó dos puertas antes tocando con los nudillos la puerta de su terapeuta.
De pronto se puso nerviosa. La puerta de la consulta estaba cerrada y no sabía cómo se iba a enfrentar a lo que encontrara tras ella. Había lidiado con decenas de doctorcillos en otros centros, pero ninguno como Daniel Smith. Y realmente no era consciente de hasta qué punto era abismal la diferencia.
Se armó de valor y golpeó la puerta con los nudillos. La autorizó a entrar.
— Buenos días, Beth —levantó la vista de sus papeles en cuanto la puerta se cerró.
— Buenos días, doctor —la sonrisa que vio en su boca no le gustó un pelo. Irguió la cabeza.
Se miraron un instante que a Beth le pareció eterno, mientras veía como la sonrisa de Daniel se tornaba en una seria expresión. No le había pedido que se sentara por lo que permaneció de pie, a la expectativa. Daniel desvió la mirada con un suspiro y empezó a recoger meticulosamente sus papeles apilándolos ordenadamente en un perfecto montoncito.
Cuando hubo terminado se levantó de su silla y rodeó su escritorio acercándose a su paciente. Beth dio instintivamente un paso hacia atrás. Se paró a unos pasos de ella con los brazos en jarras y comenzó a evaluar con la mirada el aspecto que ofrecía.
Solo se le ocurrió un calificativo. Deplorable.
— ¿Tienes algún problema con el agua y el jabón?
Silencio.
Al ver que no contestaba y seguía en actitud desafiante, no le quedó más remedio que seguir adelante con sus planes. En un rápido movimiento acortó la distancia que había entre ellos y que Beth no llegó a adivinar. Reculó en un intento de alejarse, pero el espacio se le acabó dándose contra la puerta. Intentó huir.
— ¿Pero qué demonios…? — Se puso tensa al notar la extrema proximidad del cuerpo de su terapeuta— ¡Joder!
Se revolvió, pero antes de que lograra escabullirse, Daniel le acorraló contra la puerta, le agarró por las muñecas inmovilizándole los brazos sin ninguna delicadeza y le obligó a levantarlos por encima de su cabeza.
— ¡¡Suéltame cabrón!! —siguió forcejeando, pero era del todo inútil.
— Shhhh… —siseó muy cerca de su cara, haciéndole callar. A Beth se le erizó la piel cuando notó su aliento rozándole la piel de la mejilla— ahora no toca hablar.
Antes de que ella pudiera asimilar lo que estaba pasando, Daniel le movió bruscamente separándola de la puerta y se la echó al hombro como un saco de patatas.
— ¿¡Pero qué…!? —Beth se removió y pataleó intentando bajarse pero él la tenía bien agarrada— ¿Qué coño estás haciendo? —Daniel abrió la puerta de la consulta— ¡¡Suéltame, joder!!
Ignoró los gritos de la chica mientras avanzaba decidido por el pasillo, tuvo que recolocarla en dos ocasiones sobre su hombro zarandeándola, y no delicadamente, mientras ella pateaba y gritaba como una loca.
— ¡¡Suéltame!! —golpeó su espalda con saña, pero parecía no notar sus golpes— ¡¡Que me sueltes!! ¡¡Socorroooo!! —notó las lágrimas escocer en sus ojos— ¡¡Que me sueltes te digo!!
Resultó inútil, siguió removiéndose mientras veía los pies de Daniel descender los escalones y seguir avanzando. Apretó los ojos con fuerza y arañó su espalda en un intento de hacerle daño, pero él volvió a zarandearla violentamente. El movimiento fue tan brusco, que Beth, creyendo que se caía, se agarró a su cintura temiendo el golpe contra el suelo.
Pero no cayó, sus manos le tenían fuertemente sujeta. Seguía gritando y pidiendo auxilio, pero su mente ya estaba haciendo de las suyas. Notó la dureza de los músculos de Daniel incluso por encima de su ropa, su espalda parecía de granito cuando sus manos la golpeaban sin piedad, pero a él parecían no afectarle ni sus golpes ni su peso. La rabia hizo que más lágrimas le borrasen la visión.
Traspasaron una puerta y Beth supo que estaban en el gimnasio, por los borrones de aparatos que pasaban veloces por su lado. Traspasó otra puerta. De pronto entró en pánico quedándose completamente quieta durante unos segundos. Si el plan de Daniel era tirarla a la piscina estaba muerta. El miedo le hizo volver a gritar.
— ¡¡No, no, no!! ¡¡NOOOOOOOOO!! —Lloró sin control volviendo a golpearle con toda la fuerza que encontró— ¡¡NO LO HAGAS, NOOOOOO!! —clavó las uñas en su espalda— ¡¡NO SÉ NADAR, CABRÓN!! ¡¡SUÉLTAME!!
De pronto notó que él se desembarazaba de su peso y la tiraba al suelo. Ella tardó en ubicarse y ver que estaba en el suelo de las duchas de los vestuarios, llorando y gritando completamente aterrorizada. Sollozó intentando recuperar el aliento, pero antes de que fuera capaz de hacerlo él volvió a agarrarle bruscamente haciendo que se pusiera de pie.
— Quítate la ropa —Ella le miraba aún sin comprender. A sus pies se enrollaba una manguera— Que te quites la ropa o te la quito yo —amenazó.
Debido a los restos de pánico que aún quedaban en su organismo, no pudo ni moverse. Su respiración entrecortada apenas proporcionaba aire a sus pulmones y empezó a temblar descontroladamente. Gritó asustada e impotente cuando Daniel se abalanzó sobre ella empotrándola contra la pared de la ducha, de un tirón rompió su camiseta.
— ¡¡Daniel, basta…!! —lloró histérica. Cuando se la quitó, abrió el cierre de sus pantalones y la giró bruscamente dejándola mirando a la pared mientras se los bajaba por las piernas— ¡¡Basta, por favor!! —imploró humillada.
Lejos de ablandarse, Daniel volvió a agarrarla con dureza y empujándola le obligó a sentarse en el suelo. Ella retrocedió asustada mientras él se deshacía con habilidad de sus sucios pantalones.
Se alejó de ella dejándola ahí tirada en ropa interior, expuesta y llorosa, mientras recogía la manguera del suelo. Accionó el sistema de apertura y un potente chorro de agua le golpeó directamente en el estómago.
Y también en el orgullo.
Un golpe que la devolvió a la realidad, que borró todo rastro de miedo y pánico, reemplazándolo por un sentimiento de vergüenza y de frustración. Había perdido.
Creyó que echarle un pulso a Daniel Smith iba a ser tan fácil como lo fue con otros de sus terapeutas, que se tiraban días y días intentando hacerle recapacitar mediante palabrería, de lo absurdo de su obstinación a no asearse, pero se equivocó.
Los latigazos de agua que la azotaban, dejando marcas rojizas en su piel, le confirmaron que su nuevo terapeuta era de todo menos el típico doctorcillo que gustaba de escucharse a sí mismo. Intentó esquivar el chorro moviéndose por el alicatado de paredes y suelo, pero el agua apenas le dejaba ver nada.
Intentó gritar en varias ocasiones pero cada vez que abría la boca recibía un torrente de agua que le hacía atragantarse y toser compulsivamente. Sus músculos empezaron a agotarse de tanto bracear e intentar protegerse, le costaba cada vez más mantenerse en una posición erguida. La humillación volvió a escocerle en los ojos y no pudo evitar llorar desconsoladamente sabiéndose vencida.
Se dejó caer de espaldas a él, haciéndose un ovillo sobre sí misma y dejando que las lágrimas se mezclaran con el agua que chorreaba de su pelo y encharcaba el suelo. Lloró y lloró agarrándose las piernas en un intento de controlar los temblores que sufría, en parte por el frío y en parte por la vergüenza que sentía.
No fue consciente de que el agua ya no le golpeaba, perdida como estaba en su humillación, hasta que entre hipos y sollozos oyó claramente la calmada voz de Daniel.
— Llévala a su cuarto y que descanse. Mañana será otro día.
Volvió a llorar desconsoladamente cuando notó que unas cálidas manos le levantaban y una suave y dulce voz intentaba reconfortarla.
— Tranquila cielo, ya ha pasado todo —se dejó envolver en una esponjosa toalla— Sandy está contigo.
Enterró la cara en el pecho de la mujer, se aferró a ella con fuerza y dejó que las lágrimas cayeran sin control. Sandy la acunó y la consoló durante más de una hora en el suelo de esa ducha. Le mesó los cabellos con ternura mientras la susurraba palabras de ánimo. Sabía por lo que Beth acababa de pasar y sabía lo que había que hacer en esos momentos, lo que alguien hizo también con ella. Y lo mucho que Beth lo agradecería después, igual que ella lo agradeció.